Gavilanes y gringos en el Amazonas
Nònimo Lustre*. LQS. Abril 2021
El Elanus leucurus (EL) es una pequeña ave rapaz muy común en todas las Américas… menos en Amazonas. Dicen los ornitólogos que “es una especie adaptada a espacios urbanos y suburbanos, la cual ha aumentado en las últimas décadas en este tipo de hábitat beneficiándose de la apertura de claros y deforestación. En los últimos años también ha aumentado su rango altitudinal hasta 2800 m en los alrededores de la sabana de Bogotá…. Con la densificación urbana, aumenta las poblaciones de roedores, escenario para el que el EL está anatómicamente preparado pues posee una gran abertura de la boca la cual le permite ingerir casi entero a un ratón pequeño. Sus egragópilas son parecidas a las de los búhos: compactas con huesos y pelos sin digerir. Comportamiento: el gavilán maromero es una especie de vuelo armonioso que suele cernirse a una altura de 30-35 m para escudriñar el paisaje en búsqueda de sus presas para lo cual coloca sus alas en una posición de V con aleteo regulares permaneciendo estático en un mismo sitio. En otras ocasiones se puede observar en una combinación de vuelo «rutero» o de «patrullaje» combinado con «paradas» en el aire para cernirse por algunos segundos y para eventualmente descender o clavarse en forma relativamente lenta sobre su presa. EL también puede ser observado posado en perchas altas (árboles secos) en medio de zonas abiertas. Distribución mundial: Elanus leucurus majusculus: occidente y sur de Estados Unidos, norte de México y Centroamérica. Y el Elanus leucurus leucurus: Panamá al sur, centro de Argentina y Chile.”
En América Latina, su estimación popular es generalmente neutra –ni perjudicial ni beneficiosa- pero esa imagen cambia cuando se conoce que el ratón colilarga (Oligoryzomys longicaudatus) es reservorio y transmisor del hanta-virus y que el EL depreda a este roedor, entonces el EL pasa a ser una rapaz benéfica.
La primera descripción zoológica de la especie EL abarcó hasta su género, el Elanus (Savigny 1809) Nueve años después, se precisó esa descripción y el Elanus leucurus fue incluido dentro del género Elanoides (Vieillot, 1818. Paraguay, donde aparece como “Milvus leucurus”, en Nouv. Diet. Rist. Nat., 20, p. 563) Una ficha fácil de copiar porque está en internet: R. M. de Schauensee, 1949, The Birds of Colombia, en Caldasia, Vol. V, nº 23.
El elusivo Kawawi
En 1988, en el volumen III de Los aborígenes de Venezuela, publiqué la primera monografía del pueblo indígena amazónico Baré. En la página 465, escribí que “el gavilán kawawi, extremadamente raro en el Alto Río Negro”, era uno de los animales sagrados que inspiraban al chamán baré en su trance. Pero, los duendes de la imprenta escamotearon el apellido del EL –maromero– y también el nombre científico que no repito porque es el que encabeza estas notas. Lo que era una descripción completa (nombres vernáculos indígena y criollo y nombre científico) se amputó hasta quedar en una chapuza descriptiva. Me disgustó sobremanera porque el papel simbólico de ese gavilancito fue uno de los datos etnográficos que más me costó averiguar; era evidente que ocupaba un lugar clave en la mitología baré pero no conseguía que mis informantes me lo aclararan. Hasta que uno dellos, me lo identificó sin darle mayor importancia. El antropólogo de campo le espetó “¿Por qué no me lo dijiste hace meses o años?”, a lo que el indígena contestó con una frase que los colegas montunos -no los de gabinete-, han oído más de una vez: “Porque no me lo preguntaste”. Claro que no se lo podía preguntar directamente porque no lo sabía y tampoco se lo podía insinuar porque la perífrasis es la regla del trabajo de campo y también porque otra regla básica es no preguntar de manera que se obtenga la respuesta que el antropólogo ha introducido imprudentemente en la pregunta. Sea como fuere, fue la única ocasión editorial en la que actuó el duende de la imprenta –hubo otra, aún más penosa porque se limitó a omitir tres letras (no en sino entre) pero ambas omisiones fueron explicadas en la pág. 747 en la segunda edición de ese libro (2011)
Al susodicho gavilán –parecido al alcotán o cernícalo europeo-, se le llama de muy parecida forma en otras lenguas indígenas vecinas. Ejemplo: al gavião-tesoura brasilero, en Tariana (como los Baré, de la familia lingüística Arawaka), se le dice kawawii, ‘família de aracú’ y también, aunque sea dudosa la transcripción, ‘peixe de família piramirim’.
