Entre islas (2018)

Entre islas (2018)

Por Francisco Cabanillas*

Yo vengo de todas partes,
Y hacia todas partes voy:
José Martí

Este libro, más que un libro, es un deseo; más que deseo,
una intención; más que una intención, es sed.
Eugenio María de Hostos

I
En el vuelo de San Juan a Miami, subrayar este párrafo del librito de Michel Onfray, Teoría del viaje. Poética de la geografía (2016):

“La pasión del viaje no abandona al cuerpo de quien ha experimentado los violentos venenos del cambio de aire, de la expansión del cuerpo, de la soledad existencial, de la metafísica de la alteridad, de la estética encarnada.”

Según nos acercamos a Las Bahamas, el recuerdo de la arena gruesa y movediza de la playa frente a la Bahía de Goodman en Nassau, casi imposible de correr sobre ella, desata una metafísica de la otredad pasajera.

De Miami a La Habana, el vuelo es corto. Desde el avión, sobrevolando La Habana, buscar en vano la Avenida de la Independencia que conecta el norte habanero con el Aeropuerto Internacional José Martí al sur.
Una vez en el Vedado, deseoso de que la realidad cristalice como un caleidoscopio, plantarse en el ojo del huracán citadino: entre la Calle L y la Avenida 23.

Para sentir el vórtice de esta intersección con cierta antillanía, despunta la pregunta, en la última parte del segundo capítulo de Caribe Two Ways: cultura de la migración en el Caribe hispánico (2003), “’Esta Isla y la otra Isla: narrativas de la emigración cubana en Puerto Rico”: “¿Existe una cultura cubano-puertorriqueña?”

Como si lloviera sobre mojado, la referencia a Caribe Two Ways abre un espacio inesperado en el centro de la intersección habanera, el cual remite al origen del cuento de ciencia ficción de Yoss, “Fangio in memoriam big race” (2007); a saber, la idea que, como dice la autora de Caribe Two Ways Yolanda Martínez-San Miguel, venía trabajando Jorge Mañach desde Puerto Rico, a la que le dedicó los últimos días de su vida (1898-1961), según la cual, contrario a la tradición decimonónica que veía a Cuba como el futuro de Puerto Rico, es este el que se vislumbra como futuro de Cuba.

Planteamiento que Yoss pone en acción en su cuento desde el cyberpunk.

II
De La Habana a Miami y de esta de vuelta a San Juan, donde espera, desde La invención del Caribe (1997), esta cita sólida, demasiado sólida, que no es posible ignorar ni sobrevalorar, del sociólogo haitiano Jean Casimir, ¿escrita en un grafiti de Santurce que evoca la conexión decimonónica de Ramón Emeterio Betances con Haití?:

“es incorrecto pensar que el Estado nacional —tal como lo ha concebido Occidente— deba o pueda sustituir necesariamente el tipo de Estado colonial que el Caribe ha conocido.”

El de San Juan a Santo Domingo parece un vuelo tan corto como el de Miami a La Habana. Ruta; del Atlántico sanjuanero al Caribe quisqueyano, cruzando, entre los sordos gritos de los ahogados que navegan la ruta en yola, por el Canal de la Mona.

La entrada triunfal al país quisqueyano por el Aeropuerto Las Américas —esa parte en la que el avión vuela sobre el mar y de repente aterriza— resulta dramática.

III
Santo Domingo. Del aeropuerto, por la Autopista las Américas, o Ruta #3, a Gazcue, cruzando hacia el oeste el Río Ozama por el Puente Ramón Matías Mella; la relativa proximidad del Parque Bartolomé de las Casas, más al sur del Alcázar de Don Diego Colón en la Zona Colonial, desata una referencia textual.

Desde el libro de Antonio Benítez Rojo, La isla que se repite (1989), llegan ecos de la plaga de hormigas que, en la segunda mitad del siglo XVI, invadió La Española en un cargamento de plátanos que venía de la isla de San Juan.

