Homenaje a Elena Aub

Homenaje a Elena Aub

Arturo del Villar*. LQS. Mayo 2020

En México pudo trabajar como profesor, dictar conferencias, colaborar en periódicos, publicar 61 libros, redactar guiones cinematográficos, estrenar piezas teatrales, y por encima de todo, vivir en libertad

La noticia de la muerte de Elena Aub este pasado jueves1 4 de mayo de 2020 nos lleva a recordar la relevancia de su padre en la verdadera historia de la literatura española, que él recreó imaginativamente. Y cómo no, a evocar las charlas en su casa madrileña de la calle de Embajadores, 164 B, siempre con el mismo tema. Ella fue la heredera entusiasta del patrimonio material y espiritual de su padre, la primera presidenta de la Fundación Max Aub, constituida en Segorbe en 1997, gracias al impulso de la Acción Republicana Democrática Española, de gran arraigo en la comarca.

Max Aub, un miliciano de la cultura

Me he referido a la verdadera historia de la literatura española porque él la inventó para hacerla como hubiera debido ser, de no haberse sublevado los militares monárquicos en 1936 para alterar no sólo la literatura, sino todos los órdenes de la vida en el país. Si no se hubieran rebelado los militares monárquicos no habría habido una guerra, en la que él estuvo al lado del Gobierno republicano, ni como consecuencia de ella habría tenido él que exiliarse en México. Allí, en el Distrito Federal, publicó en 1971 por su cuenta, costumbre muy habitual en él, un folleto con esta falsa cubierta:

Academia Española. El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Por Max Aub. Discurso leído por su autor en el acto de su recepción académica el día 12 de diciembre de 1956. Contestación de Juan Chabás y Martí. [Escudo de la Academia sin corona real.] Madrid. Tipografía de Archivos. Olózaga, 1. 1956.

Lo único cierto de todo lo escrito ahí es que Aub era el autor del ingenioso discurso imposible, puesto que se hallaba en el exilio desde el final de la guerra. Tampoco existían la Tipografía de Archivos ni la calle de Salustiano Olózaga. Ni era posible la supuesta contestación de Chabás, muerto en su exilio de La Habana en 1954, y por lo tanto resucitado para esa imaginaria recepción. Necesitaba utilizar el nombre de un muerto para evitar conflictos con alguien vivo todavía, como es lógico, porque la dictadura vigilaba y actuaba contundentemente contra sus contradictores. Quizá pensó en Juan Chabás porque estuvo reconocido como un agudo crítico teatral antes de la guerra, de modo que podía suponerse que, de no haber sido por la sublevación militar de 1936, tendría aumentado su prestigio como historiador del teatro en 1956, con un sillón en la Academia Española, imaginando asimismo que viviera entonces.
Tal vez eligió también a Chabás por haber sido el último amante de Carmen Ruiz Moragas, la barragana más permanente de Alfonso XIII y madre de sus dos bastardos, a los que dejó muy bien atendidos en el chalé que les regaló y con una fortuna en el banco, antes de marcharse al exilio cuando el pueblo español se hartó de tolerar sus borboneos miserables. Se sabe que Chabás estuvo amancebado con ella hasta su muerte, y ocupó un puesto destacado en el cortejo fúnebre, junto a los aristócratas que sirvieron a la amante de su señor hasta el final. Así que el sucesor del monarca en la cama de la Moragas podía ser un espectro esperpéntico muy oportuno en aquella farsa. Aunque no se pudiera dudar de la fidelidad de Chabás a la República, para muchos republicanos parecía indecente su relación con la barragana oficial del rey católico por herencia del título, y adúltero por sus costumbres.

