Ion Arretxe: Las 5 sílabas de Alfonso Sastre

Ion Arretxe: Las 5 sílabas de Alfonso Sastre

Redacción. LQSomos. Mayo 2017

Reproducimos este relato de nuestro amigo, compañero y colaborador Ion Arretxe. Con su publicación queremos seguir contribuyendo a su recuerdo póstumo y reivindicar una de tantas facetas artísticas que él desarrolló, aparte de la humana, en este caso con este relato publicado en 2013, en la revista Oarso de Errenteria. Esta revista es la publicación local más antigua de Gipuzkoa, que se publica anualmente con motivo de las fiestas patronales de “Magdalenas” en el mes de julio. Aparecida en 1930 e interrumpida en torno al período de la sublevación militar fascista y consiguiente golpe de Estado, volvió a reaparecer en 1951, manteniendo desde entonces su cita anual.

Las 5 sílabas de Alfonso Sastre

Un relato de Ion Arretxe*

No pretendo que nadie se crea mi relato ni los hechos que en él voy a referir. Reconozco que yo mismo, si no fuera porque los viví -y de qué manera- hasta sufrirlos en lo más quebradizo de mis propios nervios, también hubiera dudado de su veracidad.

Por qué fui yo el elegido para tan singular experiencia todavía a día de hoy se escapa a mi comprensión. Mantendré siempre mis fundadas sospechas sobre el extraño librero, jorobado y ex-siamés -tenía el pobre hombre todo el lado derecho de su cuerpo, del tobillo a la sien, pespunteado por las horribles cicatrices que le provocara la traumática separación de su hermano, y una giba del tamaño de un melón coronándole la espalda- que vendía libros de segunda mano en un pequeño local de la calle Aita Donosti, a los pies del monte San Marcos, en el barrio de Beraun.

Si no se sospecha de un ser así, de quién se va a sospechar…

Además, estoy seguro de que él era la única persona que sabía de mi adicción, enfermiza como todas las adicciones (todavía ahora me sonrojo al confesarlo) a los libros, fueran éstos del género que fueran, del escritor Alfonso Sastre.

Cómo me inicié en ese vicio maldito hasta caer en el pozo negro en el que ahora me encuentro sería muy difícil de explicar por alguien que, como yo, desconoce los mecanismos de la psicología profunda, ciénaga donde se generan las depravaciones más oscuras e inconfesables del ser humano.

…—…—…—…

¿Fui sedado? ¿Fueron manipuladas de alguna manera las neuronas que gobiernan mi sueño? En cualquier caso yo no fui consciente de ello. Pero ya sabemos, gracias a Segismundo Freud -cuyos libros ojeé en mi juventud y ahora me arrepiento de no haberlos estudiado con más provecho- que la consciencia es muy frágil y caprichosa.

El caso es que fui transportado, poco antes de la media noche, por tierra, mar o aire -cualquiera lo sabe- al lugar de la fabulosa asamblea que intentaré describirles, si las musas y las fuerzas me acompañan: una fría y marmórea estancia en un castillo de los Cárpatos, tierra de vampiros y de sobrecogedora belleza, paraje donde la inmensidad y el vacío resultan asfixiantes a la pequeñez del más grande de los mortales. Recóndito rincón donde dicen que el mismo Satanás perdió el mechero.

Por lo poco que pude entender, a medida que se desarrollaba la ceremonia, aquella reunión, cumbre o asamblea -que de las tres maneras la nombraron en distintos momentos de la vigilia- se realizaba cada vez que la noche de Walpurgis caía en sábado, que como sabrá el avisado lector es el día elegido por las brujas para sus desenfrenadas orgías y libertinos desmanes, con lo cual variaba su frecuencia entre los siete y los once años, según fueran éstos bisiestos o no. Una especie de Año Santo, pero al revés. Año de los mil Demonios, Año de Condenación, Año Satánico…

Los cinco demonios que integraban aquella infausta hermandad a la que fui invitado fueron anunciados con mucha pompa, pompa fúnebre añadiría yo, ya que a cada nombre gritado desde un altavoz por el maestro de ceremonias -al cual, por cierto, nunca llegué a ver- seguía un toque de campanas, DOOONG… DOOONG… fúnebre como siempre lo son las campanas que tocan a muerto.