Desde la Filosofía de la Liberación Latinoamericana, dice Enrique Dussel, Las Casas se tiene que considerar, sin esencialismos, como un filósofo latinoamericano.

De Gazcue a la Puerta del Conde, en el Parque Independencia, frente a la entrada de la peatonal y literaria, demasiado literaria, Calle El Conde, por la que resulta imperioso caminar. En la esquina de El Conde con la Calle Arzobispo Meriño, después de la Calle Hostos, esperan en las mesas al aire libre del Hotel Conde de Peñalba la literatura dominicana de Fernando Valerio Holguín, “El palacio del terror,” en Los nuevos caníbales (2000), y la gastronovela del costarricense Rafael Ángel Herra, D. Juan de los manjares (2012).

Del Hotel Conde de Peñalba al Parque Duarte; al otro lado de la calle, pasando la Iglesia de los Dominicos, en la explanada delantera, sobre un fondo color ladrillo colonial, acontece la aparición más voltaica del verano (2018): encuentro con el Jesús desamparado (2011) del escultor canadiense Timothy Schmaiz. Un Cristo homeless que, cubierto por una manta negra bajo el sol candente de la tarde, duerme arropado en un banco de la plazoleta.

A distancia, el bulto negro parece el de un hombre real. Cuando uno se acerca, angustiado por el calor que sufre el desamparado, se da cuenta de que es una escultura de bronce, y de que el que duerme bajo la manta calurosa es Jesucristo, cuya cara no vemos, solo las heridas en los pies del crucificado.

Desde el Evangelio según Mateo, “Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme,” el Homeless Jesus de Schmaiz choca por un lado con el cuento de Borges, “El Evangelio según Marcos” (1970), y, por el otro, es acogido por la Filosofía de la Liberación Latinoamericana.

De la Iglesia de los Dominicos a la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, para leer, en el segundo piso, el libro editado por Chiqui Vicioso, Julia de Burgos en Santo Domingo (2018):

“Así como encontré aquí [República Dominicana] gente que se conmovió con la poesía y la vida de Julia, encontré también cierta resistencia a la difusión de su obra porque era puertorriqueña. Yo atribuyo esto a que no se entiende nuestra historia como naciones, y nuestro destino común como islas del Caribe.”

Mirar alrededor —¡no hay nadie entre los libros! —; no obstante, buscar los ojos, fantasmas, que miran. El libro de Vicioso es un homenaje dominicano a una poeta puertorriqueña, además de por su poesía, por su solidaridad contra la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.

Parar de leer. Levantarse. Subir y bajar por el ascensor de cristal. En la hemeroteca, mirar las fotos colgadas en las paredes. Entonces, dar de golpe con los ojos que, fantasmalmente, miraban leer Julia de Burgos en Santo Domingo; a saber, las fotos del centenario de Julia (2014), celebrado, en el contexto de la Feria del Libro en Santo Domingo en 2016, en esta biblioteca. Fotos que miran; algunas de las cuales, ¿la de Áurea María Sotomayor o la de Carmen Centeno Añeses?, están en Julia de Burgos en Santo Domingo.

De la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña a la Estación Casandra Damirón, cerca, pasando por la Feria Internacional del Libro y el Teatro Nacional Eduardo Brito, para bajar al mundo subterráneo de la transportación pública. Línea 1. Al entrar a los vagones, la realidad de que son trenes españoles de RENFE desata una Intertextualidad transatlántica. ¿Cita o parodia?

De la Estación Casandra Damirón hasta la Estación Hermanas Mirabal, al otro lado del Río Isabela; leyendo la primera parte, autoparódica, del poemario de Frank Báez, Postales (2009), en la que la poesía socaba la sustancialidad del poeta.

Desde las resonancias antitrujillistas de la Estación Hermanas Mirabal hasta las resonancias balagueristas de la Estación Mamá Tingó.

