La mierda
Jesús Gómez Gutiérrez*. LQSomos. Agosto 2015
Un cuento nocturno
Se ve venir. Claro, para eso hay que fijarse, no ir por el mundo como los adolescentes de treinta y pico que se meten en el vagón y empujan a obreros rumanos y caribeños de bandas, con la gorra sin calar. De qué vas, gilipollas; y todavía se sorprenden. Alguien les partirá la cara algún día y se seguirán sorprendiendo. Pero hoy no hay; se han ido de vacaciones. Hoy hay lo que queda en Madrid cuando se largan los que viven de puta madre y los que aún no han llegado al perro flaco todo se le vuelven pulgas: perros flacos y señoritos de provincia que vienen a la capital en julio y agosto y miran con asco y temor a los chuchos. Obviamente, en el hotel no les han explicado que lo de tengo una hacienda tengo un cortijo puede ser perjudicial si se anuncia con fanfarria de rizos rubios en la nuca, camisa blanca de marca, pantalones de pinzas de color pastel, una cartera gorda en el bolsillo de atrás y zapatos que podrían pagar muchas comidas durante muchos meses. Quién no ha pensado alguna vez en pegarles un palo. Sus colegas de aquí ya no bajan al Metro. No a estas horas. Son conscientes de lo que han hecho, y saben que no hace falta ninguna revolución para que algo de la mierda los salpique.
Pero estos creen que están en una romería, y desconfían de todos menos de uno: el tipo exacto de cabrón del que echarían mano si a los perros les diera por dejar de ser perros. Le darían una pipa y un uniforme. Le pedirían que abra cunetas, y que las llene hasta los topes. Le pagarían bien. Dicho en condicional, porque los perros insisten en no rebelarse y, en consecuencia, el hombre que habría sido héroe africanista está sin trabajo, sin una cala, midiéndolos, calculándolos, esperando la gloria de hacer valer su imagen de capataz en un pasillo sin gente. Yo lo veo. No sé si alguien más lo ve. Estoy por jurar que no ven nada. Y, por supuesto, no aviso.