“El último viaje”
Carlos Olalla*. LQSomos. Diciembre 2016
“En lo de mi abuela había un pájaro al que alimentaban día tras día y adulaban hablándole de sus plumas brillantes y su cantar alegre. Él y yo sabíamos que cantaba para congraciarse con todo el que pasaba por su lado, para que alguien tuviera la delicadeza de dirigirle alguna palabra que lo sacara de sus pensamientos. ¿Qué hace un pájaro que no tiene espacio para volar? ¿De qué sirven las alas si están siempre pegadas al cuerpo? Un domingo a la mañana, solos él y yo, me acerqué y abrí la jaula…Tardó mucho en salir, se acercaba a pasitos cortos hacia la puerta y finalmente tras pensarlo mucho con un corto vuelo fue a posarse en la higuera del jardín y me seguía mirando… ¿Acaso no era posible que yo volase?, fue casi una reacción inmediata, fui hasta la puerta de la calle, la abrí, me quedé mirando ese espacio gigantesco que era el resto del mundo y, la verdad, tuve miedo. De un corto vuelo llegué a la esquina y me quedé observando como nadie, ninguno de los que pasaba a mi lado, se elevaba ni un centímetro del suelo y supe que yo no quería ser igual…” Estas palabras forman parte del monólogo “EL ÚLTIMO VIAJE”, escrito, dirigido e interpretado por Charlie Levi Leroy, un monólogo al que tod@s, tarde o temprano, nos deberemos enfrentar. Son las palabras que acuden a nuestra mente cuando acudimos a la cita con la muerte y, como sin quererlo, repasamos lo que hemos hecho de nuestra vida. Son muchos los recuerdos que revolotean de aquí para allá trayéndonos, libres ya de corsés como espacio o tiempo, a todas las personas que han marcado el camino de nuestra vida. Amigos, amores, simples compañeros de trabajo o misteriosas desconocidas que, sin siquiera saberlo, un día nos regalaron un sueño… Y al volver la vista atrás vemos como han sido muchas las vidas que hemos vivido, aunque muchas menos que las que no nos atrevimos a vivir…
“EL ÚLTIMO VIAJE” es uno de los textos teatrales más poéticos y profundos que he visto en un escenario. Charlie, sempiterno amante del amor y ávido devorador de todas las vidas, es capaz de llevarnos de la carcajada a la lágrima como lo hace la vida misma, casi sin que nos demos cuenta. Todo en él es sobrio, esencial y sencillo a la hora de encarnar a este viejo que acude a un solitario parque que no visitan ya ni las palomas. Profundo conocedor de la vida, y sabio como pocos, hace tiempo que Charlie entendió que el ser humano deambula en la encrucijada de tres ejes vitales: el miedo a la soledad, el miedo a la muerte y la necesidad de sentirse amado, al menos, por una vez o por una persona. De nuestra actitud frente a esos tres ejes dependerá que nuestra vida haya sido esa con la que todos y todas soñamos, una vida llena de pasiones, de sueños y aventuras, que la hayamos convertido en una permanente huida de la soledad o que no haya sido más que una simple, estúpida y anodina espera de la muerte. De nosotros, solo de nosotros, depende la elección, una elección que normalmente nunca llega a plantearse abiertamente, sino que está compuesta por esas mil y una pequeñas, y aparentemente insustanciales, decisiones que tomamos cada día. Solo cuando, próximo ya el final de nuestros días, miramos hacia atrás nos damos cuenta de que el juego era ese, y que pocos, muy pocos, son los que entendieron sus reglas desde el principio, y que pasaron por este mundo siendo los protagonistas de su vida y no los secundarios o los figurantes de las de los demás.
Como reconoce el propio Charlie, estamos frente a un texto que surgió de una sentada. Era algo que debía pugnar desde hacía tiempo en su interior cuando, hace ya algunos años, decidió sentarse a escribirlo. Brotó como el agua de un manantial y él dejó que fluyera libre, sin encorsetarlo en las siempre tentadoras correcciones con las que tendemos a castrar lo que escribimos y lo que vivimos. No hay corrección alguna aquí, es un texto surgido de lo más hondo del corazón de un hombre lúcido y sensible que ha decidido mantenerse fiel a sí mismo y no desaprovechar ni uno solo de los segundos que le quedan de vida. Si miramos atrás es tanto el tiempo que hemos malgastado de nuestras cortas vidas… estupideces, urgencias y demás prioridades nos han apartado siempre e inexorablemente del camino que queríamos seguir.
