Leopoldo Marechal, el poeta depuesto

Leopoldo Marechal, el poeta depuesto

Por Daniel Alberto Chiarenza*

“Marechal Buenos Aires”, padre literario de Adán Buenosayres. 11 de junio de 1900: nacimiento del “poeta depuesto” Leopoldo Marechal

“¿Recuerdas más tarde, cuando en el sótano del Royal Keller ubicado en la esquina de Esmeralda y Corrientes intentabas, con tus compañeros martinfierristas, revelar el asombro de las vanguardias literarias a los noctámbulos ciudadanos que esperaban allí la soirée del Tabarís? ¡Esmeralda y Corrientes! En esa esquina, y a tu lado, Raúl Scalabrini Ortiz (que aún no pensaba en los ferrocarriles argentinos) concebía su drama filosófico de un Hombre en soledad y en esperanza. […] O Xul Solar nos iniciaba en las etimologías entre angélicas y demoníacas de su «neoidioma» […]
“Alentado por tales recuerdos y venenoso de tales nostalgias, resolví escribir una Historia de la calle Corrientes…”.
Leopoldo Marechal, Historia de la calle Corrientes, 1937.

Leopoldo nació en Humahuaca 464, en el porteño barrio de Almagro. Hijo de Alberto Marechal y de Lorenza Beloqui. Siendo niño viajaba en forma regular a Maipú -provincia de Buenos Aires, su terreno está ubicado donde se conoce como la Pampa deprimida- para visitar a la casa de sus tíos maternos. Maipú es un término mapuche que significa “allanar la tierra”. Allí aprendió a amar las tareas del campo, la vida sencilla y a la gente que identificamos fácilmente como habitantes de un pueblo. Los chicos de la zona lo llamaban “Buenos Aires”, por ser de la gran urbe que es la Capital Federal. Ese recuerdo lo llevó a darle el apellido Buenosayres al personaje Adán, de su épico libro.

Estudió magisterio y, al recibirse, inició su tarea docente. En la década del 20, su vocación literaria lo llevó a integrar el grupo “Martín Fierro”, brillando como poeta.

Fue uno de los nóveles aedas que prometía destacarse en aquel universo intelectual, escribió: “Los aguiluchos” (1922), “Días como flechas” (1926), “Odas para el hombre y la mujer” (1929). Amigo de hombres de letras gigantes como: Macedonio Fernández, Scalabrini Ortiz y Jorge Luis Borges. Colaboró en revistas literarias y publicó más libros: “Laberinto de amor” (1936), “Cinco poemas australes” (1937), “Sonetos a Sophia” (1940) y “El centauro” (1941). Por éste fue felicitado por Roberto Arlt: “Poéticamente sos lo más grande que tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escuchó algo semejante… He recortado tu poema y lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo como lo tuyo se me debilite. Te envidio tu alegría y tu emoción”.

Luego publicó “Historia de la calle Corrientes” (1937) y “Descenso y ascenso del alma de la belleza” (1939), definiéndose por un estilo metafísico de describir su realidad literaria.

Su socialismo juvenil reverdece ante el movimiento popular del 45 y adhiere en forma ferviente al peronismo. Es el afiliado N° 46 de la “Comisión procandidatura del coronel Perón”. Sus colegas literarios se van alejando, sobre todo los que solemos llamar “intelectuales a la violeta”.

Ocupa cargos públicos: empleado de la Biblioteca Popular Alberdi –observemos que Alberdi no es patrimonio exclusivamente del liberalismo- de Villa Crespo, presidente del Consejo General de Educación y la Dirección General de Escuelas de Santa Fe. Después es designado director general de Cultura de la Nación y director de Enseñanza Superior y Artística.

