Frente a la inseguridad alimentaria: agroecología y consumo responsable
Las elites ilustradas urbanas y el ecologismo capitalista evocan el bucólico ambiente rural frente al estrés y la contaminación de las ciudades. En el terreno de la inseguridad alimentaria, se responsabilizan de su propia seguridad comprando comida biológica en las grandes superficies o en las tiendas especializadas. Pero esto no es ecologismo ni consumo responsable. No podemos hablar de ecologismo y consumo responsable sólo para unos pocos y sin confrontación con las causas y los causantes de la inseguridad alimentaria que sufre toda la sociedad.
¿De qué se responsabiliza la agroecología?
La agricultura ecológica surge a partir de 1960 en los países occidentales, como reacción a los daños de la agricultura industrializada sobre el medio ambiente y la salud de las personas. Sus diversas escuelas buscan satisfacer a consumidores y ciudadanos preocupados por el deterioro ecológico y las enfermedades alimentarias. Todas ellas proponen formas de manejo agrícola y ganadero sostenible, conjugando prácticas campesinas tradicionales y planteamientos ecológicos. La aspiración de estas agriculturas “alternativas”, centradas en minorar el impacto ecológico y social de la desaparición de los procedimientos campesinos, pasa por recuperar la relación perdida con la naturaleza. Pero lo hacen sin apostar por la construcción de un sujeto social ni confrontarse con el modo de producción global de alimentos y con los intereses del negocio agroalimentario.
El Consejo Nacional de Investigación de EE.UU. definió en 1989 la Agricultura Ecológica como: “un sistema de producción de alimentos y fibra que persigue los siguientes fines: a) mayor incorporación de procesos naturales (ciclo de los nutrientes, fijación del nitrógeno, relaciones depredador-presa, etc.) en los procesos de producción agrícola; b) reducción de los insumos [1] más agresivos para el medioambiente y la salud de agricultores y consumidores; c) incremento del uso del potencial biológico y genético de las especies de plantas y animales; d) asegurar la sostenibilidad de los actuales niveles de producción, adecuando el modelo y el potencial productivo a las limitaciones físicas de las tierras de cultivo; e) eficiencia productiva con énfasis en la mejora del manejo y la conservación de suelo, agua, energía y recursos biológicos. La Agricultura Alternativa no es solo un conjunto de prácticas de manejo, sino que incluye un espectro de sistemas agrícolas, desde el sistema orgánico que utiliza los insumos químicos sintéticos, hasta aquellos que incluyen un prudente uso de plaguicidas o antibióticos para el control de ciertas plagas y enfermedades.” [2]
A pesar de la amplia diversidad de propuestas de manejo que se recogen en este paraguas, todas ellas “no son sino subespecies de esta agricultura biológica y orgánica que corresponde al tipo de agricultura surgido en las sociedades occidentales avanzadas que pretenden afrontar el problema de la degradación del medio y producir alimentos sanos.” [3].
En sus alternativas a la agricultura industrializada, ninguna de estas escuelas contempla los problemas de los países empobrecidos, ni los de los pequeños agricultores y campesinos arruinados por la competitividad del mercado global. En los años 70, Ángel Palerm inició la defensa del sistema campesino como modelo antagónico a la agricultura industrializada capitalista. Víctor M. Toledo, Stephen R. Gliessman y Miguel A. Altieri, profundizaron la defensa de las prácticas campesinas postulando la Agroecología como un cuerpo teórico que contiene las bases científicas para acometer la lucha contra el hambre y el subdesarrollo: “Una primera aproximación a la agricultura ecológica nos llevaría a definir ésta como el conjunto de prácticas agrícolas conservadoras de los recursos naturales defendidas por el movimiento medioambientalista de los años sesenta y setenta en las sociedades avanzadas occidentales y, en el Tercer Mundo, por organismos internacionales y científicos partidarios en la Agroecología. Ambas surgen para encarar, desde la agricultura, la crisis ecológica y confluyen en el rechazo a los productos químicos de síntesis (desde el principio) y al uso de organismos transgénicos (en la actualidad). Por otro lado, estaría la forma más pura de agricultura ecológica, la agricultura tradicional (allí donde ha probado su sostenibilidad) que ha desarrollado históricamente el campesinado.” [4]
Agroecología no sólo es “agricultura sostenible” para los campesinos pobres. Tampoco se reduce a un conjunto de técnicas o un cuerpo científico para una agricultura sostenible. La Agroecología, según nuestro punto de vista, debe plantearse, además otros objetivos. Primero, producir alimentos contando con la naturaleza y no contra ella; segundo, insertarse en el territorio mediante tecnologías apropiadas (variedades autóctonas y prácticas protectoras del ecosistema en su conjunto); tercero, partir de un principio de austeridad en el uso de insumos, especialmente energéticos; cuarto, apoyarse en un conocimiento popular y colectivo, depositario de la sabiduría y la racionalidad campesina que la modernización capitalista destierra por no ser eficiente en términos de mercado; quinto, detener y revertir el despoblamiento del campo, recuperando huertos y actividades agroganaderas tradicionales en proceso de abandono en zonas al margen de los grandes circuitos comerciales; y sexto, entender la producción agroecológica como una actividad armonizada con la vida social rural que comprende salud, educación, cultura, reparto de trabajo de cuidados de niños, niñas, personas mayores y dependientes [5].
