II parte: Inconsistencias de una inédita agresión

II parte: Inconsistencias de una inédita agresión
Fotografía de Cezaro de Luca

Por Claudio Katz*

La guerra contra el pueblo que intenta Milei no tiene precedentes. Incentiva una superinflación que destruye los ingresos para favorecer a las grandes empresas. Privilegia al capital financiero, apuntala el agronegocio y afecta parcialmente a los industriales. No logra aún retribuciones por su sometimiento a Estados Unidos. Propicia el miedo y el autoritarismo, pero debutó con cuestionados decretos, fracasos represivos y orfandad callejera. Ha comenzado la resistencia y los desenlaces están abiertos

Segunda parte…

La riesgosa apuesta exterior

Milei imagina una reedición de las ¨relaciones carnales¨ que mantuvo Menem con Estados Unidos. Supone que si el país ingresa en la OCDE (cumpliendo los requisitos neoliberales de esa admisión) y ratifica su exclusión de los BRICS, conseguirá el apoyo sostenido de Washington.

Esa expectativa de retribución es la invariable ilusión de los gobernantes derechistas. Todos olvidan que la primera potencia otorga y retacea auxilios, en función de circunstancias internacionales de mayor peso. El Departamento de Estado siempre exige resultados previos a cualquier soporte de un vasallo.

Esa conducta imperial quedó corroborada en los fallidos créditos que exploró Caputo en Nueva York. Luego de consultar a Washington, los financistas exigieron constatar primero la viabilidad del ajuste contra el pueblo. Por el momento siguen con atención el desenlace del decretazo, sin aportar un solo dólar. La Reserva Federal está conforme, pero se limita a observar lo sucedido.

Para ganar el favor estadounidense Milei sobreactúa la sumisión, exhibiendo un fanatismo por Israel que supera a los propios sionistas. Ya modificó el voto de Argentina en las Naciones Unidas para convalidar la masacre de Gaza y participa en las festividades judías para congraciarse con la DAIA.

Pero su afinidad con Netanyahu no es circunstancial. Forma parte de un viraje internacional de la ultraderecha, que ha pasado del discurso a los hechos. El año 2023 concluye con ese giro. Los lideres reaccionarios no se limitan a hostigar a los desamparados con amenazas verbales. Han comenzado a transformar sus regresivos enunciados en prácticas atroces.

Lo ocurrido en Gaza retrata ese cambio. El sionismo está consumado un genocidio para derrotar a los palestinos y forzar una nueva Nakba. Esta masacre convulsiona al Medio Oriente y pretende apuntalar la contraofensiva de Estados Unidos contra China. Washington busca disuadir a Arabia Saudita de su embrionaria participación en la Ruta de la Seda y presiona contra el coqueteo de esa monarquía con desdolarización de las transacciones internacionales.

Milei aporta un sostén latinoamericano a nuevo curso de la ultraderecha. Busca imponer un cambio radical de las relaciones de fuerza, en el país que alberga al principal movimiento obrero, democrático y social de la región. También propicia el alejamiento de China de la zona, para restaurar la alicaída primacía de Estados Unidos.

La masacre fascista de Netanyahu y la arremetida anarcocapitalista de Milei difieren de la gestión convencional, que caracterizó hasta ahora a los mandatarios de la extrema derecha. Bolsonaro, Trump. Meloni y Orban encabezaron presidencias semejantes al conservadurismo tradicional. Esas gestiones preservaron los parámetros corrientes.

Por el contrario, Netanyahu y Milei inauguran otro modelo de efectiva acción reaccionaria. Este giro es muy significativo, cuando se avizoran posibilidades de éxitos electorales de la ultraderecha en Francia y Estados Unidos. El cambio en curso sintoniza con estrategias de contraofensiva imperial más audaces contra China, al calor de la derrota que Washington constata en Ucrania.

Milei exhibe gran entusiasmo con su rol de simple peón del imperio. Pero hasta ahora el amo lo observa con desconfianza y desprecio. Biden está irritado por sus vínculos con el competidor Trump y envió un representante de quinto orden a su asunción presidencial. Esa ceremonia fue patética por la total ausencia de delegaciones de algún peso diplomático. El protagonismo de Zelensky confirmó esa orfandad, porque el ucraniano posó como una gran figura, cuando es impugnado por sus mandantes occidentales en un escenario de derrota militar.