Durante el peronismo escribe su obra cumbre “Adán Buenosayres”, una novela-ensayo donde parodia las hipocresías, egoísmos y afectaciones de una parte de sus compatriotas. Su brillante prosa y su fina ironía le juegan en contra –tal vez no comprendido, hay que reconocer que es dificultosa su lectura y hay un basamento notorio en los clásicos (La Biblia, la Divina Comedia)-. No es un éxito al lanzarse en 1948, pues su marginación del mundo cultural oligárquico, hecho más de insulsos snobismos europeístas que de un verdadero estudio de la literatura universal, le provoca un hondo vacío. No hay reportajes ni comentarios para él y el peronismo gobernante no se juega en la justicia de su valor, a lo mejor también ininteligible para ellos. Le adjudican el teatro Cervantes para estrenar su obra “Antígona Vélez”, con la dirección de Enrique Santos Discépolo.

Al producirse el golpe que derroca a Perón (1955) pasó por una etapa de soledad y olvido. La descalificación y la calumnia fueron constantes.

Sufrió el aislamiento, el boicot, el ninguneo. Sus obras fueron ignoradas por la literatura argentina, hasta que en 1965 reeditó “Adán Buenosayres”.
En una nota manifestó: “Yo nunca fui un político, soy un adherente y un combatiente, fui, soy y seré peronista. El gobierno de facto autodenominado ‘Revolución Libertadora’ encabezado por Isaac Rojas, Aramburu y sus secuaces, no sólo llevaron a cabo persecuciones y muerte sobre el pueblo argentino, sino que condujeron al silenciamiento y al ostracismo más atroz a gran número de militantes, políticos e intelectuales…”.

Debido a su amistad con el general Valle, quien encabezó el 9 de junio de 1956 el frustrado Movimiento de Recuperación Nacional, escribió la proclama de los insurrectos del 9 de junio de 1956.

También en 1965 edita “El banquete de Severo Arcángelo” -presentada como una novela de suspenso y aventuras, dirigida a los adultos que están en tránsito de convertirse en niños- y el ensayo “La autopsia de Creso” –allí explica que denomina “Creso” al Tercer Estado: al burgués o al llamado homo economicus; hace referencia a que según su criterio Creso ha llegado a su fin, está agonizando-. En 1966 publica “Heptamerón” –aquí se propone explorar e intentar definir a la Patria; el poeta villacrespense logra una mirada profunda, visceral; humanista por lo antropológica, antropológica por lo humanista, según él mismo analiza- y “Cuaderno de navegación” – ahí establece conversaciones con distintos personajes para desarrollar el auténtico cuaderno de navegación de un poeta argentino de vanguardia-.

No se ha difundido su profecía –en su último libro: “Megafón o la guerra”, redactado en los primeros meses de 1970 -proféticamente, acerca del secuestro y juicio popular a Aramburu, el cual se produciría posteriormente, el 29 de mayo de 1970.

Marechal falleció, en su departamento de Buenos Aires, el 26 de junio de 1970.

Los titiriteros de la superestructura cultural se ensañaron con él, condenándole casi al anonimato y menosprecio intelectual. Marechal es uno de los paradigmas más claros de la categoría de excluidos perversamente de la memoria argentina.

“El personaje se llama Megafón porque se trata en verdad de un muchacho de mi barrio, Villa Crespo, perteneciente al Boxing Club, que dirigía los matches de box del club del barrio con un gran, enorme megafón… Por eso las barras, los muchachos le llamaban El Megafón. Es un autodidacta que llega a la concepción de todas las luchas que hay que dar, y descubre dónde están los causantes de nuestros males y resuelve darles batalla en su campo. La novela es una historia de todas estas guerras, estas batallas. También en mi novela se da la batalla terrestre y la batalla celeste… Y la batalla celeste implica también la búsqueda –otra vez- de la mujer simbólica, que en este caso se llama Lucía Febrero o La Novia Olvidada o La Mujer Sin Cabeza, a la que encuentra al final de un burdel de gran lujo. Por este hecho Megafón es tomado preso y descuartizado, y sus restos son dispersos en distintos lugares de la ciudad”.
Leopoldo Marechal, contratapa de Megafón, o la guerra”, 1970.

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