Intervenciones: Estación final China
Hace un par de días empezaba a leer el libro [1] de un cronista del ejército estadounidense que se ha dedicado a recorrer de cabo a rabo el extenso espacio geográfico que a nivel global controlan sus más de 800 bases militares.
El autor se declara abiertamente admirador de la política militar estadounidense. Pero, a pesar de que está escrito de manera maniquea, que exalta sin disimulo a los “cowboys” sobre el terreno y que destila no pocas veces un tufo racista neocolonial, lo que se adivina entre líneas da muchas e interesantes claves.
En el capítulo de apertura aparece el Sahel, tan de moda ultimamente; Malí, Mauritania, Niger, Senegal, Burkina Faso, y los demás países del área se suceden descritos con precisión. Es 2004 y ya encontramos tropas especiales estadounidenses entrenando a militares malienses (¿serían los mismos que dieron un golpe de estado en marzo de 2012?) y se habla sin empacho de la contención de China, presente en la zona tras los recursos estratégicos necesarios para su crecimiento.
A nadie se le escapa la emergencia de China como única potencia capaz de hacer sombra al poder omnímodo de EEUU, ni que la prioridad máxima de Washington sea contenerla reteniendo todas las áreas de abastecimiento enérgetico que se pueda. Es la lucha por el control de los círculos concéntricos de los que hablaba Brzezinski destinados a defender la primacía de la potencia global. Pero lo que para Rusia puede ser la pérdida de influencia estratégica, para China supone un golpe mortal pues, al contrario que Moscú, no es autosuficiente energéticamente.
En el momento en que la asistencia al gobierno sirio y los vetos en la ONU a cualquier intervención o exclusión aérea impulsados con firmeza por China y Rusia han logrado, quizás no detener, pero sí ralentizar las pretensiones de los aliados estadounidenses para romper la primera barrera que da protección a Irán, uno de los primeros abastecedores de petróleo del gigante asiático (20%), con la partida maliense se abre una nueva jugada en el tablero.
Si en Siria se busca romper el eje Irán-Hezbollah-Siria además de privar a Rusia de su única salida al Mediterraneo, en Malí se asegura un pivote estratégico que tiene frontera con siete países y posee grandes recursos, además de dar un toque de atención a Argelia, otro país rico energéticamente y díscolo con el proyecto de reordenación del mapa africano (cuando las barbas del vecino libio veas cortar…).
En esta nueva apuesta nos encontramos con los mismos actores que se vieron sin disimulo en Libia y se ven difuminados en Siria: presencia comercial francesa, qatarí y saudí, asistida a regañadientes por los socios del paraguas militar OTAN bajo la tutela del Africom estadounidense.
Se tensiona sin disimulo en el ámbito económico con políticas FMI para debilitar población y fragmentar la sociedad, se promueven gobiernos títeres por lo civil o se imponen por lo militar, pero siempre con fachada democrática y/o con la excusa del combate al terrorismo.
Son las nuevas intervenciones neocoloniales con fachada posmoderna que esconde las viejas maneras de Roma o el Imperio Habsburgo: asegurar los negocios de los estados vasallos a cambio de la protección de su valedor, el Imperio unipolar.
La guerras de Occidente son siempre contra los tiranos, por la democracia, por los derechos humanos, por la libertad, … la utilización de espantajos salafistas infiltrados en los tuaregs del norte de Malí, los aliados occidentales de Al Qaeda en Siria y Libia o la utilización de la Hermandad Musulmana para reconducir levantamientos populares, no tienen nada que ver con el control de las fuentes de energía y los acuíferos, son solo las alucinaciones de algunos antiimperialistas trasnochados.
[1]: “Por tierra, mar y aire. Las huellas globales del ejército americano”. Robert D. Kaplan.
* Hablando República