Charlie es un humanista nacido cuando el humanismo está dando sus últimos estertores. Consciente del sinsentido de la época en la que le ha tocado vivir, de la mediocridad que nos rodea y de la incurable ceguera emocional de los más, sus opciones vitales, a estas alturas y tras haber recorrido todos los caminos, pasan por sentirse a gusto con los suyos y con lo que hace. Sabio como es, ha hecho de su vida una permanente búsqueda de la felicidad que ha encontrado en el proceso creativo. Son pocas las mentes imaginativas y creativas que puedan equipararse a la de él y pocos los corazones donde aniden las elevadas dosis de sensibilidad que hay en el suyo. Músico, dramaturgo, actor, director, profesor de actores y, por encima de todo, sabio en amores, ha encontrado la felicidad en una simple hoja de papel en blanco, en el inmenso vacío de un escenario, en esa partitura que, de cuando en cuando, escriben sus sueños y sus recuerdos.
“Hoy ya no vienen ni las palomas, ¿con quién voy a conversar entonces? ¿A quién le voy a contar las cosas que creo me sucedieron? Después dicen que los ancianos hablamos solos, ¿por qué en vez de decir eso no se detienen y nos escuchan?; tal vez porque creen que somos el pasado y no se dan cuenta de que somos el futuro de ellos mismos. Uno los ve pasar llenos de alegrías, de proyectos, invadidos por una ingenuidad que envidio, Dios mío, ¡cómo los envidio!…, yo tenía un mundo por delante, un mundo que me quedaba pequeño, sí…, tuve quince, veinte y treinta años, todos los años que hay que tener y me pasaron cosas, tantas, que se me mezclan los tiempos de los verbos más usados, yo vivía, viví, viviré, amaba, no amo, amé, Dios mío, cuánto amé… Después dicen que hablamos solos, ¿con quién vamos a hablar?, si nadie se detiene, nadie nos mira a los ojos, peor aún, ni siquiera nos ven, pero estamos aquí, estoy aquí, que alguien me mire, estoy aquí, he vivido, he sufrido, he amado, tuve la piel suave y el corazón abierto al asombro, tuve prisa por volver a los lugares donde me esperaban con los brazos abiertos, con abrazos que tenían el tamaño de mi cuerpo, con miradas que me invitaban a caer en el abismo de la pasión, yo fui joven como ustedes y jamás pensé que llegaría a estar sentado aquí en un parque deshabitado a la espera de una paloma blanca o quizá de un ave negra que me corte el paisaje, yo espero…”
Así empieza este monólogo que, cargado de melancolía y de un sutilísimo sentido del humor, es capaz de hacernos volar alto, muy alto…un monólogo que, como bien dijo mi joven vecina de patio de butacas, llega a lo más hondo de los que peinamos canas porque nos sentimos amorosa y terriblemente identificados con él, y también al corazón de los jóvenes que sueñan con llegar un día a esa edad habiendo vivido con la intensidad y la pasión con la que lo ha hecho ese solitario anciano que tienen frente a ellos. Como bien matiza Charlie, EL ÚLTIMO VIAJE no es un texto que hable sobre un viejo, sino un texto que habla sobre la vejez. Y es ahí, en su aparente simplicidad, donde está su grandeza. Orfebre de la palabra, Charlie sabe que el secreto en el difícil arte del equilibrio entre lo poético y literario con lo teatral, está en lo concreto, en lo aparentemente pequeño, en ese detalle que nos hace ver.
“Está claro que en esta familia siempre pertenecimos al bando perdedor, las causas justas para nosotros fueron sinónimo de ideología, de forma de vida, qué épocas aquéllas…, qué épocas…, cuando la palabra valía más que cualquier papel, cuando darse la mano era mucho más que firmar un acuerdo, y la amistad… ah, la amistad… No sé qué me pasa, recuerdo más las cosas del pasado que las de ayer… Recuerdo las tertulias…, los encuentros con los amigos para hablar…, qué bonito, no éramos poetas, tan solo poemas…”
Escuchando a este viejo loco entendemos que, al final, solo somos la grandeza de nuestros sueños y que, si nos atrevemos a no dejar de amar, no envejeceremos nunca… porque solo se envejece al dejar de amar.
“El otro día estuve por ahí. Me pareció ver pasar a Núñez, el maestro de quinto, montado en su Vespa, al misma, azul…imposible. Seguramente hacía años, como todos pensábamos, se habría matado chocando contra alguna pared, porque después de tantos años de escuela sus ojos sólo eran capaces de ver una pizarra.”
“Cuando él daba clase, yo miraba por la ventana a la señorita Celia, la de tercero, tan alta y delgada, con ese pelo moreno y lleno de rizos con los que mis manos jugaban por las noches antes de dormir; siempre pensando en ella.”
