La agenda del rey y otras fábulas neofranquistas
Por Luis Suárez-Carreño*
“En ese programa destacan carencias llamativas como el recuerdo de las ejecuciones de 5 militantes antifranquistas del 27 de septiembre del 75, uno de los hechos políticos más relevantes de aquel año; o más referencias a los movimientos sociales que en aquel año eran protagonistas indiscutibles de la actualidad; un análisis de la represión política, tanto en términos cuantitativos como cualitativos; o la solidaridad internacional antifranquista…”
El año ha empezado a lo grande con un Jefe de Estado marcando paquete franquista al negarse a participar en el acto inaugural del programa ‘España en libertad’ que el gobierno ha organizado para conmemorar el fin de la dictadura. En el fondo, aunque objetivamente resulte lamentable este desplante del monarca al gobierno, a mí me parece que puede ser positivo, clarificador: el rey se ha retratado y no está mal que nos vayamos quitando las caretas. Alrededor del franquismo y su herencia o digestión sobran caretas, estamos de hecho, rodeados de franquistas con caretas de demócratas. No hay más que ver cómo a las autoridades madrileñas se atacan cuando se les recuerda, por ejemplo, que la actual sede de la presidencia de la Comunidad de Madrid (la antigua DGS) fue centro de torturas de la policía política durante 40 años…
El rey tenía la agenda petada, nos dicen… Sí, pero no solo el 8 de enero, sino todos los días de su ya insoportablemente largo reinado, como para encontrar un hueco en el que expresar su condena al franquismo y su apoyo a las víctimas de la dictadura y la transición. Ni un solo hueco en casi 10 años. ¡Jodida agenda! Solo tiene hueco para muestras de antifascismo light, muy light, en alguna rara ocasión y en el extranjero: para compensar el desplante del día 8 se anuncia que piensa acudir a algún acto en recuerdo del holocausto en Europa… eso es teatro para la galería internacional, postureo borbónico; el compromiso democrático, y por lo tanto antifascista, hay que demostrarlo contra el fascismo de aquí y con las víctimas que aquí produjo, muchas de ellas aún vivas. Aquí, que es donde le pagamos el sueldo y sus descomunales gastos. Pero para eso su agenda no da.
Franco afirmaba, y lo grabó en fuego como eslogan del régimen y hasta en las monedas, que era Caudillo de España por la gracia de Dios. Esto es indemostrable, lo que sí está constatado es que lo fue por la gracia de Hitler, Musolini, terratenientes y oligarcas y una horda de generales traidores como él mismo. Al igual que es un hecho que Juan Carlos de Borbón fue Jefe de Estado por la gracia de Franco, y, que, por lo tanto, Felipe de Borbón lo es como heredero directo de esa ‘gracia’, y que mientras no se demuestre lo contrario sigue siendo tan deudo político de aquel como su corrupto padre que jamás ha dicho una palabra contra Franco, tras haber dicho tantas a su favor.
Se ha publicado en estos días que al parecer el monarca ha sido invitado por el gobierno a los actos que en aplicación de la ley de Memoria Democrática se han celebrado en los últimos años en torno al 31 de octubre, de ‘recuerdo y homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la Guerra y la Dictadura’. Y que el rey ha declinado en todas las ocasiones su participación… ¿otra vez la agenda? Para más abundamiento, al parecer el monarca omitió en su reciente discurso por la Pascua Militar una frase relativa a la dictadura que se limitaba a calificarla como ‘página oscura’… ni los más blandengues eufemismos se admiten por esa casa real; esa agenda parece más una trinchera contra el compromiso democrático.
En el cuadro de esperpentos neofranquistas de inicio de año no podía faltar el nuevo búnker mediático de la marca ‘Libres e iguales’, encabezado por esa pintoresca mezcla de desencantados del progresismo y líderesas aristócratas amalgamados tanto por el síndrome de abstinencia de relevancia y protagonismo como por un mortero ideológico monárquico-neoliberal. Han emitido un manifiesto titulado ‘Contra Franco la Constitución es la única celebración posible’, del que tomo sólo una de sus tantas falacias, referida en este caso a la transición y compuesta por dos sentencias -a modo de pre-silogismo-, ambas falsas: ‘Quienes habían perdido la guerra renunciaron a la venganza…’ no, quienes habían perdido la guerra a lo que renunciaron fue a la justicia, por eso en nuestro caso no hubo el ejercicio necesario de justicia transicional y la democracia se levantó sobre arenas movedizas; ‘…y quienes la habían ganado, (renunciaron) al poder que disfrutaban’, ¿ah, sí? ¿cedieron un ápice de su poder la oligarquía económica, la casta militar, la burocracia del régimen, la judicatura, la iglesia…? No renunciaron a nada sustancial de su poder y prebendas; ese era precisamente el truco del almendruco de nuestra transición: el poder debía seguir rigurosamente atado y bien atado en las mismas manos en que estaba con Franco, remozado ahora con pátina democrática y blindado por la inmunidad frente a cualquier rendición de cuentas.
El desplante del rey ha animado a los neofranquistas a reafirmar su rechazo a cualquier atisbo de reconocimiento público de nuestra historia del siglo pasado, argumentando sobre todo eso de que la memoria democrática ‘divide a los españoles’. Pero digo yo que recordar los crímenes y las víctimas de Franco solo podría dividir a los franquistas del resto de la sociedad, en cuyo caso, bendita división.
