Andar de hospitales no es una buena cosa, como es fácil suponer. La pérdida de la salud nunca lo es. Pero al mismo tiempo, los hospitales son también un territorio donde las evidencias se manifiestan en toda su magnitud. Lo que hay es lo que hay y, lo que es, es lo que es. Huelgan los disimulos. El dolor impone su ley y el máximo respeto hacia quienes lo padecen. Y, naturalmente, ese respeto debe compartirse gustosamente con aquellos profesionales cuya ética sigue en pie, frente al empuje del cinismo monetario. Preciso es reconocer que hay momentos en que la tentación es fuerte y resulta difícil de resistir. Sobre todo, cuando una mentalidad burocrática y rutinaria consigue erosionar como un mal viento las vocaciones más inquietas.
Empero, con todos sus defectos, la medicina pública no tiene ni punto de comparación, en eficacia y humanismo, con la sanidad privada. Es una cuestión de conceptos contrapuestos. En un hospital público la persona enferma es un paciente. En un establecimiento privado no es otra cosa que una factura. ¿La puedes pagar o no la puedes pagar? Si no la puedes pagar, te mueres. Así de simple y de tétrico.
Parece un axioma perogrullesco, pero, aún así, todavía hay interesados y autoridades que pretenden convencernos de que no hay que satanizar la iniciativa particular en materia de salud. Pero no es igual humanismo que negocio. El primero persigue la mejora de la salud, y el segundo antepone la rentabilidad a plazo fijo. Y es precisamente éste el argumento que utilizan las huestes del PP para reconvertir el sistema de salud actual en sociedades anónimas. Unos consorcios donde los accionistas, sus correligionarios por lo regular, recogen los beneficios del sufrimiento en dinero contante y sonante.
A pesar de lo que puedan decir con engañosa y bífida demagogia, nunca los accionistas societarios han tenido ni tienen ni tendrán jamás afán filantrópico. Va contra la esencia misma del capitalismo. Ni, como es lógico, tampoco respeto y comprensión alguno por el quebranto derivado de la enfermedad.
En estos momentos, es preciso tener en cuenta que, una vez privatizada la Salud Pública, no hay vuelta atrás. O se frena ahora la obsesión del Partido Popular por privatizar la Sanidad, para que luego que se apoderen de ella los seguros y los bancos, o luego será ya demasiado tarde.
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