Tensión política; cuando la Línea 1 pasa por la Estación Joaquín Balaguer, presidente de la república bajo cuyo segundo mandato asesinaron a la activista campesina Mamá Tingó en 1974, el tren se sacude.

De la Estación Mamá Tingó volver a la Casandra Damirón; de esta, en taxi, llegar hasta la Librería Cuesta en busca de una novela dominicana, Ritos de cabaret (1991), que no tenían en la librería La Trinitaria de la Ciudad Colonial, donde había ejemplares de Bibliohemerografía hostoniana de autores dominicanos (1876-2003) (2003), del historiador Miguel Collado.

Entre libros de muchos tipos, los de alemán en la Cuesta dan cuenta de la realidad turística del país. Además de la novela dominicana de Marcio Veloz Magiolo, se suma el poemario de Pastor de Moya, Buffet para caníbales (2002).

IV

De la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, por la Calle Félix María del Monte, hasta la Avenida Simón Bolívar. De esta a la Calle Benito Monción, pasando la Academia Dominicana de la Lengua, hasta la Avenida Independencia e inmediatamente después a la Calle José María Heredia, al final de la cual, como si fuera poesía, se halla, frente al Mar Caribe, Adrián Tropical, restaurante que evoca, desde las parrilladas, la novela de Leopoldo Marechal, Adán Buenosayres (1949).

De Adrián Tropical, por la Avenida George Washington, también conocida como El Malecón, hacia el oeste, hasta La Parrilla Steak House. ¿Parece mentira la realidad? Entre el flujo imparable del tráfico automovilístico y la soledad de la acera por la que no camina casi nadie en esta zona del Malecón; entre el hollín que produce la George Washington y la poca costa playera que mira hacia el Caribe, volver de La Parrilla Steak House, en dirección hacia Adrián Tropical, hasta la Calle Socorro Sánchez.

Subir hasta la Calle Félix María del Monte y la César Nicolás Penson frente a la Biblioteca Pedro Henríquez Ureña. Entrar al apartamento alquilado en el segundo piso; abrir Julia de Burgos en Santo Domingo y buscar, del poema que ella escribe contra el dictador, “Himno de sangre a Trujillo” (1944), los últimos versos: “Sombra para tu nombre, General. / Sombra para tu crimen, General. / Sombra para tu sombra.”

V

Para cerrar cuentas con Trujillo y su sucesor, descartar la visita al Faro de Colón que Balaguer inauguró en 1992, localizado al lado este del Río Ozama. En vez, desde la Plaza de la Hispanidad, frente al Alcázar de Don Diego Colón, evocar la mulatez de Julia de Burgos junto a su amante dominicano Juan Isidro Jimenes Grullón.

VI

En la Catedral Primada de América, el aire frío refresca los pulmones. Los arcos góticos deleitan los sentidos. La iglesia huele a libro.

Cerca de la Catedral, en una de las mesas al aire libre del Hotel Conde de Peñalba, esperan los libros. Por un lado, la antología de cuentos caribeños, Los nuevos caníbales (2000), abierta en el cuento del dominicano Fernando Valerio Holguín, “El palacio del terror,” cuya voz parece oírse entre la muchedumbre que fluye por la Calle El Conde: “Miren este otro mendigo, que un día creyó haber alcanzado Fama y Fortuna y ahora lamenta sus llagas […] Este, consideren Ustedes, es ya un Santo si tomamos en cuenta las lágrimas que corren profusas por su barba […] Escuchen el grito de los que han quedado llorando el vacío de sus horas sin fin […].”

Por otro lado, la gastronovela costarricense de Rafael Ángel Herra, D. Juan de los manjares (2012):

“Mira cómo te verías si te vieran mirar […] diría que fue una cena [la de D. Juan y Lucila] de miradas y silencios. Las miradas iban horneando el pan detrás de los silencios. El encuentro alimentaba los gustos de cada cual. ¿Por qué no habrían de imaginarse la comida perfecta? La carne está a punto, el aceite bulle, hace falta un poco de sal y pimienta, tal vez salvia fresca, no mucha, para matizar el efecto… La cocina es el lugar de los dioses si el deseo crepita y flotan los aromas del placer sobre la carne […].”

