Estación 53
Iñaki Alonso*. LQSomos. Marzo 2015
Parado en una estación, solo… Las miradas se cruzan, por la estación se circula, se mueve mucha gente, no conozco a nadie, no miro a nadie, nadie me ve, desconocido, de incógnito entre la multitud, con el sabor del beso del alba.
Aguardo un tren, no sé cuál es, pero sé que lo conoceré cuando llegue a mi andén… ¡llega! No necesito reserva, horario, ni ningún dato, ni tan siquiera un billete, gastos pagados en los réditos de unas décadas ya vividas.
Me volveré a subir a la máquina de hierro para iniciar un viaje que tampoco sé dónde me llevará y que a estas alturas no me causa ninguna incertidumbre. Sé que voy a un destino, me da igual si es equivocado.
A día de hoy cuento con pocos aciertos, pero no (me) importa, tampoco me arrepiento, he viajado ¡quién da más! sitios, lugares, monumentos, bonitos… feos, mejores, peores, años de camino… mi viaje.
Ahora de nuevo inicio otro viaje, una ruta más, cada vez con menos equipaje, el tiempo ya es más corto e incluso los sueños dependen de un antojadizo reloj capaz de ralentizar o acelerar a su caprichoso gusto.
Lo único, lo peor, lo malo, lo que acongoja, es sentirte solo en una estación, aunque sepas que te marchas, que un tren inmediato me llevará a otro paisaje. El vacío, la angustia, ansiedades de conciencia.
Sí, lo reconozco, me hubiera gustado tener la compañía de las palabras a las que ahora calla esta soledad, tal vez sea parte de un peaje no pactado, después de haber andado tantas ausencias en compañía.
Me acompañan dos estrellas, chispas de vida, mechas de razón, para qué pedir más, nada más. Gratitudes del ayer, hoy alejarme de lugares, mañana perderme entre momentos con el sabor del beso del anochecer.
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