La novia
Carlos Olalla*. LQSomos. Enero 2016
No me cabe duda, después de ver “La novia”, de que Lorca debía tener a Inma Cuesta en el alma cuando escribió “Bodas de sangre”. Nunca he visto a una mujer tan lorquiana, ni una película que rezume tanto Lorca. Cada fotograma es un poema, cada mirada un verso, cada caricia el fuego con el que Lorca escribió esa obra preñada de cuchillos, caballos y lunas. Todo Lorca está en “La novia”, ese desgarrado canto a la belleza que ha creado, porque lo que ha hecho aquí es mucho más que dirigir, Paula Ortiz. La sensibilidad de Paula y su profundo amor a Lorca asoman en cada plano; su mirada, esa mirada que como ella dice ha aprendido a mirar en verso, nos lleva hasta las entrañas del poeta, hasta ese no lugar donde nacen las pasiones y los sueños, ese no lugar reservado a quienes nunca dejan de ver la poesía de la vida… y de la muerte. La grandeza de Lorca está en la universalidad de sus historias, de sus versos, de sus silencios. La de Paula en la elección de cada plano, en su sabio juego más allá de espacio y tiempo, en una de las mejores direcciones de actores que he visto en muchos años. Porque en “La novia” todos rezuman Lorca, todos transpiran poesía, todos habitan la inmortal belleza de los que aman. Imposible destacar una interpretación sobre las demás. Es tal el cuadro lorquiano que forman que es imposible destacar a alguien sobre los demás. “La novia” es una película generosa, hecha desde el corazón y para el corazón, una película en la que todos lo dan todo, en la que se tiran a tumba abierta en cada plano, en la que se dejan llevar por un espíritu lorquiano capaz de habitar los misteriosos paisajes de la Capadocia y la profundidad de la soberbia música de un japonés universal como es Shigeru Umebayashi que se ha dejado poseer por Lorca para componer una de las mejores bandas sonoras que he escuchado en años. Y qué decir de la voz y el alma que Vanesa Martín, Carmen París, Soledad Vélez o la propia Inma Cuesta dejan en cada canción. O de la fotografía, ese auténtico poema que ha creado Migue Amoedo, un poema visual que nos transporta a un universo donde la belleza saca lo mejor de nosotros@s mism@s.
Quizá nadie mejor que la propia Paula para explicar lo que es “La novia” y lo que significa Lorca: “En nuestro tiempo, como en el de Lorca, la sociedad hambrienta de relatos que abran las grandes grietas del alma, que abran el centro de nuestro deseo y nuestro miedo, que nos expliquen las contradicciones de cómo hemos llegado hasta aquí. Hay algo esencial en Lorca, algo de semilla de lo que somos e imaginamos, algo de lo vital, de aquello que nos hace respirar, que a mí me atrapa, y su forma de expresarlo entre el juego de un niño y el abismo profundo del miedo humano me apasiona. Todos hemos vivido alguna vez ese deseo que te hace gritar al viento: que yo no tengo la culpa… que la culpa es de la tierra… Lorca nos señala un caballo, un ojo en el cielo, nos apuñala con cristales… nos hace cantar y bailar alrededor del fuego y nos conduce en una hipnosis maravillosa que nos va susurrando “porque me arrastras… y voy…y me dices que me vuelva… y te sigo por el aire… como una brizna de hierba… “Bodas de sangre” es un relato hecho de lo eterno: del amor y la muerte, de ríos, de tierra y astros. ¿Cómo no querer bucear ahí? Nosotros, en “La novia” hemos tratado de hacerlo en el viaje más intenso y hermoso que hemos sabido hacer…”
En “Bodas de sangre” solo uno de los personajes tiene nombre. Es Leonardo, el amante. Los demás son la novia, el novio, el padre de la novia, la madre del novio, la mujer de Leonardo… los demás somos todos, somos lo que se espera, lo que se hace, lo que acostumbramos a ver y a hacer en nuestras vidas, somos esa etiqueta bajo la que nos encierran, o nos encerramos. Solo lo prohibido, lo clandestino, lo ilegal, lo no previsto, tiene nombre para Lorca, porque en “Bodas de sangre” Lorca pone en Leonardo el imposible juego entre la pasión y el deber, entre lo que somos y lo que quisiéramos ser, entre el deseo y la ley… No es casualidad que lo único que para Lorca merezca tener nombre propio sea el amor ciego, pasional y loco que muchos, los más, no vivirán en su vida. Con tod@s se ha cruzado alguna vez y pocas, muy pocas, son las personas que se han atrevido a dejarle entrar y menos, muchas menos, las que lo han dejado todo por seguirle. Por eso tiene nombre, por eso es el único que merece tener nombre… y quizá también por eso Paula ha escogido “La novia” como título para su película, para recordarnos que esa novia somos tod@s y que, como a ella, la vida nos hará elegir…
