La lluvia gris
Se alargan los grises días de lluvias infrecuentes que están empapando esta primavera. La gente se queja, está desmoralizada por tanto agua como cae del cielo. En las agoreras y recurrentes conversaciones de ascensor no se habla de otra cosa. ¿Volvemos, en una suerte de evolucionada involución, a la charca primigenia por nuestros pecados de soberbia y avaricia sin fin? Los teólogos y escolásticos diversos sabrán. El caso es que las lluvias torrenciales, y demás agentes meteorológicos desatados aquí y allá, en esta desconcertante primavera, no inclinan al optimismo urbano ni agrícola. Puede que nos estemos acercando a la ciudad de las eternas lluvias torrenciales de futuro “Blade Runner”. Y quizá esas indiscriminadas aguas alteren nuestro ADN y seamos por fin una consecuencia directa de nuestra insistente conducta: batracios replicantes.
Creo que el clima nos está dejando un mensaje que, como siempre y como fatuos que somos los arrogantes humanos, no sabemos, queremos o podemos captar y traducir.
Llueve y la gente ávida de sol no hace más que quejarse, porque ya tendrían que haber estrenado el bikini. Las playas son las pasarelas de las masas, donde se intenta emular en tronío estético a las figuras de las revistas y los “reality shows” de la TV.
Cada año por estas fechas la gente se obliga al ritual del sacrificio: la popularmente llamada "dieta del bikini". Consiste en limar los sobrantes de la vida sedentaria invernal: morcillos y colgaduras diversas, músculos en cortinilla, depilaciones exhaustivas, pistoleras del oeste…consiste en sacrificar comida de engorde, acudir a gimnasios, solariums para reparar chapa y pintura de la carrocería y ligar color bronce a la moda.
Y el húmedo mensaje que caerá en saco roto, como todo lo es gratis. Nuestra insensata frivolidad está ampliamente contrastada.
El aviso es que la alteración del clima, por la mala cabeza del hombre, es una realidad incontestable. Que este planeta azul es la única casa de que disponemos en el presente universal. Que nadie en su sano juicio llena su casa de basuras tóxicas o simplemente malolientes hasta el punto de hacerla inhabitable y que nos tengamos que marchar por el deterioro. Un deterioro planetario que las nuevas tecnologías aceleran de manera brutal. Inundaciones inauditas y frecuentes, los hielos árticos derretidos, el avance imparable de los desiertos, el calentamiento atmosférico, la contaminación irresponsable, la tala indiscriminada de bosques, la sobreexplotación general de los recursos naturales sin posible vuelta atrás, tendrían que dar que pensar para poder corregir el rumbo equivocado.