Las egipcias olvidadas
“En las calles, las mujeres han seguido sufriendo acoso sexual. Además, el número de violaciones durante las protestas es aterrador. Las autoridades ni protegen a las mujeres ni condenan a los responsables de acoso, impunidad que ha ayudado a que más hombres sean participes de este fenómeno sin parangón”
La revolución egipcia que comenzó en Tahrir el 25 de enero de 2011, y que alcanzó su clímax el 11 de febrero del mismo año con el derrocamiento de Hosni Mubarak, supuso un soplo de esperanza entre la población egipcia.
Conquistaron sus miedos acrecentados por décadas de estricta dictadura, tomando las calles y llevando a cabo una revolución sin precedentes en la historia del país.
La plaza Tahrir, que en español significa “liberación”, se convirtió entonces en símbolo de libertad y lucha, consiguiendo unir a toda la población egipcia bajo una misma voz, informa el portal Miradas de Internacional.
Durante los 18 días entre el comienzo del levantamiento y el final del gobierno de Mubarak, jóvenes y mayores, musulmanes y cristianos, mujeres y hombres, sin diferencia, estuvieron presentes en la plaza Tahrir.
Las mujeres desempeñaron un papel esencial antes, durante y después del levantamiento. La revolución forjó grandes expectativas de mejora en la vida de toda la población egipcia. La libertad se presentó ante ella, cercana, muy próxima, y por primera vez se sintió dueña de su destino.
Las Fuerzas Armadas, al frente del país desde la caída de Mubarak, dirigieron una complicada transición, marcada por abusos y juicios militares.
Antes les torturaba la policía, ahora el Ejército. Fueron muy numerosas las agresiones dirigidas concretamente a mujeres participantes en protestas.
Las Fuerzas Armadas sometieron en varias ocasiones a tortura y otros tratos inhumanos a estas mujeres, simplemente porque en su concepción de libertad y democracia, las mujeres no debían estar allí. Uno de los casos más sonados fue el de las “pruebas de virginidad”.
Miembros del Ejército obligaron a una veintena de mujeres que se manifestaban en Tahrir a someterse a un “examen”, para probar su virginidad. Tristemente, y a pesar de las numerosas demandas interpuestas, nadie ha sido juzgado hasta la fecha.
El 30 de junio de 2012, Mohamed Morsi se convirtió en el primer presidente democráticamente electo del país. Aunque agotados, los egipcios miraban de nuevo al futuro con la esperanza de que las exigencias básicas planteadas durante la revolución (“pan, libertad y justicia social”) se hiciesen realidad bajo esta nueva presidencia.
Nada más lejos de la realidad. Desde entonces los Derechos Humanos (DH) más básicos son ignorados por el gobierno y las reivindicaciones que hicieron tomar las calles a los egipcios, se han silenciado.
El país sufre un estado de desesperanza agudo. Qué decir que las mujeres no tienen más derechos ahora, sino menos. A pesar de que siguen desempeñando un papel fundamental en la lucha por los DH en Egipto, ellas han sido discriminadas desde un punto de vista social y político.
En las calles, las mujeres han seguido sufriendo acoso sexual, alcanzando cifras desorbitadas de agresiones; se considera que virtualmente todas las mujeres han sido acosadas sexualmente alguna vez.
Además, el número de violaciones durante las protestas es aterrador. Las autoridades ni protegen a las mujeres ni condenan a los responsables de acoso, impunidad que ha ayudado a que más hombres participen en este fenómeno sin parangón.
A nivel político, el gobierno ha ignorado las peticiones de igualdad planteadas activamente por los defensores de los derechos femeninos y por el contrario, ha perfilado un aparato político formado casi exclusivamente por hombres.
Esta discriminación se ha visto reflejada en todos los organismos de gobierno, así como en los órganos legislativos y el Poder Judicial.
El texto de la Constitución margina a las mujeres, no protege sus derechos ni prohíbe expresamente la discriminación por motivos de género. Por tanto, permite que las prácticas y actitudes discriminatorias se perpetúen.
El gobierno anunció reformas relativas a la legislación sobre el acoso sexual en octubre de 2012, pero aún no las han puesto en práctica. En marzo de 2011 una reforma del Código Penal había reforzado ya las penas para diferentes formas de acoso y agresión sexual.
Esas reformas se han quedado en el aire, y no han servido para eliminar ni siquiera reducir el problema, y la impunidad de la violencia sexual sigue siendo sistemática.
Las mujeres, al igual que los hombres, deberían tener pleno derecho a expresarse en público y a caminar sin miedo por la calle. Sin embargo, en Egipto hoy en día, los DH están en peligro, especialmente los derechos de las mujeres.
*María S.Muñoz es una arabista española con base en El Cairo. Luchadora por los derechos de la mujer en Egipto. Es fundadora de DWB (Dignity Without Borders) y co-fundadora de Tahrir Bodyguard. AmecoPress.