La publicidad clerical según soviéticos, cofrades e informáticos
Por Nònimo Lustre. LQSomos.
Las Iglesias cristianas (católica, protestante, ortodoxa y una bagualada de cepas más o menos herejes) constituyen una empresa privada transnacional que se rige por dos realidades antagónicas: la teoría y la práctica. La primera es un centón de bienaventuradas banalidades y la segunda es carnaza para la ley del mercado capitalista –en especial, la del mercado de futuros.
Evidentemente, la publicidad es un factor clave en el discurrir del mercado –y tan poderoso que hasta cuenta con su propia Bolsa, aunque la llamen Feria. Y luego llegan los bizantinos y se obsesionan con distinguir entre propaganda y publicidad: en la cabeza de un alfiler, ¿caben más propagandistas que publicistas o al revés?, ¿caben menos propagandistas porque son obesos funcionarios o al revés? Zanjemos tan estúpido tema: en este tópico no distinguiremos entre propaganda y publicidad, lo mismo que nos cuesta horrores distinguir entre lo público y lo privado –sobre todo, cuando la economía y la política son hermanas gemelas. Aquí sólo comentaremos la publicidad clerical (PC)
Hace casi 40 años, cuando los mercados no eran tan especulativos ni globales ni instantáneos como lo son ahora, la publicidad era rudimentaria pero la parte teórica –doctrinal-, era casi la misma que hoy. Un estudioso sintetizó las circunstancias ordinarias que la PC debía tener en cuenta:
En primer lugar, la publicidad general está maquinada para obtener más beneficios empresariales mediante la revalorización de la mercancía. Pero las Iglesias son organizaciones sin ánimo de lucro (nonprofit) por lo que, teóricamente, no buscan incrementar sus beneficios (materiales). Además, su salvífica mercancía es intangible y su precio no es monetario. En segundo lugar, la compra de sus productos es variable –mayor en fechas sacralizadas, menor en días laborables- así como puede ser errática la urgencia consumista de sus clientes. Sin olvidar que su clientela es enorme pero heterogénea. A todo ello debemos añadir que la PC sufre otras limitaciones, a saber: la clerigalla no cuenta (mejor dicho, no contaba) con agentes publicitarios experimentados; el pueblo, el clero y sus feligreses, creen (creían) que la publicidad estaba plagada de trucos y mañas mercantiles (lo estaban y lo están) Finalmente, los consumidores perciben que la Cristiandad no necesita ser publicitada puesto que es un tema personal y emocional (ver Stephen W. McDaniel.1986. “Church Advertising: Views of the Clergy and General Public”, en Journal of Advertising, 15:1, 24-29, DOI: 10.1080/00913367.1986.10672985)
Los soviets y su contra-publicidad religiosa
En 1918, la revolución rusa estaba amenazada por los ejércitos blancos contrarrevolucionarios –el año siguiente, de hecho, Moscú se salvó del general Denikin gracias a las columnas alistadas por Néstor Majnó, portavoz de los anarquistas ucranianos. En medio de aquella angustia, algunos activistas propusieron demoler la catedral de San Basilio –hoy, chapada en oro por los post-soviéticos-, pero a la postre, se limitaron a
intervenir ese cubil de propaganda cristiana comenzando a pergeñar una exposición declaradamente atea que se mantendría durante varios años.
Desde el punto de vista museográfico, la exposición de la contra-publicidad era rudimentaria. Lástima. Pero esa chabacanería era previsible teniendo en cuenta que los mayores artistas rusos de aquel tiempo habían sido detenidos o deportados por la embrionaria Cheka acusados de trabajar en Anarjiia, el club activista donde se reunían cotidianamente. Enormes creadores que inauguraron la modernidad artística como Maiakovski (25 años), Malévich (40), Rodchenko (27) o Tatlin (33), fueron sustituidos por burócratas con nula experiencia plástica.
Estoy segurísimo de que Maiakovski et al, si les hubieran permitido intervenir la catedral de San Basilio, nos hubieran dejado una exposición ciertamente memorable. Por ello podemos preguntarnos, ¿tuvo sentido eliminar el club Anarjiia? Depende de quién decida qué significa el sentido. Pero los hechos son claros: en abril de 1918, la policía política de los bolcheviques entró a sangre y fuego en los centros anarquistas que prosperaban en Rusia. Aquella razzia causó 40 muertos y 500 heridos -¿sólo en Moscú?-. Stalin, entonces Comisario de Asuntos Nacionales (ministro del Interior), la aprovechó para dictar la línea política que debía marcar a la futura URSS: “al centralismo vía el federalismo” -una frase propia de la antología del absurdo. En un país analfabeto y rural como era aquella Rusia, las publicaciones abiertamente anarquistas eran considerables. Por ejemplo, en Petrogrado se publicaban Golos Truda (La Voz del Pueblo, anarcosindicalista) y el diario Burevestnik y en Moscú el semi-diario Anarjiía tirando las tres unos 25.000 ejemplares c/u.