Desde la Casa Rosada intentan disimular estas adversidades con mensajes de restauración del idilio menemista con Estados Unidos. Pero omiten el drástico cambio del contexto mundial. Martín Menem y Rodolfo Barra pretenden recrear un clima de fascinación con Occidente, ignorando que Estados Unidos ya no es el triunfante de la guerra fría, sino una potencia afectada por el ascenso de China.

Milei actúa como un neoliberal a destiempo, que desconoce cuán lejos ha quedado el ambiente de los años 90. La euforia con el globalismo librecambista ha sido reemplazada por el intervencionismo regulador en las principales economías de Occidente. Los mensajes del libertario están desencajados de este escenario.

Ese despiste ya tiene severas consecuencias en la relación con China. La verborragia provocadora del libertario indujo a Beijing a congelar el swap de yuanes, que alimenta las reservas efectivas del Banco Central. Es una advertencia muy seria. Si Milei da marcha atrás en los convenios ya suscritos (represas, energía nuclear, Ruta de la Seda), el principal cliente de las exportaciones argentinas podría retraer drásticamente sus compras, creando una grave tensión del libertario con el agronegocio.

Milei no inventa la pólvora y es sabido que su política de sumisión a Estados Unidos agrava el subdesarrollo y la dependencia. Como ya ocurrió con el Pacto Roca-Runciman, Argentina vuelve a atar su destino a una potencia en declive y las consecuencias de ese rumbo serían dramáticas para el país.

La resistencia inclina la balanza

El principal obstáculo que afronta la agresión de Milei es su potencial rechazo popular. Si esa oposición se masifica en la calle, el ajuste del libertario quedará neutralizado y será recordado como otro fracasado intento de doblegar al pueblo argentino. Esa posibilidad atormenta a las clases dominantes.

La pulseada comenzó con la importante manifestación que organizaron varias agrupaciones piqueteras con la izquierda. Ese acto fue un éxito político. Logró contrarrestar la campaña oficial de intimidación, reunió una respetable concurrencia y aglutinó un significativo número de militantes. Despertó además el interés de los medios y frustró la aplicación del protocolo de Bullrich.

El plan de provocaciones montado por la ministra fue desarticulado por la determinación de los manifestantes y por una crisis del comando represivo federal con sus pares de la Ciudad de Buenos Aires. La jefatura porteña en manos del macrismo rechazó cargar con los costos del apaleamiento propiciado por Milei. Esa divergencia de la gendarmería con la policía local ilustró la erosión que suscita por arriba la lucha de los de abajo. Fue un primer retrato de la dinámica que puede socavar los planes de la ultraderecha.

El segundo indicio de la resistencia fueron las protestas espontáneas de los vecinos. Los cacerolazos se escucharon en muchas ciudades y su transformación en cortes callejeros reforzó el desconocimiento del protocolo antipiquete.

El debut de esos rechazos en la emblemática noche del 20 de diciembre concitó analogías con lo ocurrido en el 2001, cuando los piquetes convergieron con las cacerolas en la batalla contra los mismos personajes que reaparecen en el gobierno actual (Bullrich, Sturzenegger). La expropiación de ahorros -que en ese momento sufrió la clase media- se ha transformado ahora en una confiscación de ingresos.

En este clima la CGT convocó a una movilización, alentada por marchas de sindicatos rosarinos. empleados del Banco Nación, trabajadores ferroviarios y estatales de CABA. Ese tercer hito de la naciente lucha reunió una importante multitud, que enlazó a todos movimientos sociales con numerosas delegaciones sindicales. Esta confluencia ha sido infrecuente e introduce un dato alentador. La tradicional hostilidad de la jerarquía gremial hacia otros sectores populares y su alergia a la izquierda pierde gravitación, facilitando una decisiva convergencia para derrotar el ajuste.

Los gordos de la CGT desactivaron una concentración de mayor alcance, porque negocian corporativamente con el gobierno los contornos más revulsivos de la reforma laboral, junto a su continuado control de las obras sociales. Por eso se limitaron a impugnar los artículos del decretazo que los incumben, con un limitado acto frente a los Tribunales. También posponen la definición de un plan de lucha y evitan la convocatoria a un paro nacional.

Pero la movilización amplió el espectro de lucha contra el decretazo y volvió a neutralizar el propósito represivo del gobierno. Bullrich debió tolerar nuevamente el desconocimiento de su protocolo.