La Agroecología puede convertirse en un modo de producción alimentario alternativo a la agricultura industrial y sus circuitos de distribución global planteándose, no sólo los problemas de la crisis ecológica y alimentaria, sino también la crisis del mundo rural y la extinción de la sabiduría tradicional de unos campesinos arrastrados y embaucados por la agricultura química y la competitividad. La Agroecología campesina debe asumir, no sólo la superación de la agricultura industrial, sino también la denuncia de la “falsa” agricultura ecológica para el mercado global.
Dialéctica mundo natural-mundo artificial.
“Las sociedades humanas producen y reproducen sus condiciones de existencia a partir de su relación con la naturaleza. La Agroecología reivindica que el conocimiento más ajustado del potencial de los agrosistemas ha sido captado por los agricultores tradicionales a través de un proceso de ensayo, error, selección y aprendizaje cultural a través de los siglos. Ello significa el reconocimiento de que, en contraste con los modernos sistemas de producción agrícola, las culturas campesinas desarrollaron a lo largo de la historia sistemas ecológicamente más correctos de apropiación de los recursos naturales. En este sentido, el conocimiento formal, social y biológico obtenido de los sistemas agrarios tradicionales y el conocimiento de algunos de los inputs desarrollados por las ciencias agrarias convencionales, junto con la experiencia acumulada por las tecnologías e instituciones agrarias occidentales, pueden combinarse para mejorar, tanto los agrosistemas tradicionales como los modernos, haciéndolos ecológicamente sostenibles.
El principio de coevolución social y ecológica de la Agroecología implica que cualquier sistema agrario es producto de la coevolución entre los seres humanos y la naturaleza. Este hecho tiene implicaciones básicas para el enfoque agroecológico: a) la interacción y mutua determinación de los componentes de cada sistema; b) la concepción de los sistemas agrarios como ecosistemas artificiales; y c) los términos de dicha interacción no se han mantenido idénticos o estáticos a lo largo del tiempo, sino que han ido mutando de acuerdo con la dinámica que tal interrelación ha generado en todas las partes que componen el sistema.
El núcleo central de las bases epistemológicas de la Agroecología lo constituye el concepto de coevolución entre los sistemas sociales y ecológicos. La Agroecología pretende analizar los distintos sistemas agrarios y las experiencias que, dentro de ellos, ha ido desarrollando el ser humano y valorar si las distintas formas de manejo se han traducido en formas correctas de reproducción social y ecológica de los agrosistemas: “Los elementos centrales de la Agroecología se agrupan en 3 dimensiones: ecológica o tecnico-agronómica (considerar el funcionamiento ecológico de la naturaleza y su artificialización mediante manejo agrícola, ganadero y forestal); socioeconómica o de desarrollo local (incorporar la perspectiva histórica y el conocimiento local mediante estrategias de investigación-acción-participativa); y sociocultural y política (introducir junto con el conocimiento científico otras formas de conocimiento local y articularlas con movimientos sociales y de resistencia a la modernización capitalista): La Agroecología pretende que los procesos de transición de agricultura convencional a agricultura ecológica se desarrollen en el contexto sociocultural y político que supone la generación de propuestas colectivas de cambio social. (…) En la situación mundial actual, los cursos de acción agroecológica necesitan romper los marcos de legalidad para desarrollar sus objetivos; es decir, que las redes productivas generadas lleguen a culminar en formas de acción social colectiva adquiriendo naturaleza de movimientos sociales”[6].
