Elvira Quintillá; luna de Benidorm
Elvira Quintillá. Elvira Quintillá Ramos.
Nació en Castell (Francia) cuando sus padres, por la precariedad laboral del momento, trabajaban allí, pero su padre no quiso que figurara como francesa y la inscribió en el Registro Civil de Barcelona con la misma fecha de su nacimiento, por lo que consta como nacida en Barcelona el día 19 de septiembre de 1928. La menor de tres hermanos de la modesta familia sin antecedentes artísticos.
No contaba más de cinco años cuando por primera vez pisa un escenario, y lo hace en el Teatro Novedades de Barcelona con un pequeño cometido en la obra “Zaza” de Pierre Bertón con la compañía de Ramón Martori, quien la anima a continuar representando y le facilita la incorporación al Teatro Partenón de la calle Balmes, donde se hace teatro para niños desde que acabara la Guerra.
En la revista Cinegramas del 14 de julio de 1935 aparece su rostro en el concurso de fotogenia en medio de otro montón de aspirantes de edades similares, y con solo trece años ya formaba parte de la compañía de Mariquita Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza, sobrina e hijo de María Guerrero, primos entre sí que terminaron siendo matrimonio. El distintivo “Mariquita” era porque tía y sobrina atesoraban los mismos denominativos: “María Guerrero López”.
Su primera obra para esta compañía fue “La venta de los gatos” de los hermanos Álvarez Quintero.
En 1942 llega a Madrid para hacer “Los chicos crecen”, y con el mundo en guerra decide marchar a América con la compañía teatral para hacer una gira. Pero el Atlántico sembrado de destructores y su corta edad aconsejan la renuncia y su padre no da la correspondiente autorización.
Aunque no quedan ahí las desdichas, ya que al no estar permitido el trabajo de niños en el teatro, es despedida junto a los otros dos actores infantiles que participan en la obra y la empresa multada, por lo que tuvo que desplegar ingenio y valentía, para disfrazada de mujer encontrar acomodo en la compañía de Tina Gascó como damita joven.
En la iglesia de Santa Teresa y Santa Isabel se casa con José María Rodero con solo 19 años, el “galán” más prestigioso de la escena española, al que conoció cuando compartían cartelera en el Teatro Rialto con la compañía de Rafael López Somoza, donde ella trabaja como “primera dama joven” haciendo “Serafín el pinturero”, compensando con tacones y pinturas lo que la edad le impide.
En el momento de la boda Rodero ya estaba bajo la disciplina del Teatro Nacional María Guerrero, que para no prescindir de su valiosísima colaboración decidió contratar también a su esposa para la próxima gira por tierras americanas. Un año más tarde abandonaría el teatro transitoriamente para cuidar a su hijo José María nacido en 1948, Su segunda hija, Cristina, no llegaría hasta 1955.
Su matrimonio permitiría numerosos trabajos juntos en escenarios, rodajes y platós televisivos, siendo de escasa importancia la mayoría de los cinematográficos, sobre todo los de su marido, por lo que tan dolido estaba con el mundo del cine.
Estaba en posesión de varios prestigiosos premios, y por su trabajo en televisión en “La escuela de maridos” de Noel Clarasó, consiguió el “Nacional de Interpretación”, y el de la “Mujer española mas popular del año” por su personaje de “Jacinta” del programa de sobremesa “Una mujer de su casa”. Medio al que llegó de la mano de Juan Guerrero Zamora para un programa semanal de carácter policiaco, haciendo no mucho más tarde junto a su marido “La herida luminosa”
En el Diccionario Akal de Teatro, de Manuel Gómez García, dice que en 1960 obtuvo el primer premio de interpretación en el Festival de la Canción de Benidorm, y tras mucho indagar en la historia del citado Festival encuentro la confirmación.
Animada por su esposo participó en la 2ª edición de dicho festival defendiendo varias canciones, entre ellas “Luna de Benidorm” de Rafael León y García, con la que consigue el premio de interpretación y la Sirenita de Bronce. La canción ganadora fue “Comunicando” del chileno Arturo Millán que se llevó 100.000 pesetas.
En el mismo se anunciaba el debut de un joven cantante melódico italiano que venía a quedarse entre nosotros, y que con el tiempo también haría algunas incursiones en el cine; su nombre Torrebruno, mucho tiempo responsable del Parque de Atracciones de Madrid, fallecido el día 12 de junio de 1998.