VI

Por la mañana, en la Calle Félix María del Monte, casi frente a la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña, el carrito de frutas que se para en la acera, un poco más abajo del apartamento, resuelve con creces el desayuno después del café: piña, mango, sandía, papaya… ¡Ensalada feroz!

Al mediodía, en la Zona Colonial, el restaurante-bar cubano La Casa del Mojito le pone moros al arroz con carne y maduros. Para la cena, en El Conuco, el Bacalao de la Comai lo resuelve todo, incluida la alegría del mesero al mostrar la foto del exgobernador neoliberal de Puerto Rico, Alejandro García Padilla (2013-17), durante la visita de este al restaurante.

Como culminación tautológica, en El Gallego, frente a la Biblioteca Pedro Henríquez Ureña, el Pulpo a la Gallega con paprika…

En caso de desarreglos imprevistos, la oferta transnacional del Batimóvil Foodtrck se impone: una panoplia de 12 camiones con hamburguesas, arepas, chachapas, tequeños, gyros, tacos, costillas de cerdo, filetes de res, de pollo… Para el día a día, el plato clave dominicano, La Bandera, basta y sobra para un boricua: arroz blanco, habichuelas rojas y carne.

Vuelta a la Zona Colonial, Calle Duarte #53. Entre el cuento dominicano de Fernando Valerio Holguín, “El palacio del terror,” y la novela costarricense de Rafael Ángel Herra, D. Juan de los manjares, la realidad dominicana pone sobre la mesa una mezcla del mar y la tierra: arenques con pollo y arroz con habichuelas.

En una esquina de la Calle El Conde, comprar la piedra de Larimar al artesano que explica la historia del mineral dominicano.

VII

Volver a la primera oración de Julia de Burgos en Santo Domingo, escrita por el editor Pablo Marcial Ortiz Ramos:

“Julia de Burgos nunca pisó suelo dominicano, pero su existencia estuvo profundamente entrelazada con el hermano pueblo caribeño al que le unió su militancia en la lucha antitrujillista y su amistad con dos personalidades cumbres de la República Dominicana: el profesor Juan Bosch y el Dr. Juan Isidro Jimenes Grullón, ‘rival del Río Grande de Loíza.’”

Pensar en la novela de Mayra Santos Febres, Sirena Selena vestida de pena (2000): “’Vampiresa en tu novela, la gran tirana […]’, ensayaba en el avión Sirena camino a la República Dominicana [desde Puerto Rico].” Después, en la de Wilfredo Mattos Cintrón, La vida es una enfermedad sexualmente transmitible (2014): “La comunidad dominicana se había dividido ante la muerte de Aparicio Malverde: unos lo denostaban por participar y promover negocios nebulosos mientras que otros lo ensalzaban como benefactor de los pobres emigrados a una tierra que si bien hermana no estaba exenta del maltrato y el discrimen.”

Contrapuntear, de Jorge Duany, Los dominicanos en Puerto Rico (1990) y Los cubanos en Puerto Rico (1995); verter la cocción resultante sobre la razón/sazón dominicana, cubana y boricua que ensalza Edgardo Rodríguez Juliá en Elogio de la fonda (2001). Terminar en la antillanía de Luis Palés Matos: “Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico / fogosas y sensuales tierras mías” (1957).

* Francisco Cabanillas (1959, Puerto Rico) enseña lengua castellana, cultura y literatura hispanoamericana en Bowling Green State University, Ohio. Ha publicado cuatro libros de ensayo: Escrito sobre Severo (1995), Pedreira nunca hizo esto (2007), K-lores del trópico: ensayos transboricuas (2012) y Ensayos silenistas (2014). Miembro de LoQueSomos
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