¿De qué se responsabiliza el consumo responsable?
Necesitamos organizarnos como víctimas de la globalización alimentaria y ejercitar el legítimo derecho de tod@s y cada un@ de nosotr@s a una alimentación sana. Pero esta acción, aunque necesaria, no es suficiente. Un consumo responsable agroecológico debe responsabilizarse también de la dimensión social, ética, ecológica e internacional que contienen los modos de alimentación implantados en nuestros propios deseos por la violencia publicitaria.
Las elites ilustradas urbanas y el ecologismo capitalista evocan el bucólico ambiente rural frente al estrés y la contaminación de las ciudades. En el terreno de la inseguridad alimentaria, se responsabilizan de su propia seguridad comprando comida biológica en las grandes superficies o en las tiendas especializadas. Las redes de consumidores agroecológicos más vinculadas a las instituciones y a la agroindustria ecológica, como es el caso de la Federación Andaluza de Consumidores de Productos Ecológicos, representan políticamente a estas élites y suscriben acuerdos en los que defienden explícitamente la distribución de productos ecológicos a través de las grandes superficies [7]. Pero esto no es ecologismo ni consumo responsable. No podemos hablar de ecologismo y consumo responsable sólo para unos pocos y sin confrontación con las causas y los causantes de la inseguridad alimentaria que sufre toda la sociedad.
La imposición de pautas de alimentación enfermantes es ilegítima, pero también ilegal. Por eso debe ser impedida. Invitar a comer a todas horas, ofrecer porciones más grandes, hacer publicidad de alcohol y de tabaco dirigida a personas jóvenes o asociar la comida y la bebida basura al deporte o la solidaridad, constituyen un atentado contra la salud. Si los poderes públicos no actúan, la sociedad debe actuar. El consumo responsable agroecológico debe cuidar su propia autonomía respecto a los poderes económicos, políticos y culturales causantes de la inseguridad alimentaria. Es preciso defender este principio, aunque los culpables de la inseguridad alimentaria sean los mismos que dan los apoyos, los empleos y las subvenciones. En la relación de la izquierda con el Estado, esta encrucijada no es nueva. En ausencia de una fuerte movilización ciudadana, no son los movimientos sociales quienes entran en el Estado, sino el Estado quien entra en los movimientos sociales, sometiéndolos al poder económico y político.
Al igual que la producción agroecológica no se reduce a sustituir productos químicos por biológicos, el consumo responsable no consiste solamente en seleccionar alimentos libres de tóxicos por sus etiquetas en las grandes superficies. El consumo responsable debe abordar la seguridad alimentaria entendida como la garantía de una alimentación sana y suficiente para todos. La agroecología, para ser responsable, debe tener en cuenta la problemática del consumo, es decir, de los consumidores. Recíprocamente, el consumo responsable debe ser agroecológico. Los colectivos de consumo responsable, para serlo, deben responsabilizarse no sólo de la calidad de su propia alimentación, sino también de los problemas ambientales, económicos, territoriales y culturales de los agricultores y trabajadores del campo, defendiendo su derecho a producir alimentos sanos, en condiciones dignas, con una retribución justa y unas coberturas sociales y culturales adecuadas. Para sobrevivir como espacios de vida social pacífica y cooperativa, la ciudad y el campo no pueden vivir enfrentados calculando, cada uno por separado, su propia utilidad a costa del otro.
Es necesario cerrar la brecha que el capitalismo produce entre el campo y la ciudad. La necesidad de alimentos de calidad para los consumidores es complementaria a la necesidad de precios justos para los agricultores. No habrá consumo responsable sin un desarrollo paralelo de la producción agroecológica que necesita mantenerse al margen de la exportación y de las grandes superficies.