No será porque el programa de actos bajo el lema ‘España en libertad. 50 años’ pueda calificarse como beligerantemente antifascista, más bien pretende ser conciliador, aséptico, con énfasis en aspectos culturales y de la creación artística más que en la política; en ese programa destacan carencias llamativas como el recuerdo de las ejecuciones de 5 militantes antifranquistas del 27 de septiembre del 75, uno de los hechos políticos más relevantes de aquel año; o más referencias a los movimientos sociales (hay solo un acto en abril, en Madrid, dedicado sobre todo al movimiento obrero, nada sobre los movimientos estudiantil y vecinal) que en aquel año eran protagonistas indiscutibles de la actualidad; un análisis de la represión política, tanto en términos cuantitativos como cualitativos; o la solidaridad internacional antifranquista… ni mención tampoco a las luchas de por los derechos de las nacionalidades, en un año (1975) en que se declaró el estado de excepción en Vizcaya y Guipúzcoa, y teniendo en cuenta la relevancia de estas luchas en el tardofranquismo, en particular en Euskadi. Una programación, por otra parte, en la que se ha contado con sectores de la academia y la cultura, pero para nada con el propio movimiento memorialista y colectivos de víctimas.
A pesar de este carácter tibio de las conmemoraciones, jefe de Estado, partidos de derechas y búnker de resentidos/as, con su extenso coro mediático, se han alzado tras un mismo objetivo: perpetuar la ignorancia de nuestra historia y facilitar así su adulteración. Frente a ello, voy a permitirme solamente enumerar algunos hechos que creo obvios, es decir, algunas perogrulladas que la llamada guerra cultural – en realidad más bien campaña de desinformación masiva-, propia de nuestros tiempos y de los medios de comunicación que padecemos, pretenden hacernos olvidar.
En 1975 no se recuperó la democracia ni se acabó el franquismo; efectivamente, murió Franco al final del año, pero el franquismo perduró al menos hasta las primeras elecciones generales, aun no plenamente democráticas, a mediados 1977. Por otra parte, el final del franquismo tampoco se inició a finales de 1975, sino al menos desde mediados del 74, cuando Franco entró en un irreversible declive físico y mental.
La dictadura se prolongó por lo tanto al menos año y medio tras la muerte de Franco, época en la que el nuevo dictador se llamaba Juan Carlos de Borbón, delfín y cómplice que había sido de aquel desde su nombramiento como sucesor en julio de 1969, tiempo durante el que no se hartó de loarle y halagarle, ni se cansó de reiterar su inquebrantable adhesión a la doctrina fascista nacionalcatólica (los llamados principios del Movimiento Nacional).
La democracia no llegó por ninguna decisión graciosa de las élites, menos aún de un jefe de estado visionario, sino de la combinación de la presión popular interna, la presión internacional externa, el resquebrajamiento del consenso y de intereses entre las facciones del poder, así como la ya citada merma de la capacidad como árbitro bonapartista del propio Franco. A mediados de los 70 se abrían dos salidas alternativas para la profunda crisis del régimen: el endurecimiento de la represión sobre una sociedad crecientemente movilizada, por un lado; la apertura democrática por otro (preferiblemente, para el régimen, mediante reforma en lugar de ruptura). La primera opción prevaleció hasta septiembre del 75, con las ejecuciones del día 27, un test que mostró de inmediato la inviabilidad de esa opción debido la reacción internacional, el incremento de la movilización social y la falta de consenso en las propias élites. La opción represiva solo sería posible a un coste demasiado alto para la economía del país y para su inserción internacional, sin hablar del coste humano.
A partir de ahí de lo que se trató para el régimen fue de cómo transicionar salvando los muebles, algo que se consiguió gracias a la connivencia de la izquierda mayoritaria, particularmente el Partido Comunista, que disponía, con gran diferencia, de la superior capacidad de movilización social; y con alguna ayudita de los servicios secretos y diplomáticos de alguna potencia extranjera (EEUU), que como siempre se sospechó y posteriormente se ha comprobado, actuaban como consejeros susurrando tanto en los oídos de los epígonos del franquismo como de los neófitos socialdemócratas.
Aún así, considerar el año 1975 como referente para una campaña de defensa de las libertades y repudio (con memoria) del fascismo puede ser tan válido como lo sería cualquier otro año de la transición; el fallecimiento del dictador el 20 de noviembre supuso efectivamente un alivio cósmico para las diferentes naciones y territorios del estado tras 40 años de presencia ubicua de ese personaje en nuestra existencia, desde las monedas a las aulas. La muerte de Franco, un simple hecho biológico tan inevitable como artificialmente procrastinado, tuvo un impacto inmenso en términos de liberación de las conciencias y detonador de las expectativas de cambio, tan potente como el descorche simultáneo de los miles de botellas de cava que ese día se consumieron en los hogares españoles. O como si todas las presas hidrográficas de Franco se hubieran también reventado al tiempo. Un momento en que nada pareció cambiar -la dictadura seguía en pleno vigor- pero a partir del cual nada volvió a ser igual.
Se dice que las muertes no se celebran, y el gobierno se cuida muy mucho de aclarar que el programa ‘España en Libertad’ no debe interpretarse como celebración del fallecimiento de Franco, a pesar de ser este el hecho más decisivo en la recuperación de las libertades sucedido hace 50 años. Personalmente, yo sí celebraré este año, una vez más, la muerte de un dictador sanguinario y corrupto, culpable de innumerables crímenes por los que jamás tuvo que rendir cuentas, cuyo régimen nos hizo retroceder en todos los órdenes decenios de progreso como sociedad. Un régimen bajo el que viví mis primeros 25 años y que ni pienso olvidar ni quiero que nadie ignore, porque si algo he aprendido en tantos años, es que quienes quieren que se olvide en realidad lo que quieren es que vuelva disfrazado tras postmodernas caretas. Necesitan el olvido del pasado para que no podamos reconocerlo tras sus caretas.
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