Kirk Douglas, “Yo soy Espartaco”
Carlos Olalla*. LQSomos. Diciembre 2016
Hijo de una familia de inmigrantes rusos de origen judío, Kirk Douglas (Issur Danielovitch Demsky) nació en Nueva York hace ahora cien años. Es, junto a Olivia de Haviland, la última leyenda viva que queda de la edad de oro de Hollywood. Su padre era trapero, algo que él nunca oculto, sino que llevó con orgullo. Su carrera como actor le ha hecho inmortal, pero es su vida lo que le ha hecho más grande aún.
En un mundo dominado por el miedo y el oportunismo, él nunca renegó de sus ideales izquierdistas y siempre fue consecuente con su compromiso político, algo inusual entre sus compañeros y compañeras de profesión, generalmente más preocupados en alcanzar o consolidar su fama y su posición que en ser fieles a sí mismos. Su claro posicionamiento izquierdista le acarreó serios problemas en la industria, donde hubo quienes intentaron marginarle y vetarle. Douglas nunca se vendió y en más de una ocasión se jugó su carrera por defender lo que creía que era justo. Fue uno de los pocos que, en plena caza de brujas macartista que había llevado a la cárcel a actores y guionistas, dio un paso al frente para darle el guion de una de sus películas más famosas, Espartaco, a Dalton Trumbo. Trumbo acababa de salir de la cárcel y nadie quería contratarle en Hollywood por miedo a las represalias o a que la polémica por darle trabajo pudiera arruinar la taquilla de sus películas. Douglas, en cambio, se la jugó por él en una película que él mismo produjo y en la que invirtió 12 millones de dólares, una verdadera fortuna para la época. Mantuvo en secreto el nombre del guionista, que había tenido que sobrevivir firmando hasta entonces sus guiones con seudónimo, hasta que, el día del estreno, pudo leerse el nombre de Trumbo en los títulos de crédito. Esta acción acabó con las listas negras de Hollywood. Pocos, muy pocos, son capaces de jugársela como lo hizo él. Lo hizo por Trumbo y por todo lo que Trumbo significaba ya que para Douglas nadie puede ser perseguido por sus ideas o creencias.
La vida de Kirk Douglas ha sido una vida de leyenda. Luchó contra la pobreza que marcó su infancia trabajando desde muy pequeño vendiendo periódicos en las calles. Que su padre le abandonara junto a sus seis hermanas no hizo más que empujarle a trabajar más duro para conseguir que todos salieran adelante. Desde que hizo sus primeros pinitos teatrales en el colegio supo que quería ser actor. Se le daba bien. Ganó más de un premio escolar de interpretación. El problema vino cuando llegó el momento de entrar en la universidad y no tenía dinero para hacerlo. Tras haber intentado inútilmente que conocidos y amigos le prestasen el dinero, no se rindió. Fue al despacho del decano con su solicitud en la mano para decirle que quería estudiar pero no podía hacerlo porque no tenía dinero. El decano, impresionado por la determinación y el carácter de Douglas, le propuso un trato: matricularle a cambio de que trabajase para la universidad. Y así lo hizo, simultaneando sus estudios con su trabajo como conserje.
Douglas amaba era el teatro por encima de todo. Trabajó en muchos montajes en Broadway, aunque nunca alcanzó la fama que le dio algo a lo que él nunca pensó en dedicarse: el cine. Fue Laureen Bacall, gran amiga suya, quien le propuso para su primer papel (El extraño amor de Martha Ivers, 1946) Apenas tres años después Douglas protagonizó “El ídolo de barro”, por la que fue nominado al Oscar. Y solo nueve años después, en 1955, en una práctica habitual entre los grandes actores como su amigo Burt Lancaster, Douglas creó su propia productora para escapar de la disciplina y las imposiciones de los grandes estudios. La bautizó con el nombre de su madre: Bryna. A Bryna le debemos varios títulos que forman parte de la historia del cine. Entre ellos destaca, sin duda, “Senderos de gloria”, posiblemente el film más antibelicista que se ha rodado jamás y que encumbró a su entonces joven director: Stanley Kubrick. En 25 años nadie se había atrevido a llevar al cine la novela de Humphrey Cobb que denunciaba la barbarie y el sinsentido de las guerras. Douglas se empeñó en rodarla y protagonizarla. Para hacerlo la produjo y eligió como director a un Kubrick que tan solo había rodado un par de películas hasta entonces.
