Las islas artificiales según Jack London revisitadas por un antropólogo
Nònimo Lustre*. LQS. Abril 2021
Jack London, seudónimo de John Griffith Chaney (1876-1916), californiano de pura cepa, hijo de astrólogo, plagiario compulsivo, socialista elitista y sumamente racista, visitó Malaita en 1908. Setenta y cinco (75) años después, servidor estuvo en los mismos lugares de Melanesia y mis impresiones fueron radicalmente opuestas. Quizá porque London viajaba a bordo de un ketch (queche) de su propiedad y el infrascrito en un velero similar pero de propiedad ajena y, sobre todo, porque estaba tripulado por unos compañeros de viaje que, salvo excepción, eran no menos racistas e ignorantes que el famoso escritor. A continuación, reproduzco algunos párrafos literales extraídos de mi cuaderno de campo.
Las islas artificiales de Langalanga lagoon, Malaita, Islas Salomón, Melanesia. Año 1983
<<Sólo en las dos páginas del primer capítulo [de su novela Adventure, 1911], Jack London se refiere a los 200 braceros de Malaita que esclaviza en su finca como: antropófagos (3 veces), salvajes, crueles, automutilados, grasientos, enlodados, sucios, horrible especie, de rostros desproporcionados, bestiales, de una fealdad repelente, más próximos al mono que al hombre, atrozmente ornamentados, murmuradores, alimañas rabiosas, cochinos, ulcerosos nauseabundos, lloricas, idiotas, asustadizos cual ratas, de ánimo decaído, piratas, asesinos y miedosos.
El caso es que London pasó por el Bina Harbour y por Ailau (Langalanga lagoon) en su yate Snark –un homenaje al Snark de Lewis Carroll-. No sé de dónde sacó que los isleños de las islas artificiales no pueden caminar de tan acostumbrados como están a moverse en canoa. No hay más que verlos: sus extremidades son fuertes y proporcionadas, no veo que tengan piernas de alfeñiques. Tampoco me creo que el Snark conservara todavía las marcas de los hachazos que descargaron los malaitanos en su afán por descubrir la santabárbara del yate durante el asalto en el que mataron, descuartizaron y se merendaron al anterior capitán de ese mismo velero. Salvo que la bitácora del Snark y la novela Aventura son unos panfletos racistas, no me creo nada. So pretexto de la libertad de imaginación literaria, el socialista, animalista y racista London esconde que es un simple licencioso.
Visitamos unas aldeas a tiro de piedra de donde atracó Jack London: Koalia, Busu, Saliau y, muy cerca del Alite Harbour, Laulasi -en este lagoon la única isla artificial-, cuya fama es que todavía fabrica un dinero de concha (shell money) que llega o llegaba hasta la lejana Bougainville, ahora en Papúa Nueva Guinea. A base de cocos, tierra y piedras, Laulasi está siendo construida desde hace 17 generaciones. Enfrente, en la cercanísima tierra firme, Talakali es un pueblo especializado en astillero de barcos bastante grandes, de planchas. Los de Laulasi fabrican sus canoas monóxilas a la vieja usanza, ahuecando con fuego un tronco. Estamos en la frontera entre los Kwara’ae al norte y el temido pueblo Kwaio al sur.
Matthew Cooper (Oceania, diciembre 1972) escribe que el patrón de residencia tradicional en Langa Langa es patrilocal. Cada persona tiene dos almas; cuando alguien muere, su lulu agalo permanece en la aldea mientras que su lulu kwasi emigra a Guadalcanal, concretamente a la isla Malaba en el estrecho de Marau. Antes había casas de hombres (fera) pero ahora no acabo de localizarlas aunque es muy probable que pervivan. Creen que les protegen los tiburones rojos (asi baela) y los negros (asi wawade) y lo deben creer de verdad porque la laguna está llena de nadadores que, a veces, se acercan a una lagunita que, dicen, es “la casa” de los escualos. Antes, sus sacerdotes kastom ofrecían ‘sacrificios’ a los tiburones -¿qué tipo de sacrificios y a tiburones de qué color?-, pero ahora sólo les ofrecen cerdos. Este dato es más que dudoso porque me lo cuenta Albert Raiti, un gordito que trabaja de public relations en la incipiente industria turística de Koalia; ya lanzado, también me dice que fue atacado por un shark (¿negro o rojo?) pero que se defendió a puñetazos, lo hizo huir y después lo mató. El bicho midió nueve pies y pesó 180 kilos. Al dicharachero Albert le tuvieron que dar 150 puntos de sutura… pero no le veo ni uno.
En Laulasi, rodeadas por una barahúnda de niños negros con pelo amarillo natural (en venezolano, bachacos), encontramos a seis señoras acuñando moneda de concha (bata). Si se han puesto a la tarea al vernos llegar, lo disimulan muy bien porque parece que no hacen otra cosa en toda su vida. La calderilla, las blancas sin pulir en ristras de una cuarta, las de tipo micro-galia, cuestan 2$ c/u (las galia de verdad miden de una braza en adelante). Guillermo no acaba de entender a las vendedoras de esta peculiar ceca: buscando una rebaja, sugiere que le vendan cinco a ese mismo precio (¿); durante el regateo, las monederas perciben su descontrol y acaban vendiéndole cinco micro-galias ¡a 4$ cada una!, el doble de su precio de salida.
Precios actuales de las ristras de moneda de concha en Langalanga lagoon. Comparación con algunos precios antiguos (ver M. Cooper, Economic context of shell money production in Malaita; en Oceania, junio 1971)
* SI$: dólar de Solomon Islands
** Aus $: dólar australiano
Curiosamente, también quieren vendernos por un precio mayor que si fuera tradicional auténtico un tafuliae mayor de una braza, sin conchas rojas, de conchas gruesas sin apenas pulir, enhebrado en plástico y con lacitos de tela roja. Un paisano me susurra que “ha de ser para las más feas”; ¿se refiere a las indígenas o a las turistas?>>
De ayer a hoy
En los párrafos anteriores -copiados de mi diario de fieldwork-, observaba hechos acaecidos entre 1908 y 1983. Ahora, saltamos otros treinta y ocho años para, obviamente con la ayuda gráfica de internet pues no he podido volver a las Islas Salomón desde una segunda visita en 1985, me apresto a reflejar con tres fotos la evolución sufrida por los habitantes de las ‘islas artificiales’ de Langalanga. Dicho de un modo menos aséptico, cómo la llamada ‘civilización mundial’, ha obligado a aquellos indígenas a resistir su inclusión en el mundo turístico -o su exclusión de los órganos decisorios del susodicho mercado. Un proceso del que, en 1983, ya se percibían las grietas que empezaban a romper el aislamiento colonial de aquel rincón del antiguo Protectorado del Reino Unido.
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