El primero de todos, representando al continente americano, un súcubo que había adoptado los rasgos indios y los andares lentos de una bella y extraña mujer, procedente de la Facultad de Filología Románica en la Universidad de los Andes, de Santa Fe de Bogotá, en Colombia, la Doctora Roberta Allyson. Sus labios gruesos y sus marcados pómulos conferían a su rostro el aspecto de una máscara primitiva y elemental. El pelo negro, negrísimo como el más oscuro azabache, acababa de dar a su aspecto una nota de irrealidad.

A ella le siguió el representante de Oceanía, un demonio caído desde las lejanas antípodas que atendía al nombre de Matías Pérez, y que no poseía más título ni más distinción que la de ser el mismo Matías Pérez, aeronauta portugués que en una demostración de vuelo aerostático en la Plaza de Marte (actual Parque Central de la ciudad de La Habana en Cuba) desapareció sin dejar rastro entre las nubes del reluciente cielo caribeño, ante las incrédulas miradas del numeroso público que la curiosidad y el aburrimiento habían congregado.

Y nunca más se supo de él…

Al menos hasta el día de hoy en que, tocado con un sombrero de cuero y armado con un estilizado boomerang, reaparecía como ciudadano australiano. A buen seguro fue Australia la tierra a la que llegó en su perdidizo globo, el Villa de París. Eso sí… su desaparición se produjo una luminosa mañana de junio de 1856, y su reaparición en esta lugubérrima noche de todos los demonios tenía lugar… ¡157 años después!

–Llegada desde la enigmática y remota China –continuó el invisible presentador– Margarita Chávez León, hija adoptiva de Paquita Chávez, ex mujer del malogrado profesor John H. Allyson, que fuera jefe del departamento de Español de la Gurméndez State University, cuyo campus se emplaza, como todos ustedes sabrán, en la localidad de Chula Vista, al sur de San Diego en la dorada California, y también hija, igualmente adoptiva, de su compañera sentimental Margeritte León, reputada escritora francesa, algo apartada de las ficciones, y dedicada en la actualidad a la semiótica y la narratología.

Representando a la vieja Europa, y tan vieja como ella o más, una anciana de nombre Celestina y de apellido impronunciable, hispanista del este europeo -creo que de la República Checa- aunque residente en una barriada chabolista junto al río Tormes en Salamanca, datos que no entendí demasiado bien por unos molestos e inoportunos problemas que surgieron en forma de pedorretas en el anticuado sistema de megafonía.

Y por fin, el representante africano, cuya aparición debo reconocer que me hizo bastante gracia, si es que un sentimiento así pudo anidar en un alma como la mía. Alma poseída por la pena, la extrañeza y el horror con los que fue castigada durante las largas horas de aquella inolvidable, siniestrísima e inenarrable noche. O al menos, difícil de narrar para un simple aficionado a las letras como es el menda.

El auténtico, el verdadero, el genuino Arpad Vászary y no otro. Éste era el último demonio. Quien en otro tiempo fuera conocido como el Vampiro de la calle Virgen del Val, porque fue en esta calle del madrileño Barrio de La Concepción donde tuvo su morada, comparecía ahora como un negro del África profunda, con la extravagante peculiaridad de que se notaba a las claras (o tal vez debería decir “a las oscuras”) que su palidísima piel había sido ocultada burdamente bajo una gruesa capa de betún negro o de corcho quemado, tal como se hace para caracterizar al Rey Baltasar en las cabalgatas de muchos pueblos.

…—…—…—…

En el centro de la lujosa y fría estancia, sobre suelo de mármol, estaba trazada una estrella de cinco puntas, pintada de un solo trazo -la famosa Pentalfa- tan asociada a los pitagóricos como a los ritos satánicos.

Y en cada una de sus puntas, siguiendo el movimiento de las agujas del reloj, las cinco sílabas malditas: Al, Fon, So, Sas y Tre.

Miré con más atención -la iluminación era un tanto lúgubre y bastante pobre- forzando todo lo que pude mi vista, hasta que mis ojos sangraron de dolor.

Pronto descubrí que bajo cada una de las sílabas, con las letras góticas y doradas propias de los cementerios, estaban escritas las siguientes palabras: Impublicable, Irrepresentable, Indeseable, Invisible… y la más extraña de todas, Invisible, que tuve que leer varias veces para asegurarme de que no se trataba de una caprichosa errata.

