La política como dominación
Juan Gabalaui*. LQS. Diciembre 2020
La idea de dominación está expulsada del debate público en una sociedad de libertades. Si somos libres no podemos estar dominadas. Nunca antes se ha utilizado con tanta frecuencia la palabra libertad, bien para reivindicarla o bien para afirmarla
Se podría definir la política como el arte que practican las élites para mantener y aumentar la dominación sobre los estratos inferiores de la sociedad. Podríamos añadir que en las democracias liberales de las sociedades occidentales, este arte se disfraza con la celebración de elecciones para elegir a representantes políticos. Estas elecciones parecen transformar la política en una actividad en la que los estratos inferiores participan e intervienen en los asuntos públicos de forma delegada con el propósito de modificar el estado de las cosas. Este artificio se ha convertido en una doctrina que define la idea de democracia de tal manera que la mayor parte de las personas que pertenecen a los estratos inferiores consideran que es la única manera razonable de cambiar el estado de las cosas. Así regresamos a la consideración de la política como un arte que consigue que los dominados elijan a sus dominadores enmarcado como un acto de libertad y responsabilidad. Negarse a participar en esta representación teatral es socialmente rechazado y propio de personas que no les interesa ni les importa lo que sucede a su alrededor. Si no votas por tu próximo dominador eres un paria.
Una vez aceptado el artificio construido alrededor de la participación y la responsabilidad, la actividad política fundamental de los estratos inferiores consiste en la adscripción a uno de los bandos o partidos en los que se aglutinan posibles representantes. Esta vinculación podría basarse en una postura activa, formando parte de la estructura del partido y asimilando los principios y la concepción sobre la sociedad, o una postura pasiva, limitándose a la participación electoral y al consumo de noticias en los medios de comunicación y redes sociales que permite afianzar y fortalecer la elección partidista. Ambas posturas alimentan el artificio y limitan las alternativas de acción, diferenciándose fundamentalmente en el grado de implicación y en el impacto en la autopercepción personal. Atendiendo al artificio, los más activos consideran que están colaborando en cambiar el estado de las cosas y entienden su labor como esencial para la idea de democracia. Aunque algunas entiendan que hay intereses superiores que presionan y limitan la actividad política, no consideran que forman parte de forma inconsciente de la estructura básica de un sistema de dominación y que su acción sirve de coartada para mantener la ficción de la participación y el cambio desde el activismo partidista.
La idea de dominación está expulsada del debate público en una sociedad de libertades. Si somos libres no podemos estar dominadas. Nunca antes se ha utilizado con tanta frecuencia la palabra libertad, bien para reivindicarla o bien para afirmarla. Hay otros conceptos que sirven para ocultar la dominación como el estado de derecho o la democracia representativa. Como vivimos en un estado de derecho y en una democracia no se da cabida a la dominación. Somos dueñas de nuestro futuro y las elecciones nos permiten dar pasos hacia la gobernación que deseamos. Todo está en nuestras manos. Solo tenemos que elegir a la candidata adecuada. Una vez elegida se pone en funcionamiento la dinámica de crítica y de apoyo en función de la elección que se haya realizado. La política sirve así para distraer nuestra mirada de otras alternativas a nuestro modo de vida y de entender el mundo. Este juego mantiene a los estratos inferiores enfrentados y ocupados en criticar al contrincante y apoyar al aliado. La gasolina que mueve este proceso es la posibilidad de cambio de gobierno. Es decir, que aquellas que hemos elegido gobiernen. Nuestra elección. Este funcionamiento es cíclico colocando a miembros de los estratos inferiores en la ficción de formar parte del gobierno cuando sus elecciones son las ganadoras.
Ayuso a tu puta casa o Sánchez dimite. El juego político reduce nuestras posibilidades de acción a propiciar estos cambios, induciendo a pensar que, realmente, estamos ante un cambio. Antes que Díaz Ayuso estuvo Cristina Cifuentes, Ignacio González, Esperanza Aguirre o Ruíz Gallardón. Antes que Pedro Sánchez estuvo Mariano Rajoy, José Luis Rodríguez Zapatero, José María Aznar, Felipe González, Leopoldo Calvo Sotelo y Adolfo Suárez. Todos ellos gobernaron en el mismo escenario de dominación que tenemos actualmente. Se permite el cambio de nombres mientras continúa el sometimiento y la sumisión. Se puede elegir que nos sometan con la cuerda al cuello bien apretada o ligeramente. Esto se llama ilusión de alternativas. Elijas lo que elijas seguirás siendo dominada. Ante esta disyuntiva, se suele optar por que nos permitan respirar, sin aspiraciones mayores más allá de la retórica. Se dedica tanto esfuerzo a defender posiciones partidistas que el mero hecho de ganar parece, en muchos momentos, la culminación de un deseo aún conociendo la dinámica de ilusión y frustración que se repite cíclicamente. Nuestra esperanza es ilimitada. Todo este esfuerzo se roba a la posibilidad de pensamiento colectivo y construcción en común de otra forma de relacionarnos y vivir en comunidad.
Nadie habla sobre la idea de dominación y este silencio alimenta su fortaleza. Las elecciones partidistas tienen de fondo la idea de dominar al otro de tal forma que, sin pretenderlo y aún teniendo elevados principios, entramos en la dinámica de dominar o ser dominado. La opción de no dominar ni siquiera se plantea. En esta imposibilidad de elección radica el éxito del pensamiento mas conservador y pesimista sobre la condición humana.
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* El Kaleidoskopio
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