La cárcel de carabanchel: Un catorce de abril para un veintisiete de septiembre
Beatriz Rámirez Mártinez. LQS Septiembre 2008
Se nos está yendo septiembre. Tras la ventana el cielo encapotado. El día se levanta fresco y gris. Se echa de menos el día de ayer, un sol tibio acompañaba la calle que me conducía hacia la cárcel de Carabanchel. Mi cuerpo lo agradecía en lo que vale. Una inesperada gripe otoñal anidaba en mi esqueleto.
Haciendo del malestar físico virtud, llegué hasta el puesto neurálgico de la prisión: “el Centro” tal como se le llama en el argot carcelario. Desde ese punto salen las galerías de penados y desde ahí, en tiempos no muy lejanos, la represión, el ajusticiamiento y la muerte convivían con los fraguadores de la libertad y la justicia en nuestras tierras.
Ayer, alrededor de ese Centro, cientos, entre ellos mujeres y hombres que habitaron sus celdas, conjuramos el propósito de nunca más fascismo en España. Porque queremos y necesitamos transformar ese lugar en un espacio para la memoria y la educación de las generaciones jóvenes y futuras en aquellos valores democráticos republicanos que la represión de la dictadura franquista trató de aniquilar. A pesar del genocidio, queda viva aun la dignidad y la rebeldía.
Allí nos convocamos quienes no estamos dispuestos a que la economía pública de mercado recicle nuestra memoria a precio de especulación inmobiliaria. En esta vorágine privatizadora de nuestros derechos básicos conquistados, el poder político, haciendo uso de la legitimidad otorgada por unas papeletas llamadas votos, venden a precio irrisorio los bienes públicos para la obtención de beneficios exclusivamente privados a costa de nuestro derecho a la salud, la educación y una vivienda digna.
Así actúa el Estado en tiempos del demofascismo en el que estamos. Quienes más papeletas de la marca política puesta a venta sean capaces de vender los que las fabrican, esos, se llevan el premio mayor, que consiste en barra libre para ponerle un precio competitivo a lo que sea. Por ejemplo, nuestro hígado, el tratamiento de un cáncer o los magullamientos corporales que los cuerpos de seguridad del Estado nos siguen proporcionando gratuitamente cuando manifestamos libremente nuestro desacuerdo con decisiones gubernativas, sobre las cuales no se nos deja ni participar, ni decidir. En este país las decisiones sobre nuestra vida y nuestra muerte, o están transferidas o delegadas, o bien privatizadas. Tanto da estés clasificado en una nacionalidad legal o ilegal. Para eso sí que existen decretos de libertad, igualdad y democracia garantes de la seguridad integral del Estado frente a supuestos enemigos internos y/o externos.
Si “no hay Memoria sin lugares ni lugares sin Memoria”, construir un hospital privado para demoler la memoria represiva de la cárcel de Carabanchel significa, además de un acto antidemocrático e inconstitucional que vulnera nuestro derecho a disfrutar de una sanidad pública, seguir dejando en pie los cimientos ideológicos franquistas que sustentan uno de los pilares de nuestro Estado: la represión indiscriminada y sus consecuencias.
Sabemos que este extremo no fue resulto con Ley de amnistía. No se han registrado todavía los nombres de los verdugos y carceleros en la lista de criminales, no se ha limpiado el buen nombre de las víctimas que desde las cárceles lucharon contra el fascismo y tantas murieron por ello. Siguen siendo criminales porque ningún gobierno de la Monarquía parlamentaria se ha atrevido a invalidar, por genocidas, las actuaciones gubernamentales de la dictadura franquista. Muchas y muchos tenemos todavía en nuestro cuerpo grabado las manifestaciones frente a la cárcel de Carabanchel exigiendo ¡Amnistía y libertad!
Con la imposición reformista de la transición, a los presos los soltaron. Luego se les quitó de la lista policial de criminales. Pero acordaos, no a todos. Acordaos también cómo la Libertad, esa terrible palabra que hizo temblar los misterios de la Iglesia católica-imperial-fascista, fue insultantemente vestida de colores rojigualdas con el fin de que, para que las urnas abrieran su boca, nosotros la hiciéramos callar en las calles. Desde entonces los prebostes de los capitales hispanos, sus ladrones custodios, la pusieron en su altar y allí sigue estando todavía.
Pero ayer, a pesar de todo, me sentí libre dentro de una cárcel, a pesar de la invasión vírica de la gripe en mi cuerpo y de la colonización bacteriana del Partido Popular en nuestros hospitales. Porque la cárcel de Carabanchel, cercada ya por la maquinaria tuneladora y de demolición de nuestros espacios para la vida y la memoria, ha vuelto a llenarse de gentes que no están dispuestas a que la ley de la oferta y la demanda siga poniendo precio a nuestros cuerpos que, mal que bien, sostienen esa parte negada de nuestra historia. Los economistas de mercado no hallan la manera de convertirla en producto de mercadería rentable, por muy golosos que estén siendo los regalos que publicitan los poderosos para dejarnos cooptar, subvencionar o mercantilizar por ella.
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