¿Quo vadis, Papam?
¿Es el Papa Francisco sincero en su discurso y en su simbología a favor de los pobres del mundo y contrario al amase inhumanas riquezas que claman al cielo? A Francisco se le calienta la boca argentina en algunos momentos de entusiasmo profesional. Ha llegado a proferir que los enriquecidos especuladores del neoliberalismo son el Anticristo: Satanás, 666, la negación del Bien por parte del Mal. Palabras, palabras. A las palabras desnudas de la cobertura de los hechos las barre el galope febril de los acontecimientos. El ser humano se empeña en ser un error de la naturaleza. Un miedoso espécimen que hace lo posible y lo imposible por destruir el equilibrio de la lógica para caer en la superstición morbosa de la charlatanería.
Pero estábamos hablando de este Papa que ha sucedido al apresurada jubilación anticipada del anterior. Lástima de decepción y de ausencia de esperanzas, porque hay mucha gente en este perro mundo que necesita creer. Sobre todo cuando la calamidad es demasiada y el ser humano se encuentra dolorido e indefenso.
Porque lo cierto es que, cuando la reciente ceremonia de beatificación de los 522 protomártires franquistas, el habitualmente locuaz Francisco se quedó mudo. Cuando empleó su verbo para fustigar los crímenes, olvidó el océano de las víctimas republicanas. ¿Por qué se calló el Papa Francisco unas víctimas del fascismo más tenaz y vengativo del mundo? Ese que, a pesar de haber triunfado en sus propósitos de cruzados nacional-católicos, siguió empecinado en el exterminio de "rojos" y en la erradicación de cualquier sospecha republicana y laica.
El Papa es el Sumo Pontífice; es la quintaesencia teológica. Lo Máximo. Lo más cercano a la Perfección metafísica. A Dios. La sucursal terráquea del Absoluto. Se mueve en el sagrado terreno de las certezas, los dogmas. Por tanto, lo que menos se puede permitir es desconcertar a la feligresía. Tergiversar la doctrina. A no ser que lo haga ex profeso, con fines de puro marketing eclesiástico. Cierto que, en tiempos netamente materialistas y descreídos, la recuperación de la clientela supone una auténtica necesidad.
El caso es que Francisco se calló la existencia ominosa y brutal del genocidio franquista. Lo de genocidio no es una exageración, lo dicen datos oficiales neutrales. Según un informe de Jueces para la Democracia, España es el país con más "desaparecidos" del mundo. Por delante solo tiene a la Camboya de Pol Pot y sus jemeres rojos.
A pesar de su evidente protagonismo en la fría y sistemática masacre de la posguerra, el clero español no calla. En un insólito alarde de cinismo La provocadora jerarquía católica se llena la boca con la palabra "reconciliación". Francisco nada les ha reconvenido.
Olvida deliberadamente el Papa el mandato de la ONU al Estado español para que se proceda a la inhumación de las fosas comunes y a la recuperación de la Memoria histórica de este país. No se puede vivir sin memoria. No se puede olvidar sin perdón y reconocimiento de culpa. Aunque los obispos de España sí puedan y hayan convertido los muertos republicanos en una abstracción innecesaria. Pero los miles de muertos son concretos y sus familias tienen derecho a saber dónde y cuándo les "desaparecieron". El porqué ya lo saben.
Francisco no puede ignorar los asesinatos en masa de la posguerra española, porque fue un precedente a seguir por la dictadura militar argentina. Su país de origen. Pero allá también se calló, mientras funcionaban a todo trapo los "chupaderos" y la ESMA de las infinitas torturas.
Quiere el nuevo Papa poner al día la iglesia. Pero se calla cuando conviene a la razón de Estado. Por otra parte, no hay que soslayar el pintoresco estatus de un país finisecular, cuya Constitución es aconfesional, pero en la realidad está trufado de intereses e influencias del catolicismo más fanático y retrógrado. Incluidos los constantes ministerios del Opus Dei.
En este caso el silencio, cuando menos, vale 11.500 millones de euros en el cepillo. Mucha tela, incluso para Francisco.
* Director del desaparecido semanario "La Realidad"