A lo largo de su dilatada carrera Douglas ha trabajado con muchos de los mejores directores de la historia: Wilder, Wyler, Huston, Mankievizc, Mann, Minelli, Hawks, Walsh, Curtiz, Vidor… Y en todos sus títulos ha imprimido su sello inconfundible, el del tipo duro con corazón sensible, el del luchador solitario frente al sistema… A pesar de haber tenido tres nominaciones al Oscar al mejor actor, entre ellas su inolvidable papel de Van Gogh en “El loco del pelo rojo”, nunca lo obtuvo. La Academia quiso reparar su error otorgándole un Oscar honorífico en 1996 que él recibió dedicándoselo a sus compañeros de profesión y a sus hijos, a los que siempre dijo que no se dedicaran al cine y que nunca le hicieron caso. Douglas siempre ha considerado que la historia de su familia es la de los Estados Unidos: inmigrantes pobres que luchan por salir de la pobreza y pasan el testigo a sus hijos, que mantienen esa lucha. En su caso, uno de sus hijos, Michael, ha llegado a “superarle”, como él mismo dice divertido ya que su hijo ha conseguido algo que él nunca logró: ganar dos Oscars, uno como productor y otro como mejor actor.
Cumplidos los cien años, Douglas recuerda que si eligió esta profesión fue porque quería conocerse a sí mismo, saber quién era verdaderamente aquel Issur Danielovitch Demsky que llevaba dentro. Para hacerlo rodó noventa películas y ha escrito doce libros, entre ellos su autobiografía (Kirk Douglas, el hijo de un trapero), posiblemente una de las autobiografías más valientes que se han escrito jamás en la que reconocía su mal carácter, sus errores, sus miedos, sus amores, sus sueños… y de la que su propia mujer, tras leerla, dijo: “has sido demasiado duro con todos tus conocidos y amigos, pero mucho más contigo” Pocos, muy pocos, son los actores o las actrices que han triunfado anteponiendo sus ideales y sus creencias a todo lo demás. Menos aún quienes lo han hecho sin venderse jamás siendo coherentes y fieles a su compromiso durante toda su vida. Actores como Kirk Douglas engrandecen esta profesión y te recuerdan por qué has querido dedicarte a ella. Personas como Issur Danielovitch Demsky engrandecen al ser humano y te recuerdan que, aunque no lo parezca, no todo está perdido.
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No hace falta decir que, tras más de 70 años de espectador de cine, muchos incorporamos a este actor y a otros muchos en nuestra propia familia, casi como uno más, con sus papeles de de duro y sus gesto de canalla en tantas de sus interpretaciones; también en los de hombre torturado por las pasiones humanas, como fue el caso de El ídolo de barro, El gran carnaval, Brigada 21, entre otras. Con él, en Espartaco; con Fidel, con Mandela, con Allende, con Miguel Hernández y con Marcos Ana aprendimos a decir ¡NO!. Con él muchos aprendimos a decir: ¡Yo también soy Espartaco! Y ahí estamos
Sin duda, ESPARTACO es la película más conocida y reconocida de Kirk Douglas. Y no solo fue un estupendo director y productor sino que era lo que llamamos ahora coloquialmente “un rojo” que se enfrentó con valentía a las “listas negras” de Hollywood. Sin embargo, hay una película “de culto” para muchos de los cinéfilos que disfrutamos no solo de las películas en sí mismas, sino también y fundamentalmente en sus contenidos. Me estoy refiriendo a “Los valientes andan solos”, de David Miller, donde está acompañado por dos monstruos de la gran pantalla, Gena Rowlands y Walter Matthau. La película, basada en la novela “El vaquero indomable”, de Edward Abbey, narra las vicisitudes de un vaquero fuera de su tiempo intentando ayudar a un amigo aunque para ello tenga que enfrentarse a los supuestos guardianes de la ley y el orden… un luchador solitario contra el sistema La película es casi un reflejo de la personalidad del autor de la novela, denominado n los años 70 por el FBI “el anarquista del desierto”. Otro buen escritor, en este caso anarquista, para otro buen actor.