La legalidad
Érase una vez un país abandonado, atrasado, violento, empobrecido, casi analfabeto, fundamentalmente rural, sin servicios básicos ni sociales, desesperado, con millones de habitantes en la miseria y pocos miles de ellos, en la opulencia.
Un país de caciques y terratenientes, militarista, ultracatólico a la fuerza, donde los hombres ocupaban las plazas de los pueblos para conseguir una jornada de trabajo en condiciones esclavistas y las mujeres no eran consideradas nada más que como víctimas del derecho de pernada por parte de los patronos.
Un país gobernado por un rey sátrapa, libidinoso, juerguista y putero al que gustaba, en demasía, mandar a la guerra contra Marruecos a pobres hombres sin apenas armas, sin apenas rancho y con alpargatas como todo uniforme.
“En el Barranco del Lobo/ hay una fuente que mana/ sangre de los españoles/ que murieron por la patria/ pobrecitas madres/cuanto llorarán…” (canción popular).
Un país con un rey “felón” (otro más) que aceptó una dictadura militar para seguir desgobernando y desangrando a su pueblo; para continuar con su forma de vida obscena, pero con la seguridad de tener a sus ciudadanos a buen recaudo bajo la amenaza de los fusiles de sus generales.
Un país que, bendito sea (siendo yo ateo), un día se levanto bajo las notas libertadoras del himno de Riego: “Soldados, la Patria nos llama a la lid/ juremos por ella/ vencer o morir…” (J.M. de Reart) y de las coplas populares: “Si tu padre quiere un rey/ la baraja tiene cuatro/ rey de oros y el de copas/ rey de espadas y el de bastos…” (canción tradicional) y supo decir ¡basta! a tanta felonía, obligando al sátrapa a huir por las alcantarillas, hábitat natural de las ratas.
Un país que con la LEGALIDAD de los votos alumbró una REPÚBLICA y comenzó a sacudirse siglos de terror, de ignorancia, de opresión y miseria.
Érase una vez, un país que comenzó a elevar a los hombres y mujeres a la categoría de seres libres, humanos y dignos. Que comenzó a destacarse en arte, literatura, medicina, investigación, educación, derechos sociales, reparto justo de la riqueza, reforma agraria, autonomías, igualdad de derechos sin importar el sexo.
Un país al que la LEGALIDAD, conquistada pacíficamente, le fue arrebatada de forma sangrienta cinco años después sometiendo a los ciudadanos a una ilegalidad que, más de setenta años después, nos presentan como “legal”.
Un país que defendió su República LEGAL durante tres años de guerra civil, de lucha cruenta, fraticida, asesina. Los nuevos felones se impusieron con el exterminio, la muerte, la destrucción y el terror ayudados por ejércitos alemanes, italianos y marroquíes. Amparados por la cobardía y la mirada cómplice de una Sociedad de Naciones tan inútil e hipócrita como esta ONU de avestruz.
Un país que entregó la vida de más de un millón de trabajadores y trabajadoras que consideraban que la única LEGALIDAD fue la conquistada con la fuerza de los votos.
Un país que derramó su sangre por todos los pueblos. “Si me quieres escribir/ ya sabes mi paradero/ desde las brigada mixta/ primera línea de fuego…” (Canción tradicional) y que, finalmente, quedó reducido a un país con paisajes de desolación y muerte. Un país que tuvo que caminar días y noches interminables huyendo de la masacre y los campos de prisioneros. Camino del exilio, camino de la esperanza rota; como nuestro poeta Antonio Machado: “Hay un español que quiere/vivir y a vivir empieza/ entre una España que muere/ y otra España que bosteza/ Españolito que vienes/ al mundo, te guarde Dios./ Una de las dos Españas/ ha de helarte el corazón”.
Érase una vez, un país derrotado y arrebata su LEGALIDAD por la “razón de la fuerza, no por la fuerza de la razón…” (Don Miguel de Unamuno) que se enfrentó al “¡muera la inteligencia! ¡viva la muerte!” (General franquista, Millán Astral) con la valentía y dignidad de los que hacen de la libertad su principal baluarte.
Un país que tuvo que lamer sus heridas, rabioso, consternado, y con gritos de coraje e impotencia: “A ti Franco, traidor vil asesino/ de mujeres y niños del pueblo español/ tú que abriste las puertas al fascismo/ tendrás eternamente nuestra maldición”. (León Felipe).
Sí… Érase una vez un país al que cambiaron “oro por cuentas de vidrio” y al que impusieron una “legalidad” nacida de las bombas asesinas. Un país que siguió luchando en la clandestinidad, que siguió muriendo, que siguió sufriendo para expulsar al dictador Franco y a su “legalidad” macabra.
Un país que tuvo que soportar, resignado ante la desidia de sus políticos, ahora tan “demócratas”, más de cuarenta años de “legalidad” sangrienta. Un país que, en pleno siglo XXI, aún tiene que aguantar la náusea que produce ver a otro rey felón como heredero “legal” de quien destrozó tantas vidas, ilusiones y ansias de libertad y progreso.
Érase una vez un país que continúa gobernado por la “legalidad” ilegal y represora de quienes se acomodaron a la erótica del poder y han construido con el sufrimiento de todo un pueblo su manera de vivir.
Y érase una vez un país donde, al menos, los supervivientes de tanta tragedia y ya muy ancianos, aún mantienen el grito joven de rebeldía y libertad, clamando por la LEGALIDAD verdadera. La República.
Y érase un país donde los hijos de la dictadura, los hijos de los falangistas que daban el “paseo” al amanecer para llenar de muertos las tapias de los cementerios, tienen la poca dignidad (aprovechándose del cargo político legitimado por la impostura franquista) de mandar a callar a nuestros supervivientes, a nuestros luchadores de la libertad y de la UNICA LEGALIDAD.
Érase una vez un país cuya tercera autoridad del Estado, el Presidente del Congreso de los Diputados, con sus palabras, defendiendo “su legalidad” manchada de sangre e intentando acallar las voces de tantos muertos y represaliados por la dictadura, dio todos los argumentos para que la lucha por la UNICA LEGALIDAD sea cada vez más necesaria. Por la III República.
Se me olvidaba, Sr. Presidente del Congreso… (Bono para los amigos). Mi felicitación republicana por la boda de su hija que contrae matrimonio con el hijo del “gran artista” de los saraos de Franco. El infumable Raphael. Creo que a usted le pega mucho aquello de “Yo soy aquél…”