Incontinencias
Patxi Ibarrondo*. LQSomos. Octubre 2014
El Partido Popular esta literalmente podrido y el olor nauseabundo llega mucho más allá de Dinamarca. Rajoy y los suyos están contra las cuerdas y boqueando. En el PP no es que haya delincuentes como en todas partes. El PP es una Cultura de la delincuencia política, cuya escuela de la gramática parda se está demostrando cada día. La mitificada transición generó una madeja de intrincadas complicidades, una corrupción suicida, un bipartidismo amparador de desfalcos de bienes públicos, una absoluta falta de escrúpulos entre la clase política. Unos lo hacen y otros lo silencian. Al final el eterno marginado es el ciudadano común.
Lo cierto es que, por mucho que lo pretenda el patriotismo del dinero, Suiza no puede ser la capital de España permanente. Entre otras cosas, en la confederación helvética se celebran referéndums con regularidad; y esa coyunda institucional con pujoles, borbones y botines y otros similares etcéteras no sería de recibo. La pasta sí, pero con el calcetín sudado a otra parte.
El caso es que, a poco que se lo han propuesto, los jueces están acabando con la tramoya enhebrada a partir de la transición. Nada es casual, ni aquí rigen todavía los postulados democráticos de Montesquieu. Los jueces no se ponen en marcha por sí solos. Además del quebrantamiento de la ley de los reos, necesitan que alguien empuje el carro de la opinión pública.
El “pequeño Nicolas” ese alevín de chorizo adulto con pinta de monaguillo, es quizá la metáfora más perfecta de esa incontinencia sacramental y falangista que nos abruma. Se resume en desparpajo en el despropósito, gomina capilar, rostro de basalto, talante verborreico en el engaño seguro y la amenaza paralizante de acudir a intimidatorias instancias superiores.
En cualquier caso, da la impresión de que algo o alguien maneja los hilos de la deconstrucción del PP Rajoy, Seguramente los fácticos de interior y exterior han llegado a la conclusión de que la falta de ideas, las mentiras gruesas y la constante presencia en los tribunales de sus militantes ya no dan más de sí.
Lo cierto es que un país, por zarrapastroso que sea, no puede quedar reducido a las constantes redadas de los centros públicos por orden judicial. Así como tampoco la crudeza de la realidad de ese mismo país se puede ocultar indefinidamente bajo las alfombras de un gobierno descerebrado y a la espera de los milagros del opus dei y de Fátima.