Ella, coraje
Hay que ver sus miradas.
1. Calle arriba, Carmen, mil o mil quinientos chicos. Cuando pase este Gobierno y venga otro y los sin ojos/ sin sangre/ sin cabeza/ descubran como si fuera noticia que no hay marcha atrás, que no han dejado margen (que se trata de romper o rendirse), se van a arrepentir de no haber estado con estos chicos. Hay más razón en sus caras de dieciséis a veinte años que en toda la experiencia de sus mayores. Y más fuerza, aunque eso es obvio. Y más valor.
2. El contexto: veinticinco o treinta furgones; antidisturbios en Sol, Benavente, Gran Vía; controles en Tirso; antidisturbios en Aduana; antidisturbios junto a la boca de Mesón de Paredes; antidisturbios en Preciados; antidisturbios en Callao; filas y más filas de antidisturbios, parejas sueltas de antidisturbios, grupos sueltos de antidisturbios, formaciones enteras de antidisturbios; cascos, porras, vallas, uniformes. Si no fuera por esos chicos, Madrid sería «Casa tomada»(Bestiario, 1951), con la pareja retrocediendo y retrocediendo hasta el zaguán y, al final, perdida hasta la última habitación, a la calle,/ perdida la casa.
3. Ella, que después sale en los vídeos. Le han puesto una multa «por decir que no estoy de acuerdo con este país». Le preocupa que la multa hunda a sus padres. Rabia, frustración, desesperación. Ella y su amigo son barrio, de los barrios donde yo mismo crecí/ y la misma voz, la misma ropa. Ella, coraje, que después sale en los vídeos y dos mujeres que la triplican en edad: hay que ver sus miradas (¿cómo es posible?). El helicóptero las sobrevuela, busca, acosa; sin pretenderlo, su ruido marca los lugares donde queda vida y su ausencia, los lugares donde no.
* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia