La campesina del emperador

Prologo

El paisaje de esta nueva tierra se pasea ante mis ojos como si fuera un ir y venir de todo lo nuevo que una persona pueda imaginar. De repente los edificios más sublimes dejan espacio a las chozas de campesinos que aún se paran ante la majestuosidad del tren y le saludan.

El calor aquí es absolutamente sofocante y no hago más que sacar el pañuelo de la bolsa una y otra vez para limpiarme el sudor mientras una niña de mirada curiosa me observa con sus lindos ojos.

Es una gran oportunidad poder hablar con Ioko. Me lo repito una y otra vez mientras se alejan las montañas de color desierto. Pero el verdadero motivo que me lleva a estas tierras es el deseo de huir de mi país y de mi fracaso. No deseo engañarme más de lo que lo he hecho a lo largo de toda mi vida. Quizás el poder que emana estas tierras me ayude en un futuro.

Llegaré pronto a Bantur y allí un chofer me esperará para llevarme directamente ante la presencia de esta mujer. Espero que aquí al menos los coches posean aire acondicionado,porque el tren sigue usando el viejo sistema de las ventanillas bajadas.

El ruido de la gente tomando sus paquetes me despierta, la pequeña y su madre ya no está en el asiento de enfrente. Por fin he llegado y ya veo al que debe ser mi nuevo compañero de viaje. Lleva uniforme como los de antes, azul y de botones dorados, con una gorra calada que apenas me deja ver su rostro.

Le sonrío y me responde con una franca sonrisa. El coche tiene aire acondicionado.

Pasamos a toda velocidad ante calles anchas de grandes avenidas donde la gente anda en desorden. No tardo en estar ante Ioko.

Loko eleva su mirada y se levanta grácilmente. Hace una profunda inclinación a la que correspondo. Que mujer más bonita. Eso es lo primero que pienso.

Se que no debo contradecirla y que hemos pactado de antemano que será ella la que marque la pausa de su vida. Yo sólo escucho y escribo. Seré su interlocutor, su puente a occidente. Para mi suficiente. Trato de repetirme que es una gran oportunidad el poder hablar con Ioko y olvidar mi país, olvidar mi país….

En seguida me siento y tras lo saludos y preguntas de rigor inicia su relato. Todo se me olvida y me pongo manos a la obra. La maleta todavía está en el coche que me ha traído hasta aquí.

Parte 1.

Si tuviera que decidir cual es el primer recuerdo que existe en mi vida creo que sería el de la sagrada hora del baño.

Me dejaba llevar casi flotando a las piscinas que emanaban un vapor suavemente perfumado a flores, a azahar y a naranjas. Recuerdo ese olor como una de esas fechas que se quedan grabadas en la memoria de los viejos o el recuerdo de la primera vez que ves la cara de tu hijo.

El baño era un recreo en las larguísimas horas de estudio de pintura, arte, música, escultura y poesía que tampoco alcanzo a recordar cuando se iniciaron.

Ese olor a flores que casi logro percibir ahora sólo con su recuerdo, me lleva a la pequeña Mara.

NO recuerdo el día en que vi por primera vez a mi pequeña amiga pero si guardo en mi memoria imágenes difusas de cuando acudíamos a los baños juntas.

Jugábamos y reíamos mientras nuestras amas aguardaban impacientes cerca de las paredes blancas que se empañaban con el vapor intenso.

Las amas se entrenan charlando y sudando mientras que nosotras convertíamos las tranquilas aguas en una estampida de sacudidas y risas.

Aquellos baños eran muy amplios, con una columnas frías de mármol que calaban en el interior de las piscinas y unos pequeños pivotes que emanaban vapor y que utilizaban las criadas y eunucos para calentar los paños que debían secar además de suavizar nuestra piel.

El agua era transparente y no azul como la de ahora y de vez en cuando y de manera regular los pivotes emanaban por su parte inferior agua y vapor que suavemente daba un nuevo golpe de perfume al ambiente y que provocaba que las jarras y los vasos se empañaran.

En invierno, Mara y yo podíamos colocarnos justo en los lados opuestos y no vernos debido al fuerte vapor anaranjado o nos escondíamos de nuestras amas sin que ellas tuvieran la más remota idea de donde podíamos encontrarnos.

Cuando era pequeña no tenía ningún motivo para ser infeliz y no lo fui. Mi ama me cuidaba y protegía de las iras y envidias de palacio y nunca me plantee la posibilidad de tener otra madre que no fuera ella, puesto que allí todas teníamos ama y no suponíamos que la vida fuera en absoluto de cualquier otro modo.

Nunca tuve sensación de ser hija o de respetarla como debe hacerse con una madre y como así hacen conmigo mis hijos aunque las amas fueran la única fuente de ternura que recibíamos en palacio y por ello a veces sin querer las llamábamos madres sin que tengan nada que ver con ellas.

Mi ama no era especialmente bonita. Tenía una cara cuadrada y morena que sin embargo poseía una exquisita sonrisa que daba paz y encandilaba a cualquiera. Tenía unos ojos oscuros surcados desde siempre con unas arruguitas que no hacían más que confirmaba su enorme dulzura.

Recuerdo que me arrullaba cantando la misma canción con la que hoy duermo a mis nietos y yo me quedaba escuchando, mientras observaba su rostro hasta que el sueño me vencía noche tras noche y sentía sobre la cara el cosquilleo de su pelo lacio .

Ella, mientras yo dormía se quedaba vigilante y guardaba mi sueño. No era extraño que entre las amas hubiera disputas, envidias e iras que terminaban con la vida de alguna de las pequeñas que protegían como represalia.

Estoy segura que se han perdido lo que podrían haber sido grandes emperatrices, a mano de muchas amas envidiosas.

Cada una de las niñas que estábamos allí iba a marcar el futuro tanto de las amas como de ellas mismas.

Si alguna niña era demasiado bonita implicaba que tenía su futuro garantizado y por tanto habría un sitio menos para el resto de amas y niñas que vivían en este lugar.

Cualquier mujer del país que tuviera una hija muy bella podía acudir a lo que se llamaban las fiestas de la fertilidad.

En esas fiestas, que se hacían una vez al año en la ciudad imperial, aquellas hijas que eran verdaderamente bellas eran entregadas en palacio y se les asignaba un ama. Esa ama debía cumplir una serie de requisitos como ser soltera o viuda. En ese momento la vida de las dos sería paralela y dependería una de la otra y la niña podía llegar a ser emperatriz.

En la actualidad ya no existe esa fiesta milenaria. Desapareció con el moderno gobierno que tenemos en la actualidad

Mi ama siempre temía por mí. Mis ojos grandes, la piel blanca, que no necesitó nunca cubrirse de maquillaje alguno, mi pelo más claro, liso y brillante, aumentaba desde muy niña los recelos de las otras que nos tomaban como una potente amenaza.

Sin embargo nosotras, las pequeñas, vivíamos ajenas a muchas cos as, a las envidias, a los hombres, a las amas enamoradas y en general a la vida misma. Cuando alguna no despertaba nos preocupábamos sólo hasta que un nuevo juego centraba nuestra atención.

Teníamos un duro plan de estudios que debimos cumplir durante años.

Acudíamos nuestras clases y cuando terminaban correteábamos a los jardines donde pasábamos el resto del día jugando, trepando a los arbustos o persiguiendo a algún desafortunado insecto, al que decorábamos o troceábamos, simplemente por una cruel curiosidad ante la mirada expectante de un montón de pequeñas cabezas que se estrujaban para verlo.

A pesar de que éramos muchas, Mara y yo no tardamos en considerarnos hermanas. Nuestras habitaciones eran contiguas y cuando no teníamos sueño, cosa que era muy a menudo, salíamos a las terrazas que asomaban a los amplios jardines de palacio.

Allí nos sentábamos y jugábamos hasta bien entrada la noche cuando el viento de las montañas del norte se despertaba y nos hacía tiritar.

Pero cuando por fin llegaba el verano dejábamos abiertos los ventanales y nos dormíamos con el sonido del agua de las tres fuentes que simbolizaban la paz, la fertilidad y el amor y donde habitaba el viejo Suru, un pez dorado que nada más vernos se ocultaba detrás de una de las piedras blancas que le protegían de nuestras pequeñas manos.

A pesar de la destreza de Suru ya le habíamos capturado en varias ocasiones aunque siempre le devolvíamos a la fuente después de haberle medio asfixiado Ioko levanta la cabeza y sonríe recordando sus primeras travesuras y continúa Rodeando a esas fuentes, partían tres senderos de piedrecillas que iban a los tres pabellones del palacio que eran para nosotras totalmente desconocidos. Nunca nos habíamos adentrado en ellos aunque todas nos moríamos de curiosidad por acceder. Siempre estaban vigilados por lo que era prácticamente imposible llegar a pesar de que habíamos echo algunas excursiones nocturnas para lograrlo. Lo único que habíamos conseguido eran sendos castigos al día siguiente.

El resto del jardín estaba repleto de plantas y flores formando un tupido bosque muy útil para nuestros juegos y para los juegos de las concubinas reales con algunos eunucos y miembros de palacio. Así aprendí como se besaba o como se seducía. Bastaba con esperar entre los arbustos y no tardaban en llegar las concubinas con sus enamorados mientras que nosotras nos tapábamos la boca con la mano para que nuestras risas no nos delataran.

Como ves fueron tiempos de paz, felices para mí. Fueron varios años en los que mi vida no cambió. Siempre hacíamos lo mismo y siempre nos divertíamos esperando a crecer como se espera a que madure la fruta. Esa era nuestra principal cometido, crecer y embellecernos.

¿El día que abandoné esos tiempos? Creo que podría ser aquel en el que vino por primera vez IukinoHana. IukinoHana significa flor en la nieve y en seguida comprendí cuando la vi, el sentido de su nombre.

Mara y yo nos despertamos con el estrépito de las amas que corrían de un lugar a otro.

Las dos teníamos un sueño horrible y pensamos que debía ser que habían descubierto que habíamos tapado los orificios de los baños.

Se oía a través de la puerta los pasos acelerados de las amas y los portazos de estas al entrar en las habitaciones.

No tardé en oír mi puerta. Mi ama me levantó y me llevó al baño. Mara que se asomaba desde la terraza se quedó observando y nos dijimos adiós con la mano.

El ama de Mara había muerto la primavera pasada y desde ese momento y hasta que llegara su nueva ama la mía decidió hacerse cargo puesto que veía en Mara un valor seguro que también podía tener muchas opciones.

Tras vestirme con mi mejor seda, sólo recordaba habérmela puesto una vez, mi ama me lavó el pelo con una furia que hizo que se me soltaran las lágrimas. No llores Ioko! -Ordenaba mientras yo trataba de controlar mi dolorido cuello que se inclinaba involuntariamente a cada paso de las largas púas del peine dorado que mi ama manejaba con destreza.

Me hizo un peinado tirante con un recogido que me pesaba muchísimo que yo trataba de controlar

Se arrodilló hasta mi altura y me dijo tan seria como nunca me había hablado

Escucha bien Ioko, Hoy llega IUKINOJANA, sonríe y no hables. Si te pregunta no respondas, que ya lo haré yo. Cuando te mire intenta agrandar tus bonitos ojos y procura no tocarla. Callada, quieta y en silencio. ¿Me has oído bien?

Mi ama no me dio demasiado tiempo para contestar y antes de que pudiera preguntar que era aquello y hacia donde nos dirigíamos tomó mi mano y me llevó, por fin, a uno de los pabellones en los que jamás había estado.

Cada paso suyo eran dos míos por lo que fui prácticamente volando por aquella dirección que tantas veces habíamos intentado cruzar y tratando de observar las fabulosas pinturas y esculturas que dejábamos atrás sin haber tenido tiempo de mirarlas de cerca.

Dos eunucos abrieron la puerta dorada que unía el pasillo con el pabellón y llegamos a un salón interminable. Tenía unas fabulosas columnas que se retorcían hasta el techo.

Había una alfombra rojiza donde ya había gran cantidad de amas con sus niñas en varias filas. Mara estaba ya allí esperándonos

Me coloqué al lado de Mara y cuando nos miramos rompimos a reír la una de la otra y nos saludamos con la mano pero un tirón de orejas de mi madre nos silenció rápidamente.

Por fin llegó IUKINOHANA, las 300 voces infantiles se silenciaron quedando un murmullo de toses y algún que otro resfriado.

IUKINOHANA era la mujer más bella que creía haber visto en mi corta vida.

Formaron diez filas de niñas una detrás de la otra. Mara a mi lado. Las dos con las manos cogidas con un miedo mezclado con una curiosidad tal que hacía sudar nuestras manos hasta hacerlas resbaladizas y que tratábamos de secar en nuestras telas nuevas.

Todo estaba en silencio y yo sólo escuchaba el latido acelerado de mi corazón mientras un potente zumbido se apoderó de mis oídos. El calor empezó a ser sofocante y los pasos de IukinoHana comenzaron a ser para mi imperceptibles. Mi ama aguardaba justo detrás de mi, si me echaba hacia atrás podía notar la tela de su túnica, esto no se por qué consolaba mis

nervios descontrolados. Empecé a notar el sudor frío en mi frente.

IUKINOHANA pasó rápidamente por las filas, señalando a cada niña con el dedo repitiendo criada, criada, concubina de tercera, criada, criada, hasta que llegó a mí altura, me señaló y me levantó la cara. Yo hice lo que me había ordenado mi madre, abrí los ojos todo lo que pude y le sonreí, me parecía una mujer tan bonita que estaba obligada a sonreir….

Sentí el aliento de Iukinohana en mi cara, su fresca fragancia colándose por mi nariz y su mano de terciopelo tomándome por el mentón.

Dobló grácilmente sus rodillas y sus ojos escrutadores me observaron por un instante, en ese instante se decidió mi vida y la de mi ama.

concubina de primera!

Se levanto y miro a Mara señalando nuevamente con el dedo

concubina de segunda

y así terminó la fila y desapareció por una de las puertas laterales.

Primero hubo un momento de silencio y en seguida se formó un gran alboroto, mi madre me abrazó llorando y también a Mara. Sólo había elegido varia concubinas de tercera, dos de segunda y tan sólo una de primera, que era yo.

No sabía de lo que significaba eso, Mara y yo nos miramos sin saber que hacer.

La decisión de iukiNoHana cambio el rumbo de nuestras vi das. Nos pasaron a este nuevo pabellón donde las dos concubinas de segunda elegidas, Mara y Saki y yo, como concubina de primera, tuvimos habitación propia, baños propios y gozamos de una nueva educación.

A pesar de todo, aún recuerdo la visita de IUKINOHANA como un pequeño desastre, ya que el resto de las niñas designadas como criadas lloraban sin saber por qué, quizás a ver llorar desconsoladamente a sus respectivas amas. No creo que en aquel momento ninguna de nosotras fuéramos conscientes de la importancia y del poder de IukiNoHana.

El hecho de ser designadas como criadas significaba que tanto las amas como las niñas pasarían a trabajar como servidumbre de palacio para toda la vida, mientras que nosotras éramos bañadas en leche y cubiertas con las más exquisitas sedas y joyas, también para el resto de nuestra vida.

En mi nuevo hogar que estaba en otro pabellón muy parecido al primero había niñas bastante más mayores. Nosotras éramos las recién llegadas y por tanto las más jóvenes

Las horas de estudio aumentaron de un modo considerable.

Mara y Saki tenían las tardes libres, y podían jugar un poco, sin embargo yo como concubina de primera tenía que acudir a clases de danza, canto, gestos… que para una niña de diez años carecían de total interés a pesar de que mi ama trataba inútilmente de inculcarme que era lo mejor para mi.

Se nos prohibió subir a los árboles y se creó un pequeño cuarto de actividades donde debíamos jugar, algo que a pesar de nuestras protestas nos hizo abandonar para siempre la costumbre de mirarlo todo desde los arbustos.

En contadas ocasiones IUKINOHANA venía a ver al grupo por la tarde. Se colocaba al final del aula y observaba, siempre silenciosa, parecía que flotaba más que andaba. A veces me daba la sensación de que podía andar sin posar los pies en el suelo.

Tenía una cara fina con una piel que recordaba al terciopelo. Todo su rostro era armonía y su cuerpo delgado y flexible se movía de una forma tan característica que nada más oír sus pasos y el crujir de sus telas todas sabíamos que al fondo del aula y viendo nuestras espaldasse encontraba ella, la personificación de lo que nosotras debíamos llegar a ser. La belleza.

Éramos cuatro niñas las que estábamos formándonos en aquel aula como concubinas de primera. La mayor tenía trece años y yo era la más pequeña. Todas ellas gozaban de ciertoprivilegios con los que yo no contaba. Yo debía ser la última en salir y la última en entrar, la última en sentarme y la última en saludar a la profesora.

A pesar de que no eran grandes sacrificios eran una muestra de orgullo de las mayores hacia las pequeñas y que nosotras debíamos aceptar con la mayor humildad que pudiéramos.

Yo siempre he pecado de falta de humildad, pero a pesar de ello una nueva amiga se incorporó a nuestros juegos, mi joven amiga Saki, la otra concubina de segunda que yo tomaba como una igual porque era extraordinariamente inteligente.

También las concubinas de primera éramos vestidas y peinadas de forma diferente al resto. Eso alertaba a las amas, eunucos y resto de concubinas que yo era de primera y por tanto candidata a ser emperatriz. Por ello me debían respeto y debían inclinarse lentamente a mi paso. Sólo las compañeras mayores podían pasar por alto esa ceremonia siempre y cuando fueran también concubinas de primera. El resto sólo llegarían con suerte a ser el divertimento del emperador.

A pesar de todo esto que a lo mejor puede parecerte excesivo y después de las horas de estudio el cuarto de juegos se convertía en un griterío tal que nuestras amas cerraban sus puertas furiosas quejándose de sus nervios y toda ceremonia quedaba olvidada hasta el día siguiente. En ese cuarto, por tanto, todas éramos iguales.

Cuando desafortunadamente llegaba la hora de acostarnos Saki, Mara y yo volvíamos juntas y muy a menudo con las ropas sucias y grandes risotadas que despertaban a las que ya dormían. A diferencia de antes no recibíamos ningún castigo, las criadas nos cambiaban la ropa y ahí se acababa todo, lo que nos ponía de acuerdo en que esta nueva vida era mucho mejor que la anterior.

A pesar de que ese pabellón era mucho más rico que el anterior, recuerdo mi nueva habitación más fría que la anterior. Era más grande y suntuosa. Tenía un techo dorado donde, cuando cumpliera los dieciséis años, se pintaría mi rostro. Por la noche bastaban dos candiles para iluminar la estancia, ya que los paisajes dorados que estaban pintados en las columnas reflejaban e iluminaban toda la habitación. No me gustaban esos paisajes. Había uno que mostraba una caza con un perro fi ero que mostraba unas puntiagudas mandíbulas de las que colgaban un conejo agonizante. Pero debido a que mi paso por aquella habitación era temporal no me permitieron que se pintara encima de aquella escena, yo pensaba poco en las riquezas. Pensaba que no había riquezas en el mundo que no estuvieran en esa alcoba, pero mi ama más ambiciosa sin duda que yo, me contaba que había pabellones mayores, con más oro, más criadas y eunucos. Me contaba como el emperador era casi un dios es belleza, sabiduría y salud. Y que incluso algún día si me aplicaba en los estudios y conservaba mi belleza, le conocería y quién sabía si no podría yo llegar a emperatriz…

La verdad es que no tenía ningún interés en el emperador a parte de concebirle como alguien supra-humano, que no sé por qué me imaginaba que emanaba luz. Lo único que me preguntaba era si yo podría llegar a emanar luz si lograba ser emperatriz. Pero esto no se lo preguntaba a mi ama.

– Si no te importa deseo descansar !! me dice Ioko clavando sus ojos en mí. Su cambio de tono en la voz me sobresalta.

Cierro mi cuaderno y me levanto. Antes de inclinarme del todo y con los ojos puestos en la exquisita madera del suelo oigo cerrarse la puerta. Cuando me incorporo Ioko ya ha desaparecido.

Por fin podré irme al hotel y darme una ducha. A pesar de que la temperatura es agradable y el murmullo del agua de las fuentes hace que el ambiente fuera agradable, tengo empapada la camisa.

Antes de llegar a la hoja en la que había anotado las últimas palabras el día anterior Ioko comienza de nuevo su relato. Menos mal que tengo buen pulso y escribo rápido. Parece que hoy está de muy buen humor, la veo más bella que ayer. Trato de anular todo este pensamiento banal y ser profesional. Me concentro en su historia o trato de hacerlo mientras anoto.

La llegada de los extranjeros fue una revolución en todo el pabellón. El emperador había decidido escoger a varias concubinas jóvenes para mostrar la belleza de la mujer oriental. Así se designó una de cada luna y yo fui la más joven y la última designada. Mara y Saki, que recuerdo que ya comenzaba a toser, no fueron elegidas por ser de categorías inferiores, pero prometí fijarme en todo lo que viera para contárselo.

Una vez más, mi madre me levantó temprano, me bañó y me lavó el pelo, y después me peinó con un moño alto con unas flores azules que adornaban desde el moño hasta la nuca.

Me vistió con un traje azul vivo, a juego con las flores que resaltaba el color de mi piel.

En las manos llevaba un ramillete blanco que debía ofrecer a los occidentales con una leve reverencia. Mi ama me ordenó de nuevo como aquel día en que vi a Iukinohana,

no les mires a los ojos, no levantes la cara del suelo, tu rostro es para el emperador y no tienes necesidad de ofrecérselo a ningún otro. No hables y haz la reverencia tal y como te hemos enseñado.

Y ahí estaba, una vez más, una al lado de la otra, como cuando me designaron concubina, pero esta vez no podía reírme. A lo lejos veía un hombre que debía ser ministro o consejero. Creí que era el hombre más bello que podía existir y aún lo creo, aunque ahora que he visto tanto, doy más fe a mis palabras. Era moreno con el pelo muy corto, ojos negros profundos que parecían enormemente tiernos una boca recta con labios no muy finos… y engalanado con unas ropas que no había visto jamás, con seda roja anudada en los tobillos y una capa dorada que le cubría los codos pero dejaba al descubierto un pecho moreno y fuerte.

Al lado estaba el emperador que aunque no debía mirarlo si me dio tiempo a echar alguna furtiva mirada sobre su rostro. No emanaba luz y además era viejísimo.

A su lado, un hombre de gran altura, ancho y desgarbado con el pelo del color del trigo seco, un amarillo extraño. Ese debía ser el occidental. El hombre de color del trigo saludó a todas las concubinas, elogiando aquí y allá hasta que finalmente llegó a mi altura.

Hice la reverencia y entregué el ramillete sin percance.

Hubo unos bailes donde yo participé con la danza de los almendros. La había repasado 1000 veces para ese acto y no fallé lo más mínimo. Me concentre y conseguí una actuación soberbia.

Todo el mundo me elogió y a partir de entonces mis clases de dibujo se suprimieron para dar más horas de danza. Consideré que mi presentación había sido todo un éxito.

Cuando finalmente todo acabó mi ama me quitó el traje y me puso uno viejo de juegos.

Mientras me descalzaba observé su cara, sus ojos pequeños, finos como los de Mara y Saki que esperaban en la puerta impacientes.

Mi ama estaba exultante de felicidad y un eunuco me trajo un helado de chocolate tan grande que me costaba sostener. El pequeño traje azul aún estaba húmedo del sudor que habían provocado mis nervios, quedó manchado por una mancha marrón mientras Mara Saki y yo devoramos aquel fabuloso premio.

Ese fue el primer acto en el que yo participé en Palacio. Mi actuación en danza fue muy notoria, aunque estoy convencida que no impresionó demasiado al occidental.

Sin embargo no tarde en perder el interés por el baile. Bastaba que dominara algo para que optara por hacer algo distinto. A pesar de eso fui obligada tomar las clases que me había otorgado la corte como premio y terminé odiando la dichosa danza de los almendros.

Respecto al emperador volví decepcionada. O sólo no emanaba luz sino que me pareció viejísimo. Al menos se oía que poseía un hijo heredero y éste era infinitamente más bello y joven o al menos eso es lo que decían la concubinas mayores.

Otro recuerdo de aquella época fue la perdida de Saki. Aunque ahora es un recuerdo lejano de una niña insignificante, fue mi primer contacto con la muerte de alguien al que consideraba mío y por tanto no le daba derecho alguno a morirse.

Saki me desobedeció.

Cuando Saki comenzó a toser, la vieja ama que se ocupaba de ella llamó al doctor. No consideraron que fuera algo ni mucho menos grave, quizá podía ser la humedad de esos días o quizás las bajas temperaturas, recibió una cataplasma de yerbas, cuyo olor amargo llegabaincluso hasta mi habitación y eso fue todo.

Sin embargo poco después se volvió tan débil que ya no pudo levantarse. Tampoco le dimos mayor importancia a esto, Mara y yo acudíamos a diario a su cama y ella no deseaba moverse de allí.

Así organizamos un guiñol, jugábamos a las adivinanzas y pintábamos. Es decir optamos por trasladar la sala de juegos a su habitación, acostumbrándonos a su tosecilla leve, de canario desafinado, sus ojeras moradas y su palidez amarillenta.

Pasó más o menos media luna hasta que los doctores comenzaron en venir a diario a visitarla. Fue en aquellos días cuando prohibieron que entráramos en su habitación y nos comunicábamos con ella por una pequeña celosía.

Saki pasaba tanto tiempo dormida como despierta y a veces no atendía a nuestros gritos oyéndose el pequeño ronquido que emanaba su desacompasada respiración por lo que nos veíamos obligadas a volver a nuestros juegos muchas veces sin haberla podido visitar.

Aquel día en que mi ama me lavaba la cara con un paño caliente sabía que ella quería contarme algo. Estaba inquieta y no me miraba a los ojos. Por fin mi ama me dijo que Saki se había ido

Me dijo que estaba con los dioses donde era más feliz. Fue tal mi enfado que perjuré y negué contra todos los dioses porque no habían tenido poder para dejar a Saki con nosotras.

Y tal fue mi enfado que mi ama supersticiosa como todas fue a orar para que los dioses desoyeran mis blasfemias y no desviaran ese camino tan prometedor que me estaba trazando.

La última vez que vi a Saki no tenía color alguno, parecía transparente, etérea, con el pelo sobre los hombros y sus manos agarradas entre si, como cuando dormía. Me pareció que aquella no era Saki, era una pequeña figura de cera. En ese momento fui consciente que Saki había dejado de existir.

Fue la primera vez que me habían arrebatado algo sin permiso, que me había quedado vacía. Mara lloraba tan alto como yo. Mi ama me tiró del pelo. Me di la vuelta enérgicamente

·  ¡No me toques el pelo! – ordené fieramente. Mi pobre ama se quedó quieta obediente y al fondo, justo a la izquierda se oyó el cuchicheo de YUKINOHANA.

·  Tiene el carácter digno de una emperatriz

·  Mi ama sonrió y respetó nuestros lloros por Saki supongo que haciendo cábalas sobre el futuro que nos esperaba.

A partir de la muerte de Saki, ni Mara ni yo fuimos las mismas. Ella se volvió más callada y yo más altiva. Llegaron dos emperatrices de segunda más pequeñas que yo. Yo ya no jugaba y evitaba que ellas lo hicieran. No me gustaba que usaran los escondrijos de Saki. Si podía hacer descargar mi poder lo hacía sin remilgo alguno y Saki y nuestra infancia quedaron enterradas definitivamente en nuestros jóvenes corazones.

Es curioso como la muerte no cambia nada ni afecta a nadie. Como la vida sigue y tu misma vuelves a hacer las mismas cosas. El mismo agua en las fuentes, la misma quietud, el mismo aire frío en invierno y caliente en verano. Descubres que morirse es desaparecer. Pero no sólo tu cuerpo desaparece, sino tú recuerdo. Eso es a lo que yo temo porque cuando mueres tu recuerdo se difumina y se vuelve difuso hasta que no quedas más que en un guiño o un gesto de alguno de los hijos de tus hijos que ni siquiera saben que te llevan consigo.

Ioko se inclina para regar un pequeño bonsái que hay sobre la mesa de madera oscura.

El agua se esparce por la tierra porosa que no tarda en absorber el agua. Con las dos manos Ioko coloca la jarra de metal en su lugar original. Por un momento he creído que iba a pedir que me retirara, pero no lo hace. Se retira las mangas y se ajusta un poco la cinta roja que lleva atada a la cintura. Se acomoda en el sillón, coloca sus manos delicadamente sobré su regazo y continúa su relato.

El palacio dejó de ser un remanso de paz para todas nosotras. Parecía que desde la llegada de aquel extranjero que sirvió para mi primer acto oficial la armonía se había esfumado en nuestros salones.

Las criadas hablaban alarmadas y mi ama siempre estaba nerviosa cuchicheando con algunos eunucos a los que sobornaba para oir los rumores de palacio.

Todas las concubinas se peleaban entre ellas y algunas convencidas de que iba a ocurrir un desastre se apresuraban a guardar sus joyas en zonas más que seguras.

La zona donde vivíamos era prácticamente un vergel de plantas.

Pero a parte de las canciones de las niñas y el gorgoteo de las fuentes no se oía absolutamente nada. Así que la información era un lujo caro y los eunucos se enriquecían a costa de todas.

Vivíamos ajenas al mundo y a los hombres. Por eso me atrajeron siempre las dos cosas por igual. Sólo quedaban los eunucos que, a pesar de pobres, conseguían las delicias de las concubinas más viejas.

Aquella misma primavera se dispuso todo en palacio para marcharnos. Eso nos lo dijo Iukinohana con una expresión de gravedad en el rostro que no olvidaré jamás. Nosotras no sabíamos a que se debía aquella decisión del emperador y todas empezamos a creer en aquellas que intuían un futuro por menos preocupante.

Una concubina en activo supo que nos íbamos a un palacio mucho más pequeño, y por eso las concubinas que iban a tomar el rito de iniciación, entre ellas Mara y yo, iban a ser retrasadas.

A Mara aquello no le gustó demasiado, había deseado desde pequeña ese momento y nada había que la pudiera consolar.

Yo en cambio creía no poder ser más feliz ¡vería el mundo!, es decir el mundo de las otras salas. Ese era el tamaño de mi mundo.

Me imaginaba el mundo lleno de palacios más modestos, con oro en los techos como así mandaban las enseñanzas de Tsha, diosa de la fertilidad y jardines llenos de los más asombrosos pájaros. Pensaba que las casas serían un gran espejo de oro donde el sol se reflejaría y difuminaría por el resto del gran imperio.

Pronto dispusimos de unas pequeñas carrozas. Mara y yo llevábamos seis bultos de mano, tres baúles, cinco criadas y dos eunucos. Cuando llegamos a las carrozas, un soldado larguirucho y moreno tiró todo el equipaje, tan sólo subió un eunuco llamado Osha, Mara y yo.

A pesar de una gran discusión y unas lágrimas de Mara, el soldado se mostró imperturbable.

Entonces se me ocurrió hacer lo que había visto hacer tantas veces a las concubinas mayores.

Me acerqué a la altura de su rostro, le tomé las manos, agrandé los ojos, mostrando una fingida dulzura, y le besé en los labios.

Ese fue mi primer beso, -Ioko sonríe.

Tras eso todos los bultos y equipajes fueron colocados en el coche, así como las tres criadas y los dos eunucos. Mi ama fue colocada en una carroza posterior por el empeño de Mara y yo de no separarnos en esa excursión.

Cuando Mara y yo ya estábamos sentadas dentro, sobre cojines de un terciopelo suave, rompimos a reir por la inutilidad de aquel soldado gozando de nuestro primer triunfo Fue allí, en ese momento cuando nos dimos cuenta del fuerte poder que nosotras podíamos ejercer y empecé a comprender el interés de las amas para con nosotras.

A pesar de que la caravana imperial estaba preparada, las concubinas subidas en la carroza y los soldados en silencio, no comenzó lo que para mi era la gran aventura hasta la noche. Empezamos a movernos despacio, de una forma pesada hasta tomar un buen ritmo un par de horas después. Todos íbamos en silencio porque así se nos había ordenado por lo que solo se oía el paso de las bestias y los grillos cantando en los matorrales de alrededor.

Tras salir del palacio me di la vuelta para admirarlo. Tardé una hora en ver el palacio en su totalidad. Era absolutamente enorme, y nuestras fuentes se veían a duras penas como un pequeño punto minúsculo en una extensión de grandeza salvaje. Poco después de media hora ya no sabía distinguir nuestra estancia en el colosal edificio que era la ciudad imperial que aún de noche se iluminaba con antorchas dándole un aspecto rojizo absolutamente admirable.

Ese fue el día que lo abandoné.

Durante el trayecto todo parecía tranquilo. Mara y yo charlábamos tranquilamente dentro de las cortinas. De repente el silencio de la noche dio paso a un griterío enfervorizado. Retiré las cortinas y vi cientos de hombres sucios, sin sedas. Las casas que quedaban al fondo estaban derruidas y poco iluminadas, los techos no tenían oro ¿eran ateos?

Esos hombres cortaban el camino y la caravana se detuvo. Mis manos comenzaron a temblar mientras que miré a Mara. Me sudaban los pies y las sedas se empaparon justo cuando la caravana comenzó a ser vapuleada. El resto de carrozas se movieron ligeramente, algunas pudieron escapar y los soldados defenderlas, pero la nuestra llevaba un peso excesivo y no tardó en volcar. Yo caí por la ventana de la izquierda y el resto por la derecha.

Como mi cuerpo era delgado y flexible vi un hueco justo debajo de la carroza, una vez colocada debajo de las maderas y goznes, llamé a Mara a gritos. Mara sangraba por los brazos y por un lado de la cara, sin embargo pudo oírme. Los soldados luchaban y el olor a sangreno tardó en mezclarse con el de la tierra.

Vimos como el eunuco Osha estaba muerto y como iba muriendo el resto entre alaridos de dolor. Todo volvió en calma en un instante mientras que esas gentes hambrientos de sangre corrieron detrás de las otras carrozas que aún se podían ver tratando de escapar. Sólo se quedó el silencio mezclado con el ruido de los árboles que bailaban con el viento.

El polvo se levantaba y cubría de gris a los infelices que yacían muertos o morían delante de nuestros ojos.

Mara y yo nos arrastramos por debajo de las vigas que sostenían nuestra carroza.

Echamos a correr y nos metimos en las callejuelas del pueblo sin saber a donde dirigirnos

Se oían de nuevo aquellos gritos ensordecedores de ira y los rugidos de la gente enfurecida se escuchaban cada vez más próximos. Decidimos volver sobre nuestros pasos justo cuando cortaron el camino de vuelta.

Echamos a correr por una calle adoquinada sobre la que yacían ya cuerpos inertes y carrozas incendiadas cuando unas manos fuertes nos sujetaron por los hombros.

Un hombre de piel clara y pelo de trigo nos agarró mientras gritaba, nosotras no podíamos entenderle. Nos llevó casi en volandas por unas calles donde la gente emitía ya un rugido rítmico mientras que se golpeaban el pecho con unas armas de aspecto terrible.

Entramos en una casa oscura y terminamos en una habitación donde fuimos encerradas mientras el hombre desapareció.

Mara y yo temblábamos, el ruido ensordecedor calaba a través de las paredes.

¡Revolución!

Esa palabra se escuchaba una y otra vez. Se repetía unánime la voz de esas bestias oscuras y harapientas ¿Quiénes eran para perturbar nuestra armonía y la del emperador?

Lloré de impotencia, de miedo. Sentía la cara arder, mientras Mara yacía desmayada sobre el suelo debido a aquella herida de su pequeño hombro.

Mi cabeza trataba de poner orden. Revolución ¿qué sería eso?

Para alguien que se bañaba en esencia de flores y no repetía la misma seda más de una vez al año, la palabra revolución carecía de contenido. Sólo veía bestias y no hombres en aquella batalla. Los soldados entraban en el pueblo.

El ruido de la batalla se oía justo detrás de aquellas paredes, se oían los gritos de hombres moribundos, el ruido de la carne al ser atravesada y el crujir de los huesos.

Ese maldito ruido no cesaba hasta la noche para volver a rugir nada más aparecer los rayos del sol. La causa de los soldados era mi causa, porque desconocía cualquier forma de vida que no fuera la mía, la única.

Recé a los dioses a los que hacía poco que había defraudado ¿Sería este el castigo por renegar de ellos al morir Saki?

Rece de la forma más fervorosa que conocía y les pedí perdón una y otra vez mientras el olor de los cuerpos que yacían en la calle se mezclaba con el de la sangre colándose por las rendijas de aquella habitación provocando un ambiente nauseabundo.

No tardamos en caer en el letargo debido a la falta de agua y comida.

A veces nos despertaban los gritos, los ruidos de muerte.

La habitación era muy pequeña, muy oscura y no había ninguna ventana. En su lugar había unas maderas por cuyas rendijas se colaba el sol. Así sabía cuando era de día y cuando de noche. Mara y yo permanecíamos tumbadas sobre el piso, sucias y hambrientas.

Durante esos días de olor a muerte una mujer nos trajo agua y comida. Sentimos el ruido de la puerta abrirse y cerrarse rápidamente. Nos incorporamos y vimos lo que a nosotras nos pareció un verdadero festín.

Mara esperó a que yo como concubina de primera acabara, le agradecí el gesto pero le permitía que comenzara a comer porque el hambre era atroz.

No sabíamos donde estábamos, si eran amigos o enemigos quienes nos encerraban, tampoco sabíamos que había sido de las carrozas, de mi ama y del emperador.

Los poco que veíamos por las rendijas es que había una terrible batalla donde morían muchos. El pueblo se ensañaba cruelmente con los soldados. Después de darles muerte, aquellos mohosos partían los miembros de los guardianes sólo para divertirse y todo se convertía en una fiesta sanguinolenta.

En aquellos momentos, tendría yo quince o dieciséis años. Es curioso como casi te puedes acostumbrar a todo. El sonido de guerra se convirtió en un eco repetitivo que casi llegó a fastidiarnos hasta que poco a poco y de manera imperceptible el bullicio de la guerra dejó de oírse cuando ya pensábamos que íbamos a morir de hambre y de sed.

Los cuerpos fueron retirados unos por sus familias que los tomaban entre sollozos, pero los más debieron morir solos y fueron retirados por pequeños equipos que los amontonaban en carros que sólo se marchaban cuando estaban llenos.

Las calles se limpiaron y la vida de la gente, que suele ser de memoria floja, comenzó a restablecerse.

Poco a poco aparecían personas temerosas que bien por hambre o por valentía comenzaron a salir a la calle, primero de noche y luego de día. Los hombres, cojos, heridos, algunos sin brazos, otros enteros y después las mujeres tratando de buscar algo para llevar a casa.

A pesar de que las rendijas daban para muy poco, pude observar que la gente era demasiado pobre. Me sorprendían aquellas caras de hambre. En esa época no podía entender porqué ese odio tan cruel al emperador y ese ensañamiento con sus soldados.

En palacio nadie tenía esas caras tan horribles, amoratadas y ojerosas. Ni siquiera las criadas más infelices. Era obvio que la vida de palacio funcionaba mejor que la de esas gentes.

¿Por qué no podían imitarnos?

Llegó el día que pudimos salir de aquel refugio. Una mujer nos dio unos harapos iguales a los que llevaban las bestias del pueblo. Recuerdo como arañaban mi piel poco acostumbrada a otro tipo de telas que no fuera la seda.

La gente que deambulaba por las calles nos observaban descaradamente y el miedo con que soportaba sus miradas era terrible. Todos poseían ese rostro que conservan las personas cuando han vivido una guerra mezcla de facciones vacías y sed de venganza por lo que caminé sin apartar la mirada del suelo todavía negruzco por la sangre ya seca que bañaba los surcos entre los adoquines.

La mujer que nos acompañaba tenía una cara angulosa y ruda, carente de todo sentido femenino y una expresión de fiereza que no alcanzábamos a comprender.

Mara y yo no hablamos ni nos miramos durante el camino que aquella mujer nos hizo recorrer. Por fin llegamos al primer lugar cristiano al que entré en mi vida, una iglesia.

Para mi fue una impresión terrible, era un sitio espacioso del que colgaba un hombre moribundo clavado en una cruz, con la sangre cayéndole por las rodillas, y la mirada vidriosa.

Pobre hombre –pensé.

Mara se acercó a mí y me susurró.

·  A lo mejor van a hacer eso con nosotras.

·  Es una figura de madera, estúpida.

Lo que no entendía era el motivo de colgar una figura tan absolutamente espantosa en un lugar oscuro u lúgubre, iluminado con velas. No sabía por qué no había ventanas en ese lugar.

Los cristianos aquí en mi país siempre han sido respetados. Se respeta más a lo extranjero que a nosotros mismos. Es curioso, pero siempre hemos tenido ese carácter que se interesa por todo aquello que no es lo nuestro.

Atravesamos esa iglesia y pasamos a un salón pequeño que tenía más luz. Allí estaba aquel hombre que nos había encontrado corriendo desesperadamente por las calles de la ciudad y nos había en definitiva salvado la vida Se dio la vuelta y por fin vi su rostro con claridad. Era un occidental de cara dulce y mirada suave. Sus gestos eran pausados y consideré que era bello, aunque ahora que lo pienso, quizás sería como cualquier otro occidental.

No tardé mucho en sentir en el estómago algo que no sabía a qué obedecía y que hacía que mi mente le estudiara escrupulosamente desde su cabeza hasta aquellos pies insertados en sandalias de cuero marrón.

Podría ahora mismo cerrar los ojos y hacerte una descripción de cada detalle de su gesto, de sus manos entrelazadas que sólo se movían con tranquilidad pasmosa, de sus ojos vivos e interesados, de su boca rosada y simétrica que esbozaba continuamente una sonrisa, de su traje limpio y algo holgado…

Pero sin embargo no se de qué habló, no presté otra atención y su conversación no puedo recordarla.

Cuando terminó de hablar aquella mujer que nos había conducido hasta allí nos llevó a una habitación por la que se accedía a través de unas estrechas escaleras de madera

·  Bañaros y cambiaros para cenar, ya habéis oído a Jo.

¡Jo! Sonaba armoniosos en mis oídos, lo repetía una y otra vez sentada e la cama mientras imitaba a Esparto, que es como empecé a llamarla por su cara basta y su piel curtida… Mara empezó a reír.

·  ¿No has oído nada de lo que ha dicho, verdad?

La miré sobresaltada, con las mejillas ardientes. Hmmm, la verdad es que se me había acelerado el corazón.

Jo era un cristiano occidental que se había casado con Esparto cuando los dos eran muy jóvenes. Tenía parientes muy ricos que le permitían caprichos tales como venir a este país y construir una iglesia que servía para cristianos de todos los tipos, protestantes y no protestantes. Abandonó su prometedora consulta de médico en una gran ciudad para cumplir con su religión aunque yo creo que simplemente se había dejado atrapar por el encanto de nuestro país y de sus gentes.

Los cristianos habían instalado un hospital de campaña cerca de donde vivía Jo, Esparto y ahora también nosotras. No habría más de diez pero se organizaban bien y no tardaron en pedir que colaboráramos

No tardé en saber que el emperador nadando en las riquezas más supremas había descuidado al pueblo. Jo decía que los niños morían en las calles, los hombres ganaban un dinero que les arrebataba cada año el palacio y que la mayor parte adeudaban esas cantidades con el temor de saber que no podían devolverlas

Y lo decía Jo, y si Jo lo decía yo lo guardaba directamente en mi mente sin pasar por mi razón, es decir, le creía a pies juntillas y de una manera absoluta.

Mi ama decía que se podía saber mucho por la forma de andar de una mujer y yo suponía que eso era también aplicable a los hombres. Los pasos cansinos de Jo se oían siempre y siempre sabía que se acercaba a través del pasillo de esa pequeña casa. Yo aseguraba que debía ser una persona infeliz y que yo podía enseñarle lo que era la felicidad.

Siempre nos contaba con gestos lentos y pausados el drama que habían sufrido aquellos que vivían fuera de la muralla imperial mientras que nosotras escuchábamos con la atención que no recibió ninguno de nuestros maestros imperiales.

Supe como el invierno había sido largo y los alimentos no llegaron a todos. Muchos murieron pero la mayor parte enloquecieron.

El pueblo entró en palacio, de éste huyeron cuatro caravanas, y todas fueron atacadas.

No se sabía del emperador, si estaba muerto o vivo. La madre del emperador y el hijo heredero habían perecido. Pero nada se sabía del segundo hijo y esto daba alas al ejercito imperial que todavía se revolvía en algunas ciudades aunque ya estaban prácticamente aniquilados.

Cómo explicar lo que sentí… libertad que inundaba mi corazón. Ya no tenía que andar ese camino que habían decidido para mí, pero también sentía un miedo atroz a lo desconocido, a donde iba a estar mañana, qué podía hacer, para qué podía ser yo útil y cómo iba a vivir a partir de entonces.

Era cambiar la vida hecha por la que a de venir, por la libertad y el miedo que eso supone. Nunca había decidido nada y daba miedo tener que aprender a decidir Cuando Jo preguntó que deseábamos hacer, no me lo pensé dos veces. Yo quería ayudar en el hospital de campaña. Así podía ayudar a las buenas personas heridas y también estar justo al lado de Jo que desde luego era mi principal deseo.

A Mara le pareció bien, no creía ético que nos dieran trabajos iguales ya que ella era concubina de segunda. Traté inútilmente de hacerle ver que eso había desaparecido, que no volveríamos a palacio, pero aún ni con el paso de los años logré convencerla. Ella decidió que lo mejor sería ayudar a Esparto en la casa.

Mara siempre había carecido de la imaginación que a mi me sobraba. Parecía que siempre deseaba conservar el lugar y la forma en la que vivía. Ella siempre me serenaba en palacio mientras yo le infundía valor para hacer alguna de las nuestras. Ahora deseaba quedarse en la casa porque consideraba que eso era lo correcto mientras que yo no me paraba a pensar ni un instante que es lo que debía o no hacer.

Otra de las cosas divertidas de esa casa fue el baño. Mara deseaba preparármelo, pero no sabía de dónde sacar el agua. Había una bañera blanquísima pero muy estrecha y alargada, además tenía un agujero. No había agua, y si la hubiera ¿cómo iba esa bañera tan extraña a mantenerla? ¿Y donde estaba el vapor para el perfume?

Fui en busca de Esparto para que me preparara el baño y me encontré con Jo, bajé la cabeza, sentí arder la cara y las orejas y traté inútilmente de decirle algo coherente. Menos mal que llegó Mara y le explicó el asunto de la bañera rota.

Jo rió. Qué risa más encantadora. Me hizo sonreír.

Subió a nuestra habitación y explicó el mecanismo de los grifos y el retrete. En ese momento llegó la Esparto y vio nuestra escena. Jo explicándolo todo muerto de risa.

Esparto miró imperturbable y se fue ofendida a su habitación cerrando la puerta con un fuerte golpe. En seguida supe que esa mujer era mi rival a batir. Aquella occidental de rostro duro y piel de cuero. Si Jo me mirara tanto como yo lo hacía con el, no tardaría en encontrar entre las dos sutiles diferencias. Sin embargo a penas dejaba de tratarme como una niña que era.

Cuando bajamos por la escalera Jo no nos miró, tanto Esparto como él estaban muy serios. En seguida supimos que habían discutido, eso era bueno. Mi mente fría empezaba a trabajar.

Esa cena fue difícil ya que comimos con tenedor y también era la primera vez. Sin embargo Mara reía con cada no de sus fracasos y yo también. En el postre Jo ya reía más alto y más fuerte que nosotras, y al final de la cena aquella mujer volvió a retirarse chillando sobre que estaba en un pueblo salvaje que no soportaba. Esparto siempre hablaba de sus pobres nervios y creo que Mara y yo no fuimos precisamente una buena influencia para ellos.

Pero para nosotras, que éramos muy jóvenes, todo aquello que teníamos que aprender resultaba divertido. Aquella mesa tan alta, con esas sillas, los cubiertos… todo los tomábamoscon mucho humor y muchos deseos… de aprender también.

Recuerdo la noche del baño, hacía un calor horrible.

Los grillos cantaban y el aire tórrido hacía balancear la pequeña cortina de la habitación y por primera vez nos sentimos a salvo. La herida del hombro de Mara le había dejado una cicatriz considerable y su cuerpo delgado subía y bajaba acompasado con su respiración.

Me pareció que aquella fea mujer no nos había acogido con gran entusiasmo, aunque Jo que era joven y alegre transmitía más seguridad. Me gustaba con sus grandes ojos, demasiado alto y con aquellas maneras desgarbadas. Definitivamente me gustaba.

La cama era confortable, a pesar de que estaba pensada para uno, y Mara y yo nos teníamos que apretujar involuntariamente en aquel camastro. Mara siempre dormíaprofundamente, sin embargo yo tardaba más en conciliar el sueño.

Me levanté y abrí un poco más aquella ventana. El aire cálido penetró en la habitación y mi camisa se empapó de un sudor pegajoso.

Era increíble la sensación de paz de una ciudad que apenas hacía unos días había visto matar a muchos de sus hijos.

Jo, paseaba con calma justo enfrente mientras que Esparto discutía acaloradamente con él. Obviamente no éramos en absoluto bien recibidas.

La discusión era perfectamente audible por todos aunque nadie podía entender. El silencio de la noche sólo perturbada por los insectos hacía que la voz de Esparto resonara con una fuerza especial.

Desgraciadamente, tuve que esperar mucho para que las clases de Jo dieran el fruto que permite ahora expresarme también en este idioma que tan poco tiene con oriente.

Esparto cada vez gritaba más y sus gestos se hacían cada vez más duros.

Justo al fondo y muy cerca de Jo un viejo que fumaba en pipa observaba la escena sentado en el suelo y apoyado contra un árbol seco. Era realmente sorprendente que una mujer elevara el tono de aquella manera a un hombre y además públicamente y a la vista de todos.

El viejo desdentado miraba absorto sujetando con sus manos huesudas aquella pipa que estaba a punto de extinguirse. Aunque el pobre hombre no entendía nada estaba absolutamente metido en la conversación.

Me retiré de la ventana. Que me importaba a mí que no nos recibieran como cualquier persona de bien que tiene una visita, aunque sea desconocida.

El caso es que una vez que la revolución muriera volvería a casa y conquistaría al emperador, y quien sabe si no estaría a tiempo de ser emperatriz. Esto sólo era lo que yo había deseado. Un paréntesis de libertad, pero sólo eso.

Me sentía humillada por Esparto. Cuando volviera el emperador mandaría que la azotaran. Me acosté rápidamente y no tardé en quedarme dormida satisfecha de mi decisión.

Al día siguiente, Esparto me levantó a las cinco de la mañana. Por fin iba a empezar en el hospital de campaña. Mientras aquella mujer colocaba la ropa que debía llevar encima de la cama donde Mara todavía dormía miró fijamente mi pelo y se puso rígida ·  No se por que tenéis en oriente la costumbre salvaje de llevar el pelo tan largo.

Deberíais cortároslo. Provocar es un pecado a Dios.

No contesté pero sonreí como sabía hacerlo. Pensé que los occidentales estaban locos pero eran indudablemente divertidos. Si Esparto quería que cortaran mi pelo era porque indudablemente a Jo le empezaban a gustar esas costumbres orientales.

Me vestí yo sola. Me daba pena despertar a Mara solo para tomar esas ropas tan cómodas de llevar.

Luego empecé a retorcer mi cabello para hacerme el moño de concubina pero me detuve. Seguro que Jo apreciaría más mi pelo tal y como había escandalizado a Esparto.

Tomé el peine y lo desenredé cuidadosamente para peinarme como una occidental y cuando ya estaba preparada bajé las escaleras donde la imperturbable Esparto me esperaba.

Fuimos al lugar donde Jo ya estaba trabajando. Era un lugar bastante grande lleno de occidentales yendo y viniendo con moribundos y enfermos. Había unas lonas que protegían a los enfermos del sol, pero las moscas acampaban por las heridas abiertas a sus anchas.

Algunas mujeres estaban sentadas entre los camastros esperando el suspiro de alguno de sus hijos y otras secaban el sudor y espantaban aquellos insectos. Los gritos de angustia se mezclaban con los de dolor de una parturienta de parto difícil.

Había algunos enfermos que llamaban pidiendo ayuda. Las criadas corrían a atenderlos y me apartaban de su camino. Toda la ilusión que había puesto el día anterior a la hora de la cena me abandono. Empecé a sentir un sudor frío y en cuanto percibí el olor de la sangre, de los cuerpos amontonados unos contra otros y el olor a muerte se doblaron mis piernas y me desmaye.

Cuando desperté Jo estaba conmigo

-¿Pero bueno niña así piensas trabajar conmigo? ¿Donde están esos deseos de ayer de ayudar a esta gente?

Jo me acaricio el pelo.

-No te preocupes, te enseñaremos poco a poco. No creo que sirvas para cuidar enfermos pero se que estás muy ilusionada. De momento procura molestar lo menos posible e intenta aprender sobre la marcha. ¿De acuerdo? Estamos tan escasos de gente que cualquier mano aunque sea débil será absolutamente bienvenida.

Me levante y la fuerza renació en mis piernas. ¿Ilusionada? No tenía el menor deseo de tocar aquellos cuerpos sucios. Pero quería estar con el y respirar el mismo oxígeno insano. Poder observarle y unir mi tiempo al suyo. Eso es lo que yo quería hacer.

A partir de ese día empezó mi trabajo como ayudante, al lado de los moribundos. Las criadas me miraban con recelo. Era curioso pero me atrevo a asegurar que más de una voluntaria tenía exactamente mis mismos motivos. Porque cuando Jo entraba todas le seguían con la vista mientras yo trataba desesperadamente de que nadie sospechara que lo que más deseaba en el mundo era mirarle.

Jo era consciente de su atracción por las mujeres y procuraba estar siempre rodeado de ellas.

Era obvio que la fea y recta Esparto estaba enamorada de el en cuerpo y alma pero no le hacía feliz y buscaba refugio en alguna bella occidental durante un tiempo no muy largo y en más de alguna oriental que de repente desaparecía cuando Jo le rompía el corazón.

Yo sabía que mi carita oriental no le era en absoluto indiferente. En ocasiones me miraba un segundo más de lo necesario y eso me revelaba muchas cosas.

Al principio sentía repulsa hacia los cuerpos que yacían gimoteando, llenos de heridas o simplemente muriendo pero conseguí controlar lo más posible esa aversión con tal de estar cerca. No recuerdo que tuviera sensación de pena o piedad por esas almas que morían o a veces curaban.

El hotel es extraordinariamente cómodo. La habitación es amplia y el baño enorme. He dado una vuelta por ahí tratando de no alejarme mucho. Aquí es muy fácil perderse y no me gustaría llegar tarde a la reunión que tengo con Ioko mañana a primera hora.

No he entrado a ningún sitio a cenar porque me ofrecen todo tipo de comidas por la calle. Así que he optado por tomar una especie de carne con dátiles que estaba algo empalagoso. Creo que les he pagado demasiado porque el vendedor se ha ido sonriente y muy rápido.

Aquí las noches parecen animadas. Hay salones de te y sitios donde las mujeres también pueden reunirse para tomarlo. Las calles están bastante concurridas a pesar de la hora.

Ioko me parece una mujer carente de sentimientos. Cuando recuerda lo hace de una manera fría y metódica. Cierto es que no la conozco y que las descripciones no coinciden con esta primera impresión. En fin, veremos.

Ioko vuelve a hacerme la misma reverencia del otro día. Aunque ayer tenía una reunión con ella decidió anularla. Hoy si ha decidido recibirme. Me inclino tratando de imitar un porte imposible, espero que Ioko justifique mi torpeza por el hecho de ser occidental.

Abro mi cuaderno y empieza el trabajo

Jo insistió en que leyera muchos libros. Me explicaba historias que en realidad a mi no me interesaban en absoluto a no ser porque el era el que las contaba Esparto decía que pasaba mucho tiempo conmigo y poco con ella. A veces cuando creía que no la oíamos se iba a la alacena que había justo detrás de la escalera y prestando un poco de atención podíamos oir sus sollozos. Sin embargo yo solo pensaba que mucho tiempo pasaba y Jo no caía en mis manos. Nunca pensé en Esparto ni tuve reparos en partirle el corazón. Jo era incapaz de amarla y si no caía en mis manos sería en las de otras.

A veces Jo y yo nos juntábamos en el porche y leíamos libros. En aquel verano, en la terraza yo le enseñaba a batir el té. Era bastante torpe para ese tipo de cosas y nunca lograba hacer uno aceptable aunque era terco y lo intentaba día tras día hasta que yo le arrebataba el cuenco para evitar que se enfriara y se desperdiciaba.

Estaba tan acostumbrada a la facilidad de los eunucos que me exasperaba que Jo no viera una mujer en mi. Además siempre estaba vigilada por Esparto, balanceándose en la silla que crujía rítmicamente recordándome que no estaba a solas con Jo y que oficialmente a ella le pertenecía. Sin embargo yo tenía la prisa propia de los adolescentes. A veces le veía como un hombre y yo sentía la necesidad de jugar a ser mayor.

Mara oía a menudo como las mujeres se ofrecían a Jo con facilidad extrema y se colaban con el en algún cuarto, no me importaba y tampoco parecía darse por enterada Esparto, resignada siempre a la vida que había de llevar y confiándose en grado sumo a su dios extranjero.

No soportaba a aquella mujer enamorada hasta la medula que criticaba siempre todo lo que Jo hacía. Amargada por su suerte y por su recta frialdad oraba cuando Jo faltaba de su cama

Pero mi adoración frenética hacia Jo rayaba en la idolatría. Sembré almendros para tenerlos en flor y poder aspirar su dulce aroma en el porche mientras leíamos, limpiaba su calzado yo misma. Tomaba sus sandalias y las acariciaba pensando que quizás un día yo pudiera tocar aquella piel que las sujetaba.

Y uno de esos días en que nada se espera Jo me miro intensamente. El chirrido de la silla de Esparto cesó y levanto la vista hacia mí. Yo esquivaba sus ojos.

Después de eso aquella mujer decidió que yo debía marcharme. La convivencia entre nosotras dos se torno insoportable y si era posible me hacía cruzar el pueblo con tal de tenerme alejada durante todo el día.

Pero yo era joven, todo lo hacía con presteza y podía llegar al hospital al menos por la tarde y acompañar a Jo a casa.

Con dos mujeres enamoradas del mismo hombre puedes imaginar la paz que se respiraba en aquella casa. El capricho que Jo representaba para mi se hizo definitivamente fuerte solo por dañarla. Era igual que en palacio riéndonos de los eunucos. Sin embargo el insistía en no darse cuenta de que yo estaba allí. Empecé a considerarle una ofensa y poco a poco el juego se fue tornando en peligroso hasta que por fin, comenzó a seguir el camino que yo sin duda le trazaba.

La diversión para Mara y para mí iba en aumento.

– Te apuesto que si te quedaras un solo día con el caería entre tus brazos antes de que se fuera el sol… Decía Mara riéndose una y otra vez arrugándose la cara con las manos para imitar a Esparto.

Éramos niñas jugando a ser mujeres y los niños no tienen en cuenta las consecuencias de sus actos o a quien podemos hacer daño con nuestros juegos.

Trazamos pues un plan digno de cualquier concubina y así esperamos pacientemente a la fiesta de la embajada de aquel país extranjero a que Jo pertenecía.

Era una fiesta de gran interés para Jo. Así que era probable que Esparto fuera con el porque habíamos visto llegar un vestido envuelto en papeles que aquella mujer había guardado con llave en su habitación. Pero Mara y yo ya habíamos decidido que a la fiesta solo iríamos Jo y yo.

Aquella mañana Mara insistió en dirigir la comida. Nadie vio nada extraño en eso, puesto que lo hacía muy a menudo. Ningún criado contrariaba a Mara, puesto que se había hecho respetar por su fuerte carácter. Todo estaba dispuesto. Cuando empezamos a comer Mara me guiño un ojo. Esparto decía que estaba verdaderamente hambrienta y tomo dos platos de aquella comida que además era fabulosa.

Pobre mujer. Todavía recuerdo como antes de ponerse el sol Esparto yacía doblada sobre su mecedora vomitando sin cesar. Jo no podía faltar a aquella fiesta.

– Ioko podrías tu acompañar a Jo. ¿No es bueno que vaya solo, verdad?

Esparto a penas podía moverse, fue toda una derrota y por fin Jo asintió

– Sabes que me quedaría aquí. Solo tienes un cólico, regresaré en cuanto pueda. Te lo prometo. Tenemos que conseguir que nuestros ricos occidentales se rasquen los bolsillos para nuestro hospital. ¿Lo comprendes, verdad?

La pobre hacia un gesto para que se fuera mientras continuaba doblada con los brazos apretando su castigado estómago.

Mara tomo la llave que Esparto dejaba colgada en la pared y subió a la habitación

Me peiné yo misma tan rápidamente como pude. Me puse flores de almendro de nuestro jardín en el pelo y Mara perfumo mi cabello cuidadosamente.

El vestido era fabuloso. De cuerpo estrecho y pegado a la cintura donde se desplegaba un gran vuelo. Todo estaba saliendo como habíamos planeado.

– Lo he preparado todo como tú deseas. Divierte ¡y recuerda nuestra apuesta!– Dijo Mara con cara de picara.

Cuando baje la escalera, Jo ya estaba esperando vestido de fiesta con esos trajes de occidentales de gala que ahora llevan aquí todos los jóvenes.

La cara de Jo me dio esperanzas. Capte toda su sorpresa y su admiración.

-Ioko estas muy bonita.

Un coche nos esperaba ya y cruzando un par de avenidas llegamos a la fiesta.

Era la primera a la que iba en mi vida. El conjunto de occidentales y orientales era absolutamente exquisito. Jo me presentaba a muchos personajes ilustres a los que yo no prestaba la mínima atención. Era fácil tener éxito en aquella fiesta. Las mujeres jóvenes podían contarse con los dedos de una mano y yo era joven y bellísima.

Pronto vio Jo al objetivo de la fiesta. Tenía que recordar al embajador que debía renovar los fondos gracias a los cuales vivíamos todos y se mantenían los dos hospitales de campaña que existían en la ciudad. Antes de arreglarse la chaqueta con un pequeño tirón me dijo

– Quédate aquí Ioko. Si es necesario que vuelva hazme un gesto y vendré en seguida.

– ¿Yo no voy a ir? –Pregunte con una voz que hasta a mí me pareció infantil.

No Ioko.– Dijo Jo sonriendo. Es un hombre muy conservador con las orientales, además es demasiado débil para las mujeres bonitas y no quiero que pongas en peligro mis fondos. ¿Me entiendes? Dijo mientras pasaba su dedo por mi nariz. Me pellizco la cara y fue al encuentro del embajador dejándome sola.

La fiesta no había empezado nada bien. Con el trabajo que nos había costado a Mara y a mí que yo estuviera allí. No podía dejar pasar esa ocasión. Me enfurecí por mi torpeza y levanté la vista a un hombre que me miraba con insistencia. La luz era cálida y la música competía con el murmullo de las señoras. Los criados iban y venían sirviendo copas que decidí probar.

Aquel hombre se acercó y me sacó a bailar. Siempre se me han dado bien los bailes occidentales, no se por qué me gustan. Incluso ahora con esos bailes modernos.

El caso es que Jo no me había visto todavía y mis esfuerzos bailando con aquel hombre de edad avanzada caían en el más absoluto vacío. Al fondo de la sala Jo hablaba con 4 hombres más. Se unieron en ese momento un par de invitados y una occidental.

Era obvio que aquella mujer y Jo se conocían, tenían, como decimos en mi país los oídos cercanos. La mujer poso su guante blanco sobre el brazo de Jo.

La furia me hizo presa, además aquel hombre con el que bailaba no paraba de darme vueltas así que le sonreí y salimos a la terraza.

Por fin Jo interrumpió su conversación y se dirigió hacia nosotros.

En la terraza aquel hombre al que apenas yo escuchaba me paso la mano por la cintura dispuesto a besarme.

-Ioko tenemos que irnos! – Dijo Jo desde la sala

-Un momento

-Ahora!

¡Por fin! Hay estaba mi triunfo, mi trofeo….Estaba sudoroso, enrojecido, nervioso y terriblemente enfadado. Aquel hombre se excuso y regreso a la fiesta.

-¡Es que no entiendes! No puedes ir con cualquier hombre, eres una, una – Me puse a llorar con unas lágrimas que para fingir no estaban en absoluto mal.

Por fin me pasó el brazo por la espalda, me apretó contra él y me dio un beso contenido y largo.

Era como si se hubieran abierto las puertas de una presa con agua contenida de millones de besos inhibidos. Ya sabes como son los jóvenes.

Naturalmente aquella noche no pude dormir. Baje a tomar algo de beber. El capricho que para mí era Jo estaba tomando la forma que yo deseaba. Escuche abrirse la puerta de la otra habitación.

No me lo pensé dos veces y entre donde el estaba. Jo me miro sorprendido. Le bese la espalda y el se dejo hacer.

Me desperté junto a el en plena madrugada. Me sentía adulta. Le acaricie el pecho joven y fuerte. Muy a mi pesar regrese a mi habitación antes de que el despertara.

Allí Mara me esperaba.

-Estas loca! Si se entera Esparto te mata. Te tendrás que ir. ¿Y que vas a hacer? ¿Y que voy a hacer yo? Jo siempre esta rodeado de mujeres. Es que no te importa su fama.

Si no te mata Esparto, te matara el emperador cuando regrese y si no lo haré yo.

Algo más dijo pero yo no la escuchaba, me quede dormida y en paz con el sabor de la victoria y de sus besos en mi boca.

Los días siguientes fueron de un eterno descanso.

Me consideraba la mujer más feliz del mundo. Solo en pequeñas ocasiones me daba cuenta de que sólo había sido un hombre como cualquier hombre y yo una mujer deseosa. Entonces encontraba aquello terriblemente simple. La vida se convertía en una rutina de amores, desamores, trabajo y sueño…imposibles de soportar. Por ello quizás me evadía noche tras noche en ese amor que Jo me profesaba y en ese dulce sentimiento de dolor que sentía, se expandía y me hacía sentir plena aun estando vacía y sola.

Ese fue el gran amor de mi infancia. Sublime, veloz. Tan veloz que no pude saborear apenas la felicidad si es que en aquellos tiempo fui alguna vez conciente de que la poseía.

Con el se apagaron unos sueños, una infancia definitiva. Porque cuando amas por primera vez no hay consecuencias ni plazos. Amas locamente, ciegamente y después pagas.

Así lo hice yo. Mi vida volvió a cambiar. En esta vida he tomado más direcciones de las que seguramente jamás has sospechado que existan y de todas ellas estoy orgullosa.

Todo me ha enseñado algo y de todos y todo he aprendido.

Sin embargo no lo niego. Tengo 87 años, tengo y he tenido todo lo que una mujer puede desear en la vida. Pero hay que tener cuidado porque sin quererlo, casi inconsciente y sin pedir permiso, a veces incluso ahora Jo se cuela en mis sueños de vieja. Me desvela y me tortura con la vuelta de aquella preciosa mujer joven a la que nadie podía resistirse excepto él.

Malditos dioses y maldito espíritu aquel que antes de matarnos nos arruga y envejece…

Parte 2.

El hecho de que Ioko me contara todas estas cosas no ha hecho más que aumentar mi curiosidad por ella, su leyenda y todo aquel que alguna vez conoció a Ioko.

Ese momento cargado de conflictos políticos, con un emperador derrocado lo he estudiado muchas veces, he estudiado ostras tantas como llegaban poco a poco los occidentales.

Algunos por cuestión religiosa, como Jo, otros, la mayor parte, llegaron para establecer relaciones comerciales. Todos ellos se enriquecieron.

Los orientales dejaron de tener cargos importantes a no ser que colaboraran en alguno de estos negocios de occidente y esto era por lo general bastante poco probable. Así que esta gente era confinada a la agricultura y a pequeños comercios.

El caso de Caru fue algo diferente. Caru fue una excepción porque que supo combinar su recta orientalidad con un fantástico envoltorio extranjero. A pesar de ello era partidario del emperador hasta la médula.

Según el mismo Caru contaba su padre había sido campesino y el también lo hubiera sido de no ser por el empeño que tenía su tío en que se dedicara a buscarle alguna utilidad a las hierbas, bonitas pero indeseables que acompañaban a los cultivos de la familia.

Caru era muy aficionado a las esencias que fabricaba con esas hierbas y con todo lo que encontraba. Así trató también de encontrarles algún beneficio. Y lo consiguió Hay que tener en cuenta que aquellas colinas , el tiempo de fuertes tormentas, tornados y vientos consigue plantas fuertemente olorosas y es lo que a mi juicio le sigue dando a esas tierras ese olor tan especial que un occidental percibe nada más pisar estas tierras.

Caru a pesar de la oposición paterna que desapareció al primer beneficio si hizo esenciero. Al principio no conseguía grandes olores pero tras años de mezclas y temporadas en las que había tambaleado su negocio, consiguió sus primeras ventas que en seguida fueron muy valoradas entre las damas más ricas tanto orientales como occidentales. Digamos que el joven se puso a la moda.

Las damas de la corte comenzaron a hacerle encargos fijos y el emperador le permitió poseer negocio propio en la Gran ciudad por empeño de algunas de sus concubinas entre las que contaba sin duda la favorita del emperador.

Caru también decidió poner un pequeño punto de venta en la plaza junto a los otros comerciantes para conseguir al pequeño grupo burgués que todavía se resistía en gastar esas cantidades en pequeños caprichos. Podíamos decir que más que nacer esenciero Caru había nacido para los negocios y habría terminado enriqueciéndose con cualquier otra cosa. Era hábil, amable, joven y de gran ambición.

Una vez descrita de una manera breve quien era y como vivía Caru, continuare la historia según Ioko fue dictándomela.

Después de aquella noche mi amigo Jo dejo de serlo para volver a ser el distante Jo. Lo que yo creí que nos unía nos separo. Jo busco otra pasión para después de las cenas y mi puesto fue ocupado por otra mujercita quizás algo mayor que yo pero también muy bella. Yo a veces me quedaba sentada en la ventana de la habitación desde donde oía sus conversaciones. Las mismas que había tenido conmigo, las mismas bromas, el mismo chirriar de la silla vigilante de Esparto…

Una semana después de la fiesta la hermana me expulso de aquella casa tal y como prometió y yo se lo agradecí profundamente.

Estaba tan triste que no pude enfrentarme a ella. Separarme de Mara fue muy difícil, yo deseaba y ordene que se quedara tal vez porque no sabía lo que iba a hacer ni donde me iba a dirigir o, quizás porque no quería perder la pista de Jo.

Esparto tiró un paño a la calle que envolvía otro vestido y algo de comer. Me tomo por el brazo y me echo a empujones. A cada empujón yo gritaba, cada empujón encogía mi alma y mi corazón. La puerta se cerró y el sonido terrible de los goznes dejaron sellado mi pasado.

Mara corrió a asomarse a la ventan de la habitación de arriba. Yo miraba hacia la ventana decidida a no tener miedo, a enfrentarme al mundo que se abría ante mí en aquel camino pedregoso de la ciudad. No tenía miedo porque era tan ingenua como joven pero a pesar de eso lloraba. Lloré pero seguí andando por aquella calle que no podré olvidar jamás.

Pasé el día deambulando y buscando trabajo, pero yo no sabía hacer nada. Pensé como de repente yo era la que había desaparecido del hospital como antes lo habían hecho otras tantas y sentí que había sido muy poco inteligente. No tardó en caer la noche.

. La calle estaba oscura y húmeda, los bordillos eran sepultados por un agua negruzca que provenía de las casas. No tenía rumbo, nadie me miro, nadie se apiado. Eran muchos los que

caminaban de aquella manera. Demasiada gente sin rumbo. Las viudas viejas se agolparon a los lados de la calle, sus andrajos y su palidez indicaban que no tenían hogar. Yo tampoco lo tenía, pero no era comparable, yo era de la estirpe del emperador. Mi piel era tan fina como los polvos de arroz.

Había tocado el cielo y ahora debía comenzar a andar por los infiernos. Así lo habían dictaminado mis dioses y me parecía absolutamente justo.

. Se levanto un viento helador que se filtraba por unos pies muy desacostumbrados al frío.

Pronto los caminantes dejaron de pasar y sólo quedaron lisiados, mujeres con sus niños colgando, sucios y temerosos y algún que otro rufián en busca de diversión nocturna

Me senté en un rincón de pared amarillenta iluminada por un colgajo. Se quemaba lentamente con un aceite que desprendía un olor mareante expandiéndose por toda la calle. A pesar de eso la luz me daba algo de calor. Era mi primera noche en la calle.

No tardé en observar a las primeras prostitutas colocándose en corro, estudiándome, mirándome y maldiciéndome. Una de ellas, con una cara demasiado pequeña para aquellos hombros y unos ojos chispeantes se acercó a estudiarme más de cerca.

Yo tenía mucho miedo. Aquel dios de Jo debía estar vengando mi afrenta. Era todo lo que podía pensar. Aquella ratilla comenzó a tocar mi vestido con unas manos huesudas y sucias…La empujé. Me escupió y todas rieron…

Mi mente seguía viviendo en aquel lujo y poder que había poseído y no dudé en abalanzarme sobre ella.

El resultado te lo puedes suponer. todas aquellas víboras, mas acostumbradas y mas rápidas me destrozaron. Las voces de las mujeres se mezclaban con los golpes. Se podía oír a varias calles como tantas veces yo lo había escuchado desde la casa, pero en esa ocasión era yo la que allí estaba. Sentí el dolor de los golpes en mi espalda, en mis brazos que trataban inútilmente de ocultar el rostro. Una nube de griteríos nos rodeaban y mis ojos se cerraron

Con cada golpe creí que estaba mas cerca de la penitencia que me imponían los dioses, con cada golpe mataban toda pasión que hubiera quedado en mi corazón, cualquier amor al emperador, a Mara y a cualquier ser humano.

El grupo se dispersó con suma rapidez y mi cuerpo cayó sobre la acera justo al oír el chirrido lastimero de una carreta que venía calle abajo. Apenas podía moverme, sentía el amargo sabor de la sangre que me caía de la ceja mientras el agua negra bajaba mojándome la cara y dificultaba mi respiración. Los ojos hinchados no me permitían distinguir nada. Sólo escuchaba el sonido, para mi lejano de sus pasos, de sus palabras que no podía entender…

La carreta se detuvo y un hombre se acerco tanto a mí que sentí su aliento. Un dolor lacerante penetro en mi espalda cuando su brazo me levantaba.

Fueron unos momentos donde creí que todo lo que me había ocurrido, aquella vida que pase en unos poco años eran solo un sueño porque empecé a oler el perfume de mi madre, el olor a azahar de mis baños en aquella piscina rodeada de mármol blanco.

Todo esto fue un sueño fugaz hasta que la carreta se detuvo. Abrí un poco los ojos, pero apenas podía distinguir a aquel que estaba delante de mi y cuyo olor era absolutamente exquisito.

– Soy Caru….El mercader de esencias de la Corte.

Solo recuerdo que me movían, que había silencios y alborotos a mi alrededor casi en la misma proporción. Tenía varias costillas rotas porque respirar se convertía en una rítmica tortura.

Esto es lo que me queda de ese recuerdo

Ioko levanta su amplia manga y me muestra varias cicatrices. Van desde la muñeca izquierda hasta el codo. También ladea la cabeza y se levanta el pelo. Tiene una cicatriz algo mas seria

que empieza justo en la nuca y se pierde entre su cabello.

Siempre he sido de naturaleza fuerte. De momento no me persigue dolor alguno y estoy convencida de que la muerte me vendrá muy dulcemente. Pero a pesar de esto, tardé 8 días en despertar más que nada porque no tenía ningún motivo para desear quedarme en este mundo o al menos eso creía.

El día que decidí abrir los ojos vi una habitación espaciosa, muy occidental, con una lámpara de cristal que colgaba justo encima de mi. La habitación se había oscurecido y solo una ventana abierta protegida por unas finas cortinas de cáñamo hacían sonar los pequeños cristales de colores cuando el viento se levantaba.

Una mujer entraba y salía cuando yo fingía dormir.

Sólo en contadas ocasiones venia aquel hombre que me había recogido. Se sentaba al lado de mi cama y hablaba sin parar. Me hablaba de su familia, de su tío, de su padre, de como se había hecho mercader de esencias y de como una gracia del gran emperador le permitió tener su propio negocio. Yo no decía palabra. No quería contar como había llegado a tal estado.

Sólo había estado un día en libertad y ya estaba de nuevo en otra casa.

Estoy segura de que si no hubiera sido bella, Caru no se hubiera detenido y yo me habría muerto allí, como a veces sucedía. Todos creemos que vivimos en desgracia y sólo cuando descubres lo que es la infelicidad y la tocas con las manos, te das cuenta de que has perdido mucho tiempo compadeciendo lo que en realidad eran tus mejores momentos. Así somos, así era yo, incapaz de pensar que no había nada mas aburrido que la monotonía de palacio y más peligroso que la mano enérgica de Esparto. Creía que lo más triste que me podía suceder era que Jo estuviera durmiendo con otra mujer porque nada sabía de golpes, de mujeres que vendían su cuerpo para dar de comer a sus hijos, de viejas que por ser viudas comían y dormían en la calle. Sólo fue un día y me di cuenta de donde esta el cielo y donde está el suelo, donde esta la felicidad y quien es el que no la tiene.

Cuando sales al mundo y tomas contacto con la vida real te haces consciente de todo ello.

Cuando estás escondido dentro de un caparazón la vida sólo se convierte en un fugaz recuerdo.

Caru era un hombre influyente y disfrutaba del favor imperial…. El favor imperial con el emperador ausente no era bueno, pero Caru sabía tratar bien a la gente y era respetado por el pueblo y también muy querido entre las clases altas.

Cuando entraba en la habitación traía siempre flores o algún regalo o golosina y además envuelto en papelillos de colores traía los más exquisitos perfumes que eran carísimos.

-Ioko hoy te traigo algo muy especial. El perfume que llevan las concubinas de palacio. No es cualquier cosa! Cualquiera de esas caprichosas seria capaz de matar a alguno de sus infelices criados con tal de poseer este regalo.

Ese regalo me torturó. Cada vez que lo destapaba, volvía a vivir mi madre, Saki, y todos los personajes que convivieron conmigo en palacio. Cada vez que el bueno de Caru me traía algo semejante me ponía a llorar desconsoladamente.

Así termino creyendo que sus perfumes me disgustaban y dejo de traerlos convencido de que mejor era traerme muñecas hechas de papel.

Cuando ya pude sentarme en la cama nuestras conversaciones fueron más igualadas y también algo más interesantes. No tarde en pedirle esencia de Belladona. Mi perfume favorito.

A partir de ese día tuve un frasco de color verde en la mesita con una etiqueta de impecable caligrafía que deseaba mi recuperación y que incluía esa esencia que casualmente era la favorita del emperador, según me contó Caru.

Una joven entra a la habitación y le susurra algo al oído a Ioko. Me pide excusas y me dice que hoy ya hemos terminado. Cada vez que salgo de hablar con Ioko termino reflexionando sobre mi vida.

Quizás este viaje debería haberlo emprendido mucho antes. Afrontarse a los cambios de vida da un miedo terrible pero Ioko se ha dejado navegar por la vida. La vida le ha llevado de un lugar a otro y ha vivido. Yo había renunciado a eso y por fin tengo que irme al otro lado del mundo para darme cuenta. Si lo he logrado, bien merece la pena este viaje.

Parte 3.

Para mi el fue un remanso de paz donde yo pude refugiarme. Mis heridas se curaron y pude levantarme. Al principio paseaba por la casa sin rumbo alguno. Recuerdo como una criada llamada Wang, más parecida a una ardilla que a una niña se ocultaba detrás de las cortinas cuando paseaba como un fantasma en camisón, despeinada, con el rostro ausente, las heridas vendadas y una mente que no lograba descanso alguno.

La casa de Caru era un pequeño gran imperio, que me parecía enorme respecto a mi último hogar y minúsculo en comparación con el gran palacio del que provenía.

La casa se distribuía en tres alas. El ala del oeste servía de almacén y además de tienda, por lo que la casa siempre estaba impregnada del olor dulzón de la mezcla de perfumes.

La sala norte era espaciosa y cómoda. El sol daba desde la mañana por lo que era muy confortable y allí estaban las habitaciones de Caru y algunos de sus más fieles trabajadores.

El ala este servia para las grandes celebraciones. Había una sala decorada con tapices y columnas doradas que representaban las luchas de la era Karashi. En ese ala vivía yo junto a Wang. Todas las partes de la casa se conectaban a través de un patio interior con una fabulosa fuente central donde descansaban felizmente tres peces dorados y un pequeño pájaro que encerrado en una jaula espaciosa nos obsequiaba con sus cantos cuando amanecía.

Tan solo la parte del sur quedaba vacía y Caru no le había otorgado ningún fin.

Cuando paseaba por el patio la servidumbre trataba de evitarme y yo me felicitaba por ello.

Siempre he temido mucho más a las mujeres que a los hombres. Los hombres pueden ser complacidos. Las mujeres nunca se complacen.

En el patio había a veces un pequeño de unos 10 años. Era tímido y asustadizo. Se apartaba de mi camino siempre. Era más rápido que Wang y era el único que conseguía mi atención

No se si por aquel tiempo perdí algo la razón. No es costumbre en mí no arreglar mi cabello ni empolvar mi rostro, pero en aquellos momentos no deseaba nada ni nada me conmovía.

Cuando Caru me encontraba en alguna parte de la casa me tomaba en brazos y me llevaba a la habitación. Me acostaba como una niña y como una niña que era me dormía.

Llegó el día que no vi a Caru por la casa. Me senté en el banco de piedra que estaba justo en frente de la fuente. Estuve todo el día esperando hasta que Wang me llevo al salón y me dio de comer. Comía como un pajarillo y era Wang quien me llevaba la comida a la boca.

Sin embargo ese día no se por qué decidí despertar. Mi mente se abrió y todo empezó a suscitar mi interés. Me levanté y pregunte por primera vez a los criados-

– ¿Dónde esta el amo Caru?

Un criado un poco descarado me contesto con sorna. Señora el amo se fue antes de ayer a Runojeaa. Tardara tres semanas en volver.

-¿Y por que no me lo ha dicho?

– Se lo dijo señora…Yo mismo le vi despedirse de usted.

No recordaba nada en absoluto. Se que ese día abrí los ojos, pero no puedo contestarte que fue lo que me hizo tomarle interés de nuevo al mundo. Simplemente vi por primera vez el jardín por el que había pasado tantas veces, la sala de baile y mi interés y curiosidad por ese buen hombre también despertó.

Empecé por acomodar el armario. Di a Wang las órdenes pertinentes para eliminar aquellos horribles kimonos y sedas faltos de todo gusto.

Wang corría silenciosa de acá para allá tratando de hacer mi conveniencia más aterrada de mi cambio que del trabajo. Tome un kimono color miel rematado en tiras blancas y botones dorados. Peine mi cabello. A pesar de que Wang lo había hecho cada día la reprendí por no haber usado aceites. Lo aderece con uno muy caro hecho de almendras y lo recogí detrás de la nuca con una orquídea que tome prestada del jardín.

Me di unos toques de polvo de arroz, sobre todo en la sien donde todavía me queda una pequeña cicatriz recuerdo de esos días, además de las que te he enseñado… También enrojecí, mis labios. Me mire al espejo. Estaba tan bella como una emperatriz.

Al salir Wang lanzó un grito de exclamación. Pose los ojos en ella con la mirada felina de una gran concubina y desapareció.

Pedí a un criado que me llevara a la casa de Caru. No habría problema porque el estaría en el hospital. El carro salió de la casa lentamente, subió por aquellas calles y en seguida reconocí aquella calle. No debía temerla. Debía pasar por allí hasta que el miedo al recuerdo de aquella noche desapareciera. Era una calle larga con una enorme cuesta que giraba a la izquierda. No demasiado lejos estaba la casa de Jo.

Fui a ver a Mara.

Cuando Mara salió a recibirme exclamó de alegría

-Estas impresionante! ¡Con lo preocupada que estaba yo por ti!

Sin embargo Mara tenia un harapo por vestido y su tez macilenta era casi preocupante me abrazaba mientras hablaba, las dos nos abrazamos con cariño.

Jo debía tapar sus nuevos escarceos con una occidental a golpe de dinero porque iban a tener descendencia. Esparto había decidido prescindir de casi todo con tal de salvar el buen nombre de Jo.

Todos sabíamos que Jo tenia un hermano que poseía una gran fortuna en negocios al norte del país. Mara decía que era uno de los hombres más ricos pero que aborrecía a ese dios. Se había casado con una mujer oriental, era padre de tres hijos y por tanto carecía de todo respeto en su familia. Se había vuelto salvaje como decía Esparto.

Conté a Mara como vivía en una buena casa. La casa de Caru el esenciero. Era un buen hombre y podía descansar. En esos momentos no estaba en la casa, estaba fuera y no seria de buen gusto llevarla a casa si no estaba el amo.

Le dije que estaría fuera 3 semanas, las mismas que tardaría yo en recoger a mi querida hermana.

Mara y yo nos abrazamos justo antes de separarnos y volver a la gran casa… Ambas nos fuimos felices y satisfechas.

Los días pasaban lentamente. La temperatura había subido con los últimos vientos que inauguraban el verano y los sirvientes se refugiaban en el patio donde el agua de la fuente hacia refrescar algo mas el ambiente.

Yo curioseaba en la biblioteca. Estaban los libros de la sabiduría, los del bien pensar y muchas otras que yo había leído de pequeña. Una biblioteca digna de un emperador. De hecho esa sala era prácticamente idéntica a la que había en palacio. Allí encontré al pequeño desertor que siempre huía en cuanto me veía Estaba leyendo y ni siquiera se había enterado de que yo estaba allí.

– Hola pequeño ratón.

El niño dio un bote y yo sonreí. El también lo hizo.

– Estoy leyendo el cantar de los dioses. Dijo mirándome con orgullo

– ¿Lees ese libro tu solo? pregunte incrédula

-No señora, espero al viejo maestro Chung.

-¡Vaya! el maestro Chung!…entonces me voy. Ese ermitaño no permite mujer alguna entre los libros de sabiduría, le dije divertida

¿Era ese niño hijo de Caru? No lo parecía, era un niño muy diferente. Sin embargo debía serlo.

¿Por que si no recibía instrucción alguna?

Además el maestro Chung! El gran maestro. En palacio no lo había visto jamás ni conseguí acceder a sus clases puesto que sólo era una mujer y el no deseaba perder su valioso tiempo enseñando sabiduría a una mujer

Cualquier deseoso de instrucción se hubiera sentido orgulloso de compartir aunque fuera alojamiento con el. Era conocido como el Gran maestro de Oriente y muy pocos jóvenes tenían la suerte de aprender de el. Ninguna mujer había conseguido tal privilegio. Aquellos alumnos eran llamados elegidos de Chung y se sabía que los grandes músicos y escritores de la época pertenecían siempre a aquellos elegidos.

Abandone la sala y en seguida percibí el olor a sándalo de su pipa. El maestro Chung había entrado por la otra puerta. Cuanto hubiera dado por escucharle o verle. Sin embargo no se me pasó ni por la cabeza la idea de quedarme. ¡Que ofensa sería para el gran maestro verme!

Ese día no sabia que hacer y me aburría mortalmente. No tenia responsabilidad ni actividad alguna así que volví a cambiarme de vestido y me arregle el pelo cambiando la orquídea por un ramillete de pequeñas flores de almendro. Después de dedicarme a asustar a los pobres peces de la fuente el chirrido de las maquinas que obtenían las esencias despertó mi olfato y mi curiosidad. Me encamine al almacén

Había gran cantidad de flores clasificadas. Las de mismo tipo y color se agrupaban en una montaña donde trabajaban afanosamente varias mujeres y hombres. Tomaban las flores y separaban los pétalos en pequeños montones. Otros se llevaban aquellos pétalos, los mezclaban con otros en cantidades exactas y los añadían machacados a un pequeño embudo de latón que vibraba y hacia un ruido terrible. Había unos 50 embudos y unos tubos que se entrecruzaban en un divertido laberinto.

En seguida un hombre elegante, muy atractivo y con coleta imperial se acerco a mí.

– buenos días Ioko. El amo Caru me aseguro que no tardaría usted en aparecer por el almacén.

Veo que tenía razón. Estará contento de verte tan recuperada cuando vuelvas

Soy Yama. Maestro esenciero y primo de Caru –Dijo con una franca sonrisa y una leve reverencia

-Saludos primo. Me acerque y le susurre al oído– Es usted partidario del emperador. En los tiempos que corren se arriesga mucho llevando esa coleta señor.

-jajá jajá…estallo en una carcajada. Esta casa es como un pequeño palacio y una pequeña fortaleza. Nos olvidamos de los terribles míseros que hay justo en aquellas calles que están en frente de la casa. Pero querida Ioko…Solo alguien que tiene que ver con el emperador reconocería una coleta imperial. Dijo mirándome picaramente

Yo enrojecí.

-¡Aja! He averiguado más de ti en este momento que mi primo en todo este tiempo contigo con sus charlas. Eres tan bella…que pareces digna de un emperador.

-Por favor amo Yama…dije simulando avergonzarme.

Yama sonrió. Por fin encontraba a alguien divertido y además de la corte. Porque si de algo estaba segura respecto a ese pícaro era de que había vivido en palacio hasta hacía bastante poco.

Cuando el mensajero llego a la casa, casi se me había olvidado que Caru era el amo de la casa. Yama y yo hablábamos alegremente. Era un hombre inteligente con el que tenia que tener mucho cuidado si no quería volver a entregarme de forma tan descuidada.

Yama recibió la noticia con alegría. Se dirigió a los sirvientes y ordeno disponer la casa para aquella misma noche. Volvía Caru.

– el amo caru estará aquí esta noche. Sus negocios han sido provechosos. Esta tan contento de eso como de la recuperación de ioko y desea una fiesta de bienvenida. Se invitara a todo hombre notable de la ciudad. Incluso extranjeros. También a todo hombre de noble cuna que sea partidario del emperador. Parece ser que en Runojea hay tanta gente partidaria del emperador que van a formar un ejército. ¡Bien por ellos!

En ese momento me falto el aliento. Me fallaron las piernas y casi me caigo de no ser por esa fuente providencial del patio. Si se cumplía aquella misma noche me encontraría con Jo.

Yama se dirigió a mí

-Bella Ioko. El amo desea que seas el corazón de la fiesta. Pide lo que necesites. Esta noche hará publico que te va a tomar en matrimonio.

¡En matrimonio! Pero si no le conocía. No le conocía en absoluto. En ese momento me daba cuenta de por que los criados me tenían tanto respeto. Por que no era otra criada en la casa.

Caru ya había decidido mi futuro. Concluí que me daba igual. Si el deseaba ser mi esposo que lo fuera. Me era indiferente. Si casarme con Caru podía dañar a Jo me casaría con el sin la menor duda.

– Amo Yama…balbucee. Me complacería que en estos momentos importantes pudiera tener a mi criada conmigo. Nos hemos criado juntas y…

-¿Criada? ¿De donde has salido tú que tienes Criada propia? No te voy a negar nada en absoluto. Dile al viejo Kara que tome el coche y vaya a buscarla. Pero tú no debes salir a la calle otra vez. ¿Me has escuchado bien? Es muy peligroso. Tú debes saber bien el tipo de gente que hay en las calles.

Claro que lo sabia, pero no dije nada. El deseo de que la pobre Mara estuviera conmigo de nuevo y volviera a arreglarme y peinarme como antes para una fiesta donde estuviera Jo me hacia tan feliz que no hacia ver el camino al que ahora me dirigía.

El pequeño ratón salió al patio

-¿Puedo ir yo?

-¡Claro que no! Te quedaras en tus habitaciones. Y no saldrás en toda la noche. Quiero que vigiléis su habitación. ¿Me habéis oído? – Dijo Yama a dos de los criados que se disponían a arreglar el jardín

¡-Yo ya soy mayor! Dijo con su voz infantil

– No deseo discutirlo más- Añadió Yama extrañamente cargado de poder.

Yama se acerco a mí y me susurro al oído justo cuando el muchacho se marchaba…

-Es el pequeño emperador. Tan odiado por unos y tan amado por todos nosotros. Hay que protegerle, es todavía un niño.

Me lleve las manos a la boca sorprendida. El futuro cambiaba para mí. Hasta aquel momento había pensado en la muerte del emperador como en una realidad, nada había pensado sobre el pequeño heredero. Yo misma había visto aquella horrible batalla.

Sabía de la situación caótica del pueblo, del hambre, de la suciedad, del odio que probablemente se agolpaba a las puertas de la casa del amo. Sabía que no debía salir otra vez con esas sedas llenas de riqueza que suscitaba el mayor de los recelos y lo más curioso era que empezaba a entender el drama de aquella gente.

Sin embargo, a pesar de estar encerrada en aquellos muros me sentía más libre que nunca.

Había regalado mi ser a Jo. El hecho de que aquel mocoso viviera significaba que volvía a deberme a el. Que yo debía ser para el y que cualquier recelo podía causarme la muerte.

¿Que podía hacer? Yo misma podía acabar con aquella vida y volvería a ser libre y decidir por mi misma. Era como un gorrión en manos de una fuerte mano y sólo un chasquido podía arrancarle la vida. Eso es lo que decidí hacer.

El tatuaje que llevaba con tanto orgullo hacia tan solo un par de años, ese símbolo de candidata al trono, me pesaba ahora a muerte. El ratón entro en mi habitación y me sobresalté.

Aquella carita infantil con las mejillas sonrosadas y los ojos llenos de alegría me recordaban que ante mí sólo era un pequeño sin familia

– ¡Ioko deseo ir a la fiesta! Al menos me gustaría verla.

-Ya has oído a Yama- dije imperturbable

-Por favor Ioko…—añadió suplicante

– Esta bien. Colocaré mi armario labrado en el balcón de la sala donde se celebrara la fiesta.

Puedes meterte allí…pero solo un rato. Luego yo misma te llevaré a tu habitación

El ratón me beso. Me abrazo. Tal como yo lo hacia con mi madre y yo también le correspondí.

Tendría que pensar en otra cosa. Para mí, ratón era solo un niño y no un emperador. El cariño que había nacido en mi me impedía hacerle el mas mínimo daño. No se por qué le concedí aquel capricho ni aún lo se hoy. Supongo que la rigidez con la que le trataba Yama me conmovía. Yo sabía lo que era la disciplina. La había sufrido desde que nací y conocía que ratón debía sentirse muy sólo sin su familia. Quizás fue eso.

Di las ordenes pertinentes para colocar en la terraza un pesado armario lo suficientemente grande como para que ratón se sentara en el cómodamente y pudiera ver a su través.

La casa se transformó como por arte de magia. El salón que estaba antes vació y deshabitado ofrecía una visión impresionante. Todos los criados trabajaban sin descanso. Se colgaron varios cuadros dorados que no tenían que envidiar a los de palacio, los instrumentos de los músicos eran llevados a hombros y el ir y venir de gente fue constante hasta que por fin todo quedó preparado.

Varios músicos occidentales y los mas prestigiosos del país llegaron a la casa antes incluso de que Caru llegara.

Yama acudía aquí y allá. Supervisaba la comida, preparaba la ofrenda a los dioses y por fin cuando Caru llegó a la casa todo estaba impregnado de fiesta y color.

Yo esperaba paciente detrás de Yama con mi mejor aspecto. Me había vestido con una seda azul que parecía una caricia. Una serie de pequeñas flores del mismo color rodeaba la trenza tirante que caía sobre mi hombro derecho.

Tras los abrazos entre los 2 primos caru me habló.

– Mi bellísima Ioko! Casi olvide lo hermosa que eres. Tú sabes que ahora soy más rico.

Me has dado la fortuna de los dioses y además estás recuperada.

Yo no debo complacer a nadie con obligados casamientos. Ahora que ya llevas casi 2 lunas aquí mi amor por ti es sincero, grande y público. Serás mi esposa dentro de tres días.

Yama y Caru se abrazaron de nuevo mientras yo no había tenido tiempo ni para contestar. Tan solo asentí. Nuestra unión ya era un hecho para todos y así consideré que justamente pagaba los cuidados que Caru había tenido conmigo. Todos alzaron sus bebidas animados y Caru me beso en la frente.

Te he traído varios regalos pero este es el más especial. Lo recogió Kara hace bien poco.

Mara apareció en ese momento. Nos abrazamos, saltamos, lloramos y le agradecí tanto que Mara llegara que nada me importó tener que contraer matrimonio.

Me casaría con ese buen hombre. ¿Por que no? Además era inmensamente rico. En ese momento sentí las manos de Caru. Me ponía en el cuello un precioso collar de turquesas.

Desde luego ese había sido un buen negocio.

Parte 4.

Al llegar a este pasaje de su vida a Ioko le invade una inmensa nostalgia. Se ha levantado a preparar un te mientras yo espero tomando algunas notas sobre su todavía fabuloso aspecto.

No es normal que Ioko lo prepare y mientras observo sus movimientos creo adivinar que es para ella una forma de concentración más que otra cosa. Toma la varilla y agita concienzudamente la mezcla hasta crear esa espuma deliciosa del te verde que los occidentales somos incapaces de conseguir y de apreciar.

Presiento que ahora llega algo muy importante en su azarosa vida. Sin embargo espero impaciente. Se que a Ioko no le gusta que la conduzcan. Esta acostumbrada a mandar y yo obedezco disfrutando de este momento.

Vuelve a sentarse y me mira tranquila. Por fin y tras ofrecerme el cuenco y dejar el suyo sobre la mesa continúa su relato

Mara y yo subimos a mis habitaciones. El collar que Caru me había regalado dejaba muy atrás a aquellos de palacio. De una fabulosa riqueza. Absolutamente impresionante incluso para nosotras. Las dos lo observábamos con la excitación propia de lo inesperado Estábamos felices y no dejábamos de abrazarnos.

-Ay mi Ioko , que gran negocio, con este amo tan bello y tan inmensamente rico. Ahora si que viviremos como dos emperatrices. Además nos vengaremos de ese maldito Jo.

Eso si que despertó todo mi interés.

Después de colocar a ratón a espaldas de todos tal como le había prometido a aquel niño me dispuse a maquillarme yo misma. Mara me miraba divertida

Que contentas estábamos por estar las dos unidas de nuevo y que felicidad que los dioses me permitieran la nueva suerte de dañar a ese Jo que me había herido el corazón de aquella manera.

Deje transcurrir el principio de la fiesta. Paso el tiempo suficiente para que ratón se diera por satisfecho incluso se aburriera mortalmente viéndola. Cuando acudí para llevarle a su habitación estaba dormido apoyado sobre el cajón. Sonreí ante su cabezonería infantil, le desperté y le acompañe a su habitación

Ioko!! ¿Me das un beso de buenas noches?

Y le di mi primer beso. Inocente como el de una madre a su hijo. Tan segura estaba de protegerle como de que jamás habría otro sentimiento que no fuera el de una madre con su hijo. Tan segura como me hacia consciente de que no seria emperatriz ni deseaba serlo y de que jamás podría levantar un dedo para dañar a ese niño tan hambriento de cariño

Mientras, Caru me buscaba inútilmente en la fiesta y Mara fue corriendo a avisarme. Por fin baje la escalera con el único propósito de poder encontrar a Jo y enseñarle que iba a ser tan respetada y rica como el nunca soñó que lo sería.

En seguida me lleve las miradas de los invitados. Miradas de envidia de las mujeres y la lujuria de los hombres. Desplegué mis aires de concubina y allí por fin me encontré con los ojos de Jo iguales a los de cualquier hombre de la fiesta. Pasee mi indiferencia, aunque me dolía literalmente el corazón, ni siquiera detuve mi mirada ante su bonito rostro a pesar de que deseaba hacerlo. Mi temor por hacer algo indebido hizo que me uniera presurosa a Caru que me recibió con una profunda reverencia.

Jo estaba justo detrás a unos pocos metros y por el rabillo del ojo podía ver las mangas de su traje oscuro. Trate de ser lo mas altiva posible. Todo amor estaba ya seco en mi y el odio regaba mi alma. La enorme dulzura y gratitud que sentía por Caru era el único sentimiento que yo reconocía a parte del deseo sublime de la venganza.

Caru llevaba un traje de fabuloso corte, con el pelo tirante hacia atrás terminando en la coleta imperial que llevaba tanto el y su primo sin temor alguno. Los ojos eran oscuros y limpios, ojos de persona dulce y buena, paciente y constante. Sus manos eran grandes y suaves y su porte era magnífico. Sus gestos lentos y estudiados y sus bienes eran interminables lo cual le hacía todavía más atractivo para mí.

Caru comenzó a hablar mientras que Yama le escuchaba atentamente con un porte tan majestuoso que dejaba incluso atrás al del amo Caru.

Se que los occidentales tenéis distintos valores y costumbres. Pero afortunadamente el amor entre hombre y mujer es algo común en la tierra. Algo entendible para todos nosotros. Esta mujer de aquí, de nombre Ioko será aquella que me dará hijos y mi generación se hará en una nueva. Que los dioses nos concedan salud y prosperidad.

Yo no deseaba levantar los ojos del suelo, consciente de que a partir de ese momento la vida se convertiría en un teatro.

Caru alzo la copa y así lo hizo también Jo. Brindo con frialdad y trago el licor de un golpe

Me hice consciente de mi nueva realidad y supe lo que se avecinaba. Como puedes imaginar, la relación de Caru y yo como hombre y mujer, fue un absoluto desastre. Partidario del emperador hasta albergarlo, cuidarlo y protegerlo en casa con su vida, no soporto ver el tatuaje imperial en nuestra primera noche.

No pensé en esos momentos de nuestro primer encuentro que debía ocultarlo, pensaba que en esos tiempos y con un emperador derrocado todo símbolo imperial carecía de contenido, pero me equivoqué. Miró con ojos atónitos aquella marca y tan indignado como sorprendido me sacó de su alcoba y me hizo azotar. Esa fue la primera noche de esposos.

A partir de entonces su despecho no tuvo fin. Se transformó en un hombre asfixiado por su buena alma y sus míseras tentaciones hacia mí. Nada podía el profanar que perteneciera al emperador y no podía hacer suya a aquella que era de su emperador. El emperador para el erasu dios. Si tenía que morir por su emperador lo haría. A veces me miraba y abandonaba de súbito el lugar donde yo estaba no volviendo a verle hasta algunos días después.

Así nunca conseguí que se comportase como marido y se puede decir que nunca fuimoshombre y mujer incluso nunca dormimos juntos en la misma alcoba.

El odio y amor mezclados en las mismas partes hizo que idealizara a Jo al que recordaba cuando me sentía sola que cada vez era mas a menudo. Imaginaba que me amaba, que pensaba en mí y recreaba mi mente tan sólo con el recuerdo de aquellos días. La realidad es que Jo era capaz de llevarse a su alcoba a cualquier mujer bella con la que tomara contacto pero yo trataba de olvidar ese pequeño detalle.

La vida prospera y cómoda no tardo en ser para mi, solitaria y aburrida. Solo las conversaciones con el amo Yama hacían en ocasiones despertar en mi algún interés. Era curioso como dos primos podían ser tan diferentes. Yama era más metódico. Tenia una enfermiza obsesión con el joven emperador que resguardado en aquellos muros no podía evitar las mas duras sesiones de estudio a cargo de un maestro recto y un Yama vigilante.

La necesidad de aprender me hacia recordar los tiempos de palacio con los grandes maestros eunucos. Aquellos ritos de aprendizaje imprescindibles para cualquier concubina. Empecé a leer los libros de la gran biblioteca, pero con el tiempo me di cuenta de que no era tan grande y pronto empecé a leer libros dos y tres veces.

Los tiempos en que el palacete de Caru se volvió estrecho no tardaron en llegar. Estrecha la casa y ancha la cama día tras día y mes tras mes. Todos supusieron que era una mujer estéril.

Mara lloro, lloraron las amas. Quemaban incienso durantes dos lunas para evitar los malos augurios que una hembra estéril podía traer.

Paso un tiempo en el que mi vida se convirtió en un hilo de costumbres. El ratón se convirtió en un muchacho delgado que demostraba gran inteligencia mientras para mi el, Mara y toda la casa se me hacían insoportables.

Fue por ello que decidí marcharme. Abandonar a ese hombre que siendo bueno había quedado lejano y extraño para mí. Sabía que iba a tomar una nueva esposa y mi papel seria sustituido por otra. Alguien que mandaría sobre mí y a la que yo debía obedecer.

Hable con Yama de aquello, del comportamiento de su primo y de la idea de no obedecer jamás a otra esposa que no fuera yo. Yama que escuchó atentamente me aconsejó que me marchara y mi resolución se hizo ya un hecho. Bebimos juntos. Sorprendentemente su mano se deslizo suave por mi kimono. No le rechacé. Yama me beso mientras yo le correspondía muy sorprendida. No deseo contarte más puesto que puedes suponerlo.

Ioko me mira pícaramente mientras continúa.

Un viejo recuerdo en el corazón de esta vieja que soy ahora y que deseo que siga siendo mío y suyo. Tengo secretos, pero no voy a contártelos todos.

Nos quedamos dormidos durante un tiempo pero el calor de su cuerpo hizo que me despertara a media noche. Despacio me levante de su lecho y me fui. Tome todas mis joyas y varias monedas porque no quería volver a rozar la miseria en la que ya me vi una vez… Ahora sabíalo que era el dinero y para que servía.

Hacía mucho que no había salido de aquella casa. El día no había llegado y solo algunas carretas pasaban delante de la casa. Todo era silencio, el cuarto de Mara estaba cerrado.

Algunos pajarillos volaban en círculos sobre el jardín que por fin yo abandonaba incapaz de conseguir el amor de un hombre tan fiel a su emperador que era capaz de rechazar a su propia mujer, perteneciente a un niño débil y sin carácter.

Me vestí con las ropas de Wang. Afortunadamente, tenía un gusto horrible que permitió que caminara sin atraer la menor atención de la gente.

Paré uno de los carros. Un hombre moreno con la cara ancha y las manos fuertes me ayudo a subir. Era un carro ya viejo y oxidado que chirriaba a cada vuelta de rueda y que era tirado por unas bestias que marchaban despacio.

– Soy Kuraa señora. Hortelano de la casa de Tze.

– Yo soy Ioko, de la casa de Chu-setzu. Mi marido desea que me instale con mi familia del sur.

Hace tiempo que no tenemos carro propio y viajo siempre de esta manera. Confío en que sea usted un buen hombre y me permita viajar con usted.

– Naturalmente, dijo con una sonrisa franca. Además seremos vecinos. Yo también me dirijo al sur. ¿La familia de Chu-setzu? No he oído hablar de ella, pero no se alarme, en estos tiempos todos van y vienen, nada perdura, nada perdura.

Kuraa se dio por satisfecho mientras yo subía ágilmente y me colocaba a su lado. Azuzo al animal y aquel carro inicio el camino del sur.

Volví la mirada y allí estaba el fabuloso palacete de Caru. Del que desee marchar, del que no me arrepiento haberme ido. A veces para vivir hay que elegir el camino más difícil y si no lo haces tu corazón se congela y te conviertes en una estatua. Nunca quise serlo Aquí la vieja Ioko da por concluida la entrevista. Me retiro respetuosamente con una profunda reverencia.

La vitalidad de esta mujer sigue intacta. Ti ene tantas historias que contar en su vida que apenas acierto a darles orden.

La vida de Ioko es como un laberinto lleno de caminos. Sus ojos me observan mientras recojo mis papeles. Tiene unos ojos muy bellos y un rostro que transmite una gran sabiduría.

Tiene la piel blanca. Es una costumbre que todavía le queda de los tiempos de concubina. Su delgadez es tal vez algo extrema pero su elegancia hace olvidar aquellos gestos duros llenos de autoridad que le acompañan con frecuencia.

Abandono el habitáculo en un respetuoso silencio y quedo para volver al día siguiente detrás de mi la puerta se cierra y todo queda en silencio.

Parte 5.

La carreta de aquel buen hombre era pesada y lenta. A pesar de la incomodidad del viaje me sentía alegre. No sabia que reacción tendría Caru cuando descubriera que había huido o cuando supiera que su esposa y su primo…

Segura estaba que podía costarme la muerte pero Caru solo deseaba perderme de vista. Me ignoraba tanto que tardaría algunos días en darse cuenta de mi ausencia y yo ya estaría lejos.

Kura azuzaba a los animales que estaban demasiado cansados como para aligerar el paso.

Saco algunos frutos secos y dio algo de descanso a las bestias mientras nosotros comíamos de un tosco pañuelo que sujetaba en su gran mano.

Yo charle de mi marido imaginario, de mi familia que no existía y no tarde mucho en sentirme cómoda en un pasado fantasioso e inexistente.

Le conté como mi familia se fue al sur debido a la caída del emperador y la revolución y poco a poco yo misma me creí toda la historia

– Ah señora, el emperador volverá. Pese a quien pese. Pese a nosotros los campesinos, pese a los estudiantes. Nosotros somos los revolucionarios porque el emperador nos exprimía con sus abusivos impuestos. ¿Y como no vamos a levantarnos si nuestros hijos se mueren o te piden de comer y no tienes que darles? El emperador vivía en un enorme palacio rodeado de lujos, mujeres y la gente como nosotros trabajando la tierra para quedarnos con una parte ridícula que no llegaba ni para mantener a un hombre fuerte.

– ¿Y ahora se puede trabajar en el sur? Pregunte yo

– OH por supuesto señora. Allá en mi pueblo hay tierras que se quedan yermas del abandono.

Antes pertenecían al emperador pero ahora los campesinos emigran a la ciudad donde se gana fortuna más rápido y con menos esfuerzo.

– ¿Y usted amo Kura no emigra a la ciudad??

– No señor,– dijo sacudiendo la cabeza con seguridad. Toda mi vida he querido ser dueño de las tierras que trabajaba. Por eso hice la revolución. Ahora que parece que lo he conseguido, no voy a emigrar a la ciudad en busca de un sueño. Lo que pasa es que con el emperador todo era más organizado y tenías a alguien que te compraba las mercancías aunque fuera a precios ridículos fijados por ellos. Ahora nos arriesgamos a no tener compradores para lo que producimos o tenemos que venderlo a precios más bajos que antes así que desgraciadamente mis ingresos son prácticamente los mismos que cuando el emperador nos absorbía con sus impuestos y arrendamientos.

A veces me pregunto que es verdaderamente mejor para todos nosotros.

Me hubiera gustado que Caru escuchara todo aquello. Siempre encerrado en su palacio y sus negocios. En una realidad que no existía. Y lo mas descorazonador era que aquel chico que quizás alguna vez pudiera llegar a emperador no cambiaria ni un ápice la idea de oprimir al pueblo porque no había tenido ningún contacto con el ni sabía de sus necesidades

Yo había aterrizado por fin en la realidad. Lejos de la nube de esencias que imperaba en ese palacete y que nublaba la mente de todos. El recuerdo de Yama me hizo sonreír. Que herido se sentiría Caru cuando se hubiera enterado y que lejos estaría yo ya.

Viajamos varios días, las noches las hacíamos sobre la hierba junto a otros carromatos que iban y venían o como en este caso en un pequeño pueblo cerca de las grandes montañas. Las bestias se colocaban juntas a fin de darnos calor y muchas veces cenábamos con los otros caminantes con los que Cura compartía caza o la pequeña reserva de comida que su esposa le había preparado.

Por fin uno de aquellos días y cuando el sol del atardecer hacia sudar a los animales estos milagrosamente aligeraron el paso.

Llegamos a un pueblo, hoy dormiremos en una casa y no con los animales. ¡Estoy contento, si señor!

Los animales mugían concientes de no estar lejos de su descanso.

-quizás la familia de mi marido este en este pueblo. Si paramos a descansar preguntare por si alguien ha oído hablar de ellos, puesto que es una familia muy trabajadora y allá donde viven les acompañan las buenas lenguas

– El viejo asintió gustoso, ya que por fin iba a entrar en una taberna después de varios días y le apetecía un buen trago.

Yo en realidad solo deseaba cambiar algunas joyas del buen Caru. Así podría comprar algo en el sur, una casa y unas tierras y a la vez deshacerme de unas joyas que podían levantar sospechas sin duda fundadas. Quería por fin ser yo misma y dejar de pasar por la caridad de unos hombres que siempre pedían algo a cambio. Quería vivir libre y olvidarme de que un día nací muy cerca del emperador.

Kurá se alejo para beber algo. Estaba tan contento que canturreaba mientras se dirigía a tomar una copa de aguardiente saludando a todos. Tenía una cojera apreciable y una cara marcada por el aire y el sol de las tierras pero sin duda parecía un buen hombre y no me equivoqué.

Una vez que Cura se marchó, me encaminé en busca de algún usurero que realizara buenos empeños. No tarde en conocer a varios de mala fama. Por lo que opte más por azar que por lo que me contaban de ellos.

En la calle había una vieja sucia, con los ojos entrecerrados y unos dedos largos y huesudos que descansaba en sus rodillas.

De repente se me ocurrió una locura. La miré atentamente. Tenía cara de hambre, pero parecía haber conocido la buena cama y el buen vivir, a sus pies tenía una jarra de monedas y una taza sin duda de sake.

Podría llevármela y darle cuerpo a la historia que había contado. Así no tendría problemas allá donde decidiera instalarme. Una mujer que cuida de la madre de su marido es sin duda una buena esposa, pero una mujer sola con dinero no tenía cabida en ningún sitio. El dinero y la inteligencia eran para el esposo. La esposa cuidaba al esposo y adornaba en este mundo gris.

Así lo decían los libros del buen pensar que tantas veces habíamos recitado de memoria cuando era una niña.

Hable con ella. No tenia casa, era viuda desde ya ni se acordaba y al quedar sin hijos mendigaba tostándose al sol porque este era el único medio que una mujer sin hijos podía hacer.

– ¿quiere venir conmigo? Yo te daré casa, cocinaría para ambas. Solo tengo una condición para ti. Deberás ser la madre de mi marido a ojos de todos hasta que mueras.

La vieja estalló en carcajadas dejando ver los pocos dientes que le quedaban y entornando maliciosamente los ojos.

– ¿Te has metido en un lío…eh…? Un lío de esos de honor… ¿A que si?

Levante la mano para darle una bofetada como así lo hacia y sigo haciendo con algunas criadas incompetentes.

¡Espera muchacha!…Dijo temerosa cubriéndose la cara…Si, si Iré contigo. Cumple lo que prometes hasta que muera y lavare tu honra. No me importa como la hayas perdido…jajá jajá. Al final todas la pierden antes o después. Nada me importa. Nada me importa si tengo grandes tazones de arroz, y un lugar blando para dormir y para morir cuando llegue mi día. Que suerte la mía entonces si puedo morir en un lugar caliente y acompañada con un bonito paño de rico que envuelva mi cuerpo

Accedí a los deseos de aquella bruja que me trataba como igual. Fui a cambiar las joyas. Me quede algunas más pequeñas que apresure a guardar en mi pecho mientras que el resto fueron a parar a manos de un usurero muy sorprendido que me dio 2 monedas de oro y varias de plata. Creo que esa fue la primera vez que tuve dinero propio. Apresure a guardarlo, lejos de pensar si el cambio había sido justo que por supuesto no lo había sido… Salí a por la vieja que se había quedado tomando el sol en el sitio donde los caritativos le echaban alguna moneda que se guardaba en el pecho vaciando la jarra.

Cuando Kura salió de la taberna la vieja ya estaba subida al carro.

– ¡Kura…Es la madre de mi marido! ¿Verdad que he sido afortunada en encontrarle?

El pobre hombre miro algo sorprendido a la vieja, pero no dijo nada.

La vieja hizo una mueca y volvió a la postura en la que la encontré buscando sus rayos de sol que ya a esa hora se escondía detrás de las colinas

– Soy Saroo. Dijo cerrando los ojos

– De la casa de Chu setzu, apresure a añadir.

La vieja asintió con picardía.

– Vieja ama… ¿Querría esta noche un buen tazón de arroz? La pregunta iba cargada de toda la malicia que yo podía darle e hizo efecto. Saroo bajo los ojos y asintió.

Yo también sentí pena. Había sido muy dura con una pobre desgraciada. Le tome la mano y ella me miro agradecida entornado de nuevo sus ojos y durmiéndose al sol.

No tardaron muchos días en pasar cuando por fin el chirrido constante de la vieja carreta nos indico que habíamos llegado al fin de nuestro viaje. Ese era el pueblo donde Kura vivía. Bajé a la vieja saro con cuidado que se aferraba una y otra vez a su vieja jarra de monedas

– Si desea la joven señora, pueden quedarse hoy en mi hogar. Aquí no les será difícil tomar una casa. Muchas están vacías y se venden a buen precio. Yo puedo llevarles mañana si de verdad desean instalarse aquí.

El viento se hacia oír levanto la tierra con fuerza y presagiando tormenta. Aquel pueblo era tan bueno para quedarse como podía serlo cualquier otro. Quizás no había la suficiente distancia entre aquel pueblo y Caru, pero si la había en mi corazón. El no me buscaría. Tomaría otra esposa y eso seria todo.

– Gracias Kura, será un placer quedarse en tu hogar. Nos estableceremos aquí y así se lo haré saber a mi marido.

Kuraa sonrió.

– Dense prisa. No es bueno estar fuera de casa en una noche como esta. Avisaré a mi esposa de que tenemos visita. Le daré una buena alegría. Siempre se queja de que ya no nos quedan amigos para poder visitar.

Kura recogió mi pobre equipaje. Que lejos me parecía ahora aquel soberbio carruaje cargado hasta los topes al salir de la ciudad imperial

Camine arrastrando a la vieja hasta la casa. Aquella vida que las dos empezábamos debía de ser lo que llamaban libertad.

Como había planeado, no tarde en comprar una pequeña casa muy cerquita de Kura y su esposa. Me pareció un precio ridículo puesto que solo me costo una pulsera. Tenía una tierra ya trabajada y sembrada pero el último dueño no pudo esperar a la recogida mientras sus vecinos contaban maravillas de aquella ciudad de la que yo sin embargo huía

La casa era más o menos la mitad en tamaño de los habitáculos que Mara y yo poseíamos en la casa de Caru.

Tenía una pared agrietada pero bastante gruesa y una puerta central que poseía una bonita cortina que era movida por el viento. Los techos eran bajos para proteger del frío del invierno y del calor del verano.

No poseía mas que dos habitaciones No había fuentes ni jardín. Pero era mía.

Tan pronto como la vieja y yo nos acomodamos, escribí una larga carta a Mara. Le explique la mentira de mi matrimonio, lo infeliz que había sido y le detallaba donde me podía encontrar si ella así lo deseaba. Además le ordenaba que me perdonara. Aquella carta se la llevo el antiguo dueño de la casa para darla en mano a la familia de Caru el esenciero.

No tardo Mara mucho en contestarme. Así comenzó entre nosotras un correo que permitió que no nos separáramos del todo y que me permitió saber noticias de la ciudad.

Pasaron algunos meses antes de que llegaran nuevas noticias. Lo recuerdo muy bien. Mara se había convertido en la nueva esposa de Caru e iba a tener un hijo. Me alegraba por ambos.

Mara era una mujer muy bella, no poseía la marca imperial al ser concubina de segunda y Caru era un buen hombre capaz de hacer feliz a cualquier mujer menos a mí.

Todo el mundo vio la boda con buenos ojos debido a la esterilidad de la antigua esposa. La esterilidad no era tal. Me apresure a contestarla que yo también iba a tener un hijo. Hijo de una noche de locura con el amo Yama primo de Caru y que por tanto ahora si éramos de verdad hermanas.

Cuando llegue al pueblo y compre la casa, yo no sabía que iba a tener un hijo. Quizás si lo hubiera sabido hubiera guardado más joyas o habría regateado más el precio de la casa, pero la verdad es que tardé en darme cuanta de que iba a ser madre. La vieja Saroo me observaba y me lo advertía pero yo lo negué rotundamente hasta que fue innegable que mi vientre había comenzado a crecer. El hecho de tener un hijo no había ni siquiera pasado por mi cabeza.

Siempre piensas que tendrás hijos con tu esposo y crearás una familia con estirpe y el que no sucediera así era algo con lo que no contaba, pero tampoco me disgustó. Lo acepté tal y como había aceptado el resto de mi suerte.

Llego el tiempo de la cosecha que en mi casa fue abundante y no tarde en organizarme bien, distribuir los trabajos y conseguir sobrevivir sin gastar joya alguna. En cuanto a la vieja, no me ocasionaba grandes problemas. Seguía levantándose a tomar el sol y maldecía los días de lluvia. Vigilaba la casa y nos alertaba de la llegada de algún extraño, que eran bastantes ya que contrate a varios campesinos para las tierras. Además nos dedicábamos a atender partos, coser heridas y a practicar casi todo lo que Jo me había enseñado.

Así la vieja y yo nos convertimos en personas conocidas en el pueblo, con fama de honradas, a pesar de la ausencia de mi marido y un vientre prominente que provocaba algún recelo que se acallaba cuando la vieja les gritaba furiosa que su hijo volvería algún día y que pronto poseería un vigoroso nieto varón. Y tanto empeño ponía en sus palabras que yo misma a veces pensaba que la pobre vieja había creído de verdad que pronto los dioses le darían un nieto.

Los carros con las cosechas iban y venían por las calles principales. En los días de lluvia aquellas calles se enfangaban. El barro fértil se pegaba al calzado y las bestias se esforzaban inútilmente por avanzar en el pueblo.

Durante todo ese tiempo en que mi vientre se hincho no pensé en que mi hijo no iba a tener padre, ni siquiera en que no había amado a nadie como para que esa criatura naciera…pero allí estaba, en mi vientre y era mío. Tampoco pensaba mucho más. Teníamos mucho que hacer.

Mis manos se encallecieron y también quizás mi mente. Me preocupaba mas si llovía, si hacia demasiado calor para matar las semillas, si habría arroz al dí a siguiente que mi aspecto. No podía tener el lujo de observarme. Sólo me recordaba el hecho de que iba a tener un hijo cuando debido al peso no podía inclinarme y sembrar adecuadamente. Me incorporaba estirando un poco la espalda y volvía a encogerme hundiendo las semillas en la blanda tierra.

Uno de aquellos días de lluvia, y mucho antes de lo esperado sentí un dolor que parecía cortarme en dos. Era la hora. Abandoné la siembra y me encaminé a casa.

El dolor se hizo tan fuerte que apenas pude llegar andando a la casa de Kuraa. Allí y en poco tiempo de parto los dioses me bendijeron con un robusto hijo a quien llame Taruma que significa hombre libre.

Mi hijo estallo en un llanto enérgico y la mujer de Kura se lo llevo a mostrárselo a la vieja.

-¡Que hermoso varón ha tenido Ioko!– El grito se repitió calle abajo hasta que me quede profundamente dormida todavía con el saco de las semillas colgada en mi pecho.

Para mi Taruma se convirtió en lo más grande que me había pasado nunca. El pequeño cambio mi vida. Taruma era una prolongación de mí ser, enérgico, fuerte. De carácter rebelde sacudía sus manitas cuando tenia hambre y sus gritos me alertaban desde los campos.

Entonces paraba de trabajar y amamantaba a mi hijo tal y como lo hacían el resto de las campesinas.

Recuerdo muy bien la primera vez que pude ver a Taruma con atención. Me sentí orgullosa como si fuera un trabajo bien hecho. Su pelo negro, su nariz perfecta, mis ojos de almendra y aquélla boquita recta se sumaban para crear la carita de mi primer hijo.

Ese hijo hizo olvidar la atención constante que yo otorgaba a mi cuerpo. A veces me olvidaba aceitarme el pelo y me lo trenzaba como lo hacían las mujeres del pueblo, mucho mas practico a la hora de trabajar. Aquel niño era el culmine de la libertad que tanto había ansiado. Taruma era mi hijo, mío solo, yo le cuidaría desde su nacimiento y nada me separaría de el.

En aquel momento entendí muchas cosas, entendí por que las amas son capaces de matar por sus pequeñas. Yo también me sentía capaz de lo que fuera.

Solo a veces después del trabajo, cuando la vieja dormía y la casa se calentaba al fuego, me sentía profundamente sola. Sentía, mientras vigilaba la respiración pausada de Taruma que no estarían mis antepasados demasiado orgullosos de aquel padre del pequeño. Un esenciero o ni siquiera eso, en realidad era un hombre que apenas conocía.

Veía como los campesinos se besaban protegidos por la noche mientras yo me arropaba en mi lecho, sin esperanza alguna de poder amar a alguien, de volver a sentirme viva por dentro y me refugiaba volando de nuevo a los brazos de… durmiéndome con mi niño al lado protegido por el calor de su madre.

Me llegó carta de Mara. Sabía que ella ya debía haber tenido a su hijo. Los dioses le dieron una niña que aseguraba ser muy bonita. Sabia que así debía ser porque también Mara lo era.

Cuando tuve tiempo libre, acudí al templo y queme 2 barras del mejor incienso por la salud de ambos pequeños y oraba el rezo de los antiguos por los hijos que llegan y dan vida a la tierra.

Dice así

Los dioses te otorgaron este viaje,

Tu materia es la arcilla de la tierra y el agua de los manantiales,

Tu molde aquel que te otorgaron tu padre y tu madre,

Y tú esencia la intocable vida que estos grandes espíritus te otorgan.

Respeta tu alma, respeta siempre tus buenos moldes y siempre buenos dioses

Y todos ellos te otorgarán felicidad y larga vida.

Así siempre sea”

Este rezo se repite una y otra vez durante la quema del incienso y se hace desde tiempos inmemoriales. Lo rezaron por mí y lo rezarán mis hijos y los hijos de mis hijos.

Sin embargo el campo, Taruma y la vieja se me hacían en ocasiones demasiado. Aquel que me pareció tan rudo en un principio, mi fiel kuraa me ayudaba en las tareas propias de hombres, como era negociar el grano y comprar semilla puesto que los compradores rechazaban de plano tratar con una mujer o simplemente le ofrecían precios ridículos Los buenos negocios y el buen hacer de Kuraa permitieron que ambas familias nos convirtiéramos en acomodadas. Sin embargo al no estar mi marido apenas podía divertirme porque todo estaba mal visto. No podía acudir al las fiestas del pueblo ni a cualquier obra de teatro.

Así que debido a mi impaciencia pensé en ingeniar la manera de ser viuda. Escribí a Mara pidiéndole ayuda en un asunto como ese y en pocas semanas apareció el ermitaño de los muertos. Es una costumbre ya perdida en la ciudad pero creo que todavía se hace en algunos pueblos. El ermitaño de los muertos es un monje que por una módica cantidad reza por tus muertos, llora por ellos y quema los inciensos funerarios. Te anuncia la muerte de un ser querido con un gong, y así el pueblo conoce el dolor de tu perdida.

El viejo ermitaño apareció en el pueblo tocando el gong de los nuevos espíritus.

Como era costumbre todo el pueblo termina siguiendo al ermitaño hasta que llega a la casa del difunto. El ermitaño llego a mi casa con todos detrás de el como así lo marca la tradición

Cuando paro en mi casa, sonreí para mi misma. Mara debía ser una rica señora para permitirse a un ermitaño tan bien cuidado.

Entre en la casa rápidamente, agarre a la vieja y le grite

– ¡llora!, ¡llora!

Como la pobre mujer no lloraba le di un pellizco tan grande que se le saltaron las lagrimas y ambas comenzamos a llorar.

Fue una actuación tan sublime que nadie en el pueblo dejo de compadecer aquella joven viuda buena con la madre del marido muerto y bendecida con un hijo varón y una fortuna creciente.

Estuvimos 12 lunas de luto blanco y después volvimos a la vida normal Ioko vuelve divertida los ojos hacia mí. Hoy ha sido un día lleno de recuerdos felices que le devuelven el increíble encanto que sin duda ha tenido y tiene.

Me informan de que Ioko da por concluido el día de hoy con un pequeño gesto.

Me levanto y me retiro de forma respetuosa. La mano enérgica de Ioko me indica que no hace falta tanta ceremonia. Ambos nos vamos tomando cariño. Yo dejo que hable, no interrumpo y anoto a la velocidad que puedo. Su vida tiene que ser enviada forzosamente por todos los que como yo sabemos lo que vamos a encontrar día tras día. Mi cariño por ella crece tanto como mi admiración

Parte 5.

El pueblo se convirtió en prospero. El clima era suave y eso permitió que en aquellos años no murieran demasiadas almas y hubo además unas cosechas abundantes que aunque se vendían mas baratas que cuando el emperador gobernaba, se necesitaban más que nunca en las ciudades que nos rodeaban ya por todas partes.

Tanto la familia Kuraa como la vieja, yo y el pequeño Taruma que ya andaba aunque de manera insegura nos reuníamos para dar gracias a los dioses en el templo.

Los infelices del pueblo quemaban incienso por mí porque creían en la suerte que la viuda joven había traído al pueblo. Quemaban barras para que siguiera atando almas a la tierra y las fiestas del grano se hicieron con mayor alegría que nunca. Esta vez si que pude acudir a ella, puesto que había pasado el luto.

Los preparativos daban al pueblo un ambiente especial. Los hombres abandonaban las tabernas para colgar los farolillos en la plaza. Las mujeres preparaban los pasteles de fiesta y las poco afortunadas para la cocina nos dedicábamos a buscar flores de almendra y mezclarlas con una profunda paciencia entre un barro de arcilla y madera. Luego estos bloques se quemaban y el olor a flor se expandía por todos los rincones.

Prepare a la vieja que se parecía más a una apacible anciana que a la miserable que encontré aquel día. Y por fin llego el momento en que abrí el armario donde estaba el único vestido que me lleve conmigo de la casa de Caru. Me parecía más delicado y bonito que nunca. Pasee la vista por aquella belleza y me di cuenta de lo que había cambiado todo. Cuando me fui de allí lo consideraba un harapo de mal gusto y ahora lo tocaba como algo terriblemente bonito.

Curioso como cambia la forma de ver lo que tienes a tu alrededor

Me costo vestirme sin pensar que Mara haría mucho tiempo que no se vestía ella misma, pero eso no me importaba mucho. Estaba contenta porque por fin podría usar los aceites, los maquillajes y aquellos gestos que me habían acompañado media vida pero que en el campo carecían de todo sentido.

La vieja me miro muy sorprendida meneando la cabeza como si me desaprobara cuando me vio salir de la habitación. Parecía ofendida desde que había pasado el luto quizá porque verdaderamente en su mente se había creado un hijo. Tome en los brazos a Taruma y ambas fuimos camino de la plaza del pueblo desde donde ya se oía música.

Nunca hasta ahora te he hablado de la gente del pueblo. Excepto Kuraa, que siempre fue un hombre fiel como nunca he conocido. No se por qué pero no hubo muchas más personas que llegaran a mi corazón. Y eso que conocí a todas y cada una de las personas del pueblo.

Sin embargo, cuando tu corazón esta tan dolorido, cuando sigues recibiendo dolor, tu alma se cierra, aunque tu no lo desees y siempre se quedan dentro tus seres queridos. Los que se quedan fuera nunca llegaran a tu interior.

Aquellos del pueblo vigilaban todos nuestros pasos, siempre rumoreando, señalándome…. Si un hombre era contratado como capataz se rumoreaba que entre el y la viuda joven debía haber más que palabras, si volvía con Taruma sola a la casa se me acusaba de desvergonzada. Pero esto no me oprimía en absoluto. Porque no estaban en mi interior y no alteraban lo más mínimo mi corazón.

Cuando la vieja y yo aparecimos con Taruma todos se volvieron a mirarme. Los hombres me miraban con un deseo animal y las miradas de las mujeres se clavaban como dardos venenosos tanto en mí como en mi hijo.

La vieja se hecho hacia atrás indecisa pero mi instinto que hizo apretujar a Taruma contra mi pecho hizo que cruzáramos con altivez la plaza dispuesta a divertirme.

Por fin Kuraa se acerco y nos ofreció un cuenco de bebida. Mi pequeño empezó a llorar y los músicos reiniciaron su cantinela.

Me sentí fuera de sitio. Aquellas mujeres y hombres trabajaban codo con codo conmigo, habían sudado en los días de calor y habían padecido en los días de lluvia. Pero eso parecía olvidado por mi fabuloso aspecto. Parecía como si no recordaran que yo era Ioko la campesina que hurgaba en la tierra y acariciaba a su hijo con las mismas ásperas manos que todas poseían.

La música estridente, los viejos abusando del opio, la simpleza de la fiesta y aquella gente que temerosa se acercaba a nosotras hizo que deseara marcharme. Cuando tomé a Taruma uno de los hombres se acercó a mí. Era un comerciante de opio muy conocido por todos. Se acercó tanto que pude oler su perfume barato y el olor del aceite de su pelo. Era una mezcla absolutamente nauseabunda.

Su proposición fue tan desafortunada, tan baja y tan ordinaria que palidecí al punto de balancear a Taruma entre los brazos. Sus dientes sucios y marrones sostenían una fina vara de bambú con la que hurgaba en sus encías mientras sonreía.

Dejé a mi niño en el suelo y empujé al comerciante tan fuerte que a punto estuvo de caer entre los farolillos de arcilla y almendra que ardían justo a sus espaldas. Muchos rieron y comprendí.

Para ellos sólo era una presa débil a la que todavía no habían dado caza porque tenía dinero y porque les daba trabajo. En definitiva seguía siendo solo una mujer.

La buena vieja sin embargo se divertía de lo lindo y decidió quedarse allí con los otros del pueblo. Era curioso como recuperaba las energías y el interés por todos y todo cuando le

interesaba. Charlaba plácidamente con otras mujeres o con los hombre de cualquier tema mientras que en casa a veces estaba tan silenciosa que temía que hubiera muerto ya.

Justo cuando caminaba hacia la casa con la manita de Taruma agarrada a mí, me di la vuelta y vi como el sucio comerciante le regalaba una pipa. Sonreí. La vieja estaría encantada puesto que nunca la dejaba fumar aquellas hierbas en mi casa. Taruma lloraba sólo con el olor y a la vieja le sentaba ciertamente mal el opio.

Cuando tomaba el camino de vuelta vino a pesar de mi deseo, el recuerdo de Jo a mi mente.

Ese recuerdo me punzo el corazón. Las lágrimas asomaron a mis ojos. No le había olvidado.

Ese hombre se había colado en mí ser sin merecerlo absolutamente, sin razón lógica alguna.

Me frote la carta con las amplias mangas de mi vestido. No podía ceder y dejar que nadie jamás volviera a llegar a mí ni a la vida de Taruma.

Quizás en ese momento lo único que me sucedía es que estaba sola. Por eso le recordaba. Jo era el único hombre con el que había pasado momentos agradables dignos de mi recuerdo y estoy segura de que si hubiera tenido la oportunidad de evocar otros recuerdos mi mente lo hubiera hecho, pero desafortunadamente no tenía más que aquello días en los que había sido feliz. La manita de mi hijo me devolvió a la realidad y le miré.

Era un niño sano y alto. Terriblemente bello. Nunca me he cansado de dar gracias a los dioses por el hijo que me otorgaron pero me costó mucho conciliar el sueño aquel día. Sin duda la fiesta no había resultado como yo esperaba porque ya no pertenecía a ninguno de los dos mundos y yo era la primera en reconocerlo.

Ese nuevo día me despertó un viento helador que se filtraba por una de las ventanas. La vieja siempre caminaba por la casa cerrándolas y huyendo del frío. Por eso me di cuenta en seguida de que no había regresado a casa.

Me vestí rápidamente. Dónde se habría metido aquella maldita mujer que solo me daba preocupaciones.

Busque y pregunte a la gente que negaba con indiferencia caminando presurosa por las calles mientras que en la plaza principal había un gran grupo de curiosos que logre atravesar temiéndome lo peor. Allí estaba mi vieja Sachoo en la silla de madera, la cabeza hacia un lado, como siempre hacia cuando dormía y sobre su regazo una pipa de opio excesiva que aquel hombre le había dado la noche anterior.

Fui a levantarla. Estaba fría y sus manos agrietas cayeron inmóviles. Estaba muerta. Tome la pipa y me la acerque a la nariz. Le había dado opio verde y aquella pobre no se había percibido.

Mire alrededor y grite. ¿Por qué? ¿Por qué nos había hecho eso? No se que mal hizo aquella mujer, ni que mal hice yo por ella. Tampoco se por qué nadie en el pueblo había visto nada.

Nadie vio al comerciante darle la pipa que yo había visto e incluso muchos dudaban de que aquel hombre hubiera estado en la fiesta.

Hay muchas cosas que entiendes cuando creces, o cuando te haces madre o cuando te haces vieja. Pero hay otras muchas que nunca se alcanzan a comprender. No comprendo la crueldad sin motivo y el castigo por el castigo. No alcanzo a creerme que hay gente que nace con malos sentimientos y que éstos se hacen fuertes y crecen cuando se daña a otra persona ni entiendo a aquellos que les protegen y les dan alas.

Taruma jugaba sentado en la calle ajeno a mi dolor y a todo lo que sucedía. Le tome en brazos y llore por el. Porque si alguien quería dañarle no tendría otra protección que mi vida. Me sentía capaz de hacer desollar a cualquiera y en silencio juré vengarme contra todos.

En ese momento decidí que mi vida debía de trazarse y apoyarse sobre un margen muy pequeño de personas que eran absolutamente encantadores, la ofensa al comerciante le había costado la muerte a mi viejita. No debía pues salirme de ese estrecho margen. Kuraa y su familia eran los únicos en los que debía confiar con su mujer silenciosa y amante de su esposo, sus hijos e hijas. Una mujer que siempre vio en mí a otra mujer. Que me escuchaba y me respetaba como si yo fuera un amigo de su esposo. Con el mismo respeto y admiración me servía. Toda la familia tenía todo mi corazón. No me interesa el resto puesto que no lo merecían, jamás volvería a ayudarles, jamás les daría trabajo ni les daría de comer. Para mí volvían a ser bestias a las que no deseaba ni tratar ni conocer.

Así fue como perdí todo contacto con el pueblo. Me trasladé a una casa mas grande pero mas lejos. Sembraba, araba y cosechaba. Nada me importaba que no fuera mi hijo y la visita de la familia kuraa. No deseaba otro mundo. Yo solo guardaba ira. Nada se me otorgaba, yo no tenia derecho a amar a un hombre y que me amara, no tenia derecho a tener una buena amiga que vigilara el sueño de mi hijo. ¿Que diferencia había entre ioko la campesina y las otras mujeres?

Ya no tenía unas manos bellas, no tenía un cabello tan bonito como cuando era la esposa de Caru. Nada me diferenciaba.

Pero todos me consideraban diferente. Mi niño llevaba la coletita imperial porque así lo había deseado yo, porque era libre, porque ya sabía lo que era la libertad y me encantaba usarla.

Porque mi cara agrietada y morena lo era mucho menos que la del resto. Porque ahora pertenecía a un mundo en el que ni ricos ni pobres me entendían ni deseaban entenderme.

Para los hombres era la viuda tentadora que caminaba por las calles con su hijo y para las mujeres era la amenaza que debían alejar de sus casas.

El campo es un trabajo libre que te ata como a un esclavo. Aquellos que admiráis el aire puro de las tierras fértiles sois los que nunca habéis tenido que trabajarlas.

A mi me sangraban a menudo las manos. Aprendí a apreciar el cansancio y el sudor. No creo que el emperador supiera de la existencia de aquellos hombres que dependían del frío, de las lluvias y de la sequía. Aquellas familias que en los malos tiempos no comían y en los buenos no sabían contenerse, acostumbrados a ser pobres.

Esas familias que venían a verme. Algunos se atrevían a consolarme por la vieja, pero para mi eran palabras vacías de unas personas anhelantes de trabajo. Dejé de contratar a nadie que perteneciera a ese maldito pueblo y maldije a cada uno de sus habitantes.

Pague a un ermitaño para que anunciara la muerte de Sachoo. El entierro convoco a algunos trabajadores y a otros de paso que aprovechaban cualquier acto para distraerse. Taruma anduvo inquieto toda la tarde. Parecía consciente de que nos faltaba aquella mujer que vigilaba todas sus travesuras. Sin embargo aquella misma noche después de el entierro y maldecida por los dioses Taruma enfermó.

Esa noche silbaba el viento y los árboles de fuera se inclinaban furiosamente al compás del aire. Taruma comenzó a llorar desesperado. No tuve más que verle un instante para saber que mi pequeño estaba enfermo. Había visto esos síntomas muchas veces entre la gente pobre. Jo los curaba si llegaba a tiempo pero también había visto morir a mas de uno por lo que llamaban el mal del trigo. Primero unas ronchas de color rojo salen por el cuerpo y después de unos días los pequeños mueren sin remedio a no ser que sean tratados.

En el pueblo la única opción rezar mucho a los dioses pero yo sabía que los occidentales curaban a su gente con unas gotas que yo misma había suministrado muchas veces. La angustia por mi pequeño comenzó a atenazar mi corazón. Solo mi hijo me unía a los sentimientos de los hombres. Me hacia fuerte cada día ante todos pero seguía siendo de alma delicada y débil. Solo pensar que podía perder a Taruma me derrumbaba.

Su llanto comenzó a ser débil y lastimero y las ronchitas rojas aparecían por todo su cuerpecillo.

Yo no iba a rezar a los dioses sin antes visitar a Jo. Le envolví en una manta y corrí a la casa de Kuraa. Teníamos por aquel entonces, fuertes bestias y rápidas que nos ayudaban a la siembra.

Era tarde pero por los golpes en su puerta la buena esposa de Cura supo que era algo urgente y mandó a su hijo mayor a buscar a Kuraa.

Afortunadamente, Kuraa no lo pensó 2 veces y entre todos montaron el carro. Poco después íbamos camino de aquella ciudad de la que había huido para devolverle a mi niño la vida.

Durante dos días estuvimos tratándole con las hierbas que nos iban indicando. Pero yo no tenía mucha fe. Sabía que Jo podía salvarlo porque así lo había hecho con muchos así que no pensaba mas que en llegar lo antes posible a aquel sitio del que huí.

Cuando por fin llegamos era ya de noche. Taruma yacía ya inconsciente en mis brazos. No deje que el carro llegara a la casa de Jo. Salte de el y subí corriendo aquella calle que también conocía, mientras kuraa me gritaba desde el carro. Pero yo no le escuchaba. Por fin encontré a Jo.

Sólo he suplicado dos veces en mi vida y esta fue una de ellas. Jo apenas me miro. Tomo a Taruma en brazos y desapareció corriendo llamando a varias mujeres. No me había reconocido.

Cuando aquella puerta de cáñamo se cerró llegaron Kuraa y su hijo. Comencé un llanto contenido. Llore por la vieja, por mi ama, por mí y por mi pequeño. Sobre todo por mi pequeño.

Kuraa apenas acertaba a hablarme porque ninguna palabra tenía para mi consuelo alguno.

Estuvimos esperando con otras mujeres y hombres cerca de una hora. Todos con la misma cara de desesperación, cada uno viviendo su drama, pensando que era su drama único. Todos sin pensar mas que en si mismos y en sus hijos sin sentir lo mas mínimo las malas noticias que recibía el de al lado y rezando para que las próximas no fueran para nosotros.

Por fi n salió Jo.

– Tu hijo se salvara. Es un hijo fuerte el que has traído al mundo mujer.

Le bese las manos y me arrodille ante el. El se zafo de mí y continúo su trabajo. ¿Tanto había cambiado para que ni siquiera me conociera? Ioko dejo de ser la bella para ser la campesina.

No me importaba. Después de contemplar a mi hijo que ya dormía tranquilo y vigilado nos fuimos a tomar un te caliente.

Aquel hombre, Kuraa fue para mi, mi apoyo, mi amigo, mi hermano. Aquel hombre de bajas costumbres y corazón alto fue fiel a la amistad y cariño que ambos nos teníamos. Fue uno de los pocos hombres que jamás tuvo lujuria alguna con otra que no fuera su buena esposa que ya le había dado cinco hijos que siempre correteaban a su alrededor.

Kuraa hizo que mi hijo viviera, jamás lo olvide jamás olvido a Kuraa y le tengo siempre en mis oraciones.

Y sin duda esos fueron unos días muy difíciles para mí que devolvieron a mi alma la conciencia de lo que tenía, de lo que había poseído y de lo que nunca tendría ni sería. Me di cuenta de que había amado mucho a mi viejita y de que jamás se lo había confesado en vida porque nunca lo había pensado, siempre trabajando y sembrando, trabajando y sembrando. Deseé profundamente que al menos hubiera muerto de día justo cuando los rayos de sol calentaran su rostro, que era como ella siempre había deseado morir y lamentaba no haber envuelto su cuerpo en seda como aquel día que la encontré en la calle me pidió.

Ioko saca un pequeño pañuelo de su manga y se seca una lágrima involuntaria. Se levanta y desaparece de la habitación. Por hoy hemos terminado, un día duro, sin duda.

Parte 6

Se que estas deseando que te hable de mi encuentro con mi querido Jo. La verdad es que el instinto de madre hizo que no reparara demasiado en el. Y sólo cuando mi hijo comenzó a mejorar y dejo ese llanto angustioso que todavía tengo clavado en mi recuerdo pude observarle de nuevo como hombre.

Estaba algo más delgado. Su mirada era mas alegre que cuando me fui. Desgarbado, ataba el pelo en una coleta que poco tenia que ver con la elegante coleta imperial que llevaba Taruma.

Tenia barba y su aspecto era descuidado. Parecía cansado aunque aquella casa de enfermos estaba ya en calma y pocos enfermos pedían ayuda.

Después del te volví al lado de Taruma. Me quede allí con su manita sobre mi mano observando su reposo y su sueño.

Jo entro. Puedes avisar a tu marido. Esta esperando fuera.

Me di la vuelta y le mire como le había mirado hacia ya casi 10 años. Con el mismo infinito cariño y la misma admiración.

Pasaron 2 días. Kuraa volvió al pueblo y quedamos en que en tres días regresaría a por nosotros. Ese fue el tiempo que Jo indico para la total recuperación del niño que ya había vuelto a ser el pequeño inquieto de siempre. Su cuerpo volvió a ser robusto, parecía como si nohubiera estado enfermo.

Después de esos días terribles. Pude descansar y me atreví a intentar ver a Mara y a su hija.

No les había escrito y era una visita totalmente inesperada. No sabía como podía verla sin Caru delante y sabia por experiencia que el no permitía nunca que su familia saliera de la casa

sin el. A pesar de todo encamine mis pasos hacia la mansión.

Las puertas eran altas y pesadas. Se abrían dejando salir a unos cuantos criados y rápidamente se volvían a cerrar.

Según me dijo un hombre que portaba un gran saco de carbón, el ir y venir de los criados significaba que los amos iban a salir. En un abrir y cerrar de ojos fui rodeada de varias mujeres con sus hijos colgados del pecho, niños y ancianos que se apretujaban contra la puerta. Todos esperaban sacar tajada y esperaban como un buitre a su próxima victima Los criados que ya habían salido se esforzaban por poner orden y hacer espacio. No tardo mucho en salir la fabulosa carroza donde iba la familia. EL lujo me deslumbro. Ya no recordaba aquella riqueza, aquella elegancia que yo había tenido. Allí estaba Mara, bellísima, con su ropa exquisita. Sus manos limpias, blancas y gráciles me tocaron. La carroza giro despacio y no tardo en desaparecer.

Mara me había dado una moneda como la que buscaban los que me rodeaban. Me quedé un poco sorprendida mientras me empujaban los niños en busca del botín de dulces que tiraban algunos criados que cerraban el ilustre paso.

Ahora yo ya pertenecía a estos hombres que anhelaban la caridad de familias como la que acaba de pasar. Yo estaba mas cerca de estos que de mi hermana Mara que además me había mirado a los ojos y no me había reconocido.

Me sentí avergonzada. Quizás la libertad que yo poseía no pesaba tanto como aquella belleza que Mara era y de la que estaba rodeada. Comencé a dudar sobre si merecía verdaderamente la pena luchar por la tierra y luchar contra todo. Que precio estaba pagando si ahora no gozada más que de un hijo que a veces me pesaba tanto.

En seguida comencé a andar. No era práctico pensar en lo que yo podía haber sido sino en lo que era en ese momento.

Guarde la moneda en el bolsillo y sonreí.

A partir de ese momento me di cuenta de en que me había convertido. Yo era una mujer sin ama, sin amo, sin esposo pero orgullosa de lo que era, de lo que tenía, de aquellas ropas bastas y de mi hijo Taruma que ya no tenia enfermedad alguna y por fin supe exactamente enque sitio debía colocarme.

Cuando el día en que kuraa vino a recogernos y vi a Jo por ultima vez mi corazón se lleno de agradecimiento. El amor joven que procese a ese hombre, tan puro, tan inconsciente hizo vibrar mi alma pero ya solo quedaban los recuerdos. Ni yo era la joven Ioko ni el era Jo. Todo había cambiado

Es curioso como el amor de una mujer joven es salvaje, el de una mujer madura es pausado y el amor de una vieja siempre es nostálgico.

Los viejos amamos el pasado porque tenemos mucho más pasado que futuro. Porque recuerdas y te recuerdan. Y esos recuerdos como Jo o mi amor de niña por el, serán siempre imperecederos. En mis recuerdos yo no envejezco pero el amor puro e inconsciente como aquel con el que los dioses me bendijeron tampoco envejece y lo guardo en una cajita aquí en mi corazón.

– Añade señalando su pecho.

El peso de mi hijo en los brazos ya sano y rebelde hacia que doliera mi espalda. Todas las campesinas cuelgan con un enorme lazo a sus niños en la espalda. Esto les permite tener al menos las manos libres para el trabajo .Tome una de esas telas y allí colgué a Taruma que se quedo tan inmóvil como sorprendido.

El resto de mujeres y familias esperan impacientes y un coro de toses y lamentos permitió que deseara salir de aquel lugar lo antes posible

Observe a Jo por última vez, como trataba a otras mujeres y a otros hijos desnutridos, pálidos y en definitiva en un estado tan lamentable como así había llegado Taruma. Les trato de la misma manera y miraba con los mismos ojos escrutadores de ese mal que buscaba en los enfermos.

Salí de allí junto a Taruma. Había un sol radiante en el cielo. A lo lejos una nube que nada amenazaba en el horizonte y algunos hombres hablando a gritos a lo lejos miré a Jo y continué camino.

Kuraa mi hijo y yo iniciamos el camino a nuestro verdadero hogar. Esa fue la última vez que le vi. Estoy segura de que el recuerda a Ioko como la bellísima mujer que se casó con aquel rico esenciero. Y así deseé que me recordara siempre.

– Después de estas historias he decidido saber si Josías o Jo, como le conocía Ioko sigue vivo. He tratado de conocer algo de su historia y no se me ha hecho difícil encontrarle puesto que era tan popular como medico como por sus sonados escarceos.

Es un hombre viejo, mucho más que Ioko y está ciego. Su esposa Elena a la que Ioko alude como Esparto murió hace ya tres años y está enterrada en el cementerio cristiano. Sin embargo Jo desea regresar a occidente para no morir en tierra infiel.

– Cuando le pregunto por Ioko se queda pensativo. Creo que recuerda vagamente un pequeño incidente con una niña muy joven pero me indica que no pasó a mayores y que su honra sigue siendo intachable. Es decir tiene la hipocresía occidental grabada a fuego. No recuerda la historia de Ioko que parece que solucionó como tantos otros problemas llevando una vida muy cómoda protegido por su poderosa familia durante todos estos años.

Hablamos mucho. Es un hombre inteligente pero no puedo evitar una cierta aversión hacia el. Tiene una extraña mezcla de costumbres, toma el te después de comer pero lo bate al estilo oriental. Creo que es un ser perdido entre la moral y dignidad espartana en la que ha nacido y lo que en realidad es. Cuando ya decido abandonar su hogar me doy cuenta de un detalle. Es un pobre viejo que se ha quedado sólo.

Procuraré no contar a Ioko que no recuerda su fabulosa belleza, que no recuerda nada en absoluto y que Ioko es para el un punto minúsculo en su vida.

Parte 7.

La cantidad de carros yendo y viniendo por aquel camino pedregoso del pueblo era habitual en tiempo de siembra. Los dueños de las grandes tierras se apresuraban a contratar hombres y mujeres fuertes que trabajaban hasta después del invierno.

No tardé yo ya en ser uno de esos dueños.

Algunos labradores fueron contratados por Kuraa y también estaba el nuevo capataz.

Se llamaba Toree, primo de Kuraa. Había venido del sur.

No era el hombre que yo habría contratado para llevar las cosechas. De sobra conocíamos todos la fama del famoso Toree que casi era una leyenda. Tenía una especial predilección por las revoluciones, había participado en la caída del emperador y segura estaba que no tardaría en crear problemas.

Era fuerte, de anchos hombros y alto. Sólo alguna pequeña mueca y el color de su pelo hacían reconocer que Kuraa y el compartían la misma sangre. Sus ojos negros eran de expresión desafiante y su pelo alborotado se revelaba formando pequeños bucles detrás de la nuca.

Me hablaba sin temor alguno, como a un igual, como si no fuera una mujer la que se hallaba ante él ni aunque mujer, fuera la dueña de las tierras y la que decidiría contratarle. Eso me resultaba admirable.

Sin embargo el buen Kuraa nunca me pidió nada salvo dar trabajo a este primo que tantos quebraderos de cabeza daba. Kuraa había sido mi mano derecha, mi amigo y acostumbrado estaba a dar mucho mas de lo que recibía por lo que encontré justo que Toree el bravo como era conocido fuera finalmente nuestro capataz. Además casi todos habían luchado contra el emperador y si tenia remilgos a ese respecto no podría contratar a casi nadie para hacer la siembra.

Que ironías tiene la vida. Taruma con su coleta imperial y yo con el tatuaje que me hacia pertenecer a la corte, compartiendo comida y mantel con aquel Toree. Sin embargo nunca había estado tan seguro Taruma en aquel pueblo como en los brazos de Toree y sus compañeros de rebeldía que además jamás osó preguntarme el por qué de la apariencia de mi hijo.

Ese año de siembra yo no salí ya al campo puesto que no era necesario. La cosecha se había vendido bien y los beneficios hicieron que los dos hijos mayores de Kuraa fueran a estudiar a una isla del este donde se enseñaba el viejo arte de la medicina y la acupuntura. Eso fue lo que los dos hijos deseaban ser.

Y con mi parte compre el resto de las tierras que separaban mi casa del pueblo, así me convertí en la dueña de la mayor extensión de terrenos de los alrededores.

Las conseguimos baratas aunque hubieron de pasar meses hasta que quedaron limpias de piedras y aptas para trabajar sobre ellas. Pero de nuevo los dioses me sonrieron y aquel año volvieron las tierras a dar beneficios y Kuraa también compro más imitando mi ejemplo.

En esta época tranquila y prospera, Taruma cumplió cuatro años.

Sin embargo a pesar de que todos teníamos para comer los ánimos no estaban del todo calmados. Se oían rumores constantes de que los partidarios del emperador se unían y se hacían fuertes para cargar contra los pueblos rebeldes. Y todo esto lo sabia porque escuchaba en silencio las conversaciones de Kuraa y Toree que comentaban las noticias traídas por algún compañero, como ellos le llamaban, que arriesgaba su vida para poder llegar a la choza de Toree que se convertía en un incesante entrar y salir de gente que yo prefería pasar por alto.

Aquel hombre no temía a nadie y nadie sabía a quien obedecía, pero todo lo hacía con presteza y con una fe arrolladora. Toree reunía a la gente. Explicaba por que no debía regresar el emperador. Yo le escuchaba incrédula, parecía que todos los males que nos azotaban tenían que ver con la familia imperial. A mi me parecía excesivo pero a la gente le encantaba.

Era la única y mejor atracción del pueblo y a mí realmente me daba igual mientras cumplieran en el trabajo al día siguiente. Nunca sospecharía aquella gente donde estaba el emperador. La familia de Caru siempre estarían a salvo porque yo no pensaba delatarles nunca.

Tras la cena la gente le esperaba cerca de las chozas. Se encendía un gran fuego cuando hacía frío y esperaban a que Toree apareciese. El no tardaba. Su voz profunda parecía atravesar a esas gentes que oían hipnotizados por el fervor

Después de sus exhortaciones contra el viejo sistema y contra la política de los grandes campesinos aquel Toree se transformaba de nuevo en un hombre afable, tranquilo y habilidoso en su trabajo.

Kura y yo nos ganamos fama de justos al permitir las reuniones y estos trabajaban contentos saludándonos por las mañanas cuando paseábamos por los campos reconociéndonos como parte de ese gran grupo que se estaba gestando.

Y así poco a poco se formo un pueblo dentro del pueblo. Con sus gentes que vivían en chozas mucho mejores que las de campesinos de las tierras vecinas porque Toree aseguraba que los hombres dormían mejor, enfermaban menos y agradecían una choza seca y protegida de los vientos.

También nos convenció para que construyéramos una escuela a la que finalmente también acudió Taruma, con el pretexto de que los niños entretenidos no molestaban a la hora del trabajo.

Por ultimo y esto fue por deseo propio cedí una pequeña parcela para construir un templo. Solo deseaba que los campesinos no fueran tanto al pueblo con el pretexto de orar a los dioses, puesto que todos terminaban en la taberna gastándose el dinero de meses.

Kuraa y yo vigilábamos aquellos cambios con recelo. Pero como no éramos excesivamente ambiciosos tampoco tuvimos demasiados reparos en permitir todo aquello. Y vimos que todos aquellos cambios devolvían la fe a la gente que confiaba en nosotros y se sentía resguardada.

Yo me sentí a gusto y empecé a abrir mi alma al resto del mundo nuevamente.

En esa época recibí carta de Mara.

Ioko saca una pequeña bolsita de cuero marrón. La desata con cuidado y saca un pequeño papel finísimo y roto por los dobleces del centro. Me enseña la carta que aquí escribo.

Querida y amada hermana:

Hace mucho ya que no son propicios los dioses puesto que no veo a mi única hermana desde hace ya demasiado tiempo. Espero que goces de tan buena salud como yo y la de los míos.

Los dioses nos han bendecido por fin con un hijo varón y mi esposo ya se siente feliz aunque te diré que mi pequeña hija me hace perder la cabeza y conmueve mi corazón.

Hace ya que toda nuestra familia, también nuestro primo y tu querido ratón que ya es todo un hombre abandonamos la ciudad y nos fuimos cerca de la costa.

No están estos nuestros tiempos para andar con los pequeños en esa ciudad que tu tan bien conoces.

A pesar de todo Caru y el primo han decidido volver a casa por lo que ya estaremos de viaje cuando leas estas letras.

Así querida hermana pasaremos por tus tierras que ya sabemos que son conocidas y amplias.

No sabes cuan orgullosa estoy de ti y tus negocios. Siempre has tenido una mente de hombre en esa cabeza de mujer.

Por lo demás y si todo va bien llegaremos en las vísperas de las fiestas del cerezo en una pequeña caravana. Por fin podré abrazar a mi hermana y a su pequeño hijo que todavía no conozco.

También te ruego que nos garantices tu protección en las tierras que ahora son tuyas. Ya sabemos como son los hombres que odian al emperador.

Te deseo paz y felicidad en todos tus días venideros.

Tuya siempre

Mara.

Fue para mí una gran alegría. Alguien de mi pasado que parecía olvidado hacia que mi corazón volviera a acordarse de todo aquello que un día había podido ser.

En aquel momento yo comenzaba a vivir una buena situación que distaba mucho de aquella huida sin más cosas que lo que llevaba puesto y las joyas que aun escondía tras la pared de la casa. Tenía la paz del dinero y la paz en ese pueblo de al lado que ya comenzaban a temerme.

Nadie de allí se atrevía ya a pedirme trabajo porque sabía que yo no iba a concederlo jamás.

Nunca he olvidado la muerte de la vieja. Muchos tuvieron que emigrar por mi culpa cuando llegaron las hambres y el tifus, muchos de los niños del pueblo murieron y aun ahora no siento la menor piedad por esas gentes indeseables. Se que creerás que soy dura y efectivamente lo soy. No encuentro en la firmeza mal alguno y no vacila mi mano un momento en administrar la justicia si hay que hacerlo. Si no hay justicia no hay orden y si no hay orden no hay gobierno.

– Yo la miro. Ioko capta en seguida que no estoy de acuerdo. Mira a la ventana y comienza de nuevo el relato

Sin embargo la carta de Mara tenía para mí un peligroso significado. Si Caru había permitido que sus hijos y su joven emperador volvieran cruzando aquellas tierras de zona rebelde, de campesinos recelosos, deseosos de encontrar al emperador y darle muerte era porque Toree podía tener razón quizás el emperador se preparaba para volver y todos volverían a enzarzarse en la cruel batalla que regaría los campos de sangre

Imagina el terrible dilema que se me planteaba. Por un lado la casa a la que siempre había pertenecido y por otra parte lo que ahora era, lo que tenía. Mi presente y mi pasado, juntos y enfrentados de manera irrefrenable. Pasé días pensando si debía hablar o no con Toree o Kuraa. Algunos días no podía dormir y por primera vez desde hacía mucho tiempo soñé con la guerra y con los terribles alaridos de muerte que escuché siendo niña junto a Mara al otro lado de una pared.

Las tierras de sur estaban ocupadas por dueños de pequeñas parcelas aunque también había mucha gente sin oficio y mucho desencantado. El norte sin embargo conservaba la estricta jerarquía de tiempos del emperador. La mayoría rica y pudiente financiaba un ejército que barrería nuestras casas, mataría a nuestros hijos y violaría a las mujeres. Eso es lo que decía Toree. De allí volvía la familia Caru. ¿Por qué volvían de una zona segura si no era para acercarse al palacio imperial?

Por otro lado volver a ver al padre de mi hijo me producía una terrible inquietud. No estaba bien que no sintiera nada por el primo de Caru. Es verdad que a veces pensaba que se me había dormido definitivamente el corazón pero hacía tiempo ya que no le había visto y sólo una vez estuvimos juntos. Era al menos sorprendente que sitiera la más absoluta indiferencia por el padre de Taruma.

Prefiero despedirme de Ioko en este punto de la conversación. Me ha dicho que el próximo día me contara la parte de su vida que mas le toca el corazón. Por eso no quiero que hoy deje su relato a medias. Le ruego y ella accede. Se levanta con la gracia que poseen las más ilustres concubinas y por primera vez la observo de pie. Nunca se había retirado antes que yo. Sin embargo su nieto la reclama y desea marcharse. Su cara no esta demasiado curtida pero si lo están sus manos. Por eso lleva siempre las mangas algo mas largas y se refugia en ellas. No es demasiado alta. Su mirada es dulce, apasionada cuando revive su vida y fiera cuando juzga o sentencia.

Espero a que desaparezca para retirarme de manera silenciosa.

Parte 8.

Ya te he contado que los tiempos cambiaban como los vientos.

A pesar de eso en mi hacienda nadie vivía mal y casi siempre había un plato de comida para todos. En las haciendas de los alrededores el hambre, el trabajo agonizante y el tifus hacían estragos. También llego a nosotros esa epidemia. 15 personas murieron, de ellos 5 hombres fuertes como robles. Y a pesar de todo rezábamos y agradecíamos a los dioses las pocas bajas. Muchos campesinos nos pedían trabajo y kuraa tuvo que cercar los campos para que no llegaran, ni ellos ni el tifus que traían consigo.

La gente perdía la esperanza. Toree reunía grupos cada vez mas numerosos que ya nada temían, que habían sobrevivido pero estaban solos. Las mujeres cosían ropas para los defensores de la libertad que la llevaban con orgullo a la siembra a modo de uniforme.

Muchos se ejercitaban con armas, otros hacían muñecos con paja y los atravesaban una y otra vez, mientras los niños en su inocencia reían divertidos y deseaban que sus padres se iniciaran en el arte de la guerra.

También se oían rumores respecto al otro bando. A veces desaparecía algún compañero de Toree y pocos días después se encontraba su cadáver salvajemente torturado. Pero todo esto se hacía en los campos. La gente de la ciudad era totalmente ajena a lo que se estaba gestando, a lo que les iba a suceder divirtiéndose como siempre lo habían hecho y viviendo sin preocupación alguna.

Mi temor era cada vez mas fundado y ese temor sólo desaparecía cuando Toree estaba cerca, aún así, también temía por el y por toda la gran familia que habíamos construido

Cuando el sol se escondía y la luz era ya demasiado escasa para trabajar, enviábamos a Taruma al campo y mi pequeño hacia sonar su gong.

Entonces la gente que trabajaba en la zona baja hundiendo sus manos entre el fango para introducir esas pequeñas plantas verdes que no tardarían en emerger se incorporaban pesadamente y con sus espaldas arqueadas todavía por el duro trabajo subían la cuesta en dirección a las chozas. Toree regresaba de la mano de Taruma que le adoraba. Y yo me sentía protegida. Era una sensación nueva y agradable, no era un hombre cultivado en las artes ni en las letras, pero tenia una opinión segura y certera de todo, incluso de cosas de las que nunca yo había reflexionado. Y es más, comenzaba a sentirme más cerca de su causa que de ninguna otra, aunque yo sabía lo que era la guerra. La había visto, había visto a mis eunucos despedazados y mi carroza destrozada. Sabía lo que era y desde luego no lo deseaba. No deseaba que nadie perdiera y tampoco que sangres que eran hermanas se derramaran.

EL sentimiento que nació en mi no fue una pasión súbita como lo que había sentido antes y tampoco fue un sentimiento de admiración confundido. Fue un cariño que crecía cada día en mí, que yo notaba crecer apoderándose de mi alma. El corazón se me encogía al verle cada noche y cuando hablaba y me miraba notaba como me ardían las mejillas.

La dulzura que yo creí no poseer nació en mi, nació de un corazón muerto. Deseaba estar con el, compartir sus sentimientos, sus convicciones aunque no estuviéramos de acuerdo en casi ninguna idea. Yo le hablaba de la guerra, de lo que yo había vivido, de las familias rotas, de los heridos en el hospital muriéndose en soledad…

Pero eso, lejos de separarnos nos unía para enzarzarnos en discusiones que a veces duraban hasta bien entrada la noche donde el me mostraba a pesar de todo la utilidad de la guerra y yo le mostraba la utilidad de la paz… Y cuando el sol se ponía y se perdía detrás de aquellas montañas que tantas lluvias nos traían, recordábamos que el cuerpo debía descansar y Toree se retiraba respetuosamente.

Yo me quedaba en mi silla viendo como se alejaba con el paso decidido y rápido. Tan sólo a veces volvía la cabeza y sonreía y eso era suficiente para alimentar mi corazón y llenar mi espíritu recordando que el próximo día después de la cena tendría una nueva oportunidad de rozar su mano y aspirar su aroma

El don que siempre me había permitido manejar a casi cualquier hombre quedaba anulado por Toree. Y cuando me iba a dormir le pedía a los dioses soñar con el. Es decir le amé de una forma tan real y profunda que a veces me dolía.

Cuando estaba sola lloraba porque me sentía infeliz sin su presencia. No se que vi en Toree que no vi en otros hombres, lo que si se es que el llenó mi alma. Cuando yo opinaba el escuchaba, asentía, bebía mis palabras y luego con esas mismas era capaz darles la vuelta y convencerme. El hizo que olvidara que sólo era una mujer llevando unas tierras porque mis opiniones pesaban tanto como las de otro, las meditaba, las hacía suyas y finalmente las rechazaba.

Quizás había adquirido una gran habilidad para sembrar los brotes. Esa es la única habilidad que adquirí puesto que al parecer perdí el resto. Toree tardo mucho en atreverse si quiera a tocarme. Tuve que darle media botella de licor para tener la esperanza de que me besara apasionadamente y por fin así lo hizo. Me costó tanto que hasta la mujer de Cura reía cubriéndose con la mano su pequeña dentadura cuando yo le contaba que había vuelto a fracasar en mi guerra particular.

Pero ese día y debo confesar que prácticamente ebrio sentí sus labios dulces, sus besos lentos, sus manos diestras…

Ioko suspira. Creo que su corazón se conmueve al recordarle pero nada la delata si no es la forma pausada con la que su historia le hace de nuevo deleitarse. Parece que debió amarle mucho.

Al tercer día de aquello nos casamos. Kuraa y su mujer estaban tan radiantes como Taruma que estaba a punto de cumplir seis años.

Di un día libre a todos. Hicieron una gran fiesta y colgaron faroles de colores encima de los tejados. Las pastas de arroz se rellenaron de un dulce exquisito y todos bebimos y comimos hasta hartarnos. Tan sólo los hombres en las puertas y alrededor de la cerca, recordaba que estos no eran tiempos de paz .Fue un día muy feliz para todos.

Cuando Toree me denudo y vio mi tatuaje temí lo peor. Pero a el le pareció un bellísimo adorno que acompañaba a una bella mujer. No fui yo quien deseaba aclararle el significado de esa marca que todavía me pesaba.

Aquella noche fue diferente. Todo se convirtió en un baile en el que yo me dejaba llevar al paraíso.

Su amor, sus caricias, sus besos y su mirada se han quedado grabados en mi mente y en mi corazón. Y todavía cuando esos recuerdos afloran en mi mente se estremece mi corazón y le doy gracias a los dioses por semejante sentimiento.

Tan pronto como salía el sol Toree se levantaba para ir a trabajar. Yo deseaba que nunca se hiciera de día. Me sentía abandonada cuando el no estaba y toda mi vida se llenaba cuando aparecía. Jamás pensé que algo como eso pudiera existir, tan fuerte, tan vibrante. Me sentía capaz de darle todo, de confiarle todo…o casi todo.

Este tatuaje que marcaba mi espalda. Para el todas las hambres, las injusticias, las miserias tenían su origen en aquella maldita estirpe. Su vida estaba enfocada a la destrucción de todo aquello que fuera poder y lujo. De todo lo que representaba al emperador. Y yo era una posesión más que éste poseía y que a éste representaba.

Y sin embargo ese mismo emperador no tardaría en volver al poder, pasando primero por mi casa. Mi conciencia se dividía en dos. Mi pasado y mi presente.

No sabía que era lo correcto o a quien pertenecía la injusticia del cólera o de las malas cosechas. Me costaba optar por alguien y solo cuando Toree descansaba a mi lado entre esas paredes blancas descascarilladas que crujían por el frío de la noche volvía a la realidad y me aseguraba de que yo ya había elegido y había decidido ser absolutamente campesina y a estos mis compañeros y amigos era a los que debía salvaguardar y proteger. Y en el ruidoso y helador viento nocturno me refugiaba en el cuerpo cálido y fuerte de mi esposo.

Tal era mi amor que las mujeres se reían de mí y decían que hacia mucho que no tenía marido.

Dicen que cuando eres feliz no te das cuenta y que solo cuando pierdes esa felicidad te haces consciente de lo que has vivido. Sin embargo yo sabía que era feliz, que lo era inmensamente.

Cuando Taruma ya dormía y también lo hacía Toree, me quedaba en la puerta de la casa, escuchando el rumor del viento, las hojas plegándose al mandato del aire, algún perro ladrando a lo lejos y las hogueras que aun quedaban sin apagar. Inspiraba profundamente y sentía como el aire se colaba por mi cuerpo y me reconocía mas viva que nunca, mas libre y mas protegida de lo que jamás había estado. Y sentía que había llegado a lo que deseaba ser. El frío de las noches de invierno me devolvía a la realidad y volvía al lecho de Toree que dormía placidamente. Y nos amábamos profundamente. Y de ese sentimiento entre los dos, los dioses nos otorgaron un nuevo hijo.

Cuando se hizo evidente para mi que Toree iba a ser padre sentí una gran alegría. Fue muy diferente a aquella carga que fue en principio el enfrentarme al nacimiento Taruma cuando por tener no tenía ni donde cobijarme.

Recuerdo que espere a Toree fuera de la casa inquieta. Deseaba decírselo lo antes posible.

Muy cerca, en el horno de barro, la mujer de Kuraa hacía pan y reía. Por fin le vi con Taruma de la mano volviendo del campo, con su azada al hombro.

Miré a mi hijo y le dije muy seria

– Taruma, si así lo desean los dioses, tendrás pronto un hermano pequeño.

Oí caer la azada al suelo. Toree me cogió en brazos y Taruma gritaba tanto que la pobre mujer se giro asustada.

– ¡Voy a ser padre!

La mujer de Kuraa se seco las manos en el delantal

– ¿Y por eso tanto escándalo? ¡ Ioko que yo ya voy por mi sexto hijo!

-Tienes toda la razón –dije sonriendo

Los tres entramos en la casa y comenzamos a cenar. De ese día se acuerda ya Taruma

Ioko me mira con curiosidad. Si eres padre podrás saber lo que se siente al tener un hijo.

Yo niego con la cabeza

– No tengo hijos

No es solo tener un hijo-.continua, Saca la mano derecha de su gran manga y me señala.

Tener un hijo es una experiencia inefable. Es sellar un futuro en sangre por parte de dos personas. Se unen vuestras almas en un nuevo ser. Te lo aconsejo definitivamente

Me habla franca y llanamente. Parece que esta mas cerca de mi que nunca. Yo también le tengo cariño. Me recuerda la voz de mi madre antes de casarme. Yo no he tenido la suerte de Ioko. Me he divorciado 2 veces. Así que se perfectamente a lo que se refiere cuando dice que encontró a Toree cuando había perdido totalmente su fe. La fe que yo he perdido es lo que me ha hecho cruzar el mundo para hablar con ella y olvidarme de todo lo que me espera en mi país.

Su historia, la pasión y el deleite con el que ha narrado hoy me conmueve. Reconozco que termino la visita algo triste y con la sensación de ser un terrible perdedor.

Experimento cierta envidia por la pasión de Ioko. Jamás he estado tan desorientado en mi vida como ahora. Vivo en una soledad tan cruel como profunda y parece que es la vida la que me ha defraudado. Entiendo absolutamente cuando dice que creía que se le había muerto el corazón puesto que es lo mismo que yo creo.

Parte 9

Hoy luce un sol espléndido. El día es caluroso y el sudor empapa mi camisa. Ioko no tarda en venir. Por fin se abre la puerta y aparece la menuda figura que se sienta delante de mi. Me sonríe.

Ioko se retira el pelo algo agobiada por la temperatura y comienza a hablar. Mientras tomo las primeras notas.

Cuando llego la fiesta del cerezo quedaban solo tres lunas para ser madre.

Todos terminaron algo antes el trabajo. También los niños salieron antes a jugar. Muchas mujeres no fueron a trabajar para preparar todo para la fiesta.

La mayoría me tenían estima. Mas aun por ser la mujer de Toree. Yo amaba a Toree y estaba orgullosa de ser quien era y de que por fin fuera aceptada por todos El olor de los bollos impregnaba todos los hogares y se repetía cada año.

Ioko cierra los ojos

– Cuanto hecho de menos esas fiestas-

El arroz se cocía en grandes cantidades, se debía mezclar bien con agua especias y harina hasta hacer una pasta. Después se moldeaba y hacían figuras que se rociaban con azúcar y caramelo. Los niños se las ingeniaban para comerse gran parte antes de empezar la fiesta.

Taruma era bastante diestro en eso.

Cuando me encaminé a llevar los pasteles a la gran mesa que se había dispuesto vi una gran caravana que avanzaba hasta nosotros.

Sentí un pánico horrible. Limpie mis manos en el delantal y me seque el sudor con el reverso de la manga. En seguida supe quien era. ¡Se me había olvidado su llegada!

Mara, Caru, sus hijos, el emperador…y el padre de Taruma

Cuando la caravana se hizo algo más visible vi lo que Mara entendía por una caravana discreta. Había más de 7 carros y al menos 30 personas detrás que portaban baúles y paquetes.

Todos sabían que venía mi hermana. Que era una hermana bien casada, pero nadie imagino que aquel lujo, aquellos carruajes existieran y yo quería haberlo olvidado para lograr ser como Toree…

Toree llego con la azada, también algunos hombres que a pesar de la fiesta habían preferido trabajar. Mire a mi familia y a los otros hombres que estaban tan confundidos como sorprendidos.

Bajaron varios criados. Primero vi a Caru, inconfundible, después bajo el padre de Taruma.

Luego una mujer impresionante que debía ser Mara y sus hijos.

Estaba bellísima. Con la cara pintada, los cabellos perfumados y recogidos por encima de la nuca y un vestido que parecía acariciarla, detrás de ella un niño y una niña que se cogían a sus faldas.

De la tercera carroza bajo un hombre joven. Altivo pero con la mirada tímida que yo recordaba muy bien. Era ratón…o mejor dicho, el emperador.

Mara se adelanto hacia mí.

– Querida ioko.

Me abrazo como Toree decía que abrazaban los ricos. Es curioso, lo que para un rico es delicadeza para un pobre es falta de cariño.

Y sentí en ese momento que Mara estaba muy lejos.

Toree se dirigía a ellos con la camisa sucia de tierra y la azada todavía entre sus manos

Taruma le acompañaba casi blanco por la harina y los dedos marrones del caramelo que resbalaba entre sus dedos. Pensé que el encuentro entre mis dos mundos iba a ser un desastre.

Capte en seguida la repugnancia de todos y en especial del emperador. Toree que era una persona en extremo sensitiva lo capto también. Y guiñando un ojo a Taruma se precipito a darles un fuerte abrazo que resulto muy cómico.

– Bienvenido hermanos a nuestra humilde casa.

Hubo muchas miradas y un gran silencio cuando las capas quedaron manchadas. Eso no empezaba en absoluto bien, traté de limar el clima que se respiraba

– Os presento a mi esposo Toree y este que esta aquí señale mi ya abultado estomago será nuestro primer hijo que si los dioses están con nosotros será un vigoroso varón.

– claro que lo será- Dijo Toree divertido.

Todos pasaron a mi casa. -Supón el cuadro. La familia Caru y el emperador en la casa de unos campesinos

-Pasad aquí la noche. Hoy tenemos una fiesta. La fiesta del cerezo. ¿No oléis el maravilloso olor de los bollos de arroz?

-Si no os importa querido hermano hemos traído nuestras tiendas y en ellas dormiremos.

Las pondremos ahí, dijo Caru que hasta ahora no había hablado.

– Lo siento hermano.-Dijo Toree- Pero es nuestra mejor tierra y ya esta sembrada. Podéis poneros detrás de la casa.

No le gusto aceptar ordenes de Toree, con su potente voz y su innato poder. Sin embargo Caru acepto.

-Vamos Taruma- ordeno Toree- vamos a echar una mano a nuestros amigos. Te enseñare a poner una tienda.

Quedaron Caru, Mara, sus hijos y aquel primo.

Pasaron por la puerta, que siempre estaba abierta dos campesinos.

-¡Ioko, nos vemos en la fiesta!

-allí estaremos- grite desde la casa…

El padre de Taruma se levanto enérgicamente y ordeno a todos que nos dejaran solos.

Ratón y Caru salieron despacio. Ratón se había convertido en un hombre alto y delgado. No había sido muy distinto su trato al del resto. Sus ropajes eran fabulosos, al igual que los de la familia y con su altivez proclamaba a gritos de donde venía y quien era.

Sin embargo Caru parecía algo más cansado. Sus ojos se habían hundido pero todavía conservaba el olor exquisito de las fragancias impregnado en sus ropas dejando a su paso ese olor dulzón tan típico de la corte. Sus hijos iban prendidos de su capa contentos y sorprendidos por todo lo que veían. La única verdaderamente horrorizada de mi aspecto era Mara y difícil

sería explicarle lo feliz que era y la dicha que sentía junto a aquel campesino maravilloso que era mi esposo. Cuando el padre de mi hijo fue tan autoritario ante el resto me quede muy sorprendida. No entendía como Caru permitía las órdenes de su primo.

Enseguida todos salieron y me quede frente a frente con el…

La sensación de incomodidad que sufría no tiene palabras. Note me ponía muy nerviosa y empezaba a sudar. No era capaz de mirarle y no sabia que decir.

El me miro a los ojos. Me recorrió con la mirada. Dio una vuelta alrededor de mí.

