Emocional
Pensando desde la izquierda, una amiga vasca se pregunta por qué no surgen movimientos como las CUP o la familia EH Bildu en el resto del Estado. Olvida varios movimientos relevantes de características parecidas, pero hay un olvido mayor: que esas organizaciones se mueven en el espectro del principal atajo emocional de la política, el nacionalismo. Se podría decir que, en sus territorios, juegan con ventaja. Obviamente, no es lo mismo hacer izquierda en Guipúzcoa que en Madrid, por ejemplo, donde el atajo no es ni podría ser nunca el nacionalismo, ni siquiera un nacionalismo a la contra.
Sin embargo, no todo es tan obvio. La izquierda social del resto del Estado fracasa en el intento de convertirse en izquierda política porque desprecia ese factor emocional que está presente en algunas organizaciones nacionalistas, aunque no sea, en modo alguno, propio del nacionalismo. Siguiendo con el ejemplo de Madrid, el que mejor conozco, se planta ante la ciudad con la misma actitud de la izquierda tradicional: como si la ciudad no estuviera; como si no tuviera necesidades y características propias. Creen que Madrid es un decorado de España, que no merece una aproximación específicamente madrileña fuera de lo económico. Al final, hacen política desde cualquier sitio menos desde Madrid. Olvidan que en política, como en literatura, no se puede llegar a lo general sin partir de lo concreto.
Pero la carta emocional tiene otra cara donde también fracasan. Algunos hombres y mujeres de una España distinta, la España de la década de 1920, lo entendieron bien: si querían desequilibrar la balanza a favor de las fuerzas del progreso necesitaban un sueño colectivo que fuera, a la vez, el continente de todas las políticas concretas. Eso es la República. Sin sueño colectivo, sin un proyecto entero de país, no hay ninguna política concreta que pueda reunir las voluntades y los afectos necesarios para cambiar de rumbo. ¿Dónde están hoy esos hombres y mujeres?
* Escritor y traductor literario. Editor del diario La Insignia