El remake del Trifachito de El Bueno, el Feo y el Malo (II)
Joan Martí*. LQS. Julio 2019
El Naranjito falangito, un forajido que quiso ser sheriff y acabó de limpiabotas en el salón
El Malo. En la peli era el “Sentencia”, encarnado por el bonachón Lee Van Cleef. Un cruel asesino a sueldo, con bigote y sombrero negro, ajeno a la piedad y a cualquier placer que no fueran los dólares, que inicia su aparición en escena apiolando a un pobre hombre en un jergón por 1000 pavos al tiempo que le alumbra con un candil.
En la parodia política nacional, en el elenco Trifachito, el Malo, nuestro Alberto Carlos, muda en pocos años de patético, que siempre lo fue un poco, a peripatético, que se hizo con el tiempo, y que así se decía en la antigua Grecia de aquellos seguidores de Aristóteles que, sintiéndose filósofos y a menudo incomprendidos por el populacho, andaban (peripatein) por el Liceo o por las callejas laterales hablando solos, exponiendo a voz en grito unas reflexiones que nadie entendía y muy pocos atendían. Por eso, nuestro Sentencia, desde joven ha venido ensayando todas las técnicas y aullando como un loco para atraer la atención del personal. Desde ponerse desnudo con las manos en sus partes anunciando no sé qué, tal vez la calidad del voto a su persona o la bondad de la depilación por láser, hasta imitar sonidos de animales para atraer la atención de los curiosos, no ha dejado de intentar cosas nuevas. Algunas fuentes apócrifas incluso le atribuyen gran pericia imitando el rebuzno de Platero, el burro más simpático y español que ha podido encontrar.
De padre barcelonés de la Barceloneta y madre andaluza, que un día llegó a la misma Catalunya que siempre le abrió los brazos y a la que ahora su hijo apunta con el Remington con seis balas en el tambor mientras por la comisura suelta un escupitajo, el Sentencia anduvo por ahí con más ego que inteligencia estudiando leyes y tomando clases de oratoria, ejercitando el arte de decir una cosa y su contraria en el mismo par de minutos, venciendo incluso en un concurso de vaqueros charlatanes en el 2000, a lo que siguieron clases de marketing político y pistolas en los Usa, donde tal vez coincidió con el famoso Bang, bang Trump, afamado tahúr al que intentó y consiguió copiar casi todo menos el flequillo.
A primera vista, el Sentencia de Granollers parecía que iba para actor, y cierto que gran parte de la vocación se le ha quedado en el alma, como puede verse fácilmente, pero descubrió que la política como ideal (medio de vida para él) era lo suyo y dicen que al principio se afilió a Nuevos Granjeros del PP y al poco tiempo, por el democrático modo del orden alfabético de su nombre Alberto, resultó elegido presidente de Ciudadanos por el Colt, una banda recién creada de forajidos a sueldo de los rancheros que operaba en Barcelona Town, al norte del Ebro River, presentándose en los pasquines electorales para Sheriff desnudo de alma y de cuerpo y sin pistolas, lo que causó gran revuelo, pensando la gente que patrocinaba un club de cowboys nudistas en Canaletas Village.
La cosa empeoró en el oficio y vinieron años de insignificancia de la banda por falta de clientela y de fondos, -no tenían ni para balas y comían todos los días judías y chope, hasta ahí llegó la miseria-, hasta que unos rancheros del Club Rifle 35 pusieron sus ojos en el joven matón y sus compinches pensando que podrían serles útiles en su guerra contra los ovejeros y granjeros, soltándoles a escote un generoso fajo de dólares, siendo entonces cuando al joven Alberto Carlos, definitivamente decidió dejar el gato que estaba triste y cambiarlo por otro que estaba azul, muy azul, comenzando una época de bonanza y una serie de correrías por el Estado de Texas con la banda, a la que rápidamente se unió la petrolera incendiaria Inés-Juana Calamidad Montapollos, tras ganar el concurso para el acceso al empleo de pistolera al mismísimo Makinavaja. Desde entonces banda, bien untada por el Rifle 35, se dedicó a quitar lazos de vallas de los ranchos, con gran obcecación, como si fueran empleados de la limpieza y pretendieran revenderlos, o a realizar excursiones a cualquier territorio hostil del estado para acoquinar a los habitantes de los pequeños pueblos. También se aventuraron en las concentraciones del LGTB Movement y en el Women’s Free Front, recogiendo magros resultados.
Sea como fuere, nuestro Sentencia se creía el más rápido con el colt y, ayudado en el menester por Inés-Juana Calamidad Montapollos, fue purgando uno a uno y hasta dos a dos a sus lugartenientes díscolos del Ciudadanos por el Colt Party, quedando diezmada la banda en cuatro días.
Ya más incurso en el teatro que en la realidad, en sus mítines como aspirante al cargo de Sheriff usó y abusó de sus técnicas oratorias con poca fortuna. Un día llegó a hablar al personal de los Sonidos del Silencio, como si fuera S&G, tal vez asumiendo el papel de el Graduado, sintiéndose Dustin Hoffman, y el caso es que el personal no oía nada, pero él insistía una y otra vez: escuchan, oyen, lo oyen?, pero el personal na de na. Otro día habló de una tenebrosa habitación del pánico anexa al Salón, y el mismo día también denunció la existencia de una banda de facinerosos, aunque no se refería a la suya.
El caso es que la película comienza aponerse interesante cuando los del Sindicato de Rancheros del Rifle 35 descubren que el Sentencia ya no es infalible como matón, que está envejeciendo y le tiembla el pulso, y que en vez de caballo ganador se ha transformado en un penco al que le chasquean las trancas.
Y entonces es cuando ya se adivina la escena del cementerio de las cinco mil y pico tumbas, porque en la lejanía aparece el Bueno con su caballo, su poncho y colilla en la comisura de los labios, quien parece ha tomado nota y realizado unos cursillos acelerados de pistolero.
Y así, bajo el sol implacable y con sonido de las trompetas de Ennio Morricone (oyen el silencio, lo oyen?) sólo puede quedar uno y parece que no será el Sentencia… pero no quiero hacer spoiler…
– El Feo, la primera parte: El vaquero que surgió del presupuesto nacional (y se mantuvo en él con gran alegría)
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