– has cambiado mucho Ioko. No se como pude besar a una campesina como tu. He decidido venir aquí a hablar contigo antes de que el emperador recupere el poder que le pertenece. Solo pasaremos aquí una noche o unas pocas horas. Hace mucho ya que Mara me dijo que había tenido un hijo. Me creo en el derecho que tiene el padre para con su hijo. Deseo estar con el estas horas.

No voy a juzgar tu comportamiento… ¿verdad? Te casaste con Caru, le abandonaste, ahora vas a tener otro hijo… ¿Sabe tu esposo que estas casada con Caru todavía? ¿Sabe que perteneces al emperador?

Aquellas crueles palabras helaron mi cuerpo.

– Nada me importa no llevar aceitado el cabello. – Añadí con el mayor orgullo que me sentía capaz de expresar No me importa tener curtidas las manos y los pies, ni tener este vestido lleno de harina. Es mas me encanta. Amo a ese hombre que es mi único esposo más que a nada en el mundo.

– ¡No me hables así!…Levanto la mano, sus ojos de furia se hincharon y yo espere aquella mano fuerte sobre mi cara.

En ese momento apareció Taruma. Miro al niño y bajo la mano.

– Vamos pequeño. ¿Quieres que hablemos de todos los viajes que he hecho y los animales que he visto?

A Taruma se le ilumino la cara. Los dos se fueron de la mano y la desolación mas absoluta se apodero de mí ser. Taruma paseaba tranquilo con su mano unida a la de su padre y la inocencia hacía que fuera riendo con la paz de un niño. Giraron y fueron a la parte de atrás de la casa donde les perdí de vista.

Ese día fue el primero que me mordí las uñas. No he podido quitarme esa costumbre

– Ioko me enseña las manos y continúa-

Cuando Toree regreso y pregunto por Taruma no supe que responder. El terror que me invadía no me permitía hablar. Estaba sentada en el porche con el corazón galopando y el sudor mojando mis manos.

-no me gusta esa gente. No me gusta que Taruma ande con ellos. No quiero que se quede impresionado con esas cosas que nunca podrá tener y que además no es justo tener. Decía una y otra vez Toree

Nunca había visto la riqueza de cerca, Me tenía por una mujer rica por tener casa y tierras propias y no sabía que yo era un minúsculo grano de arena en el desierto del emperador Toree miraba a Mara como si fuera de otro mundo y un poco así era. Me dolía la mirada de admiración que la dirigía. Como poder explicarle que ella era una simple concubina de segunda, que yo lo había sido de primera, que podía haber llegado a emperatriz, que la vida me había agrietado las manos, y había embrutecido mi porte.

Pero no cambiaba nada de todo aquello que había perdido por lo que había ganado. Jamás Mara había tenido lo que yo tuve y lo que ahora la vida me regala.

Taruma tardaba mucho en volver y mis manos temblaban. Di la vuelta a la casa buscándole.

Los criados de Caru volvían a preparar los carruajes para partir. Apenas habían estado unas horas las suficientes para dar agua a los animales, reposar y por que no, llevarse a mi hijo.

Pregunte a los criados

– No señora no le he visto. El amo no desea pasar la noche en el pueblo y nos vamos.

– ¡donde esta el amo! -dije gritando imperiosamente aterrorizada por no ver a Taruma

El criado señalo una tienda que seguía en pie y estaba iluminada. Taruma había salido y se agarró a mí lloriqueando

-¿Que te pasa Taruma?

Taruma no dejaba de llorar

-¡Taruma! ¿Que te pasa? Dije sacudiéndole con fuerza

De la tienda salió Caru, ese primo maldito y el joven emperador

Mi hijo continuaba lloriqueando frotándose la espalda.

Le quite la pequeña camisa y ahí estaba. Mi antigua vida, esa que quería olvidar me acompañaría. Nos acompañaría a mi y a mí hijo el resto de nuestras vidas. El tatuaje imperial estaba sobre su espalda enrojecida. Mire a Caru totalmente sorprendida.

El primo pregunto al joven emperador

-¿No vas a saludar a tu hermano pequeño?

Y así fue como sin quererlo mi hijo Taruma se hizo candidato al trono. A ese trono que Toree le había enseñado a odiar y que ya odiaba tanto como a su padre.

Y entendí muchas cosas. Entendí que Toree tenia razón, que el ejército imperial estaba dispuesto a regresar y que habría sangre. Y que mi sangre sería la primera para que mi hijo fuera sólo lo que deseara ser.

El marido de mi hermana desea marchar. Se marcharán ahora mismo Toree

Tome a Taruma y desaparecimos. No quise mirar atrás. No supe que cara pusieron el emperador y su hijo. Pero no me arrebatarían a mi hijo jamás. Caminé rápido con Taruma y desaparecimos entre los campesinos que habían optado más por la fiesta que por la curiosidad de admirar la caravana. Alguien le dio un bollo a Taruma que cesó en su llanto.

Una hora después se podía ver desde las colinas un hilo de luces que caminaban en la oscuridad. Recordé que no me había despedido de Mara y no me importo, no deseaba volver a verla ni a ella ni a su familia

Nunca más tuve noticias de Mara y sólo deseaba que aquella caravana se alejara de mi vida para siempre y no volviera jamás.

No paso mucho tiempo después de aquélla fiesta en que tuve a mi segundo hijo. Nació sin problemas y sin mucho dolor porque yo ya no trabajaba y tan sólo esperaba a que llegara el momento.

Que diferente de aquel día en que vino Taruma al mundo porque justo detrás de la puerta esperaban los suyos. Su familia, su padre.

Así nació Satoo que significa justo como quiso Toree que se llamara.

Satoo llego sonriendo, no hizo falta oírle llorar para saber que estaba vivo porque lo demostraba con su incesante pataleo.

No tenia los rasgos suaves que tuvo su hermano al nacer pero si unos grandes ojos negros, el cabello algo mas claro que el de Taruma y tenía además unas manos grandes y fuertes.

Cuando Toree tomo a Satoo en brazos en la intimidad de nuestro cuarto que aún olía a sangre y a sudor, vi sus lágrimas de emoción. Su cabeza inclinada ante mi, su cabello rebelde rozándome la cara y su expresión de estar absolutamente entregado a mi corazón.

Susurró dulcemente aquella frase qué cuando llega a mi recuerdo hace palpitar en mi todo lo que une los sentimientos al cuerpo.

Ioko…cuanto te amo.

Solo fue un momento, un momento en que los dos estábamos unidos en la máxima expresión, en el que el ya no era ese rebelde duro y disciplinado, era simplemente un hombre con su hijo y su mujer resguardado en la intimidad de aquel cuarto . Pronto entro Kuraa y su esposa. También estaba allí su hija mayor que no tardaría en casarse y todos los que amaban a Toree, que eran muchos.

El bullicio se oía desde mi habitación, el niño fue enseñado a todo el mundo y su padre henchido de orgullo lo llevo al templo mientras yo descansaba.

Supongo que tener hijos es algo común en los hombres y mujeres pero somos propios y los hijos son carne de tu carne, irrepetibles y únicos.

Nadie debe morir sin haber tenido hijos. Afirma señalándome. Ya te lo he dicho alguna vez.

Es curioso. A veces me dan ganas de charlar con Iodo, de pedirle consejo sobre mi vida vacía.

Toda la historia de Ioko esta movida por ideas, por deseos de aventura, por pasiones y por una forma de vivir distinta

Ioko continúa su historia. Satoo ha sido siempre un niño dulce y tranquilo. Siempre estaba pegado a mis faldas. Toree se enfadaba porque yo no hacia mas que besuquearle y abrazarle pero le amo tanto que nunca me canso de tomarle por las mejillas aunque ya es todo un hombre

Taruma, al contrario se parece más a su padre. Es más temperamental, impulsivo y nervioso.

Siempre quiere demostrar que es un hombre fuerte, esa costumbre es heredada de su madre y si duda eso le ha ayudado a sobrevivir.

Son hermanos pero son muy diferentes. Los dos se apoyan y se comprenden. Taruma ha protegido a Satoo desde que nació. Siempre ha sido su hermano mayor. Me encanta verlos juntos. Tomando cada uno su papel. Disfruto de mis hijos y de los hijos de mis hijos.

Definitivamente hoy no ha sido un buen día. Me acuerdo de mi país, de mi mediocridad. Salgo del cuarto de Ioko con una profunda reverencia y encaro el pasillo prácticamente corriendo.

¿Que es lo que ha logrado alcanzar Ioko que no puedo lograr yo? ¿Que es lo que hace que no pueda vivir cada segundo de mi vida como un segundo diferente a otro?

Necesito una opa…

Parte 10.

He aprovechado un par de días para intentar conocer el origen de Ioko. Sin embargo me ha sido prácticamente imposible encontrar algún documento que sea de antes de la guerra.

También he visitado la casa donde Ioko tuvo a su segundo hijo y donde pasó los mejores momentos de su vida.

No queda mucho de ella. Sigue en pie la parte izquierda de la casa. Me cuesta mucho imaginarla en semejante entorno aunque parece que debió ser una casa bonita. Tiene en la parte que todavía queda en pie una ventana y parte del tejado. Está en la parte alta de un monte desde el que se divisa una extensión de terreno considerable que debió ser sin duda los campos de cultivo aunque ya no queda nada más que un pequeño canal que perteneció según creo a una acequia. Todavía le pertenece por derecho y ella no desea que se le de utilidad alguna a esas tierras por lo que ahora es como un pequeño bosque en medio de unas cuantas ruinas que no me recuerdan en absoluto a la gran extensión de terreno y viviendas del que todos los del pueblo hablan.

La guerra entre los partidarios y detractores del emperador fue precipitada por el interés de los países extranjeros. Durante el tiempo que el emperador estuvo en el exilio se creo un gobierno de coalición que trataba inútilmente de crear minifundios para la gente del campo, cosa que beneficio a Ioko en su día, y también crearon los oficios rápidos que hacían enriquecerse a la gente que habitaba la ciudad. Sin embargo este gobierno vetó el comercio extranjero e intento la expulsión de aquellos occidentales que ya se habían acomodado en el país a la sombra del antiguo emperador.

Esto ocasiono bastantes pérdidas y tanto los gobiernos extranjeros como los grandes bancos centrales no tardaron en invertir en la creación de un ejército patrio que favoreciera la vuelta del antiguo régimen.

Y así sucedió. Mucha gente desocupada, sin ideales, sin dinero y sin mucho futuro paso a formar parte de un gobierno bien organizado dirigido por diestras manos occidentales que estaban muy interesados en la vuelta de las condiciones que antes tanto habían favorecido a la industria extranjera.

Como me decía uno de esos arruinados que participo en el ejercito, el hecho de verse con esos trajes con tantos adornos, esos platos de comida suculentos y aquellas mujeres siempre dispuestas a irse con los milicianos hacia que todos se afiliaran y fueran mas partidarios que nadie del emperador al que algunos años antes habían ayudado a derrocar.

Ioko sufrió la guerra desde muy adentro. Viviendo en una zona de revolucionarios y teniendo a Toree como esposo no es extraño que sea una testigo excepcional de todos estos acontecimientos. Ha sido muy reacia a contarlo puesto que debe aun hoy medir muy bien las palabras que pronuncia. Por decreto, todo aquel participante en delito de sangre contra el emperador esta condenado a muerte. Se que ella tiene grandes amigos entre los campesinos.

A pesar de todo esto mañana hablara de esa parte de su vida.

A pesar de que todos estábamos preparados desde hace tiempo, ningún día se hacía distinto de otro. Seguíamos trabajando y el mismo sol brillaba cada día en el cielo. Todo era fingidamente monótono.

Pero yo vivía atemorizada porque era consciente más que nadie de la inminencia de los acontecimientos. Le conté a Toree todos mis temores, mis sospechas y mis miedos y el no hablaba, sólo escuchaba y asentía como así lo hacía siempre.

Paso solo una semana de la marcha de Mara y Toree ya esta inmerso en la organización de aquellas pobres almas que cosían sus ideales a las palabras de mi esposo. Todos obedecían a Toree y a algunos otros que iban y venían de unos pueblos a otros.

Se organizó un grupo con los mejores hombres. Algunos de ellos trabajaban en mis tierras.

Comenzaron a hostigar, ajusticiar y quemar las grandes propiedades y los palacetes. Toree desaparecía con ellos y yo no deseaba preguntar cuando volvía, sólo amarle y darle gracias a los dioses porque había regresado aquella vez.

Las mujeres también acudían para aprender a manejar armas, rellenar sacos y en definitiva colaborar en lo que se pudiera. Todas llevábamos una hoja de potente filo entre las ropas por lo que pudiera pasar ya que así lo había dicho Toree. Satoo, afortunadamente, era muy pequeño y no se acuerda de la guerra.

Aquella noche había una gran luna en el cielo. Toda esta en calma. Solo unas briznas de aire mecían los árboles del pórtico e inclinaban los tallos ya crecidos. La noche era tan clara que desde mis tierras se podía ver el pueblo. Nada hacía pensar en algo que no fuera el sosiego.

De pronto apareció una figura corriendo por el camino, tropezando, cayendo y volviéndose a levantar, intentando que su cojera le permitiera llegar hasta mí… Corría desesperado. Por su profunda cojera supe en seguida que era Kuraa.

A penas podía balbucear unas palabras, presa del pánico. El sudor empañaba su piel morenay sus manos se apretaban ferozmente.

-Ioko, ya vienen. Un montón de hombres. Nos triplican. Con armas de todo tipo. No tenemos posibilidad alguna. Alguien ha avisado que Toree esta organizando un ejército contra el emperador. Vienen por la colina. Los ha visto mi hijo mayor. Sabes que desean una excusa para terminar con nosotros…y ahora ya la tienen, vaya si la tienen. ¿Qué vamos a hacer? Avisa a Toree, hay que marcharse. Dioses, ¿quien habrá hablado?

Y supe que ese era el momento, el día que había esperado con la esperanza de un milagro había llegado y afortunadamente todo estaba dispuesto para alejar a nuestras 2 familias de la guerra.

Corrí a la habitación de Taruma. Se había vuelto a escapar con Toree para ayudarle. Entonces mi frialdad desapareció No sabia que hacer. Teníamos que marcharnos, pero no tenia tiempo para llegar al refugio donde mi esposo, Taruma y el resto del pueblo se entrenaban con unos absurdos palos que simulaban armas. Como Taruma sabía que no me gustaba que participara había salido sin darme yo cuenta.

Fui a mi habitación y moví la cama, rompí la madera que hacia tantos años había clavado y saque las joyas de la casa de Caru.

– Llévales todo esto. Diles que encontraran mas en la casa si tu regresas sano y esperan hasta que salga el sol, que sólo esto es una pequeñísima parte de lo que recibirán si cumplen. .

Me miró sorprendido. Ambos creíamos que era la última vez que nos veíamos porque los dos creímos que iba camino de la muerte.

– Cuidad de mi familia. Que mis hijos se casen con buenas mujeres y mis hijas con buenos hombres y cuida a mi hija mayor cuando de a luz.

Le abracé deseándole suerte y le prometí que daría mi vida por su familia si así hacía falta.

Hizo una reverencia y volvió por el camino apresurando la marcha. Pronto se perdió en la oscuridad. Sin embargo y en contra de todo lo esperado aquellos bestias aceptaron quizás sorprendidos por el botín y no tardó en regresar.

Cuando salió el sol mi familia y la familia de Kuraa ya íbamos huyendo en una carreta a toda prisa. Toree iba engañado. Le dijimos que había llegado un mensajero para que se uniera a un ejército en las montañas.

Lo del pueblo fue una masacre. Toda la gente que nos apreciaba, que confiaba en nosotros murió. Mis tierras, mi escuela, el templo. Solo quedaron cenizas. Y la fe en nosotros también se esfumó. Decepcionamos a todos, para todos fuimos unos traidores y quizás realmente los fuimos. Pero yo sólo amo a mi familia por encima de toda fe y todos los sueños.

Profundamente.

Nosotros lo vimos desde el monte. Toree quedo abatido, sin palabras. Taruma miraba aterrado como ardía nuestra casa y todo nuestro pasado.

– Lo hemos hecho por ti, por tu familia –decía kuraa a Toree.

Toree ocultó la cara entre las manos y empezó a llorar como un niño. Era la primera vez que le veía derrotado. Podía haberle dicho aquello de que yo si que sabía lo que era la guerra, de que siempre te quita lo que más amas, pero opté por el respeto que la esposa debe guardarle al marido y me quedé en silencio.

Sólo mirábamos atónitos como ardían nuestras florecientes cosechas. Desde donde estábamos se oían los gritos de mis campesinos, los machetazos y el crepitar del fuego. Un olor nauseabundo de carne quemada llegó hasta nosotros

Taruma se hizo pis encima.

-Hijo abre los ojos – le grite. Esto es la guerra. Que no se te olvide nunca. Cuando unos hombres ganan la guerra es porque otros la pierden muriendo entre sus manos. ¡Que no se te olvide!

Mi pobre hijo volvió a mirar. Creo que no lo ha olvidado jamás.

Toree se puso en pie. No es justo que ellos mueran y yo viva. Yo soy el primero al que deben matar, es a mí a quien buscan.

– Baja a la casa y haz que te maten. Deja a tu esposa y a tus hijos solos. Deja a los que sobrevivan. ¿Quien volverá a reorganizarnos para luchar? Volvamos a formar parte de otro ejército. Somos miles y volveremos a construir.

Lo único que a Toree le devolvió la conciencia fue la esperanza de poder devolver aquel golpe y sus ojos se llenaron de odio. Creo que su familia estaba detrás de sus ideas.

Sin embargo no tuvo mucha opción. Los hombres que Toree admiraba tanto, aquellos en los que los campesinos y el mismo, habían depositado su confianza fueron comprados con

grandes sumas de dinero y después aniquilados por traidores. Hubo focos de resistencia en todo el país pero fue inútil. Fueron cayendo uno tras otro por el potente brazo de la coalición extranjera

Lo que pasó en mis tierras se repitió en todo el sur. Los partidarios del emperador combatían con armas que ni siquiera habíamos visto y los campesinos se enfrentaban a ellos con azadas y con los deseos propios de cambiar el mundo. Se ejecutaron a familias enteras, se quemaban las chozas y los que se escondieron en los montes murieron de hambre o de enfermedad. Fue tan corta la guerra como larga la lista de ajusticiados. Muchos amigos nuestros estuvieron en esa lista.

Pronto el gobierno quedo derrocado y sus miembros fueron juzgados y muertos. Todo quedo dispuesto para el regreso del emperador en un tiempo ínfimo.

Nosotros huimos a la costa este. Huimos lo más rápido posible. Andando y con mi pequeño Satoo colgado a la espalda. Yo sabia que si el emperador volvía, la búsqueda seria implacable y no habría distancia que protegiera a Taruma de su destino.

Cuando Taruma caía al suelo agotado, Toree le tomaba en brazos. Toda la familia Kuraa huía.

La hija mayor ya estaba embarazada de su esposo. Los caminos estaban llenos de viejos que habían sido abandonados y que esperaban resignados al nuevo poderoso ejército y a su suerte.

Cuando llegaba la noche dormíamos ocultos en el bosque. Taruma abrazaba a su hermano y le protegía del frío con su cuerpo.

Uno de esos días Kuraa y Toree recibieron a un compañero armado, charlaron durante bastante tiempo y poco después desaparecieron regresando un par de días después. Nadie hizo preguntas, todos sabíamos a lo que iban y a nadie le parecía que hicieran algo censurable. Fue 3 semanas después de que la familia Caru se marchara de mi casa.

Aquella noche cuando regresó le abrace como si me hubieran devuelto la vida. Toree volvía algo más animado y pude ver el rallo de esperanza en sus ojos que hacía tanto que no veía. En ese momento decidí que no debía haber nada que separara a Toree de mi propia alma y le conté la estirpe de Taruma como si fuera una desgracia.

Y la respuesta de Toree fue muy distinta a la que yo me esperaba.

-Si mi pequeño Taruma fuera emperador este país sería muy diferente. Hace mucho que se de donde venís. Desde el mismo día que me case contigo y en la oscuridad de la noche olí tu piel y vi aquel tatuaje que solo lleva la estirpe del emperador. Eres una buena mujer, bella y además mi esposa y madre de mi hijo. Nada hay pues que ahora pueda reprocharte y nada hay que haga que yo no te merezca tanto como pueda hacerlo el emperador. Tu eres mi esposa y a ti te amo y bendigo a los dioses cada día por poder abrazarte cada noche.

Me cayó una lágrima involuntariamente y me seque los ojos. Aquella noche rece para que mi familia, la familia que habíamos creado no se rompiera y se amara siempre. Para que los hijos de mis hijos nos amaran siempre y fueran tan justos como lo era mi buen Toree.

Por fin llegamos a la costa. Había varias familias que habían decidido huir al mar y también estaban allí, cansados y hambrientos. A pesar de todo el rugir del mar me pareció un sonido fabuloso, lleno de fuerza, inquieto y maravilloso. Fuerte y delicado a la vez, capaz de arrancar las rocas en pedazos y acariciar la arena como si unas manos dulces se trataran. Me encanta el mar.

Todos nos bañamos. Fue un bellísimo día donde nos olvi damos de todo y de todos.

Sin embargo aquella noche la recuerdo muchos días en mis pesadillas, está grabada a fuego en mi mente y en la de todos lo que la vivieron.

Mis hijos dormían. Solo el hijo menor de Kuraa y yo cenábamos aún un pescado fresco cocinado al fuego. A pesar de la dulzura del aire del mar, el calor era sofocante. No tardé en refugiarme en Toree, dejando que me abrazara confiado.

No había pasado mucho tiempo porque todavía el pequeño Sato no se había despertado para comer. Dormíamos al calor de la playa, sobre la arena.

Apenas se oyó el crujido de una caña y hombres furiosos salieron de todas partes.

Comenzamos a gritar. Sato lloraba asustado y su llanto se confundía con el terror y los gritos del resto En un momento Kuraa y Toree yacían arrodillados con las manos atadas a la espalda sin apenas haber podido enfrentarse a ellos. Todo fue muy rápido.

Aquellos hombres de mirada hueca y alma vacía rompieron mi vida. Taruma corrió hacia Toree.

Una bofetada de un miliciano le llevo al suelo. Otro saco su puñal y lo clavo en el corazón de aquel que había agredido a Taruma. Cayo muerto en el acto. Taruma se quedo inmóvil con el hombre a sus pies.

El llanto , el dolor, el quebrase el alma, el arrancarte las entrañas, el terrible presentimiento de perder a alguien al que adoras, el saber que nunca jamás volverás a encontrarle, eso es lo que sentí en ese momento.

Se llevaron a dos hombres fabulosos y se adentraron en la playa. Todo estaba oscuro.

Primero sonó un alarido de muerte. Taruma ya no se abrazaba a mí. Sus ojos se convirtieron en los mismos de aquellos que mataban. Creo que Taruma había dejado de ser un niño y su mirada se hizo imperturbable

Luego se oyó otro grito de muerte. La voz de Toree retumbo en la noche -¡Viva el emperador!

Allí murieron los dos. El mar rozaba sus cuerpos inertes y un viento frío poso lentamente la arena sobre ellos.

Después de eso volvimos al palacio imperial, donde permaneceré hasta el día de mi muerte.

Taruma es llamado por todos el emperador del pueblo. Ya tiene 43 años. Ha creado un nuevo sistema de justicia y estoy muy orgullosa de ser su madre. Todos le consideran bueno y justo.

Sin embargo mi nieto mayor y heredero al trono ha nacido en palacio. Duerme en una habitación que se asemeja mas a un palacete que a la habitación de un niño y sus modos me recuerdan con miedo a su abuelo. Si algo puedo decirte es que el hombre no aprende nunca y vuelve a ser hombre. Satoo, mi hijo menor, trata inútilmente de inculcarle el sentido de la justicia que el no ha necesitado nunca aprender pero mi nieto se distrae con los pequeños juegos de jade y rocas preciosas que su padre le regala y yo ya soy sólo una vieja que está cansada de luchar. Mis hijos son los que deben mantener memoria de lo que pasó para que lo injusto no desemboque en el desastre, para que el pueblo siga confiándose en la corte y esa fe perdure porque es alimentada por el emperador.

Confío en que Sato pueda lograrlo con mi rebelde nieto. Confío tanto en el como lo hice en su padre.

Epilogo.

Ioko me permite besarle al modo occidental, es decir le beso en la mejilla. Abandono el palacio despacio.

Ha sido un placer y una enorme experiencia personal y profesional haber contado con la confianza y la sabiduría de Ioko para narrar una vida increíble. No habría imaginado que hubiera tal grado de ideales y de valentía. Estoy seguro de que mi vida será diferente a partir de ahora y de que trataré que la pasión condicione mi vida.

La familia de Caru, incluido el heredero al trono y el emperador, es decir, el padre de Taruma fueron aniquilados tres semanas después de salir de la casa de Ioko. Nadie puede asegúrame si Toree y Kuraa fueron responsables de ello ni que hicieron en esos tres días de ausencia donde el resto de la familia les espero escondidos en el bosque. Tampoco Ioko me lo ha dicho.

Lo que si es seguro es que hubo una terrible matanza de campesinos, niños y mujeres que nada tuvieron que ver con el conflicto entre estas dos familias. Gente que solo persiguió el sueño de poder vivir mejor.

A la muerte de la familia imperial, Taruma fue obligado a tomar el trono que por derecho y deber le pertenecían. Fue emperador a la edad de 14 años y consiguió al menos la paz entre ambos bandos.

Todos llaman a su madre cariñosamente "La campesina del Emperador".

Aquí y camino ya a mi casa en una ciudad occidental donde la vida de Ioko parece todavía mas si cabe un sueño, llego a la conclusión de que la vida de los hombres es resultado de la vida que heredan, la vida que nosotros les dejamos.

Unos son libres, otros intentan serlo y las ideas y anhelos de éstos nos hacen caminar hacia adelante….o hacia atrás.

Fin

LQSRemix

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