Javier Ortíz, un despertador de conciencias
Estas son, pues, unas notas apresuradas sobre la relación que entablamos como periodistas autónomos y afines que éramos. Por otra parte, prosiguiendo su socarrón estilo, con ello sigo una tradición muy de nuestra cultura: la de echar flores laudatorias a los muertos, sobre todo si les apedreábamos cuando estaban por acá. Este no es precisamente el caso. Hace poco ya escribí en Twitter sobre Javier Ortíz. Dije que no sé dónde puede estar ahora, pero sí que se las ha arreglado para seguir siendo imprescindible. Nada de nostalgias hueras. Javier era un moralista que levantaba ampollas al poder. Lo suyo era un compromiso con la escritura social y política. Crítica nada complaciente. Duro y a la cabeza, y sin faltar ni un día a la cita con sus numerosos lectores. Una fidelidad mutua.
Así, pues, confieso que soy rehén del agradecimiento a Javier Ortíz. Ello no supone una carga en absoluto sino un orgullo. Para mí, su estrella solidaria, personal y profesional, rayó a gran altura cuando ocurrió la hecatombe de “la Realidad”. Fue un 28 de diciembre de 2001, el Día de los Santos Inocentes. Y lo éramos, pero no para los caciques de Bancabria y algunos jueces. Me condenaron a pagar al secretario general del PP de Cantabria la suma de 127.000 euros. Desapareció por ese motivo un periódico nacido por suscripción popular y con fundamentada ilusión.
¿Cuál fue el crimen cometido? Para aquel que no lo sepa, lo que publicamos y motivo de la desmesurada condena fue que, un alto cargo del Partido Popular y representante en las instituciones autonómicas, había realizado un viaje relámpago a Suiza, para hacer operaciones bancarias a raíz de las elecciones generales de 1996. El PP apostaba fuerte y las ganó Aznar.
Tras el oportuno recurso, la Audiencia Provincial rebajaría la cuantía indemnizatoria a 12.020 euros. Pero la jueza que nos condenó se había apresurado a decretar el embargo preventivo inmediato, el desahucio de la cabecera, la redacción, las cuentas y hasta el mobiliario. Todo ello en unas pocas horas. Había mucha prisa por vernos desaparecer. Según escribió Javier Ortíz en su columna de “El Mundo” y también desde los “Apuntes del natural” y de su onírica “Jamaica”, lo que ocurrió con ese periódico semanal de Cantabria fue “un escándalo” sin paliativos.
Otro gran detalle de generosidad lo tuvo cuando se me organizó un homenaje en Madrid, promovido por Diagonal, Nodo50, Traficantes de Sueños… Al no poder asistir personalmente, elaboró un escrito para la ocasión. Me decía Javier cariñosamente que, como director de “La Realidad”, yo había cometido un “delito” y un “error”. Según él, “el mayor delito que puede cometer un periodista hoy en día es ser independiente. El independiente es sospechoso por principio. Y si no tiene asideros especiales, resulta laminado a la primera de cambio”.
En cuanto al “error”, “fue “amar a Cantabria, pese a todo”. Y añadió: “si Patxi hubiera concluido que hacer periodismo en Cantabria es como tratar de ser honrado en la Mafia y hubiera huido, viniéndose a Madrid, por ejemplo, lo mismo habría logrado que lo contratara algún periódico con ganas de adornarse con alguna rareza, para darse aires de plural. Pero decidió no sólo aguantar al pie del cañón, sino dispararlo contra los sinvergüenzas de aquella tierra, que a fe que abundan”.
Y concluía: “Patxi, has sido un ingenuo, y así te ha ido. Bendita sea tu ingenuidad. Y ojalá cundiera”.
Y luego Javier nos abandonó el 28 de Abril, hace ahora cuatro años. A raíz de su fallecimiento, salió a la luz su humor negro; el de haber escrito, bastante antes, ¡su propio obituario!, al estilo del gran poeta y buen vividor francés François Villon, Dijo Javier que lo hizo así “para que mi necrológica no quede en manos de cualquier cronista chapucero”.
Nunca es tarde para callar cuando no se puede decir más. Y me callo diciéndole a Javier: ojalá estuvieras todavía aquí en cuerpo, igual que lo estás en alma. Gracias por todo.