Desde la República

Aub pone en boca de Chabás un comentario histórico acerca de su propia escritura. Es un singular caso de autocrítica disimulada por medio de una persona con existencia real, uno de esos juegos intelectuales a los que fue siempre muy aficionado Aub, inventor de personajes que podrían haber sido verdaderos y dejar una obra literaria o pictórica. Se supone que Chabás hubiera podido trazar este retrato acerca de su amigo Aub en la supuesta velada de su recepción académica:

Max Aub, formado entre una minoría de escritores atraídos por la pureza de la poesía y la deshumanización del arte, ha descubierto que la vida de verdad no puede ser la torre de marfil. Cuando se proclama la República –Max Aub ha publicado ya varios libros de poesía, de narración y obras teatrales, y pronto cumplirá treinta años–, siente la necesidad de que su obra sea expresión de su propia vida de hombre y del vivir de su pueblo. (Página 24.)

En el juego de las alternancias entre lo apócrifo y lo real sobrecargó las cifras exactas al mencionar los “varios libros de poesía, de narración y obras teatrales” editados por él antes de la proclamación de la República, porque solamente eran tres, uno de cada género: Los poemas cotidianos (poesía, 1925), Geografía (narración, 1929) y Narciso (teatro, 1928). También exageró al decir que “pronto” iba a cumplir entonces treinta años, puesto que al haber nacido el 2 de junio de 1903 le faltaban más de dos años aquel 14 de abril de 1931, fecha que él mismo fija como punto de partida de su renovación estética y espiritual. Pero eso importa poco en la sucesión de acontecimientos irrealizables.
Importa resaltar la confidencia relativa a la circunstancia de haber modificado su escritura a partir de la proclamación de la República Española, algo en lo que coincidió con otros escritores de su generación. Se mantenía en ese tiempo una polémica literaria en torno a una cursi torre de marfil, en la que presuntamente se refugiaban los poetas puros y los artistas deshumanizados. Contra ella disparaban sus dardos destructivos los escritores interesados en el devenir de la política, implicados por eso mismo en el afán comunitario para reflejar en sus obras la realidad social de aquel momento, un compromiso ético destinado a colocar la literatura al servicio “de su propia vida de hombre y del vivir de su pueblo”.
A partir de esta autocrítica es forzoso calificar a Max Aub como un escritor republicano. Aquel acontecimiento del 14 de abril de 1931 marcó un cambio en su vida de hombre, y también en su producción de escritor. Ese día histórico para España le impulsó a utilizar un cambio de estilo literario, por implicar una modificación de las circunstancias sociales que afectaban a todos los españoles, con repercusión en su escritura al expresar “la vida de verdad”, dentro del realismo cotidiano.

La escritura republicana

Su biografía aclara que antes de esa fecha le había interesado participar en la política española, durante la dictadura del general Primo dirigido por Alfonso XIII, lo que dio lugar a una situación social intolerable para los amantes de las libertades cívicas. En efecto, el año 1927 Aub se afilió al Partido Socialista Obrero Español, y nunca abandonó esa militancia, pese a las disensiones entre los dirigentes de sus variadas facciones, tanto en España como después en el exilio mexicano, en donde se agravaron más todavía. Ciertamente el Socialista Obrero era un partido en cuatro facciones, encabezadas por Indalecio Prieto, Francisco Largo Caballero, Julián Besteiro y Juan Negrín. Sus enfrentamientos contribuyeron a la derrota militar de la República, algo que la historia no le puede perdonar. Aunque Aub fue testigo de sus vaivenes, en España y en México, los aceptó disciplinadamente: él era más socialista auténtico que sus dirigentes máximos.
De modo que a los 24 años se implicó activamente en la defensa de una ideología marcada por Pablo Iglesias Posse, como partido marxista, republicano y laicista, a la que sometió sus criterios estéticos. En sus inicios como escritor suponía factible realizar el arte por el arte, despreocupado de los posibles lectores. El nuevo sistema político elegido por el pueblo español en 1931 le obligó a modificar sus esquemas inspiradores, de modo que el arte pasara a convertirse en un servicio social. De momento fue solamente una actitud ideológica, transformadora de su manera de pensar, con repercusiones posteriores sobre su trabajo literario.
De las varias clasificaciones impuestas a la escritura de Max Aub destaca una sobre todas las demás: republicana. La subrayó él mismo y la advierten sus lectores, porque es la característica común que aglutina sus novelas, poemas, obras dramáticas y ensayos. Pero no solamente se implicó en la actuación republicana en la escritura, sino también en la vida diaria. Colaboró con el Gobierno de la República integrándose en las Misiones Pedagógicas, demostración de un interés por educar a un pueblo abandonado en la incultura durante la monarquía, por deseo de la Iglesia y el Estado para así mantenerlo sujeto a sus órdenes.

