Historias de Maquis: mi padre, uno de tantos

Historias de Maquis: mi padre, uno de tantos

Historias de maquis

Por Adolfo Pastor Monleón. LQSomos.

José Manuel Montorio “El Chaval” levanta la cabeza, enfoca sus ojos chispenates hacia los concurrentes, y se dirige al auditorio con voz enérgica, haciendo gala de su ironía fina. Todas las bocas se cierran y se abren los oídos ansiosos de escuchar aquellas historias que año tras año desgrana como si de nuevos episodios se trataran…

– Con hambre, con frío, medio desnudos, medio descalzos, cruzamos las montañas, bajamos a los barrancos, escondidos entre la maleza de aliagas y romeros, caminando de noche y matando el sueño de día, con un ojo siempre abierto y con la mano en la metralleta…
– Nos acercábamos a la puerta de una masía, mientras el compañero vigilaba, pidiendo un pan o un trozo de tocino.
– En las masías, en las aldeas, en los pueblos siempre encontrábamos ayuda.
– Os he de decir una cosa para mí fundamental y que nunca hemos de dejar de pregonar para que todos se enteren. Fue gracias a todas estas buenas gentes, fue gracias a los puntos de apoyo que pudimos resistir durante tantos años en las montañas, luchando con toda nuestra buena fe, medio engañados, contra la dictadura franco-falangista. Muchos camaradas murieron y los que nos salvamos fue gracias a ellos.
– Nosotros teníamos las metralletas, las bombas de mano, y el resguardo de los montes, las matas y los escondites, pero ellos expusieron sus vidas a cuerpo limpio, sin defensa alguna… los sacaban de sus casas de noche y sin defensa… muchos nos ayudaron y pagaron con sus vidas, otros fueron torturados.
– No olvidéis nunca a los puntos de apoyo que merecen toda nuestra admiración y nuestro respeto…

Recuerdo cómo “El Chaval” nos hablaba de La Casa de la Madre, o la del Molino del Peinado, o la de otras masías y aldeas de Valencia, de Cuenca, de Teruel, de Tarragona por donde habían estado luchando y también masías situadas en el camino por donde entraban y salían en sus idas y venidas del país vecino. Nos las nombraba y nombraba a los componentes de aquellas familias.

Y yo seguía pensando en tantos y tantos puntos de apoyo y en tantas y tantas personas que pagaron su apoyo a la guerrilla con torturas, con la cárcel y algunos con su vida.

Mi padre había nacido en el pueblo donde “El Chaval” dirigía año tras año sus palabras ardientes, que todos esperábamos, como se esperaba la salida del sol por las mañanas, en los crudos inviernos. Era uno de tantos niños que en aquellos primeros años del siglo XX iban creciendo entre el cariño de sus padres y hermanos y los otros niños del pueblo, asistiendo a la escuela y, en cuanto podían andar, llevando una cabra del ramal que les daba leche para hacer un plato de sopas.
Era mi padre el primer hijo de aquella familia, la familia de Los Marquetes. Su padre y su madre humildes y muy trabajadores. Nacieron otro hermano y otra hermana y decidieron marchar a Francia, donde ya había marchado el tío Donato, el hermano de su padre.

En Romanyà, un pueblo pequeño cerca de Montpelier, pasó el tiempo mi padre, mientras estuvieron en Francia. Allí nació otro hermano.
Al poco tiempo, volvió mi padre con sus padres y hermanos hacia el pueblo, cuando les mandaron recado de que había muerto la abuela.
En el pueblo siguió viviendo, asistiendo a la escuela, trabajando como todos los jóvenes de su pueblo, yendo a la vendimia en el otoño y a la siega en verano, segando en el pueblo y trabajando en la agricultura, labrando, cavando, segando, trillando, regando y llevando a cabo todas las labores propias de aquellas tierras duras, abundantes en arcilla y yeso.

Con la misma alegría que todos los jóvenes de su pueblo, recibió mi padre la noticia de la venida de la República.

Con el mismo pesar, recibió mi padre la noticia del inicio de aquella guerra y junto a los jóvenes de su edad se alistó para ir a defender la República al frente de Teruel.

En Teruel pasó frío, hambre, miedo en medio del infierno de nieve, bombas y muerte.
Al perder Teruel, bajó mi padre hacia Levante con sus camaradas. Por la Sierra de Espadán mi padre salvó la vida a su amigo Anastasio, al hacerle salir del peligroso lugar donde al momento explotó un obús.

Acabada la guerra, volvió mi padre a su pueblo.

No pudo seguir mi padre trabajando como antes de la guerra lo había hecho, demasiado tiempo. Nada más llegar al pueblo, se dio cuenta de que los que la habían perdido eran observados y vivían inseguros. La Guardia Civil los trataba con desprecio y llegaron a golpearlo igual que a su padre.

Junto a sus amigos perdedores, mi padre fue llevado a un campo de concentración en Los Barrios de Cádiz. En Los Barrios trabajaban picando piedra en la nueva carretera y comían poco y malo. Alguna noche salían por debajo de la alambrada a robar coles o nabos.

