La lengua como instrumento político

La lengua como instrumento político

Mikel Itulain*. LQSomos. Noviembre 2017

Es muy común en las sociedades humanas dar algo como cierto porque así lo cree o piensa una mayoría. De este modo, si hiciésemos una encuesta acerca de la edad de la Tierra en todo el planeta, no creo que nos sorprendiésemos de que el resultado más repetido fuese de unos miles de años, frente a los más de cuatro mil millones que realmente tiene. Una cosa es lo se cree socialmente y otra lo que es.

Con las lenguas, tan vitales y esenciales para crear información y comunicarnos, podíamos esperar en una especie tan presta al engaño y la manipulación una situación de tergiversación e instrumentalización de estas, como efectivamente ocurre.

Así, a los idiomas que los hablan mayor cantidad de personas se les da una mayor valía, se da por supuesto que son superiores a otros por el mero hecho de tener más hablantes. Cuando la terca realidad nos dice que su estatus presente o pasado se debe a motivos de índole militar, económico o político, principalmente, no a factores lingüísticos. Si un grupo se imponía a otro, habitualmente en primer lugar de forma bélica, también forzaba al vencido a adoptar su lenguaje, tratando de eliminar su habla o escritura para hacer más fácil su control y evitar cualquier resistencia futura. Y aquí está el papel de todo propagandista del vencedor, hacer creer al dominante y al dominador de la necesidad y benevolencia de esta actitud, que si no provocó un genocidio, lleva a cabo, o pretende hacerlo, un etnocidio; hechos estos últimos que se ocultarán o justificarán diciendo que era algo irremediable al no ser útil para quienes lo hablaban, sustituyéndolo por uno supuestamente mejor. Lo podemos ver en el siguiente caso a cargo del filósofo español Aurelio Arteta, que ofrece un alarmante desconocimiento, interesado, de la lingüística y de la historia.

“No es cierto que alguien o algo en particular ha sido el culpable de que el euskera sea hoy entre nosotros lengua menor o minoritaria. Con ser cosa probada su represión franquista en escuelas y cuarteles, esa acometida no explica ni mucho menos la pérdida de un idioma de nítido perfil rural y sin apenas soporte escrito” (1).

Como ya comenté en un artículo anterior, Supremacismo de un nacionalismo español mal entendido, sí que hay culpables de que el vasco sea minoritario en su país, las políticas borbónicas del siglo XVIII que vinieron de la Corona de España supusieron una planificación de uniformidad lingüística deliberada, obligando a enseñar el castellano en las escuelas y, por supuesto, no el euskera, cuyo uso fue duramente castigado. El dominio político deriva en todos los aspectos de la vida social, tanto en Navarra como en Cataluña y en otros lugares, y, claro, se aplicó este poder para someter al país, castellanizándolo.

“Porque en Navarra se abla Basquence en la maior parte. Y van a governar Ministros Castellanos. En Nápoles havía Ministros y Governadores españoles, y se abla un Italiano corrompido, y así de otras” (2).

La RAE nos presenta una lengua demasiado politizada y bastante alejada del mundo

Que un idioma se escriba o no, no lo hace mejor ni superior. Todas las lenguas siguen un desarrollo similar, sirviendo a la entendimiento y la comunicación humana. Si ya admitimos que no hay razas superiores, sería una incongruencia caer en la discriminación lingüística. Todas son ricas y elaboradas para comprender y abarcar la compleja y sofisticada vida de homínidos como nosotros, y quienes minusvaloren a algunas demuestran que no la dominan bien, y sobre todo hacen ver sus prejuicios. En esto, como en tantas cosas, se desprecia lo que se ignora.

Una lengua escrita, como una gramática, es una elaboración artificial de lo que realmente se habla. No olvidemos que lo hablado es lo que determina lo escrito y no al revés, como siempre fue. Nuestra especie llevaba milenios utilizando el lenguaje antes de representarlo físicamente mediante códigos que interpretaban lo que se decía.

Ahora, cuando el euskera recupera hablantes y notoriedad social, debido a la concienciación de los vascos de lo esencial que es preservar su cultura y forma de ser, que se ha traducido en tener estos instituciones políticas ya bajo su control, como ocurre actualmente con el Gobierno de Navarra, quienes quieren parar este avance buscan nuevos y contradictorios argumentos.

