En el principio, estuvo la violación
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
Diez estampas femíneas en sus collages.
Historia de la mujer occidental: de la mutilación a la esclavización pasando por los magnicidios…
Dicen que la guerra es la partera de la Historia pero, quien dice guerra, dice violación. La exigua diferencia entre una y otra estriba en que las vencidas desaparecen mientras que las vencidas y violadas quieren desaparecerse. Observemos dos casos célebres:
Si hemos de creer a unos historiadores romanos que escribieron siglos después de los hechos, hace 2.500 años, Sexto Tarquinio, hijo del rey de Roma, violó a Lucrecia, esposa de uno de los cortesanos del rey. Tras la tropelía, Lucrecia se suicida, la plebe se rebela, expulsa al monarca y ¡happy end!, funda la República romana.
“Lucrece, quoth he, ‘this night I must enjoy thee:
If thou deny, then force must work my way,
For in thy bed I purpose to destroy thee”
… She conjures him by high almighty Jove,
By knighthood, gentry, and sweet friendship’s oath,
By her untimely tears, her husband’s love,
By holy human law, and common troth,
By heaven and earth, and all the power of both”
(Shakespeare, The Rape of Lucrece, 1594)
En la Castilla medieval, el sacrificio de la víctima se reedita so pretexto de la afrenta que sus esposos infringen a las hijas del Cid, ricahembras violadas dentro del casorio y apaleadas. Las doñas no se suicidan pero piden a sus infames esposos que las decapiten para ascender en el martirologio. Siglos después del mito de Lucrecia la Casta, las víctimas siguen culpándose a sí mismas:
“En el robledo de Corpes entraron los de Carrión,
… “Aquí en estos fieros bosques, doña Elvira y doña Sol,
vais a ser escarnecidas, no debéis dudarlo, no.
… Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
“Don Diego y don Fernando, os rogamos por Dios,
dos espadas tenéis, fuertes y afiladas son,
el nombre de una es Colada, a la otra dicen Tizón,
cortadnos las cabezas, mártires seremos nos”.
… Lo que ruegan las dueñas de nada les sirvió.
Comienzan a golpearlas los infantes de Carrión;
con las cinchas de cuero las golpean sin compasión;
… Ya no pueden ni hablar, doña Elvira y doña Sol,
en el robledal de Corpes dadas por muertas son.”
(Cantar del Mío Cid, siglo XII ambientada en el siglo XI)
Tanto Lucrecia como las hijas del Cid son ficciones míticas. No hay pruebas de la existencia de ninguna dellas. Si han perdurado es por su énfasis en que la mujer violada debe pagar un tributo extra: el suicidio en la Antigüedad y el ansia martirológica en el Medioevo. No es solamente la sospecha de la voluntariedad en su entrega a los zafios –“algo habrán hecho”- sino, asimismo, el convencimiento popular de que son pecadoras y sucias. De ahí que, en ciertos países bárbaros, se condene con cárcel perpetua el intento de aborto.Ilustraciones: Arriba, La violación de Lucrecia, de Palma el Joven, siglo XVI, Hermitage, San Petersburgo. Abajo, Las hijas del Cid, de Ignacio Pinazo, 1879.
· Otra serie de collages sobre la reproducción animal y humana
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