Francotiradores contra niños y huelgas de hambre femeninas
Por Nònimo Lustre
En Gaza y Cisjordania, ¿puede haber algo peor que morir en un bombardeo sionista o acribillado por unos colonos ansiosos de sangre ajena? Pues sí que lo hay: sería peor caer en una cárcel sionista porque allí torturan y después, asesinan. Ejemplos: desde que -hasta la fecha, hace dos meses-, comenzó la mal llamada “guerra Israel-Hamás” -en puridad, genocidio contra los gazatíes y contra el gobierno autónomo de la Franja. Ya han sido reconocidos públicamente seis víctimas mortales de palestinos enjaulados en las atestadas prisiones sionistas. Los cadáveres de varios dellos, mostraban evidentes signos de violencia -a uno le partieron el fortísimo hueso del esternón. Estos seis asesinatos han sucedido en las dos semanas siguientes a sus detenciones.
Tan criminal deriva, ha alarmado al socialdemócrata diario Haaretz quien, caso insólito, pidió que las cárceles no se conviertan en patíbulos (“Israeli Jails Must Not Become Execution Facilities for Palestinians”; editorial de Haaretz, 08.XI.2023) Evidentemente, los verdaderos poderes sionistas -el Tsahal y el Rabinato o gobierno de los Rabinos- no les harán ningún caso. De hecho, veamos un reciente caso:
Foto de Omar Hamza Hassan Daraghmeh, palestino preso ‘administrativo’ -léase, sin acusación ni juicio- murió en “extrañas circunstancias” el 23.X. 2023. en la cárcel de Megido.
Pero la vesania sionista llega aún más lejos: orinan en los cadáveres de los palestinos y lo graban y difunden en las RRSS (Shocking video of Israelis urinating on dead Palestinians surfaces on internet; 16.X.2023) Y, lo que, probablemente es todavía más infame: Israel no entrega los cuerpos de 11 palestinos muertos en prisión (27.VIII.2023)
Los Santos Inocentes
Foto regalada por el Tsahal para mostrar que detienen civilizadamente a los niños palestinos
Foto mucho más realista: unos policías sionistas disfrazados de palestinos con el famoso pañuelo kefiye, acogotan a un imberbe palestino.
Como todos sabemos, los niños son las víctimas preferidas para el sionismo. Si me permiten, recuperaremos un párrafo publicado hace un lustro:
“Los francotiradores sufrían nostalgia de sus buenos años; había que satisfacerlos no fueran a sufrir un absceso de humanidad. Ay, aquellos buenos años en los que emulaban a los tiradores olímpicos o a los cazadores de elefantes en Botswana… Si alguien quiere rememorarlos, que vea Z 32, dirigido por el israelí Avi Mograbi, documental sobre un soldado del Tsahal; o que baje de Internet el documental One Shot (Con una sola bala, año 2004) de Nurit Kedar; en él, los francotiradores israelíes se vanaglorian de sus hazañas y las certifican adjuntando los videos grabados desde su fusil. También en Internet se pueden descargar otras proezas muy detalladas; por ejemplo, cómo el sargento Sholmo Penski mató en el año 2.001 a su primer niño. Fue con un disparo a 200 mts., con viento de 22 kph, usando un fusil Galil con telémetro Bausch&Lomb de 4 a 12 aumentos; todo ello documentado por el propio sargento (ver http://judicial-inc.biz/IDF_Snipers.htm) Pero, ¡ojo!, recuerde todo aquél que consulte temas delicados en Internet que cualquier dato puede haber sido manipulado por la brigada de la Hasbará, unidad militar especializada en la contra-propaganda cibernética” (cf. A.P. marzo 2018. Viernes santo-Maldito en Gaza)
Niña, ¡mucho cuidado!: te puede estar apuntando un francotirador sionista, con o sin telémetro Bausch&Lomb.