…—…—…—…

Tomó la palabra la vieja Celestina -que a la luz de las velas me pareció poseedora de ciertos rasgos gitanos, un color de piel aceitunado y un pelo negro, recogido en un moño perfecto, que destacaban en contraste con el oro de los aros que pendían de sus pequeñas orejas- y dijo que si la Hidra de Lerna, el famoso monstruo que tanto trabajo dio a Hércules, tenía siete cabezas, Alfonso Sastre no se quedaba corto en su monstruosidad.

Y le atribuyó al escritor cinco cabezas: una como poeta lírico, otra, tal vez la más conocida, como autor teatral. La tercera cabeza es la del eventual novelista. La cuarta, la del filósofo, y la quinta cabeza la del guionista cinematográfico.

¡Toma ya!

¡Cinco escritores en uno! O lo que es lo mismo… ¡Un pentaescritor!

Ella había elegido, de entre la vasta producción lírica del autor (El español al alcance de todos, T.B.O, El evangelio de Drácula, Vida del hombre invisible contada por él mismo…) un libro de poemas titulado Balada de Carabanchel y otros Poemas Celulares.

Y de entre los poemas celulares había elegido uno, Este gitano, que fue escrito tras las rejas de la tristemente conocidísima prisión madrileña en abril de 1975. El poema dice así:

Este gitano de Carabanchel ha dicho
mirando a los polis grises sin remedio:
eztoz van a cagarze ahora
en cuanto que entremoz en Zaigón.
Yo me he quitado la gorra en su homenaje.
Sabio gitano, camarada…

Siendo como era un demonio, la gitana Celestina lo recitó con voz de ángel. Y con el último verso derramó una lágrima de nácar que brilló en la lúgubre noche como un fuego fatuo.

–Siempre me pasa lo mismo, dijo con un nudo en la voz.

…—…—…—…

Intervino después la Doctora Roberta Allyson, y explicó que la obra dramática de Alfonso Sastre era una de las más importantes escritas en lengua castellana en la segunda mitad del siglo XX y en lo que llevábamos adentrados en éste. Y añadió que lo más dramático de esta obra era el propio drama que soportaba su autor al ser considerado por los escritores como un hombre de teatro, y por las gentes del teatro como un escritor, motivo suficientes para situarlo en lo más alto de la marginalidad.

Entre los más de 80 títulos que ha escrito para las tablas -éstas fueron textualmente sus palabras- y seguidamente los recitó uno detrás de otro, por orden alfabético y de memoria: Ahola no es de leíl, Alfonso Sastre se suicida, Ana Kleiber, Análisis de un comando, Asalto nocturno, Askatasuna, Aventura en Euskadi, Búnbury, Cargamento de sueños, Comedia sonámbula, Crimen al otro lado del espejo, Cuatro dramas vascos, Demasiado tarde para Filoctetes, ¿Dónde estás, Ulalume, dónde estás?, Ejercicios de terror, El asesinato de la luna llena, El asesino inesperado, El banquete, El camarada oscuro, El circulito de tiza o Historia de una muñeca abandonada, El cubo de la basura, El cuento de la reforma, El cuervo, El extraño caso de los caballos blancos de Rosmersholm, El hijo único de Guillermo Tell, El nuevo cerco de Numancia, El pan de todos, El viaje infinito de Sancho Panza, En la red… y así hasta llegar a Uranio 235, pasando por Guillermo Tell tiene los ojos tristes, ¡Han matado a Propokius!, Jenofa Juncal, La cornada, La mordaza, La taberna fantástica, Los hombres y sus sombras, Los últimos días de Emmanuel Kant, Mulato, Prólogo patético, Revelaciones inesperadas sobre Moisés, o Tragedia fantástica de la gitana Celestina, por citar algunas, quiso destacar dos. Pero un fuerte aleteo de murciélagos -que era la original forma que usaban los asistentes a aquella extraña reunión para expresar sus desacuerdos- le hizo recordar que con ese doblete no respetaba las normas establecidas desde tiempos inmemoriales por la Asociación de Amigos de Bram Stoker (reconstituida), que es como se autodenominaban aquellos funestos personajes.

-Así que… escoge una como hemos hecho los demás mortales… (risas que me helaron la sangre) y aligera, maja- le dijo Arpad Vászary, el vampiro negroide de la calle Virgen del Val.

Finalmente se decantó por Demasiado tarde para Filoctetes (Tragedia de aventuras), obra que está dedicada a la memoria de José Bergamín, poeta y pensador irreductible y modelo de coherencia y de incorruptibilidad, peregrino nato, desterrado dos veces en vida y una en muerte, y que guarda un parecido en su actitud intelectual y vital, algo más que casual y bastante preocupante, con el propio Alfonso Sastre.

