Guerra y alimentos
Por Silvia Ribeiro*. LQSomos.
No es la guerra en Ucrania –terrible en sí misma por las muertes y devastación que conlleva– la principal causa de la crisis alimentaria global en ciernes, sino su convergencia con el sistema alimentario agroindustrial y los intereses de las trasnacionales que lo controlan, causantes de caos climático, obesidad, pandemias y enfermedades de la gente y el planeta
Los precios de los alimentos van en rápido aumento, aparentemente como consecuencia de la guerra de Rusia y Ucrania. Grave impacto para muchas poblaciones, que expone la vulnerabilidad global en que nos coloca el sistema agroalimentario industrial dominado por corporaciones trasnacionales.
Según fuentes de Naciones Unidas estamos al borde una nueva crisis global por altos precios de los alimentos y hambrunas, como efecto dominó del encarecimiento de los combustibles, las restricciones de exportaciones de fertilizantes sintéticos de los que Rusia es un productor principal, así como de trigo, maíz y aceite de girasol desde Rusia y Ucrania. Entre ambos países representan 28 por ciento de las exportaciones mundiales de trigo.
Paradójicamente, el principal importador de trigo del mundo es Egipto, que es parte del centro de origen del cultivo, al igual que Turquía, otro de los mayores importadores. Egipto importa más de 60 por ciento del trigo que consume, 80 por ciento desde Rusia y Ucrania ahora suspendidas por la guerra. México, centro de origen del maíz, es el principal importador global de maíz, fundamentalmente por una demanda de grandes industrias pecuarias, en su mayoría trasnacionales.
No se trata de falta de condiciones para la producción de estos dos cultivos para abastecer el consumo humano, sino de estrategias corporativas cuya meta es la ganancia, no la seguridad alimentaria, en el marco de políticas nacionales e internacionales que facilitan y permiten tales tropelías (https://bit.ly/3uqPN3X).
Aunque los porcentajes de importación en algunos países son altos –como los nombrados y otros en Medio Oriente y África (norte, países subsaharianos y cuerno de África) y algunos asiáticos, haciendo a esos países muy vulnerables–, en realidad las exportaciones son un porcentaje menor de la producción global de trigo y maíz. El trigo, el maíz y el arroz, principales cereales base de la alimentación en el mundo, se producen a nivel nacional entre 75 y 90 por ciento. En el volumen de producción mundial, lo que Ucrania exporta de trigo es cerca de 3 por ciento y menos de maíz. En el caso de las exportaciones rusas, se trata de 4.5 por ciento para el trigo y de 0.5 por ciento para el maíz (https://www.csm4cfs.org/).
No obstante y pese a que no escasea, porque aún se están comercializando las cosechas de la estación pasada, en el último mes el trigo aumentó 35 por ciento ante la especulación por supuestas incertidumbres. Por tanto, el volumen de las exportaciones no explica por sí mismo el vertiginoso aumento del precio de los alimentos. Sí lo hace la convergencia de factores, fundamentalmente la especulación –escudada en las guerras– de las trasnacionales de agronegocios, desde las de insumos en campo (semillas, agrotóxicos y fertilizantes), a las de distribución, comercio de cereales, procesamiento y ventas al consumidor.
Estas empresas aprovechan la coyuntura para subir precios arbitrariamente y avanzar con medidas que agregan impactos negativos. Por un lado, presionan por abrir más tierras a grandes extensiones de cultivos industriales, en desmedro de ecosistemas naturales, zonas de pastoreo campesino y otros usos no industriales, así como usar intensivamente tierras que están en barbecho (en descanso para regeneración después de cosechas). Estados Unidos relajó las restricciones federales al respecto y países europeos lo consideran.
Para esas tierras, las trasnacionales de agronegocios alegan que se deben usar cultivos transgénicos y con alto uso de insumos agrotóxicos y ante la eventual falta de fertilizantes sintéticos, avizoran uso de microbios modificados genéticamente. El cabildeo de las empresas de forrajes para cría industrial de animales logró que desde este 24 de marzo España y Portugal abrieran la importación de cultivos transgénicos desde Argentina, algo que hasta ahora estaba prohibido en Europa.
En esos dos países, tal como en México, las importaciones de maíz y soya no son para la población, sino mayoritariamente para forrajes industriales destinados a la cría animal a gran escala, que se podría hacer en forma decentralizada y basada en otros piensos. Ahora, con la excusa del futuro desabasto por la guerra en Ucrania, aumenta la presión para que Europa se abra también a la importación de trigo transgénico desde Argentina.
Todas las medidas que propone la industria y consideran EEUU y Europa implican una grave vuelta atrás en los límites de uso de plaguicidas en cultivos y de residuos de agrotóxicos y transgénicos en alimentos.
Raj Patel, analista de la industria alimentaria y autor del libro Obesos y famélicos, plantea que el aumento de precios de los alimentos en curso afectará sobre todo a las poblaciones del sur global y marginados en el norte global, por la convergencia de impactos de las “4 C”: Covid, conflictos, cambio climático y capitalismo (https://bit.ly/3JKdM4G).
No es la guerra en Ucrania –terrible en sí misma por las muertes y devastación que conlleva– la principal causa de la crisis alimentaria global en ciernes, sino su convergencia con el sistema alimentario agroindustrial y los intereses de las trasnacionales que lo controlan, causantes de caos climático, obesidad, pandemias y enfermedades de la gente y el planeta. Existen alternativas que requieren urgente apoyo y más ahora, basadas en la agroecología campesina para la soberanía alimentaria.
* Investigadora del Grupo ETC. Publicado en “La Jornada”
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