La vida en el teatro

Las alteraciones introducidas en su escritura por la proclamación de la República, instigadora de una nueva ideología, no tuvieron un matiz revolucionario, como sí sucedió en otros colegas suyos. En esa época de convulsiones sociales algunos escritores adquirieron un compromiso político con el pueblo, y pretendieron alentar la revolución proletaria con las armas a su alcance, que eran sus escritos. No es el caso de Aub; durante la etapa republicana en paz su escritura también era pacífica, y él mismo asistía a tertulias literario—políticas en las que participaban personas con ideologías muy apartadas de la suya, tanto anarquistas como falangistas. Su obra más importante en este período es la titulada Luis Álvarez Petreña, un inventado escritor de tono romántico, interesado únicamente por sus preocupaciones íntimas de carácter erótico, impresa en 1934.
Prestó más atención entonces al teatro. Encontró en la farsa escénica un método idóneo para exponer un sentimiento aplicable a la política. El dramaturgo consigue influir en el ánimo de los espectadores por medio de la complicidad de los actores. Los tres elementos de la comunicación teatral posibilitan la unidad de acción, al menos en teoría, que ejecuta encarnadamente la apariencia de realidad. Por ese motivo se puso al frente de un grupo teatral, con la intención de recuperar para el pueblo obras clásicas que en su origen fueron populares, después olvidadas por las compañías comerciales. Se llamaba El Búho, organizado por la Federación Universitaria Escolar de la Universidad de Valencia.
Los animadores de la cultura republicana sabían que mediante el teatro se llega fácilmente al pueblo, es fácil implicarle en la acción incluso, y proporcionarle un medio de pensar sobre aspectos vitales. Es la época en la que se juntan organizaciones dramáticas como La Barraca, de Federico García Lorca; el Teatro del Pueblo, de Alejandro Casona, o las Guerrillas del Teatro del Ejército del Centro, de María Teresa León.
En algunos mítines del Frente Popular se representó en 1936 una obra dramática de Aub, El agua no es del cielo, y en mayo se tiraba en una imprenta valenciana su todavía útil Proyecto de estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile. En aquellos años en los que el cine tenía escaso desarrollo en España y no existía la televisión, indudablemente el teatro constituía el mejor método de educación popular, y según la ideología de sus autores iba a repercutir en la opinión de los espectadores, impulsándolos hacia la izquierda o la derecha.