Y, lo más curioso de todo… la leyó “de pe a pa”, como suele decirse en las hablas populares, gracias a un sistema de lectura rápida, que más que rápida diríase instantánea. Y en menos que canta un gallo, más o menos dos segundos, Kikirikíiii, había concluido los 8 cuadros de los que consta la obra. Y había leído, de propina, el Diario de escritura del autor, apéndice con el que Alfonso Sastre suele completar la edición de sus obras. Este diario suele ser que es un suculento y entretenido manual teórico-práctico de escritura, además de un precioso documento sobre las circunstancias concretas, domésticas y cotidianas en las que vive el autor -su real realidad- en las que encuentra la suficiente ilusión, las necesarias fuerzas y el imprescindible tiempo para escribir.

…—…—…—…

Margarita Chávez León, la chinita que se encargó de alabar las excelencia de la prosa narrativa sastriana, quiso elegir de entre todas las novelas y cuentos (Las noches lúgubres, El lugar del crimen, Necrópolis…), la obrita titulada Una velada en California, en la que el escritor junta a varios personajes en una tertulia amistosa en la que, cada uno de ellos, se anima a contar una historia de esas que suceden en la vida, y en las que parece que van a ocurrir importantes y grandes cosas, y al final no ocurre nada de nada. Pues eso…

…—…—…—…

Matías Pérez, el aeronauta perdido y encontrado en aquella especie de templo, fue el encargado de señalar una obra de entre el corpus teórico del escritor-pensador matritense-hondarribitarra.

Yo estaba convencido de que iba a elegir su, más que magna magnísima, Crítica de la Imaginación Pura, Práctica y Dialéctica, por ser obra a la que A.S. le ha dedicado toda una vida, su vida, y que supone su principal contribución a la renovación del pensamiento y de la Poestética.

Dicha obra se compone de tres sustanciosos volúmenes. A saber: Crítica de la imaginación, Las dialécticas de lo imaginario, Imaginación, Retórica y Utopía.

Pero no fue así, y nos leyó, con su sistema de lectura ultrarrápida y con un cierto deje afrancesado, el fabuloso Ensayo general sobre lo cómico, lectura que además de recordarnos que el ser humano es un animal ridículo y risible, y de incidir sobre la “biserialidad circunstancialmente confluyente como fuente, según los casos, de la comicidad, de la lírica y de la filosofía”, nos permitió “hacer unas risas”, que en un ambiente tan tétrico como aquél, tenía bastante mérito.

Esto de la biserialidad se refiere a que para que se produzca el chiste tienen que saltar chispas, producirse un cortocircuito entre dos elementos que pertenecen a series inicialmente distintas e independientes pero que confluyen, de manera casual en las cosas graciosas de la vida corriente, y poéticamente, cuando es alguien quien se inventa la gracia con el fin de hacernos reír, sonreír, o pensar.

Este mecanismo es semejante al que produce las metáforas.

Así que no es leche de grillo…

…—…—…—…

La velada tocaba a su fin. Tan sólo quedaba pendiente aquella noche la intervención de Arpad Vászari, el vampiro negroide de la calle Virgen del Val.

Cuando le llegó el turno, en vez de tomar la palabra -los vampiros son más de tomar otros brebajes- desplegó sobre el frío mármol de la pared el lienzo ajado, acartonado y polvoriento de una vieja mortaja, sobre la que brilló el fantasmagórico haz de un ruidoso proyector de cine.

Sí, amigo lector, has entendido bien. Aquella noche lúgubre y eterna asistimos también a una proyección de cine. ¿No era aquella, la cinematográfica, la quinta cabeza de la Hidra?

Alfonso Sastre, guionista de cine. Alfonso Sastre, cinco escritores en uno.

¿Cuál sería la película programada para poner fi n a aquella inverosímil y macabra sesión? Tal vez Amanecer en Puerta oscura, pensé yo, dirigida por José María Forqué y ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín. Tal vez La noche y el alba, Nunca pasa nada, o A las cinco de la tarde, película de toreros y cornadas.

Pero ninguna de estas cintas estaba destinada a ello.

Si mi alma podía soportar más terrores aquella noche, puedo asegurarles que los soportó.

