El huerto de Jossía y Marta ya no da tomates
Si Papá Noel fuera hombre de climas benévolos, probablemente viviría en Mozambique y tendría el rostro bonachón de Jossía. Una cara de buena persona como la suya sólo debería dedicarse de manera profesional, y bajo pacto de secreto, a repartir regalos a los niños del mundo. Y si así fuera, Mamá Noel -aquí Marta- tendría que recordarle cuántos años llevan casados.
-45 (él).
-Nooo (ella).
-… 50 (él otra vez).
Bufido de Marta.
-¿51? (él).
-¡Meu Deus! Desde 1961 (ella, dándolo por perdido y asomando una sonrisa debajo de la nariz).
Jossía y Marta llevan 52 años casados, los mismos que llevaban cultivando tomates, calabazas y cebollas en un pequeño huerto frente a su choza de caña, a tropezón y medio de Xai Xai. El mismo huerto que les acaban de usurpar; y con él la vida. Si mantienen el buen humor, abren la puerta de su casa al extraño casi arrancando los goznes y entregan el corazón en la despedida, es porque son los señores Noel africanos. Tienen que serlo.
Jossía, pelo corto y cano, nos invita a entrar en su casa. En una esquina hay una vida entera: unas muletas viejas y una azada. Pese a su cojera, Jossía salía cada día a cultivar su parcela al otro lado del camino. Con eso vivían hasta que "llegó China", dice.
La empresa china Wanbao ha alquilado al Gobierno de Maputo por un periodo de 50 años unas 20.000 hectáreas de tierra negra y fértil a cada lado del río. Cultivan arroz. Cuando pregunto a Jossía cómo les ha afectado, levanta la mano derecha y se aprieta el cuello: "Nos han quitado nuestra tierra. No tenemos nada". No es un lamento, es rabia y cansancio. La pareja, septuagenaria, se resiste a marcharse: "Somos viejos, ¿a dónde vamos?". Como cada mañana, Marta muele mijo con un mortero de un metro. En el corral, una gallina escarba la tierra y dos conejos se asustan al sentirse observados. Medio siglo así.
Según el Foro de Organizaciones No Gubernamentales de Gaza (Fonga), que coordina 270 oenegés, el proyecto de Wanbao -adalid de la cooperación sino-africana, según el Gobierno-, afecta a 80.000 campesinos, que se han quedado sin cultivos o han tenido que abandonar sus casas. Unas 90.000 cabezas de ganado no tienen donde pastar o beber. Anastasio Matavel, director de Fonga, denuncia que no sólo no se han dado indemnizaciones -muchos campesinos llevan decenios en la zona, pero algunos sin título de propiedad-, sino que ni siquiera se avisó de las expulsiones: "No tenemos pruebas, pero sospechamos que algunos políticos han recibido dinero por permitirlo. Hablan como si fueran accionistas de la empresa china".
Al otro lado del río, lejos de donde Jossía y Marta se resisten a dejarse aplastar, la familia Dique Mulanga vive entre animales. Tiene seis vacas, una docena de cabras, pollos, patos y cinco perros. El abuelo de su abuelo ya era pastor, dice Ernesto, el padre de familia. La mano de Wanbao les ahoga a ellos y a sus bestias. "Nos cerraron el acceso a pastos y estanques que hemos usado durante generaciones. Me dieron una indemnización de 3.500 meticales" (87 euros).
La provincia de Gaza, una de las más pobres de Mozambique, está estancada en el año 1997. Mientras el país crece a buen ritmo y reduce la cifra de estómagos vacíos, Gaza, donde el 80% de su gente vive del campo, tiene los mismos niveles de pobreza que hace 15 años. El sindicato nacional de campesinos (UNAC) señala la compra de grandes extensiones de tierra por parte de empresas extranjeras de Brasil, China, Japón o Sudáfrica como amplificadores de la desigualdad. Para Renaldo Chingore, de la UNAC, "esas compañías no están interesadas en producir alimentos para abastecer a la población, sino en producir para exportar. En apariencia el país se desarrolla rápidamente, pero la población tiene problemas para sobrevivir".
A las puertas de Wanbao, un trabajador chino nos echa de malas maneras cuando ve las cámaras. No sabe una palabra de portugués, pero su "marchaos de aquí, ahora! (traducción libre)" es meridiano.
Frente a la fábrica, Ángelo Matabele, que trabaja desde hace un año en Wanbao, dice que el proyecto es positivo porque genera empleo, y eso es casi un milagro en la zona. Según colectivos campesinos, sólo trabajan cien mozambiqueños en la compañía, por mil chinos; aunque al atardecer vemos salir de la fábrica hasta cinco camiones cargados de trabajadores locales. Matabele dice que no les pagan bien: "Trabajo de lunes a domingo de 7 a 17 horas, sin días libres, y el salario es mínimo; no llega pero ¿qué puedo hacer? Peor es para los viejos, que no pueden trabajar".
Las mujeres solas tampoco han tenido suerte. Clara y Rita piden que les acompañemos a la que fue su tierra. Caminamos por una franja estrecha de campo rodeada de cultivos del mismo color. Se detienen frente a un parcela y tragan saliva. "En el 2012 vimos llegar un tractor conducido por un chino. Antes de arrasar los campos, se llevó nuestras cebollas y patatas dulces", explica Clara. Llevaba diez años en esa tierra, adonde llegó huyendo del hambre del norte. Huérfana y viuda desde 1987, ese huerto era su única esperanza. "Ahora dependo de las vecinas para dar de comer a mis tres hijos", dice. Sus palabras acaban en un hilo de voz.
Para muchos campesinos de Xai Xai la tierra era la vida. André Júnior Langa empezó a trabajar su huerto en 1966, allí se casó a los 33 años, tuvo a sus cuatro hijos y se quedó tuerto del ojo izquierdo. "Ese huerto era mi madre y mi padre, mi hogar y mi patria; me lo arrancaron", espeta.
Rememora la época en la que los portugueses cuadricularon la tierra -había zonas de cultivo para colonos y otras para negros-, la lucha en la guerra de la independencia y el posterior conflicto civil que arrasó todo. Lo recuerda y siente que los campesinos no vencieron, después de todo. Tampoco él. Wanbao se quedó con sus seis hectáreas el año pasado y le obligó a marcharse.
-Las empresas extranjeras y los políticos son los nuevos colonizadores de Mozambique, dice.
-¿Crees que …? No me deja terminar.
-"Nos han quitado la tierra. ¡La tierra! Al final luchamos tanto ¿para qué? ¿Para qué?
* Nota original de “La Vanguardia”