Oímos que la lengua vasca que se enseña en ikastolas y escuelas públicas no es como la de antes, que es un idioma artificial, que fue creado porque no había uno unitario, sino varias lenguas habladas en diferentes regiones como: el vizcaíno, el guipuzcoano, el alto navarro, con sus variantes, el bajo navarro, el suletino (de Zuberoa) o el labortano, con sus dialectos. Bien, es discusión para lingüistas. Pero de lo que no es consciente quien sale con esta historia a fin de arremeter con un proceso de normalización del euskera es que con cualquier idioma ocurre lo mismo. El español, por ejemplo, es en realidad una familia de lenguas, compuesto por al menos 58 variedades lingüísticas, el inglés lo componen como mínimo 80. Como bien apunta J. C. Moreno Cabrera, el concepto de unitariedad es político y cultural, no lingüístico. Cada una de esas variedades es una lengua, porque quienes las emplean se entienden perfectamente y llevan a cabo, como todo hombre o mujer, vidas plenas y complejas. Quienes no lo ven así, no es por fundamentos académicos, sino por influencias ideológicas o intereses políticos y económicos.

“El nacionalismo lingüístico profesado por muchos lingüistas les impide aplicar los criterios que usan para tratar determinadas lenguas a la lengua nacional propia…” (3).

Es lo que les comentaba sobre el vasco y el español, querer ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Cómo no, el español de la Real Academia Española es también artificial y está basado en la variedad castellana, por tanto, tiene una característica étnica que no ha perdido, que mantiene, pese a la diversidad que se encuentra en el español en general, al que no puede controlar como pretende, especialmente en América. Ese idioma de la RAE no tiene más de 400 millones de hablantes, como presume.

“Si examináramos a esos cuatrocientos millones de personas para ver si son capaces de articular un discurso escrito y oral que se atenga con la mayor fidelidad posible a las normas gramaticales, ortográficas y léxicas dictadas o aconsejadas por la Real Academia Española y por sus sucursales hispanoamericanas, seguramente obtendríamos unos resultados descorazonadores. Es razonable pensar que, siendo optimistas, una persona de cada cien podría aprobar ese examen (teniendo en cuenta que muchos millones de hispanohablantes apenas saben escribir). Es decir, si esta estimación es razonable, entonces, de los cuatrocientos milones de personas solo unos cuatro millones hablarían (y escribirían) en esa lengua estándar y solo ocasionalmente, en determinadas situaciones formales” (3).

El euskera estándar, el batúa, el español estándar u otro cualquiera estándar es algo útil cuando tratas de llevar a cabo una enseñanza más o menos común de un idioma, pero teniendo presente que la realidad externa es diferente y más variopinta. Lo estándar es un caso particular de las variedades lingüísticas, donde se elige, por motivos fundamentalmente políticos, una de ellas y se dice, presuntuosamente, que esa es la correcta; cuando la realidad es que correctas son todas, ya que todas contribuyen al fin por el que existen, el entendimiento humano.

La actitud prepotente y de desprecio del nacionalismo lingüístico español ante otras lenguas con menos privilegios y poder que él, torna en victimismo y defensa de la pluralidad cuando topa con un rival mayor, lo vemos en su actitud con el omnipresente inglés. Aquí la hipocresía es absoluta y queda bien retratada.

Lo malo de muchos intelectuales e incluso de algún lingüísta es que hacen una utilización política de instrumentos tan ricos y esenciales como los idiomas y las ciencias que los estudian

“Una cosa que debería quedar clara desde el principio y que los lingüistas deberían respetar escrupulosamente es que los conceptos o instrumentos conceptuales que han sido creados por ellos específicamente para describir todos estos aspectos puramente lingüísticos de las lenguas humanas, no deberían ser utilizados para dar respetabilidad científica y carácter objetivo a análisis que implican aspectos no estrictamente lingüísticos y que intentan apoyar o justificar una determinada opción ideológica” (3).

Referencias-Notas:
1. Aurelio Arteta. El engaño de la lengua minorizada. Diario de Noticias. 8.05.1997.
2. Cita en el prólogo a la obra de José María Jimeno Jurío. Navarra, Gipuzkoa y el Euskera. Pamiela, 1998.
3. Juan Carlos Moreno Cabrera. El nacionalismo lingüístico. Península, 2014, pp. 144-174.

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