Las FARC- EP La humanidad detrás de un fusil
Luz Marina López Espinosa*. LQSomos. Octubre 2016
El haber tenido la fortuna de ser una de las cientos de colombianas que como invitadas, periodistas o simple interesadas asistimos a la X Conferencia de las FARC-EP en los míticos Llanos del Yarí en el Caquetá profundo, fue ocasión sin igual de descubrir, sin imposturas ni prejuicios, es decir ajena a todo afecto o fobia, la condición detrás de ese calificativo mítico de “guerrillero”. De aquel ser humano, que un día renunció a todo, al hogar, a las comodidades muchas o pocas de su ciudad o su vereda, a sus amigos y sus amores, a las certezas de un trabajo regular o malamente remunerado pero tranquilo que algunos gustos permitía, o a los goces del prestigio social y el confort que auguran el diploma recién obtenido, para irse a la selva con un fusil a afrontar las vicisitudes de una desigual guerra. Descubrir la naturaleza de quienes a todo ello renunciaron por ir tras un sueño de justicia para los que siendo los más, en realidad valían menos, inclusive a veces nada.
Tuve además el privilegio de ser alojada en un campamento guerrillero retirado del sitio del evento, con la disciplina y los roles que les son inherentes. Así, compartí con la tropa todas las horas de mi estadía, pudiendo ver, conocer y sentir en un compartir desprevenido de parte y parte, el día a día de la vida guerrillera -salvo los combates claro está y los azares de la persecución-. Entonces aunque la verdad quien esto relata no necesitaba de esa constatación, sí tuve la fortuna para el efecto de dar fe de ello en esta crónica, palpar en toda su riqueza el alma de esos muchachos y muchachas, esos comandantes y curtidos combatientes. Alma tantísimas veces escarnecida cuando no desvirtuada en su misma existencia en el imaginario colectivo, a través de medio siglo de mensajes sobre las virtudes enervantes del camuflado que la cubre y las aún más infamantes del fusil.
La cotidianidad más elemental no es de trascendencia relatarla, apenas un pequeño esbozo: la atenta vela del centinela guardando el sueño de sus compañeros que me hizo recordar el bello verso de Sabina “Qué sabes de la noche centinela?”, los humildes cobertizos de plástico hábilmente y estratégicamente armados que algo protegen de las inclemencias del tiempo, los insectos y el frío de la noche, el misterioso pájaro que por ignotas artes, con gran escándalo y angustiado revuelo les avisa de la proximidad del avión fantasma, el hueco justo para el cuerpo bien excavado al lado de la caleta, contra bendita para cuando caen las bombas, la forma fácil y firme como se mueven en la oscuridad más impenetrable como guiados por las luciérnagas, la taza humeante de café que aparece al lado de cada camastro al momento de despertar, la marcial formación y los ejercicios físicos de rigor como primer deber del día, el himno de la organización cantado con la mirada al cielo y los ojos entornados como en éxtasis, el baño diario en las frías aguas del río, hombres y mujeres semidesnudos juntos como hermanos, sin malicia, y el guerrillero sin manos y ciego consecuencia de un bombardeo que no aceptó ser licenciado y siguió allí porque ese es su hogar, esa su familia y además no conoce otro ni otra y en efecto no es carga para nadie.
Lo que sí es de trascendencia por lo muy emocionante y excepcional como que se dio con ocasión de los actos culturales y políticos que solemnizaron la X Conferencia Nacional de las FARC-EP donde la base guerrillera refrendaría los Acuerdos de Paz que sus comandantes suscribieron con el gobierno, es el relato de una vivencia verdaderamente maravillosa, que sólo quien la ha presenciado puede concebirla cierta: de pronto, estando convocados no sabíamos a qué todos los asistentes a un gran llano, desde todos los lados de la espesura comenzaron a converger hacia un ancho claro en el centro, una gran cantidad de guerrilleros, cien supe después, cincuenta hombres y cincuenta mujeres, con alegres ropas de civil y sin armas, marchando mientras con admirable sincronía entonaban el inmortal Himno de la Alegría, la Novena Sinfonía de Beethoven. Esta vez ya no marciales sino sonrientes, felices podríamos decir, mirando al cielo con los ojos bien abiertos.
Me dio un salto el corazón con esa escena que me transportó a la película Fitzcarraldo del genial Herzog, el demencial delirio de llevar la ópera a la selva del Amazonas, un barco con todo el instrumental de la orquesta, no apenas remontando el río sino navegando -es un decir-, bosques y montañas arriba. Este concierto en las selvas del Yarí, no era demencia ni delirio. Era en su más pura expresión, el Himno de la Alegría entonado por sus más legítimos intérpretes: los hombres y mujeres de las FARC-EP que después de una larga saga de sufrimiento, persecución y muerte, como en los versos de Martí, sinceros tendían su mano franca al enemigo y le decían:
Escucha hermano la canción de la alegría,
el canto alegre del que espera un nuevo día
Ven, canta sueña cantando
vive soñando el nuevo sol
En que los hombres volverán a ser hermanos….
Los asistentes con la mano en la boca conteniendo una exclamación, sólo teníamos lugar para el asombro.
* Alianza de Medios por la Paz
– Imagen de Federico Ríos escobar
Colombia – LoQueSomos