El lugar que más les interesa
Juan Gabalaui*. LQS. Julio 2020
La tuiterización de la política es uno de los signos modernos de la pauperización del diálogo y el pensamiento y un ejemplo de manipulación de masas. Los políticos se comunican y hacen declaraciones a través de tuiter…
Estamos acostumbrados a la división. La escenografía teatral de los parlamentos va dirigida a apuntalar el enfrentamiento, razón de ser de la existencia de los partidos políticos que se reafirman frente al otro. Incluso en el acuerdo. La irrupción de la extrema derecha en el parlamento español ha elevado la confrontación hasta niveles máximos pero no desconocidos durante la posdictadura. Esta división tiene el objetivo de alistar soldados, que defiendan los planteamientos partidistas a cara de perro. Pero sobre todo permite a los que detentan el poder seguir actuando libremente sin apenas interferencias. Detrás del ruido, se esconden los intereses que generan la mayor división. La de los dominados y los dominadores. La de los que poseen la riqueza y los que trabajan para que esto sea así.
La tuiterización de la política es uno de los signos modernos de la pauperización del diálogo y el pensamiento y un ejemplo de manipulación de masas. Los políticos se comunican y hacen declaraciones a través de tuiter, con ideas poco elaboradas pero muy efectivas que pretenden movilizar al bando amigo, que se encargará de defender y difundir dichas ideas de forma acrítica y sin voluntad de debate. Estás ideas serán respondidas por el bando contrario de la misma manera. Abundarán las acusaciones, insultos y burlas pero rara vez el debate sereno y profundo. Es absurdo hacerlo cuando las ideas viene pervertidas de origen. Es decir, no se ponen en el tablero de juego para generar debate, desarrollarlas, sacar conclusiones y llegar a acuerdos sino para generar ruido.
Estas prácticas favorecen la confrontación y la desinformación. Ambos aspectos son característicos de la sociedad que hemos construido. La información y la cooperación pondrían en peligro el estado de las cosas. La monarquía pasaría de ser la garante de la unidad entre españoles a un sistema privilegiado de acumulación de riqueza, que se aprovecha del trabajo de los de abajo para apuntalar y aumentar sus bienes. El éxito del sistema es que los mismos que trabajan para enriquecer a los monarcas son sus más recalcitrantes defensores. Esta incongruencia no solo se ha conseguido a través de la violencia sino también a través de la domesticación, y de un sistema moral que ha validado la existencia de personas superiores e inferiores.
Así la dificultad no solo radica en la violencia ejercida sino en la colonización mental. Modificar este sistema de valores, asimilado durante siglos, es uno de los mayores retos para el cambio social. Su fuerza es tal que es capaz de justificar las acciones más reprobables si estas favorecen o perjudican los intereses de los que poseen la riqueza. Además de justificarlas aunque perjudiquen los intereses de los dominados. No son pocas las personas que aprueban medidas que les empobrecen o les restan derechos, o las entienden. Podemos pensar en la idea de que las deudas se pagan. Esta idea es compartida por la gran mayoría de las personas aunque haya estado detrás de la muerte de miles de personas, el esclavismo, la pobreza o las guerras. Su fuerza, como dice David Graeber (1), radica en que es una declaración moral.
El escenario político está organizado para que no nos enteremos de nada. No podemos pensar en qué significa la deuda porque nadie la cuestiona públicamente. Son dogmas de fe. Las cuestiones clave están protegidas. No se reflexiona sobre la dominación, la acumulación de riqueza o el salario. Nos distraen con polémicas vacías dirigidas a la polarización y la división social. Los espacios televisivos de debates políticos están diseñados para la confrontación, desde el lugar que ocupan los invitados, organizados según su ideología, y la permisividad en el discurso faltón, agresivo y falaz. La conversión del debate de ideas en espectáculo orilla el pensamiento y pone el foco en el efectismo. El ruido oculta el mensaje. Los aspavientos quedan en la memoria y se pierden las ideas. No hay que perder el tiempo con estos programas.
La vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital de España, Nadia Calviño, no consiguió los suficientes apoyos para la presidencia del Eurogrupo. Su perfil era idóneo pero se prefirió a un dirigente de un paraíso fiscal europeo. Ambos dirigentes se encuentran dentro del marco neoliberal, nocivo para los intereses de las personas, las de abajo, las que trabajan para las de arriba. Aún así sectores, autodenominados de izquierdas, se lamentaron de la derrota. Seguramente podrán aportar ciento y una justificaciones para defender esta postura. No les faltarán creyentes que asuman cada una de ellas aunque si hubiera sido una candidata del Partido Popular las críticas serían despiadadas. No estamos en un debate de ideas sino en un posicionamiento de trincheras. Apuntamos y disparamos al blanco que nos señalan aunque, en aras de nuestro narcisismo, nos creamos personas lógicas, razonables y libres. Estamos en el lugar que más les interesa.
(1) Graeber, D., (2012). En deuda. Una historia alternativa de la economía. Barcelona, España: Editorial Ariel.
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* El Kaleidoskopio
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