El mismísimo Satanás nos había reservado la más terrorífica de las películas que el ojo humano haya podido soportar: Las noches del Espíritu Santo.

Porque aquella película… aquel film cuyas escenas iluminaban la mortaja y la noche… ¡jamás se había rodado!

Nota de los Editores:
Las notas que conforman este escrito y que ahora nos complacemos en ofrecerle, estimado y paciente lector, fueron encontradas de manera fortuita en el interior del estómago de I.A., vecino de Orereta y paciente interno del Hospital Psiquiátrico de Santa Águeda en Mondragón por el equipo médico que le practicaba una limpieza de estómago tras la ingesta de varios tubos de pastillas (cinco, para ser exactos) que, aunque estaban vacíos en el momento de ser ingeridos, eran metálicos y de los gordos, tal como informó a un familiar el Doctor Procopio Mabuse Oronoz.

Junto a los papeles manuscritos -pequeños folletos publicitarios que el enfermo robaba de los buzones en algunas casas de vecinos, aprovechando los paseos vigilados que organiza cada domingo esta prestigiosa institución, y que luego rellenaba con apretada letra por la cara no impresa- también se encontró un recorte del Diario Vasco, con la siguiente noticia:

“En la madrugada del 30 de abril, conocida en ciertas regiones centroeuropeas como noche de Walpurgis, y también como la noche de las brujas, F.G.A., vigilante jurado del cementerio donostiarra de Polloe, mientras realizaba una ronda rutinaria a eso de las tres o tres y media de la mañana, oyó unos terribles alaridos provenientes del interior de un lujoso panteón, uno de los más suntuosos del camposanto, propiedad de una conocidísima familia de la Parte Vieja easonense, dueña también de un prestigioso restaurante y poseedora de varios Tambores de Oro, algunas Conchas de Plata, y numerosas Txapelas de bronce. Movido por un impulso que excede lo meramente profesional, el celoso celador forzó la entrada de la cripta fúnebre y entró en el mortuorio y sombrío monumento.

“Cualquiera en mi lugar hubiera hecho lo mismo”, declaró después en un programa de sucesos de una cadena de televisión generalista.

Desnudo -como su santa, inconsolable y resignada madre le trajo al mundo- y lanzando todo tipo de blasfemias, I.A, vecino de Errenteria de 48 años de edad, y conocido en ciertos ambientes lumpen-literarios de la población galletera, se revolcaba en el marmóreo suelo sobre un extraño dibujo geométrico que había garabateado valiéndose de su propia sangre, de sus propios mocos, y de otras excreciones igualmente personales que no viene a cuento detallar, mientras pasaba a toda velocidad las hojas de un montón de libros que se había traído consigo para consumar su macabra orgía. Hay que señalar que los citados libros eran, todos ellos, obras del conocido escritor Alfonso Sastre.

“No sabía yo que este pájaro hubiera escrito tantos libros”, dicen que comentó el inspector Galindorena al personarse en el lugar de los hechos. Y también, “hay libros que deberían estar prohibidos”. I.A. se encuentra actualmente en el Hospital Psiquiátrico de Santa Águeda, en Mondragón, a la espera de ser citado a declarar, si sus mermadas facultades mentales no lo impiden, la autoridad judicial lo consiente, y la Benemérita da su beneplácito. Los dueños del panteón han declinado, Rosa Rosae, hacer cualquier tipo de declaración”.

Pequeño apunte musical, y fin.
I.A. falleció cinco años después, siempre el cinco, en el furgón acolchado-medicalizado que le trasladaba del Hospital Psiquiátrico de Mondragón al de Nuestra Señora de Quitapesares, en Segovia, adonde viajaba para contraer feliz matrimonio con una interna esquizofrénica, paranoide y bipolar que había conocido por Internet, actividad que había sido incluida recientemente como parte de las modernas terapias de sanación mental.

Sus últimas palabras fueron en realidad dos canciones -la Quinta Sinfonía de Beethoven y el Quinto levanta, tira de la manta- que silbó prodigiosamente y que, según él, fueron las melodías que sonaron al principio y al final de lo que él llamó siempre la Noche Lúgubre del Escritor Pentasilábico. (Y dale con el cinco…)

Palabrita del Niño Jesús.

“Ori olan ixen bazan, sartu daitela kalabazan…”

Y si esto sucedió así, que entre en la calabaza…

* Revista Oarso de Errenteria. 2013
Ion Arretxe en LoQueSomos

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