Miliciano de la cultura

Su compromiso con el Gobierno constitucional de la República le incitó a desarrollar diversas actividades, siempre relacionadas con la cultura. También él luchó junto con los milicianos, pero desde la trinchera cultural. A causa de la sublevación de los militares monárquicos se cancelaron todos los proyectos, y se echó mano de la improvisación para afrontar a los agresores fascistas españoles, alemanes, italianos y portugueses. Para las Guerrillas del Teatro escribió Aub varias piezas de intención educadora, a fin de comprometer a los espectadores activamente en una guerra que implicaba a todos sin excepción posible: ¿Qué has hecho hoy para ganar la guerra? es el título de una de ellas, tan expresivo que anuncia su plan. Se tata sin duda de literatura de circunstancias, pero unas circunstancias tan singulares que exigían una literatura especial.
Como era previsible, las publicaciones de los sublevados comentaron muy negativamente las actividades de Aub, ya que contribuían a despertar los sentimientos populares por la justicia y la paz. La acusación más reiterada contra él se refería a su condición de ser judío, lo que para su dogmatismo constituía un delito, siguiendo el ejemplo de la Alemania nazi y sus campos de exterminio. De haber caído en poder de los rebeldes hubiera sido fusilado nada más que por ese motivo. Habían vuelto los tiempos y los métodos del Tribunal del Santo Oficio, tan animoso en la realización de autos de fe para quemar judíos. Los hornos crematorios alemanes eran la adaptación moderna de los viejos métodos criminales falsamente religiosos. La verdad es que la civilización no ha progresado nada.
Si ya la proclamación de la República había modificado su modo de ser y sentir, los tres años escasos de la guerra dieron un sentido nuevo a su vida y, en consecuencia, a su trabajo literario. Es poco lo que escribió en ese período, pero la experiencia impresionó decisivamente su espíritu. En Valencia, donde se instaló el Gobierno constitucional, dirigió el periódico socialista Verdad. Nombrado después agregado cultural en la Embajada en París, contribuyó a la organización del Pabellón Español para la Exposición Internacional de 1937, en el que expuso Picasso su magistral Guernica, cuadro que Aub comentó especialmente el día de la inauguración, para que el mundo conociera la injerencia nazifascista en la guerra.
Al regresar a Valencia fue designado secretario del Consejo Central de Teatro, presidido honoríficamente por Antonio Machado. Tradujo y adaptó al cine la novela de André Malraux L’Espoir, y colaboró en la filmación. Con el equipo cinematográfico salió de España por la frontera francesa el 1 de febrero de 1939, perdida ya la esperanza de una victoria republicana, tras la caída de Barcelona en poder de los rebeldes el 26 de enero. Tenía 35 años, y un sentimiento de amargura por la derrota que le acompañó el resto de su vida, y le incitó a escribir acerca de sus causas.

La madrastra República Francesa

Regresó a su patria de nacimiento como vencido en la patria de elección, ya que había solicitado la nacionalidad española en 1923. En todos los órdenes se sentía un patriota español, que se expresaba en el idioma oficial de su tierra para comunicar sus opiniones. La derrota del Ejército leal ante la superioridad armamentista de los invasores nazifascistas, y el criminal Pacto de No Intervención acordado por las supuestas naciones democráticas, le obligó a abandonar la patria de elección, conquistada por los nazifascistas, para regresar a la de nacimiento, que muy pronto iba a ser también invadida por los nazis alemanes, sin oponer resistencia. Sus dos patrias dejaron de serlo, puesto que deseaba vivir en libertad, y en ninguna de las dos le era posible conseguirlo.
La República Francesa se portó con él tan mal como con todos los republicanos españoles. La actitud del Frente Popular de la República Francesa con relación al Frente Popular de la República Española fue inicua durante la guerra, e inhumana a su término respecto a los exiliados tras ser vencidos. Gran culpa de la derrota la tuvieron la República Francesa y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, con su criminal política de no intervención en la guerra, cuando era notoria y comprobada la intervención de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Portugal salazarista, con la ayuda económica del presunto Estado Vaticano.
La disculpa dada por el Frente Popular francés para no ayudar al español fue que se encontraba entre dos potencias agresivas y poderosas, a las que no deseaba molestar. De nada le sirvió su cobardía, porque Francia fue invadida y el 22 de junio de 1940 se rindió vergonzosamente ante la Wehrmacht: la República Francesa desapareció, transformada en el Estado Francés, colonia de la Alemania nazi. Y esa nueva hecatombe la padeció también Aub, cuando no estaba repuesto de la primera.
El embajador del régimen dictatorial fascista implantado en España ante las autoridades nazis del Estado Francés, José Félix de Lequerica, le denunció acusándolo de ser judío y comunista, los dos cargos más execrables para el nazismo. En consecuencia, Aub conoció los inhumanos campos de concentración franceses, a semejanza de los alemanes. Era joven y consiguió sobrevivir en aquel ambiente hostil. Estuvo internado en el famoso estadio de Roland Garros, convertido en gran cárcel para la desesperanza, después en el campo de concentración de Vernet d’Ariège, más tarde en la prisión de Niza, de nuevo en Vernet, hasta que el 25 de noviembre de 1941 fue embarcado con destino al campo de concentración de Djelfa, en Argelia, en donde el sufrimiento superó todos los padecimientos anteriores. Consiguió evadirse el 8 de julio de 1942, y cuando pudo y como pudo embarcó para ir a los Estados Unidos de México, adonde llegó el 1 de octubre.

