La trampa de Bin Laden: uno caído, falta el otro
En octubre de 2001, justo después del 11 de septiembre, escribí lo siguiente: “Los regímenes (de Pakistán y Arabia Saudita) están basados en una coalición de respaldo que proviene de las elites modernizantes pro occidentales y de un establishment islamita, de base popular, extremadamente conservador. Los regímenes han mantenido su estabilidad porque han sido capaces de hacer malabarismos con esta combinación. Y han logrado hacer esto debido a la ambivalencia de sus políticas y sus pronunciamientos públicos”.
Estados Unidos dice ahora, basta de ambigüedades. Estados Unidos puede prevalecer, sin duda. Pero en el proceso, los regímenes en Pakistán y Arabia Saudita pueden descubrir que su base popular se ha erosionado irremediablemente…
Consideremos que tal vez esto es el plan de Bin Laden. Su propia misión suicida puede haber sido conducir a Estados Unidos a esta trampa.
Creo que Bin Laden ya logró en Pakistán lo que intentó. El fin de las ambigüedades ha significado que Pakistán ya no colabore geopolíticamente en los intereses de Estados Unidos. ¡Muy por el contrario! Ha tomado sus distancias, y emprende políticas en Afganistán y en otras partes, a las que Estados Unidos se opone fuertemente. Uno caído, falta el otro.
¿Qué está pasando en Arabia Saudita? No hay duda de que, recientemente, Arabia Saudita actúa con algo más de independencia respecto del gobierno de Estados Unidos que en los pasados 70 años, más o menos. Pero no ha roto definitivamente con Estados Unidos, como Pakistán ya hizo ahora. ¿Lo hará en el futuro cercano? Yo pienso que podría.
Consideren los múltiples dilemas internos del régimen. La riqueza de 10 por ciento más alto entre los sauditas ha conducido a un incremento marcado en las exigencias de que el Estado se modernice –lo más visible son las cuestiones relacionadas con las mujeres (el derecho al empleo, el derecho a manejar automóviles). Pero la demanda de más derechos para las mujeres es la punta del iceberg de un llamado más amplio a disminuir las restricciones de la ortodoxia wahhabi. Conforme el rey se mueve de un modo constante pero animoso con cautela en pos de cumplir estas demandas, antagoniza con el establishment religioso más aún. Y empieza a existir bastante desasosiego.
Además, la elite modernizante tiene aún otras quejas. El gobierno saudita es en esencia una gerontocracia, encabezada por gente entre sus 70 y 80 años. En el curioso sistema de sucesión, el régimen saudita se parece bastante al viejo régimen soviético en la URSS. Hay algo semejante a un voto real en la sucesión, pero es un voto que compete a algo así como unas 12 personas. La probabilidad de que el poder real pueda pasar a personas en sus 50 o 60 años es extremadamente estrecha, si no es que imposible. Noten sin embargo que estos jóvenes, incluso dentro de la familia real, han crecido considerablemente en número y están muy impacientes. ¿Podría esto conducir a una seria división entre la elite más elevada? Es muy posible.
El régimen saudita opera una suerte de Estado benefactor para el resto de su ciudadanía. Sin embargo, la brecha en el ingreso y la riqueza crece, al igual que en todas partes del mundo. Y los pequeños incrementos en la redistribución, de tiempo en tiempo, pueden meramente acicatear el apetito de más exigencias en vez de calmar a los estratos más bajos. Los estratos medios y más bajos pueden aun (¡sorpresa, sorpresa!) hacerle eco a los llamados de la primavera árabe en pos de democracia.
Y luego está la minoría chiíta. Se dice que son sólo 10 por ciento o algo así de la población, pero es probable que sea mayor, y lo más importante es que está estratégicamente localizada al sureste del país donde se localizan las mayores reservas de crudo. ¿Por qué tendrían que ser estos chiítas los únicos chiítas en países dominados por los sunitas en Medio Oriente que no reivindicaran su identidad?
El régimen de Arabia Saudita ha intentado jugar un papel importante en la geopolítica de la región. No les gustan las políticas de Irán ni sus aspiraciones. No les gusta la intransigencia de Bashar Assad en Siria. Pero han sido, una vez dicho y hecho todo, bastante moderados a la hora de abordar estos puntos en la práctica. Temen las consecuencias de jugadas dramáticas. Y consideran que las políticas estadunidenses están demasiado gobernadas por sus necesidades internas, y por su interminable compromiso con Israel.
Al respecto de Israel, los sauditas han sido, también, muy razonables. No piensan que su sensatez haya sido lo suficientemente recompensada –ni por Israel ni por Estados Unidos. Y pueden estar listos ahora a ayudar al movimiento Hamas de modos mucho más abiertos. No perciben nada razonable en las políticas del gobierno israelí, ni ven perspectivas de que estas políticas cambien pronto.
Todo esto no añade a la estabilidad política de un régimen. Ciertamente no le añade nada a uno para mantener las ambigüedades que le han permitido ser un aliado incólume inquebrantable de Estados Unidos en la región.