Como no hay nada como la paciencia, descubro que Fernández-Cuenca también estaba al tanto de su faceta canora, y no sólo delatando el premio recibido en Benidorm. Parece que había desarrollado esta actividad cuando trabajaba en la compañía de Somoza interpretando algunas obras de zarzuela, haciéndolo posteriormente en programas de televisión y en emisiones radiofónicas de La Voz de Madrid.
Una sorpresa con respecto a Carlos Fernández-Cuenca: Me entero que en 1961, durante su etapa de director de la Filmoteca Nacional, en desacuerdo con el trato dado por la censura a Fernando Fernán-Gómez prohibiendo su película “El mundo sigue”, se ocupó personalmente de mostrar ante la crítica su más firme oposición y organizó para éstos sesiones en pequeños grupos para proyectarla. Pero uno de ellos adicto al régimen se “chivó” para hace méritos y a él le dieron un tirón de orejas. José María García Escudero que lo alude en su libro de memorias “Mis siete vidas”, dice de él que cuando acaparaba la presidencia de la Filmoteca Nacional (cine del pasado), del Festival de San Sebastián (cine del presente) y la Escuela Oficial de Cine (cine del futuro), debió encerrarlo en una habitación custodiado por guardias hasta que terminara su monumental “Historia del cine español”, que cuando murió obviamente quedó inconclusa.
Se inició Elvira en el cine en el año 1941 haciendo un papel de colegiala en “Los millones de Polichinela” (Gonzalo Delgrás), junto a ella otra primeriza que figurara en la cabecera de cartel en muchas películas de los años cuarenta: Isabel de Pomés.
En los albores del 2007 se la podía ver con su imagen eterna y su pelo blanco sin tintes, en alguna de las tardes de “Cine de barrio” presentadas por Carmen Sevilla. Hoy, 27 de diciembre de 2013, cuando a punto está de concluir este año canalla, ha fallecido en Madrid.
En “Esa pareja Feliz” (Bardem/Berlanga 1951) es Carmen, devoradora de películas y bocadillos de sesión continua en el cine Atlántico, que logra ganar el concurso “La pareja feliz” patrocinado por los jabones “Florit”. Como premio, durante un día ella y su marido (Fernando Fernán-Gómez) serán agasajados en los establecimientos concertados por el patrocinador.
Juan que viene de sufrir un serio revés laboral acepta de mala gana ser consorte feliz, y el día se va llenando de malentendidos e inútiles regalos que desembocan en el puñetazo que Juan propina al mismísimo “Locomotoro”, aquel bajito de los “chiripítiflaúticos” que se empeña en cantarle en caída picada “Pareja feliz”. “Locomotoro” se llamaba Paquito Cano, y esa increíble inclinación que realiza provocando a la gravedad con los pies clavados en el suelo era su carta de presentación, y la hacía continuamente en el programa de Antena Infantil: “Se me mueven los mofleeeeeeeeeetes”.
Los años 50 traen a España cierto aire de optimismo que trata de acabar en lo anímico con la larga posguerra de privaciones. Madrid y Barcelona se llenan de andaluces, manchegos y extremeños que escapan del surco trazado para que sus hijos prosperen poniendo ladrillos en las potentes inmobiliarias que nacen, o alimentando cadenas de montaje de las megafábricas que van a inundar las calles y los hogares de felicidad mecánica.
El dos de marzo de 1950 se ha inaugura el TALGO y el 10 de abril una auténtica “pareja feliz” se fotografía a las puertas del Palacio del Pardo: Carmen Franco se casa con Cristóbal Martínez Bordiú. El 27 de mayo queda abierta al público la 1ª edición de la Feria del Campo. Olor, sabor y color concentrados en el mágico recinto que aún subsiste en la Casa de Campo. Y ese mismo mes se constituye la SEAT, futuro de tórridas ilusiones domingueras que nos permitirá visitar los pantanos pegados al asiento de skay sin camisa, ya que el Ayuntamiento de Madrid, para que se vea la voluntad de modernización, el 8 de julio hace pública una nota con la prohibición de bañarse en el Río Manzanares. Y aunque la cartilla de racionamiento no desaparecerá hasta julio del 52, el régimen pone en juego todo su optimismo a principios del verano del 51 dando luz verde al ambicioso Plan Badajoz, adornándolo a finales del mismo con una sonrisa impecable de tez morena nombrando a José Solís Ruiz “Delegado Nacional de Sindicatos”.
En este marco optimista, donde a pesar de alguna baja importante hasta el cine ha cambiado, y se da más importancia a los jóvenes realizadores del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas que a Juan de Orduña con sus reinas y clérigos, nace “Esa pareja feliz” como un fiel reflejo de la realidad.