La patria definitiva

Allí encontró por fin la libertad necesaria para continuar viviendo y escribiendo. Estuvo casi exactamente treinta años en esa tierra acogedora, puesto que falleció el 22 de julio de 1972, primero como exiliado, y después como ciudadano mexicano, ya que obtuvo su cuarta nacionalidad en 1956, después de tener la alemana por su padre, la francesa por su nacimiento y la española por elección. No obstante, patrias efectivas no tuvo más que dos, España y México, y de ellas fue la americana la que le mostró un mejor comportamiento, porque la europea demoró mucho reconocer sus méritos. En México pudo trabajar como profesor, dictar conferencias, colaborar en periódicos, publicar 61 libros, redactar guiones cinematográficos, estrenar piezas teatrales, y por encima de todo, vivir en libertad.
Verdaderamente la patria definitiva de Max Aub fue la escritura, ejercitada sobre todo durante su residencia mexicana. Su obra literaria fundamental está compuesta en el exilio. La editada antes fue una preparación estilística, en la que ensayó diversas expresiones en diálogo teatral, narración y verso. Le faltaba el gran tema inspirador, que hiciera necesario un replanteamiento estético. Ese tema fue el de la guerra incivil librada en España por las naciones agresivas nazifascistas contra el pueblo. Encontrado el argumento, era fácil desarrollarlo para un escritor de su talla.
A lo largo de su estancia en España forjó su estilo, en años de vigor físico e intelectual. Si durante la etapa de la República en paz buscó el medio de servir al hombre de la calle con su escritura como referencia, con la República en armas descubrió la razón inspiradora, y en el exilio la puso en práctica. Al llegar a México tenía 39 años, de modo que estaba completa su formación biológica, ideológica y estilística. La experiencia de la guerra y el exilio es el gran tema esencial de su obra literaria, el que le hizo definitivamente escritor y justifica su puesto en la historia de nuestra literatura.
La trágica experiencia de cuanto había vivido, visto y escuchado en aquel período decisivo para la historia de España, le impulsó a describirlo documentalmente con viveza. Iba a convertirse en un narrador de los acontecimientos protagonizados por él mismo. Puso en boca del médico socialista Julián Templado, en Campo de los almendros, su opinión sobre el valor de las novelas como testimonios de la historia:

–Los únicos documentos fehacientes: las novelas.
–¡Pero sin son cosas inventadas! –aduce, candoroso, Juanito Valcárcel.
–Por eso: por lo menos tienen como base una cosa real: la imaginación. (México, D. F., Joaquín Mortiz, 1968, p. 237.)

Gracias a su imaginación colocó a unos personajes ficticios como protagonistas de sucesos reales. Así convirtió las novelas sobre la guerra en documentos fehacientes de la realidad, bien redactados imaginativamente y ajustados a los hechos históricos.

Sin éxito en vida

Su historia personal y la colectiva del pueblo español agredido por los militares monárquicos sublevados y sus patrocinadores nazifascistas quedan expuestas en las seis novelas integrantes de la serie El laberinto mágico, tituladas cada una de ellas como un campo. Constituyen el documento principal de su obra completa: Campo cerrado (1943), Campo de sangre (1945), Campo abierto (1951), Campo del Moro (1963), Campo francés (1965), y Campo de los almendros (1968). Son los elementos principales de su derecho a ocupar un lugar destacado en la literatura española.
Las redactó porque se convirtieron en su patria, no por un afán mercantilista de obtener beneficios. Según propia confesión, Aub pagaba las ediciones de sus libros, aunque varios luzcan en la cubierta el nombre de Tezontle, empresa del Fondo de Cultura Económica, la mayor y mejor editorial mexicana. Es seguro que no recuperaba el coste de la publicación, pagada con los ingresos obtenidos con sus trabajos como profesor y periodista. Sus ediciones tenían prohibida la entrada en España, debido a la temática que trataban, y en los países hispanoamericanos se vendían poco. Lo reconoce el autor en sus Diarios (1939-1972), el 1 de noviembre de 1954, cuando ya contaba con una bibliografía de treinta libros editados, anotó su extrañeza por la escasa atención que recibían:

Uno de los casos más curiosos, que no me explico, es mi falta total de éxito. Mis libros no se venden. No tengo editor […] Viste mucho eso del Fondo de Cultura, lo que no sabe la gente es que los libros los pago yo y que el Fondo de Cultura Económica únicamente los distribuye. (Barcelona, Alba, 1998, p. 252.)