“Siempre esperando que Otilia, que hacía las veces de bedel, hiciera sonar el timbre anunciando el recreo para salir disparado hasta la puerta de su aula y desde allí abajo poder mirar sus ojos de un gris tan profundo y hermoso que un día hasta lloré de verlos.”
“Se apoyaba en la ventana mientras todos corrían o detrás de un balón. O jugando al escondite o a cualquiera de esos juegos que los niños suelen jugar y en los que yo no participaba, no porque no tuviera ganas, sino porque quería demostrarle a ella que ya era mayor. Me quedaba de pie, lo más cerca de ella que podía con la intención de oler su perfume y cuando lo lograba cerraba los ojos y me transportaba en sueños al parque que quedaba detrás de la casa.”
“Entonces éramos una más de esas parejas que se abrazaban y besaban en los bancos. Sólo me imaginaba imitando lo que había visto que hacían otros. No había ningún sofoco ni sensación especial, ni cosquilleos; únicamente mi deseo de apoyar mis labios sobre esos labios que ahora sé que eran los más sensuales que he visto jamás y apoyar mi mejilla en la suya tan perfecta. Por las mañanas me observaba en el espejo a la espera de encontrar algún indicio de bigote o barba que me hiciera parecer mayor. Convencí a mi madre de que ya tenía edad de usar pantalón largo, era de franela gris, y no me lo saqué ni a la vista de la calurosa y húmeda primavera…”
Escuchando las palabras de ese ser solitario que, sentado junto a un austero banco que languidece bajo una farola apedreada por los dueños del futuro, nos susurra sus secretos, todos sus secretos, no podemos menos que viajar a nuestra infancia, revivir aquel primer amor que marcó para siempre nuestra forma de amar, revisitar los besos dados, los amores vividos y los no vividos, los que aún soñamos con vivir…
“Qué importante es la luz que nos permite ver todas las cosas en su justa medida, qué importante el calor de los días de incertidumbre…, no recuerdo quién fue, pero recuerdo aquella mirada que me abrigaba la soledad, aquellos ojos verdes que me contenían, y me permitían acurrucarme hasta el sollozo.”
“¡Dios mío! Cuántas caras sin nombre, cuántos nombres sin cuerpos y sin embargo recordar detalles que parecían tan ínfimos y hoy son tan importantes. Me impresiona este silencio…, es grave, hondo…, solo oigo mi respiración que ya no es, esta especie de jadeo que producen mis pulmones cansados de tabaco y de óxido.”
“A lo mejor aquí somos todos seres invisibles, almas que tendremos que vagar por los mismos escenarios que recorrimos pero solos. Yo ya estoy acostumbrado y no puedo decir que la mía fuera una soledad elegida, me quedé solo o me dejaron solo cuando ya no interesaba a nadie.”
“Sé que podía haberme ido a otro lugar, en realidad siempre me estoy yendo, de mi infancia, de mis sonrisas, de ti…, siempre…”
La tranquilidad con la que este viejo afronta sus últimos momentos es como la tranquila agua de un estanque que nos permite ver, con una claridad que ilumina, el verdadero fondo de las cosas, de lo que hemos sido, de lo que somos, de lo que no nos dejaron, o simplemente, no nos atrevimos a ser… Esos guijarros, esos cantos rodados que han ido cincelando nuestra vida, yacen, solitarios y quietos, al fondo de esa laguna que ahora entendemos ha sido nuestra vida. En ellos reconocemos los rostros que algún día amamos, los que, calladamente, nos hicieron soñar, aquellos que guiaron nuestros pasos… Todos están allí, reposando en la blanca arena del recuerdo.
“Todas las mujeres tienen una tendencia a enamorarse de locos, de poetas, soñadores que cuentan historias con los ojos, que hacen bello lo que sus manos tocan; yo era así…, yo fui así”
Son tantos los amores que refleja el espejo de la muerte, tantos los amores vividos, los soñados, los tan solo rozados… ¡Dios, son tantos…! Aunque, quizá, por detrás de todos ellos, se intuye, diluido en el claro oscuro de lo que fuimos, aquel que siempre buscamos, aquel al que se refiere ese viejo solitario que, al atravesar la laguna Estigia impulsado por ese Caronte de corazones y almas que es Charlie, tan solo pide una cosa, un último favor: “Si te preguntan por mí, diles que te amé”
Más info: “EL ÚLTIMO VIAJE” en el Teatro del Arte
Si salvamos la palabra, los libros, la capacidad de soñar y de elevarnos sobre la vulgaridad y la nada, nos estaremos salvando como colectivo humano. Gracias por este texto, compañero.