El secreto de WikiLeaks
Algo huele mal en Londres muy cerca del Hyde Park. En el número 3 de la calle Hans Crescent, la policía del Reino Unido vigila el pequeño edificio de ladrillo y ventanas blancas que alberga a la embajadora del Ecuador, Ana Albán Mora, y a su inquilino especial, Julian Assange. El australiano fundador de WikiLeaks, nombrado por la revista Time como hombre del año, inspirador de toda una generación internacional de hackers politizados, está delgado y sufre de insomnio. Según fuentes directas de la Embajada, se ha deprimido y ya sólo confía en la embajadora y en Baltasar Garzón, su abogado defensor y famoso juez español.
Si algo le queda claro a Assange, este polémico defensor de la libertad de información, es que Washington no sólo lo quiere a él, sino a los miles de documentos que aún tiene su equipo y en los que evidencian lo que se intuye pero muy pocas veces podemos demostrar con evidencia palmaria: los vicios del poder que un puñado de países reproducen para dominar a quienes consideran deben mantenerse sometidos. Las mentiras oficiales que justifican guerras y masacres, las estrategias políticas para evadir responsabilidad jurídica por las brutales violaciones de derechos humanos a poblaciones enteras, y la ambiciosa batalla por el dominio del petróleo, de los metales, de los recursos naturales y claro, del flujo de dinero. Es decir, por sostener, encubrir y proteger un modelo económico y político devastador para el mundo entero.
El juego del poder se hace cada vez más evidente en lo que ya se ha convertido en una historia al estilo del mejor thriller en que los poderes fácticos buscar eliminar a un enemigo incómodo, no sólo porque sabe demasiado, sino porque cree que el mundo debe estar enterado de ese “demasiado”. La estrategia ha pasado por todo: la desinformación mediática, la búsqueda de descrédito del activista para aislarlo, la creativa manipulación de Washington y la visión colonialista tan propia de los gobiernos europeos hacia quienes consideran países de menor importancia.
Porque hay que decirlo, para hablar del caso Assange es preciso aclarar antes que nada que también en las embajadas y la diplomacia hay códigos postales. En un triángulo estratégico como el que han conformado los gobiernos del Inglaterra, Estados Unidos y Suecia, Ecuador viene siendo una suerte de pequeño estorbo latinoamericano sin importancia, y en una actitud de desprecio diplomático total, la embajada y su representante son absolutamente prescindibles. Así lo han demostrado al implementar un cordón de seguridad policiaca que impide la entrada normal hacia la embajada, o las amenazas que han recibido directamente miembros del gobierno ecuatoriano y la propia embajadora, para convencerles de desproteger a Assange. Han llegado incluso a advertir a la embajada que si sigue considerando asilado político a Julian, el Reino Unido no solamente denegará el paso libre para que tome un avión hacia Ecuador (como dictan los acuerdos diplomáticos), sino que no tienen inconveniente alguno en retirar la calidad diplomática a Ecuador y cerrar la embajada, ya que así podría entrar la policía y llevárselo como a un delincuente cualquiera.
Es bien sabido que las revelaciones de WikiLeaks de cables diplomáticos irritaron a varios gobiernos, pero las subsiguientes sobre las guerras en Iraq y Afganistán, así como las de asuntos internos de varios países, incluido México, cambiaron la opinión de millones de personas que aún justificaban las violentas invasiones basadas en mentiras. Pero Assange era ya demasiado conocido para aniquilarlo como acostumbran hacer algunos servicios secretos, además matar al líder no hubiese sino fortalecido a su red de hackers que siguen teniendo la información encriptada en diversos países. En ese contexto surgió la denuncia de violencia sexual supuestamente perpetrada por Assange en Suecia. Dos mujeres con las que él admitió que tuvo sexo en Estocolmo en agosto de 2010 (el 14 con “A” y con “W” el 17) lo acusaron una por no haber usado condón en sexo consensual y la otra por coerción durante el sexo. Tres días después se giró orden de arresto contra Assange, quien se presentó a negar las acusaciones. Una de las víctimas retiró los cargos. Él se fue a Londres pero en noviembre la fiscal decidió retomar los cargos y pidió a la Interpol que lo arrestaran.
Suecia tiene las cifras más elevadas de violencia sexual de toda Europa según informes gubernamentales.* (El gobierno sueco argumenta que tiene esas cifras porque la definición de violencia sexual es una de las más amplias del mundo y por ello sólo el 13% de los casos de violación son llevados a juicio). Julián fue voluntariamente a la corte en Londres y aceptó que enfrentaría el juicio; lo mantuvieron preso dos días y varios millonarios pagaron su fianza de 4.9 millones de pesos (240 mil libras). En junio 19 de este año, Julián, temiendo por su vida, pidió asilo político a Ecuador.
Desde entonces, la Corte Suprema británica rechazó las apelaciones de extradición a las que Assange tenía derecho y lo hizo por razones sencillas: los argumentos del adalid de la transparencia fincan su verdadera fuerza en un asunto de persecución y venganza política. Analizando toda la evidencia está claro que la Corte británica no es quien debe decidir si Assange es un perseguido político, sino simplemente sí es extraditable a Suecia para responder a los cargos por violación sexual que le hicieran dos mujeres. El problema se complejiza porque, según Julián y fuentes de los Estados Unidos, el Departamento de Justicia norteamericano ya tiene lista su petición a Suecia para que se le extradite y enjuicie con cargos de terrorismo y espionaje; es decir, se usaría el caso sueco para llevarlo a manos de los norteamericanos a enfrentar una posible pena de muerte.
Los expedientes judiciales demuestran lo que Garzón ha reiterado ante los medios: que Assange está dispuesto a enfrentar el juicio por violación en Estocolmo, sin embargo, como se presume inocente, teme que Suecia simplemente decida que no es culpable de un delito que no se considera grave, pero aplicando recursos antiterroristas, aleguen que sí resulta peligroso para la seguridad interna de varios países y ya tengan armada la documentación para que sea extraditado a Estados Unidos.
El caso de Assange y WikiLeaks es muy complejo y se ha convertido en una oportunidad para debatir la ética de la libertad de acceso a la información, la grave utilización de las mujeres y la violencia sexual como instrumento político y la tendencia mundial a usar las leyes antiterroristas para censurar a quienes revelan la corrupción de Estado.
Eso que huele mal es la podredumbre judicial de este caso.
Assange podrá ser un poco soberbio y machista, pero si eso fuera delito el mundo sería una cárcel. Se le debe a él y a su equipo el impulso para replantearnos globalmente hasta dónde los gobiernos más poderosos pueden salirse con la suya sin rendir cuentas a nadie.