La elaboración de una cultura alimentaria y su difusión social es el punto de partida de cualquier cambio democrático y participativo en el terreno de la alimentación. Simultáneamente, necesitamos establecer el diálogo y la cooperación entre campesinos agroecológicos y redes de consumidores responsables. La necesidad de alimentos de calidad para los consumidores agroecológicos no puede contraponerse a la necesidad de precios justos para los agricultores responsables. No hay desarrollo posible del consumo responsable sin un desarrollo simultáneo de la producción agroecológica y de la cultura alimentaria. A su vez, si la producción agroecológica no cuenta con la complicidad y el respeto mutuo de las redes de consumidores, es económicamente inviable o presa fácil de la gran distribución y de la hipoteca de las subvenciones.
Es necesario que los consumidores de las ciudades politicemos nuestra actividad y más allá de comer sano o no contaminar la naturaleza, nos planteemos otros problemas como: a) los hombres y las mujeres campesinas que están al otro lado del producto; b) dialogar con las personas y no sólo con el producto a través de su precio; c) establecer redes de consumo organizado pensando en comer alimentos sanos, pero también en moderar los deseos irracionales implantados en el imaginario social por las multinacionales y los intelectuales globalizadores. Esta fuerza social, unida a la producción agroecológica de alimentos, como la cara a la cruz de una moneda, exige un alto grado de conciencia social y ecológica. Estamos hablando de un sujeto social complementario, pero también autónomo. Un sujeto (las redes de consumidores responsables de las ciudades) que, sin ser campesinos, interiorizan en sus deliberaciones, las razones de los campesinos. Recíprocamente es necesario un sujeto (los productores agroecológicos del campo) que, sin ser consumidores de la ciudad, integren las razones de éstos.
Producción y consumo: dos caras de la misma moneda.
La crítica de los “alterglobalizadores” no asume la unidad de la producción y el consumo. El modelo de producción capitalista no sería sostenible fuera de una sociedad de mercado, que a su vez requiere la construcción social de un individuo de mercado. En una sociedad de mercado, el consumo, los deseos y los valores se hacen funcionales a la economía de mercado. Existe una dependencia recíproca entre la globalización capitalista y la generalización del consumismo compulsivo. No es viable una producción capitalista sin un consumo capitalista al igual que, tampoco lo es una economía que garantice las necesidades básicas de todos sin una educación popular en la austeridad.
Achacarle mucho poder social a la elección del consumidor, transmite un mensaje equívoco: “El consumidor consciente puede cambiar la sociedad con su poder de compra”. Esta afirmación asegura que, sin más que modificar algunas de nuestras opciones de consumo, podemos arruinar a las empresas depredadoras y engrandecer a las que cumplen con su responsabilidad social y medioambiental. Sin embargo, ejercer el derecho individual a elegir en el mercado no impugna, por sí sólo, la lógica competitiva y el poder de las grandes multinacionales.
Siendo necesaria la opción individual, incluso agregada en pequeños colectivos, no es suficiente. La eficiencia social y medioambiental es incompatible con la eficiencia económica que persiguen, e imponen a la sociedad, las grandes empresas en una economía de mercado. Tras su apariencia alternativa, esta receta comparte el paradigma neoliberal de “la democracia del consumidor”: “La decisión del consumidor es capaz de premiar a las empresas eficientes y castigar a las que no lo son”. Esta es otra versión de la “mano invisible del mercado” que convierte el egoísmo privado en prosperidad pública. “Los consumidores nos votan cada día comprándonos”. Las alusiones al “poder de los consumidores” son un halago al narcisismo del consumidor enajenado. Algo parecido a calificar como “tolerancia” a la simple “indiferencia” o como “madurez ciudadana” al comportamiento político de las mayorías silenciosas, adoctrinadas y obedientes. Halagar al enajenado contribuye a profundizar su enajenación.
El sindicalismo mayoritario no se preocupa por el trabajo productor de alimentos enfermantes a pesar de que l@s trabajador@s son víctimas de la comida basura que producen y de las enfermedades y accidentes laborales. Pero, por otro lado, también son colaboradores en la producción de la comida nociva y su secuela de enfermedades alimentarias y muertes.
