El precio del silencio
Hace unos días asistí a una conferencia de Jon Sobrino aquí en la Isla y, antes de que se me borren del “disco duro” sus palabras, quiero decir un par de cosas.
Después de terminada su exposición se pidió que el público participase con algunas preguntas. Yo me quedé con ganas de decir allí: Si estas mismas palabras que hoy escuchamos aquí fuesen dichas a diario en las iglesias de nuestras ciudades, estoy seguro de que algunas personas, incómodas tal vez por las palabras de aquellos a los que compraron por su silencio, abandonarían sus bancos, pero quizás otras muchas regresarían a esos templos, aunque solo fuese por escuchar palabras tan inteligentes y contundentes como las que aquí se han dicho.
Lo más acertado hubiera sido llevarse un magnetófono con el que grabar el análisis tan lúcido de este hombre.
De sus palabras extraje la idea de que, cuando Colón descubrió América, que se dice, en realidad no era ese desdichado continente lo que se descubría, (ya ellos se habían descubierto a sí mismos) lo que realmente se descubría allí es hasta donde era capaz de llegar el Imperio, (esa palabra que tan raramente oímos ya en boca de nuestros lideres sindicales y demás asalariados del Sistema.) Porque, en definitiva, no se trataba del descubrimiento de ningún río que no figurase ya en los mapas ni de los restos de una antigua civilización hace siglos desaparecida y casualmente hallados por los capitanes de los castellanos reyes. Lo que realmente se produjo entonces, y esto mismo es extensivo para el Continente africano, fue comprobar hasta dónde era posible llevar los límites de la ambición, la crueldad, el dominio y sometimiento de los pueblos y sus culturas. Verdaderamente, lo del Imperio Romano, comparado con lo que se hizo en América y África, y se hace actualmente, no deja de ser una excursión del INSERSO. Hemos de estar de acuerdo en que allí se ejercían prácticas crueles, con todo aquello de los sacrificios humanos a los dioses y otras prácticas que evidenciaban el atraso de aquellos pueblos.
Pero, hasta donde llegan nuestros conocimientos, los embajadores de aquellos pueblos que llegaban a aquellas tierras, personas que no se bebían la sangre de los enemigos abatidos en combate, hombres que habían crecido en las doctrinas de Cristo o de la Tora, virreyes, gobernadores y oficiales que quizás habían leído ya a los pensadores clásicos; este contingente que ya había concluido la cruenta conquista y sometimiento del Archipiélago canario, cuya empresa se prolongó durante casi un sangriento siglo, este ejército de aventureros cuyos formidables monumentos, de hormigón o de bronce, que más que enorgullecernos como españoles nos avergüenzan cuando nos las encontramos, en las plazas de Lima o en Cáceres, de Cortés o de Francisco Pizarro, cuando visitamos hoy las antiguas Colonias, esta avanzadilla de la Civilización cristiana, en realidad no eran más que los “comerciales”, los representantes de esa gran multinacional del crimen organizado y del vicio extremo; de la deforestación de las selvas, de la aniquilación de los pueblos aborígenes y de la imposición de extrañas religiones que imponían por ley el sometimiento y la esclavitud.
De todo esto y de mucho más es de lo que habló este hombre. De cómo se enmascaran las mayores villanías y los crímenes más atroces; las invasiones y las incursiones militares en países sospechosos de poseer armas de destrucción masiva, que aquellas con las que Israel, Marruecos o el Trío de las Azores castigan a los pueblos de Palestina, la República Saharaui, Cuba, Vietnam o El Congo, no son si no golosinas que llueven del cielo, como aquel dichoso maná que dicen alimentaba al pueblo elegido. Todavía están vivos en el recuerdo de mucha gente los testimonios de Rigoberta Menchú, las distintas invasiones de que fue objeto la patria de Sandino y posterior apoyo a la Dictadura de Tacho Somoza por los USA; la venta de petróleo a los militares franquistas que liquidaron la República Española. En cambio, hoy boquean y congelan la Revolución Cubana, o invaden la Isla de Granada, la República Dominicana, y aquí ya no estamos hablando del bíblico pasado.
Además de en El Salvador de Ellacuría y de Monseñor Romero y en la Texas de 1836, fecha del robo de ese territorio a la nación mejicana por parte de los EE.UU., cuántas veces no habrá sonado el ¡A degüello¡ de la película de John Wayne (El Álamo) para los pueblos desde que el Imperio Americano tomara el relevo del Imperio Francés, del Imperio Inglés y del Imperio Español. Cuántas veces se habrán escuchado los compases de La marcha de las valkirias del film de Copola, bien sea para recibir a los “heroicos” marines norteamericanos o para reprimir, con el aplauso de Washington, a los pueblos que quieren sacudirse el yugo de la represión.
Pudieron estrangular la vía democrática al socialismo de Salvador Allende.
Pudieron asesinar al líder de la oposición en la república Dominicana, Francisco Caamaño, a Ernesto Guevara, al general chileno René Schneider, comandante en jefe del Ejército de S. Allende, a Patrice Lumumba, primer ministro de la República Democrática del Congo, a Kim II Sung, primer ministro de Corea de Norte… pudieron atentar numerosas veces contra la vida de Fidel Castro y pudieron eliminar de un certero disparo a Martin Luther King, pero lo que no podrán ELLOS nunca es detener la marcha de los pueblos, sean estos la Venezuela de Chávez o la Bolivia que encarna actualmente el Presidente Evo Morales. Porque nada podrán los aceros de los Lope de de Aguirre ni la fusilería del General Custer, todos unidos a los esbirros del Pentágono, a los Dan Mitrione, a tantos y tantos Salvador Dalí y a los sustanciosos cheques de los premios Nobel con que tantas veces compran la complicidad de los silencios de los numerosos Camilo J. Cela, si la voluntad de los pueblos levanta una combativa barricada en el camino del Imperialismo.
Porque por encima de los aceros de todos los Miguel López de Legazpi, de todos los generales, mariscales de campo, por encima de los Petain, por encima de la memoria de los Nixon, de los Reagan, los Bush, los Randolph Hearst, los Clinton y los Mccarthy se levantará, gigantesca, la voluntad de aquellos pueblos para los que sí escribieron sus libros y pintaron sus poderosas obras los Cortázar, Ciro Alegría, José Mª Arguedas, Ribeyro, Benedetti, Vallejo, Escorza, Galeano, Mariategui, Otero Silva, Roa Bastos, Carpentier, Nicolás Guillen, Martí, Siqueiros, Rivera, Frida Kahlo, Orozco… y toda esa larga nómina de pensadores y poetas que soñaron con un mundo donde los halcones convivieran con las palomas, como convive la antigua montaña con el poderoso río y el modesto arroyo lo hace con los olmos que se alinean a lo largo del viejo camino.
Y no nos sigan ustedes bombardeando con las atrocidades de los Stalin, Pol Pot y Milosevic que sufrimos los pueblos, porque ellos fueron criaturas, como Frankestin y el Golem, que no hubieran sido posibles sin ustedes.
¡¡Viva la República!!
P. D. Si esto llegara a manos del conferenciante, ruego a éste disculpe cuanto de todo esto él no dijera, pero que es parte de lo que estaba en la mente de los que esa noche le escuchamos.