Ningún estudioso ha citado al EL como parte de la mitología Baré. Pero sí he encontrado en la escueta tesis doctoral de Silvia Vidal (1993), una mención indirecta sobre las <>. Independientemente de que, por tratarse de una tesis geográfica y etnohistóricamente generalista, no queda claro si se refiere a los Baré o a cualquier otro pueblo arawako, sorprende leer esas vaguedades sobre las transformaciones en animales al costado de una precisión entrecomillada: “casado con su propia hermana”. No voy a descubrir que encontramos el incesto entre hermanos en multitud de mitologías y hasta en los dichos populares –“a la prima se la arrima y a la hermana con más ganas”-. Incluso en el Alto Río Negro se dice que, en el Brazo Casiquiare, la piedra de Culimacare fue la petrificación de un caso similar -sospecho que la etiqueta de Culimacare como “piedra de los enamorados” es producto reciente de la cristianización y del turismo. Semejante hipertrofia del incesto puede deberse a la arbitraria y oportunista traducción de los sistemas de parentesco indígena al sistema de parentesco europeo; una faena chapucera, política y, en especial, criminalmente reduccionista que fue y sigue siendo la piedra angular de la evangelización de las Yndias.
Venganza gringa
Mi monografía sobre los Baré ha servido de base a algunos libros y tesis doctorales de autores brasileros como Aparecida Gourevitch, Paulo Roberto Maia Figueiredo, etc. Pero, entre un grupo de ‘colegas’ venezolanos, está censurada hasta el punto que Vidal no la cita en su tesis aunque indudablemente la conocía por estar publicada en el volumen precitado de 1988 (y de 2011, éste evidentemente posterior a 1993) ¿Por qué este feroz ninguneamiento? A mi juicio, porque así decidió Jonathan D. Hill vengarse de mi ayuda. Sí, ha leído bien: “vengarse de mi ayuda”. Quien suscribe le presentó a los Kurripako de Kapú Kuriamo (Playa Blanca) con los que trabajaría en la Amazonia venezolano-colombiana. Y le “puso en los palitos” (instruyó) cuando llegó a aquel monte. Y hasta le regalé tres horas de música kurripaka que le salvaron la vida académica puesto que, pese a poseer el mejor magnetófono posible –un Nagra-, no había grabado ni un minuto de música indígena. Quizá porque, al poco de llegar a Venezuela, su esposa había preferido abandonarse en los brazos de un criollo y, en consecuencia, el flamante aspirante a PhD estaba desesperadamente mustio.
Después de pasar un año refugiado en el clima paradisíaco de las confortables instalaciones del IVIC (el CSIC venezolano), finalmente se le acababa el plazo para presentar cuentas como etno-musicólogo a la universidad de Indiana-Bloomington. O sí o sí, tenía que pisar el ardiente monte tropical. Por ello, en el último minuto, Hill llegó a san Carlos de río Negro con su entonces íntimo amigo Leslie Sponsel. Nada más verles salir de la avioneta, los locales intuimos que no les gustaba la selva -y, efectivamente, en pocos días, surgió una enemistad cainita entre ambos ex amigos. Daños colaterales de la caló.
Hill, ¿cuándo me puso en la lista negra? Yo diría que cuando me pasó uno de sus borradores de proyectos académicos en el que sostenía que Jigua era una deidad arawaka. Yo le precisé que no tenía noticia de esa figura divina pero era seguro que jigua era una planta común. De hecho, la jigua, j. barbasco, j. orillera y/o j. verde es la Caryocar glabrum (Aubl) y Caryocar microcarpum (Ducke) (no confundir con la Nectandra hihua, enésima jigua, que crece en otros paisajes) Hill aceptó que se había excedido viendo diosas por doquier –una lacra habitual entre primerizos- y corrigió su proyecto citando a la jigua vegetal en alguno de sus pasajes, como cuando escribió que “a dejar la sangre a correr sobre la fruta de jiwa… tiraron una fruta de jiwa en su pecho, y el tío se transformó en una lapa” (ver anexo al Proyecto etnomusicológico entre los Curripaco del Río Guainía, ms., 21.II.1981) Salvarle de ese grueso error me condenó. Hill demostró pertenecer a ese grupo de indeseables que son mezquinos tanto para dar como para recibir.
Este desagradable episodio es un caso menor –sólo lo lamento por el kawawi chamánico- pero también es uno más inscrito en el marco general de las relaciones entre los antropólogos gringos y sus colegas latinoamericanos. Los primeros exprimen la ayuda de los segundos pero, de vuelta a sus cubículos, les niegan todo reconocimiento e incluso toda mención. Y el daño no termina ahí sino que es mucho más pernicioso cuando los colegas latinos –a menudo cooptados merced a becas irrisorias-, desertan de sus saberes vernáculos, tan fructíferos en antropología, e interiorizan las categorías, temáticas y hasta expresiones de los gringos. El resultado es, por la parte latinoamericana, la continua cita de obras más o menos espurias que han sido redactadas por gentes que no dominan las lenguas vernáculas –antes chapurrean un idioma indígena que el castellano o el portugués-, y cuyos veloces trabajos de campo son paradigma de unas efímeras veleidades.
– Imagen de cabecera: Un pichón de kawawi contemplando el crepúsculo desde los rieles de un ferrocarril.
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