La neuro-teología, fase actual del proselitismo religioso
Por Nònimo Lustre
El número de agosto de esa revista de cuyo nombre nunca me acordaré, comienza en portada con un rotundo enunciado: “… Y el Hombre creó a Dios” para, en páginas interiores, continuar con una frase de Montaigne: “El hombre es muy necio: no sabría forjar un insecto, pero crea dioses por docenas”. Dicho así, el introito es prometedor pero… no echemos las campanas al vuelo porque, enseguida, torticeramente nos agrede otra introducción al reportaje: “Desde tiempos remotos el ser humano ha tenido la necesidad de creer en una entidad superior… ¿Es esta predisposición a la religiosa y la espiritualidad una imposición cultural, o tiene una base biológica?” Huelga añadir que el reportaje -firmado por un escribano de cuyo nombre GPR tampoco me acordaré nunca- se dedica a ‘demostrar’ que la religiosidad/espiritualidad no sólo es natural sino que las modernas ciencias biológicas lo corroboran.
No es la primera vez que la (pseudo)ciencia acude al rescate de la religión y, desde luego, no será la última sino una más en el tsunami de irracionalidad que está de moda. Pero, antes de avanzar en el análisis del susodicho dizque reportaje, observemos las etapas expositivas en las que va inyectando el tósigo de semejante materialismo-espiritualista -valga el oxímoron.
¿Estamos programados para creer en dioses?
Esta primera etapa comienza con el manoseado sofisma “Ningún estudio ha podido probar o refutar la existencia de Dios”, que el neurocientífico AN corrige ampliándolo con una seudo-noticia: “Pero estamos cerca de comprobar lo que ocurre en nuestro cerebro durante la experiencia religiosa” -AN barre para su casa pues figura como autor del libro Neurotheology. En otras palabras, el reportaje de marras está maquetado para promocionar el término Neuroteología, un modismo al que, para nuestra desgracia, auguramos el brillante éxito popular que hemos visto en aquellos (infinitos) casos en los que un atrevido especulador ha ‘descubierto’ una estrecha relación -a menudo, causal-, entre lo material y lo espiritual, es decir, entre lo objetivo mensurable y lo subjetivo que, por definición, es inconmensurable -ejemplo, entre un encefalograma a un chamán y sus mitos amazónicos.
En el caso que hoy nos ocupa, matrimoniar neurología con teología puede parecernos el colmo de la eliminación categorial, de la episteme tradicional o, simplemente, de la confusión, pero la osadía de AN ha sido superada por unos profesores chinos de Shangai y Sichuan quienes han publicado recientemente en Physical Review E. que el “entrelazamiento cuántico” puede explicarnos los intríngulis de la “consciencia”. Dicho en castizo, éramos pocos y parió la abuela.
Esta tendenciosa manía de confundir también se manifiesta en otra de las introducciones a esta etapa -no por casualidad, la primera del reportaje. Así, leemos que, en 1990, el médico FM encontró que la mil veces reproducida nube ocre que arropa al Dios que Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina entregando la Humanidad al dedo del Hombre simboliza el Cerebro. Entre los millones de interpretaciones que ha sufrido la famosísima ¿nube divina?, tenía que llegarle el turno al Cerebro humano. Desde Ramón y Cajal, la estábamos esperando. Claramente, el delirio de este médico es un caso de lo que neurológicamente se llama hiperfantasía, “imaginería mental excepcionalmente vívida”, lo contrario de la aphantasia propia de “personas que carecen de visualización mental” (cf. A. Zeman, Cortex, 2015) En cristiano, ver imágenes mentales con o sin referencias físicas.
Dejando aparte pies de foto tan triviales como la que comenta la imagen, rezando, de una musulmana iraní, “las resonancias magnéticas han demostrado que durante la oración se activan regiones del cerebro” (obvio… si la máquina funciona pero, ¿qué relación tiene ello con la religión y, sobre todo, cuáles son esas regiones proclives a la religiosidad?), esta etapa abunda exclusivamente en testimonios de neuropsicólogos -léase, neuroteólogos- que aparentan prudencia hasta el punto que AN, su antecitado cabeza de fila, afirma “Evito decir que los humanos estamos programados para el pensamiento religioso porque daría por hecho que existía un programador” Pero lo dice en boca del autor del reportaje: “La neuroteología ha llevado el debate a otro nivel, ayudando a comprender cómo la religión permite al cerebro cumplir con su propósito básico de ayudarnos a sobrevivir y estimular la cohesión social”. No estoy seguro de la primera parte de este dictum porque ello supondría creer que podemos vivir sin cerebro pero que la religión estimule la cohesión social es falso y lo demuestran las innumerables guerras de religión que ayer y hoy asolan el planeta.
Las restantes dos fases son mero relleno de la etapa inaugural.
¿Cuándo surgió la necesidad de creer?
Aunque servidor temía que situara esa supuesta necesidad de creer en los eones paleontológicos, para mi sorpresa el autor GPR se ha moderado y sólo la ubica en “el Neolítico y en la transición de las comunidades nómadas al sedentarismo”. Pero la redacción continúa para que no olvidemos que la naturalidad de la religión es tan profunda como para remontarse a “los homínidos que se extendieron por la Tierra desde el Paleolítico inferior, hace unos 300.000 años”. Olvidemos ese uso desaforado del nomadismo que tanto me irrita.