El marco conceptual del abismo femenino
Al igual que en el artículo sobre los beduinos negros –“los últimos de los últimos”-, en éste también pretendemos llegar al rincón más olvidado del genocidio contra Gaza: el caso de las palestinas presas que resisten en huelga de hambre (cf. siguiente parágrafo) ¿En qué circunstancias llegan a este abismo? Varios académicos han dado varias razones que aquí enumeraremos desde las generales hasta las circunstanciales:
Ronit Lentin comienza su paper con el ejemplo de Muhammad al-Qiq (33), un periodista palestino que, en 2016, protestó por estar preso ‘administrativamente’ lo que le llevó a mantener 94 días en huelga de hambre hasta alcanzar que se revisara su no-juicio y, asimismo, que fuera cuidado por médicos palestinos -en este año 2023, dudamos que consiguiera ninguno de semejantes logros. Eran tiempos en los que fraguaba una ostentosa injusticia; a saber, que las leyes anti-terroristas se aplicaran siempre a los palestinos y nunca a los sionistas.
Después, según explica en su Resumen, el régimen sionista –al que define como “settler-colonial racial”-, es lo que Agamben llamaba ‘un estado de excepción’ puesto que excluye a los israelíes de todo delito mientras que la opresión, la ocupación y el asedio, se ceban en los palestinos. Y, en su segunda parte del ensayo, ubica la raza en la primera línea y en el fondo, de la sionista (sin)razón consustancial a la diferenciación y la jerarquización que dominan su ideología política. Diferenciación porque el Estado de Israel distingue entre humanos, no-del-todo-humanos y no humanos -los palestinos. Obviamente, concluye que Israel es un estado racista hasta la médula (cf. Ronit Lentin. 2016. “Palestine/Israel and State Criminality: Exception, Settler Colonialism and Racialization”; en State Crime Journal, Vol. 5, No. 1)
Un poco de empirismo: en 2017, un equipo de investigadores preguntó en Israel a estudiantes de secundaria (n= 3554) y les pidieron que ellos mismos completaran una auto-encuesta encaminada a evaluar sus ideas de suicidio real y de sus intentos de suicidio. Además, indagaron sobre depresión, ansiedad, somatización y, a las mujeres, por su sentido de la adscripción femenina. Resultados: los adolescentes árabes padecían elevados niveles de ‘ideación suicida’ y de intentos de suicidio así como un mayor desasosiego sicológico que los alumnos judíos. Asimismo, a las muchachas árabes se les solicitó su opinión sobre su estatus dentro del patriarcado árabe y su inseguridad frente a la doble amenaza de pertenecer a una minoría étnica. Los resultados fueron los que todos sabíamos: entre los árabes, los índices de suicidio fueron menores que entre los judíos pero su ‘ideación suicida’ fue mayor. Aunque Benatov et aliii dan porcentajes y cantidades concretas, no los reproducimos porque no confiamos en las estadísticas sionistas -por motivos muy distintos, tampoco confiamos en las palestinas (cf. Benatov, J., Nakash, O., Chen-Gal, S., & Brunstein Klomek, A. 2017. The Association Between Gender, Ethnicity, and Suicidality Among Vocational Students in Israel. Suicide and Life-Threatening Behavior, 47(6), 647–659. doi:10.1111/sltb.12332)
Puede ser interesante -quizá, hasta curioso-, saber la ‘posición civil’ de los británicos ante la violencia sionista y/o palestina. A fin de cuentas, el Reino Unido (RU) es la antigua potencia colonial que expulsó a los palestinos (ver la famosísima carta de Lord Balfour al mega-banquero Rothschid), los asesinó en masa y, para colmo, delineó las fronteras del Oriente Próximo con la ‘ayuda técnica’ del nefasto espía Lawrence of Arabia. Pues bien, según las autoras cit. infra, las matanzas (huelga añadir, de palestinos) que tuvieron lugar a principios del año 2017, fueron duramente censuradas por los media del RU -una estricta censura financiada por el Gobierno desde que esa poderosa casta adoptó la definición de anti-semitismo patrocinada por la International Holocaust Remembrance Alliance.