También para los lectores resulta inexplicable, ahora que sus ediciones se multiplican y traducen a otros idiomas con éxito. Todavía dos años antes de su muerte, el 21 de marzo de 1970, cuando tenía impresos 62 libros con su nombre, realizó un examen íntimo, por la necesidad de entender por qué y para quién escribía, una interpelación a la conciencia muy frecuente entre los escritores:

No escribo con ningún eco. Lo hago por gusto, porque no sé hacer otra cosa, porque no hay nada que me guste más, […] No busco el éxito, no busco renombre, no busco honores; no busco lectores (tendría que escribir menos y corregir más). ¿Para quién escribo? No lo sé, ni creo que ningún escritor bien nacido lo sepa. Para quien le dé la gana. (Diarios, p. 449).

Escribía ante todo porque le iba la vida en hacerlo, porque constituía la razón de ser de su persona. La confidencia resulta muy explicativa. Confirma que escribía por necesidad vital, que debía escribir para continuar viviendo, y además que invertía el dinero conseguido con los restantes trabajos en pagar la edición de sus escritos. Editar consiste en compartir ideas propias con otras personas, lo que exige necesariamente la existencia de lectores. Sin embargo, Aub reconocía carecer de ellos. A pesar de todo, escribía y publicaba porque no podía dejar de hacerlo, como residente en esa patria afable a la que pertenecía.

Lo que importa de la literatura

El tiempo le ha hecho justicia. Si en aquel momento de la escritura y primeras ediciones resultó ignorado por los lectores, ahora ha conseguido el reconocimiento como escritor testigo de su tiempo aterrador, cronista de la República en armas para defender al pueblo de los militares monárquicos sublevados, y del exilio sufrido por ese mismo pueblo derrotado por el nazifascismo internacional. En Campo de los almendros incluyó en medio del relato novelesco unos comentarios del autor en torno al concepto de la novela, titulados “Páginas azules (porque habrían de ir impresas en papel de ese color)”, donde afirmó:

Ahora bien, lo que importa es que quede, aunque sea para uno solo en cada generación, lo que aconteció y lo sucedido en Alicante esos últimos días del mes de marzo de 1939. El autor cree que, si en vez de escribirlo en prosa, lo cantara en ferias y plazas tendría éxito; pero es un medio que ya no se emplea, y el cine y la televisión, que lo han reemplazado, ignoran esos caminos. (Ed. cit., p. 363.)

Al considerarse un cronista de los sucesos observados, le importaba que permaneciese para la historia el testimonio escrito de lo vivido por el pueblo. Fue una gesta que debería ser cantada por las plazas, como hacían antiguamente los juglares, y en épocas posteriores los ciegos. El mester de juglaría cantaba las hazañas de los combatientes castellanos contra los invasores moros, y eso mismo hizo Aub, contra los moros y quienes los trajeron a la península para emplearlos como carne de cañón contra el pueblo, los militares monárquicos sublevados.
Aunque una obra no consiga más que un lector en cada generación, está justificado escribir y publicar la crónica de los sucesos, a fin de que el testimonio perdure en la memoria de las gentes y sea conocido por las generaciones posteriores. Un lector en cada generación salva al autor del olvido, y si el autor es un cronista le hace imprescindible, para autentificar la historia. Tal es el caso de Max Aub. Por eso debemos leer atentamente esa crónica literaria de la guerra, pero lo dejamos para otro día.

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* Presidente del Colectivo Republicano Tercer Milenio.
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