¿En qué se apoya GPR?: en el “concepto de muerte”. ¿Y qué pruebas materiales aduce?: algunas que vienen a justificar su conclusión de que, después de la penúltima glaciación del Cuaternario “quizá se produjo una revolución cultural“ -una vez más, me enfurece el eurocentrismo que olvida al resto del planeta ¿o acaso cree GPR que, por ejemplo, al sur del futuro Sáhara también hubo Cuaternarios, neandertales y glaciaciones?
Sea como fuere, el reportaje encuentra un apoyo en MR, un psicólogo evolutivo que está pergeñando una “cartografía de la historia de la religión antes de que mereciese tal nombre”. Al parecer, el siguiente paso a la conceptualización del rito fue cimentar el concepto de muerte según “el axioma de que todo cuanto hacemos es observado por el espíritu de nuestros antepasados”. Para, inmediatamente, saltar milenios y encontrar que ese fenómeno ‘antediluviano’ se manifiesta en la actualidad entre los cazadores-recolectores -menos mal que no recurre al insufrible nomadismo.
Lo más destacado de esta etapa es cuando, siguiendo a MR, se asegura que “el siguiente paso de este proceso evolutivo se produjo con la introducción del elemento sobrenatural, hace unos 70.000 años… y emerge la figura del chamán”. Pese a que falta bastante para que aparezcan los dioses, “es en el chamanismo donde sitúo la gran ruptura del pensamiento simbólico… Y esto es lo que se ve en Gobekli Tepe”.
GT es un poderoso imán que se estudiará en la siguiente fase pero, en ésta, creo que debemos subrayar la aparición del término sobrenatural. La aparición del chamán es pura rutina inmersa en el marco cultural del siglo XXI que santifica al sacerdote pero, repito, aquí es más interesante la irrupción del término sobrenatural puesto que confundir natural con sobrenatural es la raíz que las religiones conservan hasta la actualidad. Por una razón: porque erigir un misterio sobre una banal confusión filológica es el (desdichado) hallazgo del que viven las religiones. Parece mentira que dominen buena parte de la Humanidad amparándose en semejante vacío pero sabemos que sobre la simpleza -nada que ver con la simplicidad-, se sustentan porque la sandez, irracional por definición, es imprescindible de cualquier ataque a la Razón (desde la antropología, cf. Michael Winkelman y John R. Baker, Supernatural as Natural. A Biocultural Approach to Religion; 2010 Pearson y 2016 Routledge)
(Sobre la religión, comenzando con su elusiva definición, escribimos 19.000 palabras en 2007, cf. A. Pérez, Ni Dios ni Manitú. Notas sobre el ateísmo indígena, disponible en docs.google.com/document/d/1cQByuEcD1erXk5urt_7unIsqavLkrIZxwY6vQfmOlGU/edit. Resumen: Tras unas disquisiciones teóricas sobre las definiciones del fenómeno religión y sobre su extensión espacio-temporal (# 1 y 2), se procede a examinar los testimonios etnográficos que sobre un (dudoso) ateísmo ofrecen, entre los años 1589 y 1964, algunos autores clásicos, antiguos y modernos (# 3), para continuar con las evidencias que sobre un (hipotético) ateísmo indígena aportan algunos etnógrafos y antropólogos contemporáneos (# 4). Como primer corolario se confirma y define la hipótesis del ateísmo indígena mientras que, como segundo correlato, surge la necesidad de estudiar más a menudo las caras ocultas que, por dialéctica simple, presentan absolutamente todos los fenómenos sociales)
Pasado y futuro de las religiones
Esta etapa se abre con una foto de Gobekli Tepe (GT), supuestamente ‘el primer templo de la Humanidad, el origen de la religión, etc.’ y es una apertura obligada puesto que GT “es al inicio del Neolitico lo que Atenas al origen de las civilizaciones mediterráneas” -¿dónde dejamos a los mesopotámicos?
GT ejemplifica la obsesión eurocéntrica por hallar orígenes exactos de todo lo divino y humano -literalmente. Como intenté demostrar (cf. infra) estudiando los primeros informes arqueológicos (Klaus Schmidt, desde 1990), en GT no hay restos humanos sino millones de restos de animales comestibles. Hoy, cada día se ‘descubren’ nuevos iconos que necesariamente ‘han de ser religiosos’ -según un inveterado prurito arqueológica, si no sabemos la función de un vestigio material, es que representaba una ofrenda a los dioses. Y, en este panorama de creciente credulidad religiosa, de poco sirve subrayar que Necmi Karul (director de GT y otros yacimientos similares en la misma zona), afirma este reportaje que “todavía no hemos conseguido entenderla del todo ni determinar si tenía carácter sagrado” (sobre Gobekli Tepe no como templo sino como club social, cf. A. Pérez, En el Neolítico, ¿ya éramos creyentes?, 2018, CEDCS – www.archivodelafrontera.com – ISBN 978-84-690-5859-6 2018)
Las últimas oraciones del reportaje son un ejemplo del devoto extremismo que supura este panfleto puesto que culmina militantemente la propaganda sobre la axiomática existencia de una Religión Natural entendida tanto como ajena a la Revelación tanto como distinta de ese estrambótico producto de la Razón tal y como la entienden algunos deístas: sin mencionar a los viejos “genes divinos” que ¿posee la Humanidad? (el VMAT2 y su parentela) “las religiones se suceden en la diacronía humana porque cumplen una función cultural y política, pero también porque satisfacen un anhelo inscrito en nuestro ADN. Quizá sea la religión lo que nos hace… humanos”
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