Los grandes sindicatos y los ecologistas “alterglobalizadores”, cada uno por su lado separan el momento de la producción y el momento del consumo. Al igual que sucede con la producción de armas, los sindicatos del régimen ni se plantean el problema de la producción de alimentos peligrosos, contaminantes o transgénicos. Solo se preocupan de que todos estemos trabajando para el capital para que crezca la economía y podamos consumir cuanto más mejor. Paralelamente, los ecologistas del régimen consideran una ordinariez preocuparse por las enfermedades laborales y la mortalidad en el puesto de trabajo. Proponen medidas en defensa de los recursos naturales, el ahorro de energía y las especies amenazadas, haciendo caso omiso de la más amenazada de todas: l@s campesin@s y l@s trabajador@s de la agricultura, pero también los de la industria y los servicios. Esta amnesia tiene una explicación: para defender a campesinos, trabajador@s y consumidor@s conjuntamente hay que unir y organizar sus movilizaciones desde abajo. Pero eso se llama “poder constituyente” y supone enfrentarse con quienes dan las subvenciones.
La democracia del consumidor: un proyecto totalitario.
El consumismo irresponsable es la contrapartida de la gran producción para los mercados mundiales. Frente a él, la austeridad y el control del consumo superfluo aparecen como algo arcaico y miserable. Sin embargo, dicho consumismo está lejos de ser algo natural. Por el contrario, es el resultado de una violencia simbólica continuada. La publicidad desvía nuestras necesidades reprimidas asociando su satisfacción a las mercancías que promociona de forma repetitiva. Con una colonia consigues ligar mejor. Con un coche te conviertes en un triunfador. Marcándote con una marca, como si fueras una res, eres importante. Tras la apariencia democrática de la “libre elección”, los deseos de los sujetos se producen artificialmente mediante procedimientos coactivos. El adoctrinamiento de masas, la reducción de las opciones personales y la manipulación de los estados de necesidad, explican la inmensa mayoría de nuestros deseos y nuestros actos.
Las imágenes televisivas se suceden a una velocidad incompatible con el pensamiento racional. El mensaje publicitario impide el razonamiento sobre el que se sustenta la libertad de elección. El “consumidor libre” es un ser coaccionado y programado. Una persona deseante, escindida e infantilizada que basa su bienestar en la posesión de objetos y su seguridad en el dinero. Esta confusión le convierte en un perpetuo fracasado porque la seguridad depende del respeto que yo tenga a l@s otr@s y del que, recíprocamente, los otros me tengan a mí. La seguridad solo puede ser colectiva, nunca individual y no depende de tener cosas, sino del apoyo mutuo y de las relaciones cooperativas entre las personas. El consumidor irracional, espoleado por sus fracasos, necesita saltar de un objeto de deseo a otro en una eterna huida hacia delante. “Yo no soy tonto” … Pero soy un consumista compulsivo, ignorante, solitario y oportunista.
Los poderes públicos toleran que la publicidad inserte en la sicología de las personas, desde su más tierna infancia, un consumismo compulsivo. Estos comportamientos totalitarios se perpetran, cada día, en nombre de la democracia y la libertad de mercado.
¿Qué son los Grupos Autogestionados de Konsumo (GAKS)?
El Consumo Responsable Agroecológico está hoy repartido en dos campos. Uno, el más grande, es el de la alimentación biológica globalizada de las Grandes Superficies que, tras envenenarnos, venden el antídoto a quienes lo pueden pagar. Otro, el más pequeño, está formado por un conjunto de personas y colectivos conectado con los agricultores ecológicos más conscientes y alejado de las redes clientelares de las empresas y los políticos responsables de la globalización alimentaria.
Desde su fundación en 1997, impulsamos los Grupos Autogestionados de Konsumo (GAKs) como acontecimientos integrados de producción, circulación, consumo de alimentos y cultura alimentaria desde los márgenes del mercado. Apoyamos el sostenimiento y desarrollo de los proyectos agroecológicos en el campo mediante el crecimiento de los grupos de consumo en las ciudades.
Nuestro consumo responsable es ecológico y social. Incorpora atributos sociales a los alimentos: cercanía, temporada, vegetal, reciclaje, ahorro energético, ausencia de productos químicos, austeridad y, también, respeto a los derechos humanos, sociales y civiles de campesinos, trabajadores agrícolas y ciudadanos. Nos responsabilizamos de las dimensiones económicas, culturales, éticas, políticas, territoriales y ecológicas de nuestra forma de comer.
