La dimensión política del vegetarianismo
Gabalaui*. LQSomos. Septiembre 2015
Ser vegetariano y vegano es una opción personal, que sigue un proceso de concienciación respecto a los derechos animales pero que a su vez puede tener otras motivaciones como la mejora de la salud, religiosas o éticas… Cualquiera puede ser vegetariano, sin importar la ideología política, pero serlo implica un posicionamiento político respecto al capitalismo y su sistema de producción salvaje. Ser vegetariano y vegano no supone tener una superioridad moral frente a los que optan por mantener la carne en su dieta ni siquiera implica una mejor salud, aunque muchos vegetarianos defienden estos posicionamientos. Es evidente que uno puede gozar de una salud espléndida siendo omnívoro. Lo único que hay que hacer es preocuparse de qué se come y en qué proporción. Es decir, lo mismo que hacen muchos vegetarianos. Y sí, existen también personas maravillosas que comen carne de la misma manera que hay auténticos simples que no lo hacen.
A veces la defensa de unos hábitos de alimentación lleva a enfrentarlos con los que son diferentes y se echa mano de una argumentación que denota una superioridad moral que lo único que provoca es que se levanten las barreras defensivas comunicacionales y se cierren las entendederas para iniciar el contraataque argumental. Lo que quiero decir es que las formas con las que algunas personas defienden el vegetarianismo son contraproducentes porque básicamente olvidan que en algún momento de su vida tuvieron los mismos hábitos carnívoros y que fue un proceso personal de concienciación el que les llevó a tomar la decisión de no comer carne. Algunos lo hacen por moda, si, pero para estos solo es cuestión de tiempo. Si no se respeta el proceso personal de cada uno, se está impidiendo la necesaria concienciación sobre nuestros hábitos alimentarios, la comida que consumimos y los procesos de producción en los que se mata a millones de animales de manera cruenta.
Es necesaria la información sobre qué comemos, y cuáles son los hábitos alimentarios más saludables, que regateen las presiones de los lobbies carnívoros, así como conocer los sistemas de producción que lleva a un pollo al plato de una familia en un soleado domingo. No sirve la confrontación personal en la que se dejan caer opiniones que convierten al que come una pata de cordero en un vil asesino, en un ser sin sentimientos o en un aborregado. La información no conlleva de por sí un cambio en los hábitos pero nos hace más conscientes sobre lo que hacemos. Después quedaría sortear los mecanismos psicológicos que nos permiten seguir manteniendo hábitos a pesar del proceso de maltrato por el que pasan los animales en los sistemas de producción capitalistas. Y esto es, sin duda, lo más complicado. Por eso el ser vegetariano o vegano es un proceso. No nacemos como tales. Somos omnívoros y a lo largo de nuestra vida introducimos un cambio importante en nuestros hábitos naturales, de manera consciente y, aunque algunos lo ignoren, políticamente. Y esto no es fácil para nadie, sobre todo cuando te conviertes en vegetariano después de haber sido un carnívoro irredento. Salvo excepciones, que siempre hay alguno que no le cuesta nada.
Ser vegetariano y vegano supone situarse frente al sistema al cuestionar el modo capitalista de producción que explota a los animales, alterando sus ritmos de vida naturales y cosificándoles de tal manera que su vida se reduce a la consecución de beneficios en el menor tiempo y la mayor reducción de costes posibles. Esta crítica no solo está relacionada con los derechos de los animales sino también con el impacto medioambiental y sanitario que conlleva la crianza, alimentación y uso de mecanismos artificiales que mejoren la productividad del producto. Sin olvidarnos del impacto psicológico, a medio y largo plazo, que la muerte violenta y cruenta de millones de animales provoca en los trabajadores de los mataderos, granjas de cría intensiva y laboratorios experimentales. Los pollos y cerdos hacinados en las granjas son un remedo dramático de la explotación fabril de los trabajadores bajo un sistema de producción en cadena, sin ningún respeto por el derecho a la vida o, al menos, por la muerte digna de un ser vivo. El anticapitalismo también pasa por denunciar un sistema de producción que no solo esquilma la vida de millones de animales sino que provoca un deterioro medioambiental de consecuencias trágicas para la vida en este planeta.
Podemos debatir sobre si el ser humano es más carnívoro o menos o nada o si la comida vegetariana es más saludable o menos que la que incluye carne pero no podemos sustraernos de la realidad de que el consumo de carne, en la medida en que invade nuestros hábitos alimentarios, refuerza un capitalismo que arrolla todo aquello que es un impedimento para obtener beneficios a una escala irracional. Estamos hablando de cifras que son una locura como los 51 millones de gallinas o 560 millones pollos que se matan en un año en España, los 100 millones de tiburones o los 1388 millones de cerdos que se matan anualmente en el mundo. Muertes que se enmarcan dentro de un proceso inhumano y sangriento que por sí solo es rechazable. Se puede ser vegetariano o vegano por salud, porque amas a los animales o por moda pero nuestros actos tienen un impacto directo en un sistema que destaca por su desprecio por la vida animal y humana.
Optar por esta alternativa es una acción política anticapitalista. Irremediablemente. Por supuesto que no es suficiente, porque la lucha contra el sistema se tiene que librar en todos los campos de batalla trazados, pero no por ello baladí. Aún así, en muchos países occidentales, los activistas animalistas son reprimidos y perseguidos por las autoridades estatales y policiales con más dureza que en otras áreas, siendo condenados a años de cárcel por las acciones de denuncia de las prácticas inhumanas de las empresas que comercian con los animales. Atentan contra elementos sagrados del capitalismo, el comercio desmedido y los beneficios incontables sin importar las consecuencias que de ellos se deriven. No estamos hablando solo de salud y de respeto a los animales. Estamos hablando de un cuestionamiento directo de la base misma del capitalismo.
Sólo una objeción a este que me parece un magistral trabajo:
Si el consumo de lo que no es de origen animal, proviene de la agricultura convencional y no de la agricultura biológica, sólo en parte estaremos siendo consecuentes y sólo a medias pondremos en jaque al sistema de producción capitalista, y sólo en una pequeña medida estaremos recuperando nuestra salud. Mantendremos un sistema de macro producción, que asistido por la industria química, continuará envenenando a las personas y demás especies animales, el aire y las aguas. Indirectamente también se estará alimentando a la industria farmacéutica, ya que todos los abonos y tratamientos de síntesis, no hacen más que envenenar a quienes los consumen y a su medioambiente, generando desequilibrios y enfermedades que gustosamente atenderá la industria farmacéutica manteniendo así, todo su potencial de ser uno de los pilares económicos del sistema.
Así pues, en coherencia por lo expresado en el texto, un vegan@ o vegetarian@ deberían alimentarse de alimentos cultivados con técnicas biológicas de producción. Digo “biológicas” y no ecológicas, pues la segunda en la mayoría de los casos sólo sustituye unos tratamientos por otros y en muchas ocasiones, reproduce los mismos esquemas de explotación y derroche de recursos que la convencional, de hecho muchas empresas convencionales tienen una línea “ecológica” para no perder un nicho de mercado. La producción BIOLÓGICA es otra cosa, pues además de sustituir unos tratamientos por otros, tiene en cuenta de manera sostenible, justa y respetuosa todo el proceso de producción, comercialización y a todas las personas que de una forma u otra, intervienen en él.
Pues eso, que si tu opción es la vegana o vegetariana, intenta que los alimentos que consumas sean biológicos y a poder ser, de productores y productoras locales.
Magistral!