Encubando la rabia
Estoy enferma, lo sé. No se trata de un mal físico que se pueda sanar con medicinas o cuidados. Es otra cosa. El primer síntoma fue una tristeza pegajosa que se me agarró en el hígado. Lo sentía golpeado por esos heraldos negros de los que hablaba Vallejo. Noticias escalofriantes en forma de estadísticas que cuentan la desdicha de la gente con guarismos asépticos. Una hemorragia de parados, cada uno un drama personal e intransferible, para esta sociedad prefabricada del sálvese quien pueda. Luego vino la fiebre que me subió de repente al contemplar que nadie hacía nada para evitar la sangría. Por el contrario, los pretendidos remedios escondían un criminal acelerante. Nos decían que la reforma laboral podría ser un torniquete que cortara el trágico fluido de desempleados. Mentían a conciencia o, más bien, a falta de ella. ¿Cómo se va a crear trabajo abaratando el despido? ¿Cómo fulminando los derechos, rebajando los sueldos o acabando con lo público? Ya vamos camino de los seis millones de parias del sistema. Mentían, mienten. Simplemente no quieren arreglarlo.
Los políticos dicen que buscan medidas para combatir el paro pero no toman decisiones concretas para hacerlo. Recetan austeridad y no exploran alternativas a la tenaz anorexia a la que nos someten. Tampoco quieren ocuparse de los desahuciados. Entregan nuestro dinero a los bancos, a los ejecutores de las personas que se quedan sin vivienda. Permiten, gracias a una ley del s.XIX, que les roben sus casas cuando caen en desgracia. Y, por si fuera poco, consienten que sus vidas se hundan en un pozo de miseria arrastrados por una deuda eterna con esta banda de trileros financieros. En este país rescatamos bancos, no seres humanos.
La Constitución solo se abre, como un melón jugoso, para hacernos avalistas de sus tropelías. No para facilitar la dación en pago o proponer moratorias que ayuden a aplazar las hipotecas a los desempleados. Algunos deciden suicidarse. Yo creo que son crímenes de Estado. Me sobreviene una arcada. Amancio Ortega nos muestra su lado filantrópico. Potentes alabanzas, loas sin fin para el tercer hombre más rico del mundo. Ha donado veinte millones para Cáritas. Generosas limosnas de los poderosos que evaden sus impuestos con subterfugios legales y explotan en sus deslocalizadas fábricas a los trabajadores. De las comisuras de mis labios brota una espuma verde. Una baba espesa y muy amarga. Creo que ya se lo que me pasa. Estoy encubando la rabia.