El triunfo de la poesía en el rock argentino

El triunfo de la poesía en el rock argentino

Por Daniel Alberto Chiarenza*

8 de febrero de 2012: muere uno de los fundadores del rock nacional en argentina, Luis Alberto Spinetta

El día que Spinetta se sumó a la lucha de los maestros contra el neoliberalismo en la Carpa Blanca

“Plegaria para un niño dormido”, aunque ya haya fallecido

El fundador de Almendra –Luis Alberto Spinetta-, también de Pescado Rabioso, Invisible, Jade, sin olvidad su etapa de solista, fue el compositor de algunas de las canciones más significativas de los últimos 50 años; y sin que el rock fuera limitante para otros géneros entre los que no olvidamos que “la poesía es un arma cargada de futuro”, como dijo alguna vez el gran Paco Ibáñez.

El poeta cubano Silvio Rodríguez subió en su blog la foto de Luis Alberto Spinetta y la letra de “El anillo del Capitán Beto”. Uno se avergüenza en ese dinamismo cotidiano llamarle “Capitán Veto” a Macri, por el abuso que hace de ese mecanismo para anular leyes progresistas (el “veto”). Pero el cantante y compositor cubano ponía de manifiesto una verdad incontrastable. Algunos pueden ser nombrados por sus obras. Otra cosa son los datos fríos: el cáncer de pulmón diagnosticado en julio del año anterior, los mensajes en Twitter (actual X) de sus hijos, la noticia fatal: Spinetta había muerto a los 62 años. El periodismo amarillo que no estuvo a la altura de una privacidad que no debió ser invadida, para sus hijos que estuvieron junto a él en los momentos finales y que lo cremaron en privado. Eso les pertenece a ellos. Para los demás, Spinetta no ha muerto porque allí está, y seguirá estando, su obra.

Algunos dirán “padre” o “fundador del rock nacional”. Limitar su importancia a un género sería una injusticia total. Lo que Spinetta hizo, como antes Demare o Falú, fue crear algunas de las canciones más significativas de la historia nacional. Ni “Ella también”, ni “Barro tal vez”, o “Los libros de la buena memoria”, o “Las golondrinas de Plaza de Mayo”, o “Laura Va”, “Durazno sangrando”, “A estos hombres tristes”, “Los elefantes”, “Hoy todo el hielo en la ciudad”, “La cereza del zar”, “Credulidad”, “Seguir viviendo sin tu amor”, “Tema de Pototo” o “Tu vuelo al final”, etcétera, no se agotan en los límites de un estilo ni de una generación. “La música es algo que va más allá de si uno da recitales o no. Hay que librarse de todo eso y quedarse con la naturaleza del sonido, como para ver bien a qué jugamos con este lenguaje tan maravilloso”, decía Spinetta en una charla. Y concluía con una de esas iluminaciones, esas metáforas desaforadas con las que lograba forzar las palabras, invadirlas de un ritmo propio y hacerles decir lo que nadie había dicho antes: “Y a mí, que me siento un pequeño músico, frente a músicas que son el cielo, me encanta poder difundir algunas ideas que creo que son válidas. Me encanta poder hablar de lo sagrado que tiene el sonido, de esa arcilla con la que, si se tiene la visión del cielo, se puede elaborar el cielo”. Metáfora maravillosa, sin siquiera acercársele a las elucubraciones mesiánicas de Javier Milei.

El arte de Spinetta siempre había tenido que ver con una melodía de una amplitud melódica inédita, una armonía que la recorría con un significado sorprendente, unos acentos que la convertían en elemento vivo. Acentos a contrapelo en la canción “Figuración”, incluida en ese mapa de futuros territorios que fue el primer larga duración de Almendra, que se llamó popularmente por la ilustración de su tapa “Sopapita”. Hasta podría pensarse en un error; en una falta de pericia en la manera de conciliar música y letra; en un trabajo apresurado o demasiado autocomplaciente. Pero, en cambio, están las versiones anteriores de ese tema, escuchadas en vivo, donde todo cabía perfectamente. Y esas versiones muestran que no hay error sino: decisión. Que la desnaturalización de la palabra era necesaria para crear un efecto.

El tiempo era veloz, en los finales de los 60. Un día los Beatles sacudían al mundo con la Banda del Sargento Pepper y en la siguiente jornada ya no existían. De un disco a otro de The Who, Procol Harum, Moody Blues o The Hollies había universos de distancia. Y la historia del grupo que cambió para siempre la historia de la música artística de tradición popular en la Argentina también fue rápida. En 1966 Los Larkins, un grupo en el que tocaban Luis Alberto Spinetta y el baterista Rodolfo García, cambiaba de nombre por The Mods y luego se unía a Los Sbirros, donde tocaban el guitarrista Edelmiro Molinari y el bajista Emilio Del Güercio, ambos compañeros de Spinetta en la escuela San Román. Después de un año de paréntesis, motivado por el servicio militar de García, en marzo de 1968 el grupo retomaba sus ensayos y cambiaba de nombre. Pensaron llamarse La Organización o El Tribunal de la Inquisición. Finalmente eligieron Almendra y así se inmortalizó, a pesar de las experiencias posteriores, aunque muchas de ellas hayan sido hasta superadoras.

*.- Desde Burzaco (Buenos Aires). Daniel Alberto Chiarenza redactó unos 200 fascículos dirigidos por Don Pepe Rosa. Colaboró, desde la apertura democrática en 1983, con publicaciones como NotiLomas, Buenos Aires/17 y Volver a las fuentes. Comunicador de temas históricos en radios locales: FM Ciudades, FMB, AM 1580, FM Sueños. Relator de las Comisiones de Identidad Bonaerense, y otras en la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires. Redactor en los periódicos InfoRegión y La Unión. Docente jubilado, regente y director del Instituto Lomas y profesor de Adultos. Es autor de los libros Historia general de la provincia de Buenos Aires (1998); El olvidado de Belém: vida y obra de Ramón Carrillo (2005); Ramón Carrillo: vida y obra del ilustre santiagueño; Historia Popular de Burzaco T. 1 (2009); Santiago del Estero-Belém do Pará. Una vida, un destino: Ramón Carrillo (2010); El Jazz Nacional y Popular (2017). Más artículos del autor

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