El guión, espléndido, respeta la palabra de Lorca, no hay ni una sola frase que no sea del poeta, y no hay ni una sola frase que digan los actores que no suene como en los labios del poeta. Asier Etxeandía es ese novio que no quiere ver la pasión subterránea en la que habita su novia; Alex García da vida al Leonardo que todos llevamos dentro; Leticia Dolera es la anunciada derrota casada con Leonardo; Luisa Gavasa, la madre del novio, es la que todo lo intuye, la que todo lo sabe y que, aún consciente de que su hijo debe ir con cuidado porque “esos” matan pronto y bien, le empuja a perseguir a la novia anteponiendo su orgullo herido a todo lo demás; y Carlos, Carlos Álvarez-Novoa, que nos dejó en septiembre y a quien está dedicada la película, da vida inmortal al padre de esa novia en un papel por el que tod@s le recordaremos.
La belleza que desborda esta película es de las que no se olvidan, de las que dejan huella. Los planos del caballo negro de Leonardo galopando libre y altanero, su penetrante mirada, el todopoderoso tractratrac de sus pezuñas… las ancestrales danzas acompañadas de las viejas canciones de Lorca; esas imágenes de los bailes alrededor de la hoguera en sempiternos círculos que giran en direcciones contrarias; esa ropa blanca iluminada por las antorchas de una novia transformada por momentos en derviche que gira y gira sobre sí misma buscando su destino; el zootropo en el que caballos y jinetes giran y giran sin ir a ninguna parte; el ralentizado y mágico estallido de los cristales, de todos los cristales, junto a los que pasa la novia cuando busca el refugio de la soledad del taller de su padre. Los cristales, siempre los cristales, cristales que nos dan de beber, cristales que nos dan de morir… y la presencia enigmática e inquietante de esa mendiga que todo lo sabe, porque todo lo ha vivido.
Nada como las palabras de la propia Paula cuando preparaba esta película para transmitir lo que Lorca y Bodas significan en el mundo de hoy: “Para mi segunda película elegí a Lorca por sus versos, su palabra, sus imágenes, su fuerza atávica, su amor astral… Desde adolescente me provocaba una fascinación hipnótica, especialmente esta obra de tres deseos de amor y muerte, de clavos de luna, y hoy me veo con fuerzas para hacerla. Y hoy creo que precisamente hoy tiene lecturas más lúcidas en momentos de derrumbe como el que estamos viviendo… Es una obra pasional, atmosférica, plástica, visceral…Me interesan las preguntas fundamentales de la tragedia sobre el amor y la muerte, sobre las normas sociales que sirven y las que no, sobre la naturaleza que te arrastra, y me interesa contarlo en esa tierra de García Lorca que grita y en ese cielo que escucha Si he elegido la Capadocia y las tierras de los Monegros para rodarla es porque no hay tantos lugares donde la tierra hable de manera tan dura y tan clara, de forma tan real y áspera y tan simbólica a la vez. No hay tantos lugares donde la tierra puede más que el tiempo que parece que se detiene… Es una tragedia de amor porque la tragedia no ha muerto, hoy en día está ahí latente, las tragedias son las ficciones catárticas, las que limpian llevándote al límite de las pasiones cuando todo se derrumba. Y hoy estamos en momento de cambio, crisis, derrumbe. Y vuelven esas preguntas esenciales, y nos preguntamos por el dolor, el amor, la muerte, la ley, el deseo, el recuerdo… Creo que las tragedias de amor siguen siendo espejos poderosos”