El suicidio de la vida

El suicidio de la vida

Más vale morir que perder la vida, dice un adagio del humor negro popular. En España ese trágico sarcasmo se está plasmando en una secuencia de suicidios que se constatan y otros más que se están soslayando; tal vez para evitar ese supersticioso efecto contagio que se le presupone al finiquito vital humano. Pero las estadísticas, esa burda constatación burocrática del pesimismo ambiental, no mienten. En la España de hoy el suicidio es una principal causa de muerte, similar a los aparatosos accidentes de tráfico.



Hubo unos tiempos más románticos en que la gente se suicidaba por amor o por el honor. En el día de hoy es por no poder pagar la hipoteca al banco. Unos tiempos, definitivamente, materiales en grado sumo. Se ha llegado a acuñar el término "genocidio financiero". 



Y los suicidios en siniestro goteo han sido, sobre todo, el catalizador que ha propiciado que los poderes públicos, la banca y el gobierno principalmente, muevan ficha en el descarnado asunto de los desahucios. No se pueden quedar sin clientela y sin potenciales votantes…



Conclusión: tienes que suicidarte para que te hagan caso.



Así de cruel está el mundo. Por lo que respecta a España, el suicidio está siendo una cuestión de víctimas del consumo y del optimismo hipotecario. La evidencia de los casos de desesperación económica, con consiguiente pérdida de autoestima y caída en la depresión psíquica en barrena, al no ver salidas a lo inexorable: La ejecución judicial bancaria. La pérdida del hogar donde se tiene la raíz organizativa de la existencia familiar. La base. El refugio.



En el otro extremo del mundo, en el Tibet de la China imperial, en la triunfal era Aldous-Orwell del comunismo capitalista, no sólo se aplica a discreción y aleatoriamente la pena de muerte; al tiempo que se prohíbe Google, cualquier disidencia política y pronunciar contaminada palabra Ferrari. En esta China Popular, los monjes tibetanos se incineran a lo bonzo, un día con otro, para reclamar la independencia. Si bien las teocracias absolutistas pueden ser repudiables, lo es más el yugo de una invasión colonial.



Otra modalidad simbólica de la muerte común y corriente, sobre la corteza terrestre, es la del islamismo fanático y rabioso. Aquí a los suicidas de la causa se les proclama mártires y se les carga de explosivos que llamen la atención de los telediarios.



Cuestión de pureza y proselitismo. Cuando era emergente y clandestino el cristianismo, el victimario nutría a los leones del circo romano. Los mártires son siempre cosecha segura de feligresía en el futuro más menos cercano. Y eso significa capacidad de persuasión.



Diferencias de método, de estilo o de ejecución, cuesta admitir como certeza cruel de que, en realidad y en este cuitado planeta, la que se está suicidando es la vida misma. Este mapamundi es un tanatorio donde predomina la insensible cultura de la muerte sobre el cultivo feraz de la alegría de vivir. 

Con pan y libertad de pensamientos.

* Director del desaparecido semanario "La Realidad"

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