Inmigración. Los dilemas de la izquierda
Por Peio M. Aierbe*
Las migraciones han planteado siempre retos, tanto a las sociedades de origen como a las receptoras. Hoy en día, millones de personas en busca de protección internacional y en pos de mejores condiciones de vida, acaparan buena parte del discurso político.
Desde las derechas extremas, se vomita un discurso xenófobo y de odio que encuentra un eco importante en el electorado más diverso. Las fuerzas políticas de la derecha y el centro tienen un posicionamiento común, más allá de la literatura, de entender la llegada de migrantes y refugiados como un problema, cuando no, una amenaza para nuestras sociedades. Este planteamiento es compartido por no pocas fuerzas de izquierda, en particular con responsabilidades gubernamentales. De ahí el cúmulo de trabas de todo tipo para dificultar su llegada y el arsenal de dispositivos policiales y militares dedicado a ello. No es de extrañar, pues, que haya calado en la sociedad la imagen de las personas migrantes y refugiadas como una amenaza de la que protegerse.
En el ámbito genéricamente identificado como la izquierda, las posiciones son también muy variadas, incluso contradictorias. Si nos referimos a las izquierdas sin responsabilidades gubernamentales, despliegan múltiples iniciativas contra las muestras de racismo, xenofobia y discriminación, tan abundantes hoy en nuestra sociedad. Sin embargo, con ser esos objetivos absolutamente necesarios, no agotan los problemas a los que hacer frente para contrarrestar la creciente influencia de los partidos xenófobos. Frente a ello, las izquierdas no son capaces de enfrentar un discurso que confronte esa situación con un mínimo de éxito. ¿Estamos condenados a que se consolide este panorama? Para evitarlo, sería necesario encontrar respuestas adecuadas a los dilemas que plantea el desplazamiento de millones personas y su encaje en las sociedades receptoras. Punteemos algunos de esos dilemas.
– Confrontar los mensajes xenófobos de las derechas con la búsqueda de los consensos posibles en base a la defensa de derechos, también presente en esas fuerzas, evitando un planteamiento maniqueo de racistas, no racistas.
– La necesidad de normativas y mecanismos represivos de carácter legal, judicial
y policial de cara a garantizar la seguridad de la ciudadanía ante la delincuencia con la denuncia de la criminalización de las personas migrantes, en particular de determinados colectivos y la violación de sus derechos.
– La defensa de la libertad de circulación con el derecho del Estado a controlar sus fronteras.
– Lograr avances en la construcción de un tejido social cohesionado con la aceptación y la incorporación de personas que manejan hábitos y recursos culturales muy distintos.
– Las aportaciones de las políticas de la identidad con la defensa de la universalidad de los derechos humanos.
– La denuncia de la islamofobia con la crítica al fundamentalismo religioso.
– El respeto a los símbolos religiosos con su utilización en el ámbito político.
– La defensa de los derechos individuales, muy en particular de las mujeres, con las exigencias del comunitarismo.
– Reconocer la importante aportación de la involucración de personas racializadas en la lucha contra el racismo con la legitimidad de toda la sociedad en esa lucha.
– Defender los puntos de vista propios sobre el antirracismo con la aceptación de la diversidad y pluralidad de ese campo.
– El combate contra los discursos y polí ticas de las derechas extremas con la diferenciación respecto a los motivos que llevan a millones de personas a darles su apoyo electoral.
– La crítica a la evolución del entramado normativo-legal de restricción de derechos con la reivindicación del espacio de derechos conseguido a lo largo de tantas luchas.
– La defensa de la laicidad del Estado con las expresiones religiosas en el espacio público, máxime en un país con ese espacio ocupado por una religión, la católica.
– La denuncia de la persistencia de las políticas coloniales con la denuncia, al mismo tiempo, de las políticas de las oligarquías locales que contribuyen al éxodo de su población.
– La necesidad que tienen nuestras sociedades occidentales de personas migrantes para sostener nuestras economías con no limitar nuestra argumentación a argumentos funcionales.
– Las reivindicaciones basadas en la identidad con la crítica a la adjudicación de un esencialismo racista a las personas por el hecho de ser blancas.
La especificidad de la lucha antirracista con la articulación de políticas de solidaridad con otras luchas. El derecho a conducirse según valores de su propia cultura con la crítica a los patrones patriarcales que fundamentan muchos de esos valores.
– La necesidad de someter todo a debate con las exigencias de lo políticamente correcto.
Entrarle a estos dilemas ni es fácil, por su complejidad, ni existe un ambiente que permita un debate sereno al respecto sin ser anatematizado. La descalificación de las opiniones contrarias es una constante en el debate político y en el universo de las izquierdas. Tampoco es inhabitual encontrar en los posicionamientos de las izquierdas un vacío de discurso ante esos problemas, cuando no son directamente ignorados, con planteamientos maximalistas, que no tienen viabilidad.
Los riesgos son, pues, diversos y lo más fácil es descarrilar. Tenemos ejemplos
bien cercanos, desde la izquierda, de hacerse eco de estos problemas, pero con el enfoque de las derechas extremas.
Es importante, a la hora de conducirse por la complejidad de lo que sería una política migratoria respetuosa con los derechos de todas las poblaciones, no dibujar la lucha contra el racismo y la xenofobia como un escenario de buenos y malos. No es de recibo calificar cualquier historia de racista y a quienes la formulan de racistas. La distinción entre los políticos profesionales propagadores de los discursos de odio y los sectores de la ciudadanía sobre los que influyen es absolutamente necesaria si no queremos constreñir nuestro trabajo a los círculos ya convencidos (y, hoy por hoy, minoritarios). Si todo es racismo, nada acaba siéndolo. Es obvio que las respuestas a estos dilemas son distintas según los sujetos y, aun así, o precisamente por ello, es preciso articular espacios de encuentro.
Por otro lado, más allá de abordar en los discursos políticos cuestiones como las indicadas anteriormente, los análisis que se vienen haciendo del auge electoral de las derechas extremas, cuya muestra más reciente la encontramos en las regiones alemanas de Sajonia y Turingia, insisten en la existencia de sectores amplios de la sociedad que se sienten abandonados por las instituciones actuales y cuyo malestar es aprovechado por esas fuerzas. En tanto no haya un cambio radical de las políticas gubernamentales dirigido a combatir las desigualdades, y atender las carencias de los sectores más vulnerables de la población en materia de empleo, vivienda, sanidad y educación, difícilmente podrá afrontarse con éxito el avance del discurso xenófobo.
Ayudaría, en esta aproximación del debate político a los problemas reales, una mayor implicación de las izquierdas en las iniciativas que se impulsan desde el tejido asociativo. No para fagocitarlo, como hemos visto tantas veces, ni para «politizar» dicha actividad, sino como un banco de pruebas de las virtudes y los límites de los discursos.
* Peio M. Aierbe es miembro de Mugak – Centro de Estudio y Documentación sobre Racismo y Xenofobia. Publicado en Revista Galde, 46, Otoño de 2024. Vía Pensamiento Crítico.
⇒ Migraciones – Personas – LoQueSomos
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