“Esa pareja feliz” fue la segunda producción de Altamira Films, en la que Bardem dirigía a los actores y Berlanga a los técnicos, y aunque el resultado final fue enteramente satisfactorio, no logró entusiasmar a los miembros de la Junta de Clasificación, de la que sólo consiguió ser clasificada como de segunda categoría, y aunque José María García Escudero, recién llegado a la Dirección General del Cine, lo tomó como cosa personal y logró la clasificación de primera, la película no pudo estrenarse hasta dos años después y en temporada de verano, que como todo el mundo sabe es mucho peor, ya que al cine también se iba a matar el frío, y ”a pelar la pava”.
Juan (Fernando Fernán-Gómez), trabajador de unos estudios cinematográficos intenta coger al vuelo una de esas oportunidades que la publicidad y los listos hacen que suenen en sus oídos como música celestial, por eso estudia electrónica por correspondencia.
Entrando para mitigar la precariedad en la que vive, en el turbio negocio de la venta de colas de película ante la escasez de material que existe en el mercado.
Carmen (Elvira Quintillá), su mujer, es una soñadora empedernida que hace suyas las historias de las películas que cada día devora en sesión doble, y trata de buscar la misma prosperidad que su marido pero por otra vía, la de la bondad de los concursos radiofónicos.
Mientras que Juan en su inocencia es engañado por la picaresca de otro multioficios en forma de “extra romano” (Félix Fernández), Carmen es tocada por la varita de la fortuna y agraciada en el concurso de los jabones “Florit”, siendo nombrada junto a su marido “Pareja feliz”; especie de “Reina por un día” que será paseada y agasajada por comercios, restaurantes y salas de fiesta durante una jornada.
En el interior del coche que la compañía pone a su disposición para la celebración conviven la ilusión de Carmen con elescepticismoy la amargura de de Juan, que aprovecha el medio proporcionado para intentar dar caza al granuja.
Y a salto de mata el día va discurriendo, atenuando sus entusiasmos y pesadumbres y llenándolos de inútiles regalos, que tras una bronca con el cantante de la orquesta y su pertinente paso por la comisaría, terminaran a los pies de los mendigos que pueblan los bancos del bulevar de María de Molina convertidos en dormitorios de emergencia.
Descalzos y cansados vuelven a casa del brazo, paseando despacito después de haber sacado muchas conclusiones. Las mismas que puede sacar el espectador, que en ella convergen muchas situaciones que dan prueba de una realidad social que aflora por más envoltorio que la adorne.
La película a pesar de la apuesta de José María Escudero creó un enmarañado clima de suspicacias, ya que la censura en su miopía histórica no conseguía discernir entre la ironía y la “inquebrantable adhesión”, expresándose por boca del censor Wenceslao Fernández Flórez en los siguientes términos: “Esto huele a cocido”. Motivos tenían, y si se compara con otras películas de la misma época, donde fueron severamente castigadas todas las alusiones a la pobreza y a la vivienda, no se entiende cómo pudo superarlo. Quizá el éxito radique en que el Estado no se vio responsabilizado de dichas situaciones, como ocurriera en “Surcos” o “El inquilino”. Mérito achacable únicamente a la destreza de los realizadores.
El reparto es un lujo y denota la confianza que había en unos directores novatos que con dos millones de pesetas hicieron la película: Elvira Quintillá, José Luis Ozores, José María Rodero, Rafael Bardem, Matilde Muñoz Sampedro, el debutante Antonio Garisa, el debutante Rafael Alonso, José Orjas, Lola Gaos y un “patoso” Fernando Fernán-Gómez que arrasaba en las taquillas tras hacer “Balarrasa” y cuyo prestigio “acojonaba” a los realizadores.
Cuenta Bardem en su libro de memorias “Y todavía sigue”, que cuando la productora Altamira tuvo el dinero necesario para realizar “Esa pareja feliz”, Berlanga y él establecieron un acuerdo de intenciones ya que tenían que dirigir al “alimón”. Ambos habían decidido que el actor protagonista fuera Fernando Fernán-Gómez, que curiosamente inmediatamente acepto el ofrecimiento. La ropa preparada para el personaje era la de un electricista: un peto, una camisa de cuadros, unas botas y una boina, sentándole al protagonista éste último complemento como un tiro, pero nada dijo el disciplinado actor y se la puso, ratificando en su opinión a los realizadores en cuanto lo vieron, pero cómo decírselo a tan experimentado actor, así que durante toda la película siguió con la boina.
