La noche de los tiempos
Ángel Escarpa Sanz. LQSomos. Febrero 2015
Para los hijos de aquella guerra, para todos los hombres y mujeres que aún -tras más de setentaicinco años de derrotada aquella República de trabajadores- seguimos enarbolando en nuestras vidas los colores de aquella hermosa bandera de 1931, no es nada cómodo leer, enjuiciar y comentar esta magnífica novela. Pero lo cierto es que es del todo saludable enfrentarse a los fantasmas del pasado, aunque duela y levante ronchas. Siempre será más higiénico admitir los errores del pasado, para avanzar, aunque tengamos que hacerlo sobre tanta sepultura, que negar lo evidente: que en aquella guerra de 1936 todos, España entera perdió su inocencia.
Otra cosa será explicar las causas que nos llevan, tras tantos años de liquidada aquella República, a defender las razones por las que aquellos conductores de tranvías, aquellos panaderos, carteros y costureras tomaran las armas para defender lo que en buena lid habían conquistado.
No nos cansaremos de ensalzar -con Max Aub y con todos los intelectuales que por encima de los escombros morales y materiales de aquella remota guerra se posicionaron del lado de la razón y de la libertad- la singular lucha por defender aquella República de profesores y poetas.
Este año se cumplirán cien años de la Primera Gran Guerra, ochenta de la Revolución de Asturias, y seguimos preguntándonos sobre el objeto de tanta guerra, sobre los motivos que impedirán mañana que un joven de hoy tome un arma para defender no sé qué cosa, no sé qué derecho, para conquistar ese mínimo espacio al sol que otros le niegan.
En los orígenes estaba el hambre, la mujer pariendo en la oscura cueva, el niño de corta edad tras la yunta. La cebolla y el gofio como único alimento para aquel campesino que limosneaba una peonada aquí y allá diariamente a falta de un empleo que le permitiera mantener a su prole. En el origen estaba el hombre que era reclutado para servir al rey y morir quizás en Marruecos o en Cuba, firmando con el pulgar y doblado por las humillaciones, por la religión, por el despotismo del amo.
En el origen estaban el guardia civil y las hostias en el cuartelillo por cazar un conejo en las tierras del señor conde, el derecho de pernada, las bellotas como alimento de las criaturas, el bocio, el carburo en la covacha, el Cristo en la escuela, el aborto con perejil. En los orígenes estaba el mendigo a la puerta, las escuelas para huérfanos y la universidad para el hijo del rico, la Primera Comunión, la harina de almortas, escapar a Venezuela en un barquito, el trabajo de sol a sol, cuando lo había, En los orígenes estaban el garrote vil para el anarquista, la ley de fugas, las carreras en el Hipódromo, mientras los críos más chicos se sorbían los mocos a la puerta del templo y con la manita tendida.
En el principio estaban los prostíbulos, los hospicios, los asilos y el obrero alcoholizado, la gente más humilde rebuscando en los basurales, la criada manoseada por el señorito en la habitación o en los pasillos de la casa burguesa. En el principio era la cacería en la madrugada, la carrera tras los perros para que no se desaprovechara ninguna pieza abatida, la gorra en la mano delante del patrón y el “sí mi amo” siempre en la boca; el barrio obrero embarrado y sin luz, sin otra agua que la de la lluvia; gentes que se consumieron y que fallecieron de mala muerte, sin saber otra cosa que morían de hambre. En el principio eran las criaturas descalzas trepando por la montaña de turba donde se quemaba el carbón; la hija monja y el más mayor en La Legión, la pelota de trapo, el magreo en el cine de sesión continua y el rosario en familia, el tabaco de colillas, la novela de doña Concha Espina, las palmas en la juerga de los señoritos a cambio de un bocadillo y unas monedas, o jugárselas todas a una sola carta una tarde cualquiera delante de un toro para triunfar o morir.
La noche de los tiempos* es algo más que un título para un libro. Es un tejido hecho de hambres, de explotación, de rabia ante la injusticia, de hombres y mujeres rebelándose contra el status quo y ante la esclavitud que ningún pueblo con dignidad debiera tolerar. Pese a no ser novedad, bienvenida sea a nuestras librerías esta excelente novela del jienense autor de El jinete polaco y de Beltenebros.
Más artículos del autor
– Imagen del autor
* Novela de Antonio Muñoz Molina. Seix Barral Barcelona 2003.