Somos autogestionados porque nuestro proyecto es autónomo del estado, los partidos y la iglesia, y no lucrativo. Quienes participamos en los GAKs asumimos las tareas necesarias para sostener, desarrollar y dirigir nuestro proyecto, de forma horizontal y participativa. Tanto en su financiación como en el libre establecimiento de sus fines. Un proyecto cooperativo puede ser autogestionado aunque incluya trabajo remunerado. Y viceversa, puede no serlo si presenta grandes diferencias en el compromiso de sus miembros, porque una verdadera autogestión necesita que todos los participantes asuman todas las necesidades. Los diferentes grados de implicación deben ser integrados mediante el diálogo, la solidaridad y el apoyo mutuo. Pero sin ocultar la realidad. La autogestión está al servicio de la potencia cooperativa y la fuerza propia.
Propugnamos un consumo responsable desde la izquierda comprometido en la lucha contra el hambre, la comida basura de las multinacionales alimentarias, la coexistencia con los transgénicos y la “globalización” del consumo responsable. Todo ello desde la cooperación con otros movimientos sociales [8]. La autogestión es una opción política que debe acreditarse por su utilidad en la construcción de un movimiento popular en defensa de la seguridad y la soberanía alimentaria. Movimientos sociales y proyectos de economía alternativa debemos basar nuestra actividad en la excelencia de nuestro trabajo y el apoyo mutuo desde dentro de un movimiento social, plural, democrático y cooperativo. Con nuestra autonomía, también perdemos el respeto de los enemigos de la seguridad alimentaria, que ganan en abusos e impunidad.
Nuestro proyecto es popular. Apostamos por una seguridad alimentaria para todos, no sólo para minorías selectas con poder adquisitivo. No tenemos vocación de militantes microcomunitarios. Concebimos nuestros proyectos asociativos y de economía alternativa como un instrumento para extender la cultura alimentaria y el consumo responsable. Y no al revés.
PORQUE NO QUEREMOS TRANSGÉNICOS:COEXISTENCIA NO, NO Y NO.
NI PRODUCIDOS, NI IMPORTADOS, NI CONSUMIDOS. ¡PROHIBICIÓN!
MANIFESTACIÓN, 18 DE ABRIL DE 2009, ZARAGOZA
17 de Abril, Día de las Luchas Campesinas.
Notas:
[1] Insumos: son los medios necesarios para la producción que no se obtienen de la propia explotación y deben adquirirse en el mercado: energía, maquinaria, herramienta, fertilizantes, fitosanitarios, semillas,…
[2] Citado en Guzmán Casado, G.; González Molina, M. y Sevilla Guzmán, E. “Introducción a la Agroecología como Desarrollo Rural Sostenible” Ed. Mundi-Prensa (2000). pág. 62.
[3] Guzmán Casado, G.; González Molina, M. y Sevilla Guzmán, E. (2000). Op. cit. pág. 63
[4] Guzmán Casado, G.; González Molina, M. y Sevilla Guzmán, E. (2000). Op. cit. pág. 64
[5] Galindo, P. (coord.) 2006. Agroecología y Consumo Responsable. Teoría y práctica. Ed. Kehaceres. Madrid, pág. 46
[6] Graciela Ottmann “Agroecología y sociología histórica desde Latinoamérica. Elementos para el análisis y potenciación del movimiento agroecológico: El caso de la provincia argentina de Santa Fe”. Servicio de publicaciones de la Universidad de Córdoba, 2005. pag. 16, 17 y 29
[7] “Comercio, consumo y salud”. Punto 10º del “ Decálogo de Actuación” suscrito por la AGRUPACIÓN EN DEFENSA DE LA AGRICULTURA ECOLÓGICA (Red de Semillas, Federación Andaluza de Consumidores de Productos Ecológicos-FACPE, Asociación Vida Sana, Comité Andaluz de Agricultura Ecológica-CAAE, Intereco, Sociedad Española de Agricultura Ecológica-SEAE y FEPECO).
[8] Galindo, P. (coord.) 2006. Agroecología y Consumo Responsable. Teoría y práctica. Ed. Kehaceres. Madrid, 216 pp.
* Grupo de Estudios Agroecológicos (GEA) en Ecoportal.net