En otra escena, al amanecer tiene que aparecer montado en una bicicleta, pero aparece andando con la bicicleta de la mano, Fernando no sabe montar en bicicleta y ha entendido razonable aparecer junto a ella y no alertar de lo patoso que es, cosa inevitable ya que en la siguiente escena tiene que saltar de un tranvía al pasar por la puerta de su casa, haciéndolo con los pies juntos y a punto está de provocar la caída, por lo que a partir de ese momento los realizadores evitarán las situaciones de “riesgo”.
En esta película también debuta con una sonrisa tras un mostrador de joyería, un actor que con el tiempo será reconocido unánimemente como uno de los mejores: José Luis López Vázquez, que hasta ese momento ejercía de figurinista y ayudante de dirección al servicio de Pío Ballesteros o Rafael Gil.
Por la importancia y la estrecha relación que guarda esta película con el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, diremos de él que fue creado a expensas de rimbombantes órdenes ministeriales de febrero de 1947 e inspirado en el modelo italiano del “Centro Sperimentale di Cinematografía di Roma”, con siete especialidades que mejoraran los diversos aspectos de la profesión: dirección, cámaras, interpretación, sonido, decoración, escenografía y laboratorio.
Es en el año 1951, a la vez que se realiza ésta y alguna otra de las mejores películas de la historia de nuestro cine, es cuando pasa a depender del Ministerio de Información y Turismo, siendo tal su precariedad que los alumnos viven de la teoría hasta que en 2º curso pueden hacer un escueto trabajo inferior a 10 minutos de duración en formato de 16 m/m, y ya en 3º otro que no exceda la media hora. Aun así es una referencia clara para un país que empieza a moverse tras tan larga y exhaustiva posguerra y que necesita expresarse por cualquier medio, entendiendo que el cine puede ser uno de los más interesantes, y el Instituto el máximo aglutinador de ilusionados jóvenes que van a oxigenar la vida cultural española y a remover un poquito sus cimientos.
En “Bienvenido Mr. Marshall” (Luis García-Berlanga 1952) es la guapísima Srta. Eloisa, la maestra de Villar del Río que tras las gafas y el “rohete”, enseña matemáticas a los niños, e historia de los EEUU a los vecinos del pueblo por la próxima visita de los americanos, a los que pide unos mapas pedagógicos cuando se vislumbra que sus necesidades son otras.
Soñadora erótica sobre la que se abalanza un equipo de rugby para darle satisfacción, que creó tanta controversia censora y que obviamente quedó suprimido de la cinta.
Tan “enrarecido” fue el rodaje, como mil veces se ha delatado, que cuenta que casi le pega el productor por defender a Berlanga del acoso que sufría de los veteranos de la profesión, teniendo que mediar Pepe Isbert enfrentándose a él para que no lo hiciera, a cuya hija, María Isbert, fue ofrecido el papel de Srta. Eloisa en primera instancia, y no pudo realizarlo por encontrarse afectada por uno de sus múltiples embarazos.
En “La patrulla” (Pedro Lazaga 1953) es Georgina, la bambina italiana enamorada de Vicente (José María Rodero), corresponsal de guerra en Roma con el que comparte crónica y hotel, y evita el compromiso con ambigüedades, mientras defiende el honor de la España ultrajada a puñetazos contra un americano. ¡Que tiempos de desconcierto!
En “Aeropuerto” (Luis Lucia 1953) es la dependienta de la floristería donde Luis (Fernando Fernán-Gómez) entra a comprar flores para Lillianne (Margarita Andrey), quedándose un poco perpleja cuando el hombre prácticamente sale corriendo cuando con nombres técnicos le dice que la orquídea cuesta 500 pesetas.
En “La Hermana Alegría” (Luis Lucia 1954) es Isabel, una pretérita “gran pecadora” recogida por las monjas para redimir sus pecados tras las tapias de un convento, donde encuentra el aliento de la Hermana Consolación (Lola Flores), que no solo le hace recuperar su alegría y su autoestima, también con su testimonio la guiará hacia el noviciado de Zaragoza para poder cumplir su sueño de irse a las misiones.
En “El guardián del paraíso” (Arturo Ruiz-Castillo 1955) es Cecilia, la moza bonita que frecuenta la tarde de los domingos las verbenas de farolillos y mesas de tijera, donde baila con quien se lo pide amablemente y de la que en la distancia se enamora el sereno Manolo (Fernando Fernán-Gómez), que no se atreve a decirle nada por sus horarios cambiados y por sus pocos recursos, viéndola pasar con uno y con otro sin decidirse. Hasta que un día espantándole a un pesado se le insinuó, y ella le obligó a que la invitara a salir una tarde y perderlo después por la indecisión de el del “chuzo”. Lo que tendrá que remediar un señor charlatán (Rafael Bardem) que en la madrugada le da cháchara al sereno para que se decida de nuevo a hablar con la joven. No es otro que el señor mayo que habitualmente la acompaña conocedor de los sentimientos de ambos.