Malaka Shwaikh estaba entonces en la Universidad de Exeter y su colega Rebecca, en la de Bristol. Tres años después, consiguieron dar a conocer su versión: sobra decir que, dado su compromiso con Palestina, fueron vilipendiadas por los universitarios sionistas. Malaka fue la primera atacada (ver el parágrafo Malaka’s Story: Guilt by Association), comenzando por The Campaign Against Antisemitism quien distribuyó tweets espurios para difamarla. Por la otra parte (ver parágrafo Rebecca’s Story: Silencing Critique, Erasing Context), Rebecca trabajaba en Belén y Jerusalén. Y, al revés de Malaka, no es judía aunque su padre era oriundo del gueto de Lodz (entonces Imperio zarista, hoy Polonia) En su caso, la difamación vino de un estudiantillo que la acusó ¡de antisemitismo! Como sucedió con Malaka, se impuso la censura ajena… y la autocensura. Así es la objetividad académica cuando se toca el tabú israelí… (cf. Shwaikh, Malaka, & Gould, R. R. 2019. “The Palestine Exception to Academic Freedom: Intertwined Stories from the Frontlines of UK-Based Palestine Activism”; en Biography, 42(4), 752–773. doi:10.1353/bio.2019.0076)
Mujeres palestinas en huelga de hambre
Un esbirro sionista interroga a H.Y., una palestina encarcelada que ha anunciado su intención de ponerse en huelga de hambre. Para disuadirla, le amenaza: “Nunca conseguirás casarte, nunca te quedarás preñada; destrozarás tu cuerpo y tu pueblo te abandonará” -intimidaciones que HY ignorará recordando similares experiencias en Irlanda y en EEUU.
Según la académica palestina Shwaikh, las palestinas comenzaron en febrero 1969 su primera huelga de hambre (HH) en solidaridad con sus prójimos varones: un grupo de mujeres gazatíes de Rafah y Jan Yunis viajaron a la cárcel sionista en Gaza donde aquellos activistas presos estaban siendo torturados. Pero los sionistas no les permitieron acercarse a los muros carcelarios. Más aún, las acribillaron, asesinaron a tres (3) mujeres e hirieron gravemente a trece (13). Aquellas heroínas siguieron protestando. Noventa dellas, se pusieron en una HH efímera en la iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén. Al tercer día, por primera vez en tiempos históricos, los sionistas cerraron la puerta del Sepulcro.
Es bien sabido que, en las cárceles sionistas, las palestinas son menos numerosas que los palestinos pero subrayaremos que sus acciones suelen ser más mediáticamente efectivas y, sus pioneras acciones, mejor coordenadas que las de sus pares varones -ejemplo insignes estudiados en el paper cit. infra, son los de las señoras Itaf Elyan, Mona Qa’dan y Hana Shalabi. Quizá su (relativa) fama sea debida a que las palestinas en HH convierten sus cuerpos y sus vidas en armas (weaponize) para resistir no sólo al sionismo sino también al notorio patriarcado de sus respectivas sociedades envolventes -la hebrea pero también la palestina. Sin embargo, es interesante constatar que estas huelguistas no masculinizan sus cuerpos, no anulan su feminidad y, en definitiva, no piensan en los abusos sexuales a los que se exponen. Al contrario, así combaten el estereotipo de las mujeres como ‘víctimas’ con ‘cuerpos frágiles’.
Insisten en que, siguiendo la estrategia del sumud (constancia, firmeza, en árabe) convierten sus cuerpos en lugares de resistencia –necro-resistencia lo llaman. Para Ellas, concluye la autora, el género no es una barrera sino un ‘factor motivacional’ para protestar contra la injusticia a través del sacrificio personal (cf. Shwaikh, M. 2020. “Engendering hunger strikes: Palestinian women in Israeli prisons”; en British Journal of Middle Eastern Studies, 1–19. doi:10.1080/13530194.2020.1815518)
– Ilustración de portada de Raúl Ibáñez Maya
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