La resistencia al ajuste ha comenzado y la pulseada con Milei exige motorizar la movilización, con los nuevos llamados de piqueteros, feministas y vecinos a ocupar la calle. Esas convocatorias contrarrestan las vacilaciones imperantes en el peronismo y la centroizquierda. La cautela de ambos sectores es justificada con argumentos que resaltan la inconveniencia de confrontar con un recién llegado a la Casa Rosada.

Pero esa prudencia choca con la acelerada motosierra que prendió el nuevo mandatario. Milei motoriza el ajuste con vertiginosa celeridad para desconcertar a los opositores. Si se lo deja actuar, reforzará esa tónica en el futuro. Si por el contrario afronta un freno de entrada, sus iniciativas perderán cohesión.

El éxito de esta batalla también transita por forjar un amplio espacio de fuerzas, que exhiba potencia callejera y atraiga a los votantes desilusionados con el libertario. Resulta indispensable dejar atrás la autoproclamación y las disputas por el protagonismo, para apuntalar la unidad y repetir la masiva acción que socavó a Macri en diciembre del 2017.

Desenlaces abiertos

La derrota del ajuste depende ante todo de la lucha social y en segundo término de las contradicciones que genera el plan oficialista en las clases dominantes. Sin resistencia masiva esas tensiones quedarán acotadas, porque los poderosos comparten el propósito de demoler los sindicatos, las cooperativas y las redes democráticas.

Existe la posibilidad de una victoria popular, ante un presidente embarcado en consumar un atropello monumental. Milei intenta perpetrar su agresión, sin contar con el sustento requerido para esa escalada. Comanda un gabinete improvisado para aplicar un proyecto muy ambicioso. Carece de los gobernadores, legisladores e intendentes que se necesitan para efectivizar un plan, que irrita al grueso de la población.

Milei no define la forma de instrumentar el paquetazo que afronta la amenaza de un veto parlamentario. Si ese rechazo se concreta, las 300 leyes propiciadas por el libertario ingresarán en la congeladora de la justicia, afectando la impaciencia de los capitalistas. Esa eventual desactivación del atropello patronal depende de una sostenida protesta en las calles.

La comparación con Bolsonaro es clarificadora y va más allá de los disparates compartidos por ambos personajes. Al igual que su par argentino, el ex capitán llegó inesperadamente a la presidencia, reemplazando al candidato preferido por los grupos dominantes. Bolsonaro sustituyó a Alckmin en la misma secuencia que Milei reemplazó a Rodríguez Larreta o Bullrich. En el primer caso fue determinante el descontrolado devenir del golpe contra Dilma y en el segundo la crisis de la derecha convencional.

Pero Bolsonaro asumió en un escenario derechista estabilizado, con el grueso del ajuste consumado por su antecesor Temer (reforma laboral, congelamiento del gasto social por 20 años, regresión educativa, privatizaciones en marcha). Sólo añadió a ese paquete las modificaciones de la seguridad social. Por el contrario, Milei debe lidiar con una crisis económica descomunal retomando el discontinuado recetario neoliberal.

Bolsonaro aprovechó el clima de movilizaciones derechistas, que auspiciaban la venganza contra el PT y el rechazo de la corrupción (Lava Jato). Milei no cuenta con ese sostén y el relato de Macri agotó los episodios de coimas del funcionariado público. El libertario tampoco cuenta con la poderosa red de evangelistas, militares y agro-capitalistas que sostuvieron al ex capitán. En lugar de usufructuar con el reflujo del movimiento sindical -que sucedió en Brasil a la huelga del 2018- debe confrontar con una estructura gremial que preserva un gran poder de fuego.

Es un interrogante si Milei exhibirá la plasticidad de su ídolo carioca para adaptar su gobierno a las adversidades. Por el momento se limita a subir la apuesta con medidas más audaces, para generar un liderazgo cohesionador de las clases dominantes. El resultado de su aventura depende de la resistencia popular.

Ese desenlace permanece abierto, porque Milei no expresa el giro derechista estabilizado que diagnostican algunos analistas. Logró un éxito electoral sin el correspondiente correlato social. Por ese carácter irresuelto de su gestión, son prematuras las evaluaciones que lo identifican con la asentada convertibilidad de Menem. Tampoco exhibe hasta ahora el poder de un “macrismo recargado”, capaz de efectivizar el fallido programa del 2015-2019. Esos peligros sobrevuelan, junto a la posibilidad opuesta de personificar una corta pesadilla del devenir argentino. A pocas semanas de su asunción, la única certeza es la centralidad de la lucha popular para lograr su derrota.

* Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI

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