En “Viaje de novios” (León Klimowsky 1956) es Merche, parte de la indivisible pareja de “pichoncitos” que forma junto a Lorenzo (Manuel Alexandre), del que vive enganchada de manos y miradas en el hotel de la sierra donde junto a otras parejas pasan su particularísima “luna de miel”.
En “Los tramposos” (Pedro Lazaga 1959) es la esposa de D. Arturo (José María Rodero), director de “Confort Express” al que los tramposos vestidos de enfermeros le devuelven con una pierna escayolada tras una borrachera. Por lo que reciben un talón de 2000 pelas y un billete azul de propina (supongo que de 5 duros).
En “Sólo para hombres” (Fernando Fernán-Gómez 1960) es Felisa, la criada de la familia Sandoval, cuya función principal es avistar desde el gélido balcón el paso de pretendientes para que las niñas salgan a exhibirse con intenciones de pescar novio.
En una de las “guardias” se desmaya por el frío y tienen que reanimarla con coñac, por lo que a partir de ese momento ve a los pretendientes de cuatro en cuatro.
En “Plácido” (Luis García-Berlanga 1961) es Emilia, la mujer de Plácido (Cassen) y hermana del cojo Julián (Manuel Alexandre), que prácticamente vive con toda su familia con la más absoluta normalidad en los retretes públicos que cuida durante el día.
En “Aprendiendo a morir” (Pedro Lazaga 1962) es Ángeles, la hermana de Manuel Benítez “El Cordobés”, que vive en una casa pobre de Palma del Río con tres hijos pequeños que cría en soledad y miseria recibiendo puntuales ayudas y visitas de su hermano; ladrón de naranjas y gallinas que consigue triunfar en el toreo para salir del hambre, que la llevará en el coche inmenso del triunfo a la nueva casa de la abundancia.
En “Lola, espejo oscuro” (Fernando Merino 1965) es la esposa de Tomás, marido ajeno con el que desde hace tiempo no existe entendimiento, al que tolera que descaradamente frecuente a Lola (Emma Penella) en plenas vacaciones en el parador serrano, y que haga importantes regalos a la meretriz hasta el día que muere cuando se baña junto a ella en el Pantano de San Juan, por lo que se ve en la obligación de llamar a Lola con el ánimo de que le diga para efectos contables el importe del talón que su marido le dio el día anterior y que no había anotado en la matriz. Insultándola sin aspavientos al asegurarle que su marido pagaba más por “esas cosas” cuando se entera que sólo era de 10.000 pesetas.
En “Operación Plus Ultra” (Pedro Lazaga 1967) es la maestra de Sotillo de la Adrada, la que se presenta en el Aeropuerto de Barajas con una niña de la mano llamada Mari Carmen. Una de sus alumnas seleccionadas por sus valores humanos que enfermó y en el último momento se ha recuperado, y aunque la plaza ya ha sido cubierta, el periodista Aguilera (Alberto Closas) asumirá la responsabilidad para que viajen 17.
Desde Sotillo seguirá la expedición en la televisión comunal junto a la madre de la niña, la que daría cualquier cosa por ver a su hija en tan extraordinarios paisajes, ya que su ceguera le impide hacerlo. El cuidado de esa madre ciega con tan corta edad, ha sido el valor de la niña para viajar junto al resto de los expedicionarios.
En “La colmena” (Mario Camus 1982) es Visitación Lecler, la madre de Julita (Victoria Abril) y mujer de Roque (José Bódalo), mujer temerosa de Dios que lee alborozada una revista de un santo muy milagroso, donde aparecen ella y su hija como donantes de un “durito” cada una para bautizar a sendos chinitos con el título de “Roque” y “Ventura”.
En “A la pálida luz de la luna” (José María González Sinde 1985) es Teresa, producto de la economía sumergida que cose pantalones en su casa a la luz del flexo, y los domingos, vestida de enfermera de la Cruz Roja, toma la tensión en la Plaza Mayor de Madrid por 200 pesetas, acompañada por Mingote que vestido de médico hace las prescripciones oportunas.
Habitante del edificio de D. Federico (Luis Escobar) aparece en su casa para enseñarle un certificado de matrimonio secreto, por las habladurías que corren por la escalera de que está viviendo amancebada.
* Autor de “El cine español: algo más que secundarios (Más allá de la ficción)