¡Qué complicado es explicar que se mata por amor!
Las razones (léase aberraciones) de un escopetero indignado
Un tal Antonio Díaz de los Reyes que se presenta como “cazador, escritor y editor”, (en un orden que ya indica que la prioridad en la vida de este hombre es matar seres vivos por diversión), dedica en una publicación cinegética una carta a los animalistas. Más que escrita está disparada, ya que a juzgar por el tono iracundo y la mala baba de la misma, da la impresión de que si los tuviese ante él igual se le escapaba el dedito del gatillo. Eso sí, como sus cartuchos sean tan penosos como los argumentos que esgrime no logrará abatir a ninguno. Resulta patético comprobar con qué desesperado afán trata de encontrar coartadas para lo que resulta imposible de justificar sin caer en la aberración o en la mentira. Él chapotea en ambas.
Empiezo por el final pues se despide con un: “¡Hasta nunca, majaderos!”. Error Señor Díaz, no nos vamos a marchar. Y mal que le pese continuaremos embocando el cañón de su arma con la ética y la razón. Lo haremos hasta que un día su ansia por pegar tiros haya de conformarse con un plato o una diana de cartón como blanco. Usted puede despedirse de nosotros pero nosotros no lo haremos de Usted. Más le vale acostumbrarse a la presencia de estos majaderos que para su desazón le recuerdan que a toda impunidad para los desmanes y los abusos le llega su fin.
Indica que no siente remordimiento alguno por lo que hace. No lo habíamos dudado hombre, pues esa carencia de neuronas espejo es un síntoma habitual en quienes padecen su misma patología. Nos llama indocumentados, fanáticos morales, mediocres intelectuales, mamarrachos, indignos… Sus calificativos, Don Antonio, son la babilla de rabia que le discurre por las comisuras de la boca y, ¿sabe por qué le rezuma?, porque podrá no sentir la menor compasión por una criatura que nada le ha hecho, podrá deleitarse con su sufrimiento (y no me diga que no es así porque sabiendo que se lo provoca, si éste le atormentase bastaría ese hecho para que colgase su Remington), pero no le considero un imbécil. Asumo que es consciente tan bien como yo de que su afición se apaga inexorablemente por dos motivos: un descenso continuo en el número de licencias porque cada vez quedan menos con alma de escopeteros (igual que ocurre con los taurinos, ¿tendrá relación?), y una mayor conciencia social acerca de las falacias con las que su colectivo quiere vender lo que no es más que un entretenimiento harto sádico (¡vaya!, de nuevo me viene a la mente la tauromaquia). Del dinero que reciben las federaciones de caza, del número de humanos muertos y heridos en sus habituales “accidentes” o de los perros ahorcados ya ni hablamos, supongo.
Mientras nos pone de chupa de dómine, explica que Usted y los suyos – los adictos al pim pam pum sangriento de fin de semana – son conservacionistas de la naturaleza, protectores de especies o gestores del medio ambiente. Caballero de la canana en el pecho, ¿conserva, protege y gestiona despanzurrando vísceras de animales, dejando a crías condenadas sin su madre, hiriendo a seres que morirán tras una larga agonía, acabando con ejemplares que forman parte de un ciclo vital de alimentación para otros y propiciando que éstos se acerquen a zonas urbanas buscando alimento, participando en campeonatos cuyo trofeo es por cadáveres al peso, sembrando de plomo el monte, haciendo que se juegue la vida aquel que sale a dar un paseo por el campo?
Hay una frase en su texto que le ha traicionado: “Soy cazador, sin justificaciones, sin pedir perdón, lo hago porque me gusta y además pago por ello” Ahí está el quid, Antonio Díaz de los Reyes: acaba con la vida de animales porque asume que su dinero es suficiente para comprar su padecimiento y su vida. Tal observación da cuenta de su ralea y manifiesta su desprecio hacia aquellos a los que jura (sic) amar y salvaguardar. Si no produjesen espanto inspirarían lástima.