Forúnculo español
Los que padecimos el tardofranquismo, sabemos que fue una miaja menos traumático que el franquismo precedente. Una pizca porque, a cambio de su silencio y/o de su complicidad, perdonaba al súbdito domesticado mientras perseguía con saña al súbdito hablador. In illo tempore, la Semana Santa era literalmente terrorífica. Había las mismas playas que ahora pero esa semana estaban prohibidas. Las procesiones eran de participación obligatoria. No se podía comer carne. Quizá no hubiera misas mientras Jesús @ el Cristo estuviera enterrado pero proliferaban ceremonias semejantes con ritos que, pese a su rareza, nos resultaban insufribles –aún no confiábamos en la innovación de sus espectáculos a la que ahora es tan aficionada la Iglesia.
La gota que colmaba el vaso de nuestra paciencia juvenil (oxímoron) estallaba cuando no podíamos ir al cine. Más aún, aunque nos lo hubieran permitido, sabíamos que el proverbial puritanismo de los acomodadores se extremaba hasta el grado de cortar de raíz cualquier beneficio colateral que nos brindara la oscuridad de la sala. Para mayor inri, “siempre daban una de romanos” (Sabina dixit) que, además, era la misma todos los años. Ante este panorama, me extraña que no toda la sufriente juventud se convirtiera en furibundamente anticlerical.
Nos hubiera gustado espetarle al obispo de turno que la PC perdía efectividad cuando se hacía coercitiva e imperativa. Que ya la aguantábamos a toda hora todos los días del año pero, por favor, Eminencia, déjenos libre esta semana que llevamos el invierno sin vacaciones –el santo varón no recibía a mocosos con ideas, sólo a los domesticados de pantaloncito corto. Veamos los carteles de dos de las películas que, en aquella maldita semana, eran obligatorias:
A la renovación por la electrónica
Con la sempiterna Semana Santa transmutada en el buque insignia de la PC –pero aburriendo a las ovejas-, la ‘innovación’ de esta PC llegó gracias a la intelligentsia comunista. En Italia, el infausto compromesso storico entre los beatorros de la democracia cristiana y los comecuras-pero-no-tanto del partido comunista, estuvo políticamente detrás –y quién sabe si también financieramente- de la primera película que renovó el noviciado de la Semana Santa cinematográfica.
Sólo veinte años después, los electrodomésticos alteraron el marcado de la PC llegando a unos extremos cuyo final todavía no ha sido alcanzado. Pero sí sabemos ya que los ritos más sacros del cristianismo han sido colonizados por las empresas de comunicación tecnológica. Hasta podríamos aseverar que la sacrosanta misa es ahora un producto ordinario propiedad de algunas compañías privadas. Léase, la privatización ha engullido incluso a ese “tema personal y emocional” que analizaban en 1986. Los dinosaurios tonsurados comenzaron a contraponer lo presencial y lo virtual decantándose natural y gerontocráticamente por lo presencial. Incluso llegaron a predicar que el rito máximo, la Eucaristía, no podía ser virtual. De nada les sirvió. Cedieron en que la consagración del vino y del pan podía prescindir del vino y, durante la pandemia, también del pan. A la postre, tuvieron que admitir que la comunión virtual era “el mal menor”.
Cansino ritornello. Necesario cuando las agencias de publicidad especializadas en la PC ya se habían hecho imprescindibles para el Vaticano. Mientras que, en España, dícese que la Conferencia Episcopal destina más inversión a la PC que a sus universidades. ¿A cuánto asciende esa inversión? Pues pululan por el ciberespacio infinidad de cifras, presupuestos, subvenciones y exenciones. Mas, si no creo –de creer, como en la misa-, ninguna cantidad que me diga la Iglesia, ¿cómo voy a creer en las que me ofrezca sobre una de sus ramas aparentemente menores pero de enorme importancia política? No, de la PC sólo estamos seguros de que es ‘cuestión de Estado’ -Vaticano, por supuesto.
-Imagen de cabecera: Egolatría de los publicitarios representándose como los Sabios de la Academia griega
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