La “Justicia” abre sus puertas a las víctimas del Franquismo

La “Justicia” abre sus puertas a las víctimas del Franquismo

Después de años llamando a las puertas de los tribunales para pedir justicia, el pasado febrero se abrieron por fin para la víctimas del Franquismo. Y no una puerta cualquiera una puerta cualquiera, sino el portalón palaciego del Tribunal Supremo. Por él entraron varios familiares de fusilados por la dictadura, que se sentaron ante la que es la mayor representación icónica de la Justicia en esta democracia: una sala noble, llena de molduras, dorados y asientos tapizados, con la pompa y ceremonia habitual de tan alta institución, y los siete jueces sentados al frente, con sus togas y puñetas. por la dictadura, que se sentaron ante la que es la mayor representación icónica de la Justicia en esta democracia: una sala noble, llena de molduras, dorados y asientos tapizados, con la pompa y ceremonia habitual de tan alta institución, y los siete jueces sentados al frente, con sus togas y puñetas.

Ante los siete justos estuvo María Martín, de 81 años y vestida de negro, que contó cómo los fascistas se llevaron a su madre, y la promesa que hizo a su padre al morir éste: que no descansaría hasta encontrar el cadáver de la madre asesinada. Con voz quebrada señaló sobre la mesa como si fuese un plano el punto en que está enterrada su madre, junto a un arroyo.

También estuvo Josefina Muselén, que relató cómo se llevaron llevaron a su abuelo y a su abuela embarazada. Cuando la familia preguntó cómo era posible que fusilasen a una mujer en su estado, un guardia civil les explicó que le habían reventado la tripa con un tiro de gracia. Además de cruel, era mentira, pues años después supieron que los asesinos habían esperado al nacimiento para arrebatarle la hija antes de fusilarla, una más de los miles de niños robados. A la familia de María Antonia Oliver le dijeron que su abuelo, asesinado, se había fugado con otra mujer. Emilio Silva relató a los siete jueces por qué decidió buscar a su abuelo, en el que fue el primer desenterramiento de una fosa desde la Transición. Ellos y varias víctimas más acudieron durante dos semanas al Supremo, para contar su búsqueda de Verdad, Reparación y Justicia.

En Internet están, para quien no lo haya visto, los vídeos y fotografías que ilustran una imagen que la prensa coincidió en considerar histórica: las víctimas del Franquismo ante el más alto tribunal español, relatando su sufrimiento de décadas. Así dicho, parece lo que desde hace mucho tiempo piden las víctimas, sus familiares y las asociaciones de memoria histórica: que las puertas de los tribunales se abran para oír su demanda de justicia.

Así contado, “víctimas en el Supremo pidiendo justicia”, parecería un sueño hecho realidad. Pero no es tal. Más bien es un espejismo, o peor aún: un espejo deformante, valleinclanesco, donde se refleja la democracia española, que consigue que el sueño tenga más de pesadilla que de deseo cumplido.

Porque las víctimas estaban ante siete jueces, sí, y nada menos que del Supremo; pero no para lo que esperaban, pedían o soñaban: estaban ante unos jueces que defienden la vigencia de la Ley de Amnistía y que consideraron que pudo haber delito en la actuación de Garzón.

Las víctimas acudían como testigos, sí, pero no de sus propias historias, aunque las relatasen, sino como testigos de la defensa de Garzón, y encima tuvieron que soportar la acusación de una organización ultraderechista, Manos Limpias, que aprovechaba cada ocasión para sacar los muertos de Paracuellos como una forma de restar gravedad o incluso justificar su sufrimiento. Y además, entraban y salían del tribunal rodeados por un coro mediático hostil, que pedía la condena del juez y minimizaba, cuando no ridiculizaba, la búsqueda de justicia de las víctimas.

Aunque formalmente Garzón fue absuelto (previamente condenado por otro ajuste de cuentas, el del caso Gürtel), el daño estaba ya hecho. El resultado de todo el proceso es una nueva infamia, otra ofensa a las víctimas: que tras más de tres décadas de democracia, la primera ocasión en que pro fin han entrado las víctimas en un tribunal para ser escuchadas haya sido esa. La primera, y seguramente la última, visto el aviso que el caso supone para otros jueces que intenten reabrir la causa.

La imagen resultante, la de las víctimas en la sala noble ante los jueces togados, recuerda inevitablemente a otras imágenes vistas en otros países, en América Latina, años atrás: las llamadas “comisiones de la verdad” que arrojaron luz sobre la represión de otras dictaduras; y los juicios a los responsables en algunos países. A diferencia de otros países, que tuvieron alguna reparación para las víctimas, en forma de comisión de la verdad o de condena a los culpables, en España lo más parecido a eso que hemos tenido es esta farsa del Supremo, con un grupo neofranquista acusando a un juez, y contando con el respaldo de todo un Tribunal Supremo.

Insisto: puede ser la primera y también la última vez. A la vista del retroceso general que está imponiendo el nuevo gobierno del PP (y que podría llevarse por delante la tibia Ley de la Memoria Histórica); teniendo en cuenta el poco interés que el PSOE ha mostrado durante sus gobiernos; y considerando la respuesta que la justicia española ha dado, casi es preferible que esa haya sido la última vez que las víctimas entran en un tribunal: no sea que la próxima lo hagan pero no como testigos, sino como acusados, una vez más.

 * Isaac Rosa es escritor, publicado en la Revista Pueblos

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