Volvió mi padre y sus amigos al pueblo. Su primo Miguelete no volvió al pueblo. Había muerto, asesinado por los malos tratos, en Los Barrios, y allí fue enterrado.
No estuvo mucho tiempo mi padre en el pueblo. Pronto fue llamado a filas para hacer el servicio militar con los vencedores. Mi padre fue llamado a alistarse a Cuenca y de allí a caballería en Alcalá de Henares. Allí pudo encontrarse con su hermano Fermín que la hizo en Madrid.
Acabó mi padre la mili y volvió al pueblo.

Allí ya se aposentó mi padre y, al poco, se casó con su novia, una orchovana morena y guapa, de su misma edad.
Al casarse, mi padre se fue a vivir con mi madre al Callejón, en el barrio del Puntal de Las Rinconadas, una vivienda de mis abuelos maternos.

Mi padre iba a trabajar a Orchova, el rento donde había nacido mi madre y donde vivía su familia y tenían las tierras del Rento que les pertenecían.
Fue en esta época, después de haber nacido yo, cuando mi padre entró en contacto con los amigos de “El Chaval”, los maquis que, tras la intentona del Valle de Arán, llegaron, después de largo y sacrificado viaje, hasta estas sierras.

Seguramente mi padre les subió agua y víveres al campamento de la Peña de Chiva o del Enjambre frente a Las Casas Nuevas donde vivía la familia de sus suegros.
Después de trabajar todo el día en Orchova, mi padre, como todos los que vivían en Las Rinconadas, volvía a su casa, donde lo esperaba su mujer y su hijo, que era yo, aunque no pudiera darme cuenta todavía.
Fue en Las Rinconadas, en la vivienda del Callejón, donde mi padre les preparaba, algunas noches la cena, a sus amigos guerrilleros. Allí, en el piso de abajo, en la bodega, junto a la Cuadra, se reunían y charlaban mientras cenaban

Los duros trabajos en Orchova, justo para malvivir y las noticias de la fuerte represión, dudas sobre el futuro, pensando en él, en su mujer, su hijo y su hija que acababa de nacer, le empujaron a marchar de su casa y de la aldea.

Según algún familiar explicaba en años posteriores, mi padre pidió ayuda a algún familiar de Barcelona, al sentirse en peligro, pero la idea no cuajó.
Solo, buscando trabajo mejor remunerado y seguridad, ante la duda de la amenaza, marchó mi padre, con su mujer, con su hijo y con su hija a una enorme masía del Villar, camino de Valencia. Si fue engañado o cómo fue a parar a aquel lugar que había de ser su salvación, la Casica Roger, propiedad del que era alcalde de aquel pueblo y médico de algún hospital de Valencia, es otra más de tantas dudas.

Como otro masovero más de las cuatro o cinco familias que allí trabajaban, ejercía sus labores diarias, con esmero. Tenía a su disposición un forzudo caballo percherón, con el que, como con tiralíneas, trazaba los surcos en la tierra amarronada del extenso campo que había sido de aviación durante la guerra. Ernesto, el hijo del capataz, hacía de aprendiz de labrador y lo admiraba. Admiraba su manera de trazar los surcos y su apuesta presencia que, aunque uno de tantos, lo hacía diferente. “Hablaba poco, pero lo hacía con señorío”.

Transcurrían los días, las semanas, los meses. Los domingos descanso y visita a sus paisanos del Villar. Principios de año. Llega la sangrante noticia. Ha sido en el pueblo cercano de Losa. Los maquis entran al pueblo y hay muertes entre la gente. Hasta el hijo del cabo. La represión crece a pesar de ser ya tan grave. Mi padre sufre por dentro, aunque no dice nada. Sigue trazando surcos y preparando la tierra con su caballo percherón.

Llega la primavera, se alarga el día y las nubes grises cubren el cielo que se oscurece.
Acaba la faena, abreva el caballo, lo deja en la cuadra y le llena el pesebre. Le da una palmada en el lomo y le dice hasta mañana.
Entra en la casa, besa a su hija y a su hijo y a de su mujer. Dos almostradas de agua de la palangana.
Se dispone a cenar.
Golpes duros a la puerta. –Pastor?
-Yo soy, Adolfo Pastor.
Uno de los dos guardias le pone las esposas.
Venimos a detenerlo.
Lo empujan a la tartana del capataz. Se la han requisado cuando subía hacia su casa, acabada la jornada.
A su mujer se le nublan los ojos y se queda temblando, con su hija y su hijo, ajenos a lo que está pasando.
Corre la noticia por entre las familias de los jornaleros. Uno de los amigos se brinda a llevarle la cena.
Ya no le hace falta.

Adolfo está colgado en el depósito del pueblo, con las manos atadas a la espalda.
Era la noche del 22 de abril de 1947.
Mi padre fue uno de tantos…

– Historias de Maquis

* Expresidente y responsable de desaparecidos en la Asociación “La Gavilla Verde”. Activista iaioflauta barcelonés. Catalá y Manchego de Cuenca, al fondo a la izquierda en Las Rinconadas. Otras notas del autor

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